Aparecen más bacterias resistentes a medicamentos en la producción de carne

Las bacterias resistentes a los medicamentos están ganando terreno en los países en desarrollo donde la producción de carne se ha disparado, afirma un trabajo aludido en la prestigiosa revista Nature. La Argentina no es mencionada en él, pero nuestros ganaderos, y también los avicultores, deben tomar nota. Porque los países compradores aumentarán requisitos y controles. Pero además, como añadimos al final con una nota escrita hace 13 años, el problema productivo es casi una nota al pie frente a otro mucho mayor, de salud pública humana. Dicho por la Organización Mundial de la Salud, la cría intensiva de animales se ha vuelto el mayor factor de resistencia bacteriana frente a los antibióticos que, hasta hace no mucho, nos salvaban la vida.

Los animales de granja en la India y en el noreste de China se están volviendo más resistentes a los medicamentos antimicrobianos comunes, una tendencia preocupante que aumenta a medida que aumenta la producción de carne en el mundo en desarrollo, informan los investigadores.

Los puntos críticos de resistencia a los medicamentos también están surgiendo en Kenia, Uruguay y Brasil, según un estudio (Van Boeckel, T. P. et al., Science, 365, eaaw1944 – 2019) de resistencia a los antimicrobianos en el ganado en Asia, África y América del Sur. La producción de carne ha aumentado considerablemente en estas regiones desde 2000, impulsada por prácticas agrícolas más intensivas, incluido el uso de antibióticos en animales para promover el crecimiento y prevenir infecciones.

«Por primera vez, tenemos alguna evidencia de que la resistencia a los antibióticos [en animales de granja] está aumentando, y está aumentando rápidamente en países de ingresos bajos y medios», dice Thomas Van Boeckel, epidemiólogo del Instituto Federal Suizo de Tecnología en Zurich, coautor del análisis. Él dice que los gobiernos deberían tomar medidas contra la creciente amenaza y coordinar sus esfuerzos a escala mundial.

Para estudiar cómo ha evolucionado la resistencia con el tiempo, Van Boeckel y sus colegas analizaron 901 estudios epidemiológicos, realizados en países en desarrollo, que se centraron en cuatro bacterias comunes: Salmonella, Campylobacter, Staphylococcus y E. coli. Los investigadores utilizaron la información para mapear dónde existe resistencia a múltiples fármacos y dónde está comenzando a emerger.

Sus resultados también indican que los cuatro tipos de medicamentos antimicrobianos más comúnmente utilizados en animales de granja para ayudarlos a aumentar de peso (tetraciclinas, sulfonamidas, quinolonas y penicilinas) también son los que tienen las tasas de resistencia más altas. Entre 2000 y 2018, la proporción de medicamentos a los que las bacterias se han vuelto resistentes casi se triplicó en pollos y cerdos, y se duplicó en ganado.

La situación es grave porque algunos de los países donde existen puntos críticos exportan miles de toneladas de carne cada año, dice Carlos Amábile-Cuevas, un microbiólogo de la Fundación Lusara en la Ciudad de México, un instituto de investigación que se enfoca en la resistencia a los antibióticos. Alrededor de una quinta parte de las gallinas y los cerdos se crían en partes del mundo donde se han encontrado puntos críticos.

Incluso si las naciones implementan políticas para controlar el uso de antibióticos en animales, esos esfuerzos podrían verse perjudicados si importan alimentos que no se han producido utilizando los mismos estándares. «Este problema no respeta las fronteras políticas», dice Amábile-Cuevas.

Van Boeckel dice que los países de altos ingresos, donde se han usado antibióticos desde la década de 1950, deberían subsidiar prácticas agrícolas más seguras en partes del mundo donde la resistencia está aumentando. «Somos en gran parte responsables de este problema global que hemos creado», dice. «Si queremos ayudarnos a nosotros mismos, debemos ayudar a los demás».

Pero el problema mayor no lo tienen nuestros pollos sino nuestros cuerpos. Para las bacterias, todos somos comida, y si se trata de especies infecciosas que se volvieron multirresistentes, episodios que hace 20 años eran banales nos terminan matando.

Reproducimos para ello una vieja nota de Daniel Arias aparecida en «El médico del conurbano» en 2003. Basta con ver la fecha para mostrar cómo se viene cumpliendo una tragedia anunciada frente a la cual las industrias cárnicas y farmacológicas se manejan con una indiferencia proporcional a su impunidad legal.

«El 20 de mayo (de 2003), uno de los dos mejores “journals” de clínica del mundo confirmó algo que todo el mundo sabe: que la industria avícola es uno de los grandes promotores de la creciente resistencia bacteriana ante los antibióticos.

«La investigación la firma un equipo de epidemiólogos dirigidos por el doctor Kirk E. Smith, del Departamento de Salud del muy agroindustrial estado de Minnesota, y apareció en el último número del The New England Journal of Medicine (1999,340:1525-1532,1581-1582).

«Entre 1992 y 1998 el equipo de Smith estuvo muestreando bacterias intestinales del tipo Campylobacter jejuni entre 4953 residentes de Minnesota, y descubrió que las cepas resistentes a las quinolonas saltaron del 1,3 al 10,2 por ciento en esos 6 años. A la hora de atribuir causas, Smith cree que en algunos casos las bacterias fueron importadas por compatriotas suyos que viajaron al extranjero, pero dice que un factor fundamental del “boom” de resistencia es local, y está dado por la ingesta de aves de criadero infectadas con cepas bacterianas resistentes.

«El total de antibióticos del tipo mencionado para los cuales Smith encontró resistencia amplificada a lo largo de su estudio es bastante apabullante: en la lista entran el ácido nalidíxico, la ciprofloxacina, la grepafloxacina, la trovafloxacina, la levofloxacina, la enrofloxacina, la sarafloxacina, la eritromicina y las tetraciclinas.

«Muchas de las personas infectadas con bacterias resistentes del estudio de Smith habían viajado al exterior o sufrido tratamiento con quinolonas antes de suministrar su muestra de materia fecal. Pero el porcentaje de resistencias generadas únicamente en forma local y por consumo de aves contaminadas es la tajada de la torta que crece más rápido: en 1996 fue evaluada en el 0,8 por ciento de los casos, y en el 98 ya eran el 3 por ciento.

«Como parte confirmatoria del estudio, Smith y su gente tomó 91 productos de pollo y derivados, todos oriundos de 7 fabricantes en 5 estados, y comprados en comercios minoristas: encontró Campylobacter resistentes a la ciprofloxacina en uno de cada cinco. Un análisis más fino y cruzado, que consideraba a los pacientes, mostró que los subtipos bacterianos resistentes de los productos avícolas y los presentes en los intestinos de las personas infectadas de Minnesota tienden a ser los mismos.

«El estudio de Smith va acompañado de un editorial de Henrick Wegener, del Centro de Zoonosis de Copenhaguen, Dinamarca: “Si no queremos perder las quinolonas como tratamiento empírico de las infecciones gastrointestinales humanas, su uso en animales debe ser limitado todo lo posible”, dice el experto.

«No corre demasiado peligro de ser escuchado. Por una parte, las farmacológicas tienen en la cría intensiva de animales uno de sus principales renglones de demanda de antibióticos. Compuestos que la agroindustria necesita sí o sí: el atiborrar los animales de antibióticos es, hasta ahora, la única manera de amontonar pollos, cerdos y vacas en condiciones sumamente hacinadas, estresantes, inmunodepresivas, sucias y epidemiogénicas sin que las pérdidas por mortandad de animales se coman la tasa de ganancia.

«Si luego los hospitales se transforman en sitios inseguros por el recrudecimiento de la resistencia bacteriana a estos compuestos, eso no es asunto que, por ahora, le mueva un pelo a nadie. La farmacopea no tiene responsabilidad legal extendida, y en la agroindustria el intensivismo en la cría de animales es visto como “progreso técnico”. Quienes escriben los suplementos rurales de los medios ven incluso como un indicador de atraso que una parte cada vez menor del ganado bovino argentino todavía camine a cielo abierto, coma pasto en lugar de “pellets” y goce de una buena salud más dependiente del aire y el sol que de su atiborramiento con antibióticos. En un mundo donde los pollos se fabrican, algo de nuestro ganado de carne todavía se cría. Por ahora.

«Hoy por hoy, los médicos -en especial, los clínicos e infectólogos- son la única oposición posible al mal uso de los antibióticos por sus propios fabricantes, o por los fabricantes de comida, pero solos no pueden hacer mucho. Las agencias gubernamentales de salud de los países ricos ven en el asunto un perjuicio consciente a la salud pública, pero por ahora no ladran ni muerden: se contentan con gruñir. Y sólo a veces. La población, por último, está desinformada y desorganizada. Incluso en las economías más litigiosas, como la de los Estados Unidos, aún no ocurrieron grandes rebeliones legales de los perjudicados. En buena parte porque para litigar, conviene estar vivo.

«Pero al norte del ecuador están sucediendo cosas novedosas, como la de los fumadores que están aporreando a las tabacaleras, o la de las mujeres que recibieron implantes mamarios problemáticos y le terminaron sacando 500 millones de dólares a la Dow Corning.

«Estudios como el de Smith empiezan a dar las primeras muestras de la munición legal que tal vez se queme en futuros enfrentamientos judiciales. Que serán protagonizados, quizás, por consumidores absolutamente hartos de ser tratados como alimento balanceado para bacterias».

13 años más tarde, el autor de esta «addenda», confiesa haber perdido el cauto optimismo del final.

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