Micaela Serafini, la médica argentina que dirige «Médicos sin fronteras»

La doctora Micaela Serafini es la Directora Médica de Médicos Sin Fronteras y batalla contra el cólera, el ébola, la meningitis y el SIDA, entre otros.

Aún no había terminado la carrera de medicina en la Universidad de Buenos Aires (UBA) cuando golpeó las puertas de las oficinas de Médicos Sin Fronteras por primera vez. “No estás lista”, le dijeron; “primero, acabá la carrera”.

La segunda vez que se presentó no quiso dejar nada librado al azar. No iba a recibir otra negativa. No sólo ya era médica recibida, como le habían sugerido, sino que la ya entonces doctora Micaela Serafini había viajado a Londres para hacer la especialidad en Medicina Tropical en The London School of Hygiene & Tropical Medicine (LSHTM). Y ya no había excusa atendible para no aceptarla.

“Siempre tuve vocación de servicio. Me interesaban las poblaciones más vulnerables; entender problemáticas desde otras perspectivas. Además, qué diferente es leer sobre las enfermedades extremas en libros a verlas en seres humanos en sus contextos”, cuenta.

Serafini fue transitando lo que ella llama: el curso natural dentro de una organización humanitaria. “Del 2004 hasta 2009 fui médica en el terreno, viajé por África, India, Latinoamérica, Medio Oriente; trabajé en proyectos de emergencia: epidemias de cólera, ébola y meningitis; también atendí personas con SIDA o poblaciones desplazadas por las guerras. Paso siguiente, dirigí proyectos con perspectiva de salud pública desde el centro operacional de MSF, en Ginebra. De a poco me fui distanciando de la atención individual para dedicarme a las políticas de salud pública”, explica.

En el 2014 fue nombrada directora médica, uno de los máximos escalafones de la ONG. “Ahora tomo importantes decisiones sobre salud pública: una vacunación masiva, por ejemplo; si bien el impacto en la población es enorme, extraño el contacto individual con el paciente, me daba mucha satisfacción”, sostiene.

–¿Si pudieras rescatar una escena del trabajo en el campo?

–¡Hay tantas! Recuerdo mi primera misión en Guatemala. Atendía a una pareja, padres de familia. La enfermedad los avergonzaba. Dudaban si entrar al hospital por la puerta principal o la trasera, no querían ser vistos. Un día, yo estaba haciendo trámites, y veo que la hija de cinco años corre hacia mí, hermosa en su huipil -típico vestido guatamalteco-, sin importarle el qué dirán, me abraza: “Doctora, llegamos”. Fue muy tierno. Atesoro miles de escenas donde lo más valioso era el abrazo, o la escucha.

“Si en el terreno tenés a un médico que habla la lengua materna como por ejemplo, el suajili -lengua africana-, la confianza con el paciente es automática. Lamentablemente, no podemos darnos ese lujo”.

–¿Lo más difícil?

–Decirle a un hombre que había hecho el sacrificio de caminar diez kilómetros para atenderse, que para sanar debía internarse. Eso significaba dejar de mantener económicamente a sus siete hijos, a su mujer; lo ubicaba en una situación aún más vulnerable. O decidir a qué paciente administrarle el último de los tratamientos; a quién no. Durísimo.

–¿Cómo dormir después de decisiones semejantes?

–Compartir la experiencia con el equipo alivia. Probablemente, un colega enfrentó un caso similar. Tener cerca a la familia, aunque sea por teléfono, también ayuda; o distraerte con alguna actividad, yo hacía gimnasia. Esto no quiere decir que haya olvidado los nombres y apellidos de los pacientes. Lloraban frente de mí.

–¿Cómo se llamaban?

–No puedo decirlo, estaría rompiendo la confidencialidad médico- paciente. Pero como estas hay muchísimas historias con nombres y apellidos. El dolor queda guardado en el alma.

–¿Cómo se elaboran las estrategias de intervención en un país o región determinada?

–MSF es una organización médica y de emergencia. En principio, se juzga la magnitud del problema y después se decide cuál es la mejor estrategia. Si el país ha entrado en guerra se analizan cuestiones de seguridad: si es posible entrar, por ejemplo; también se estudian las urgencias sanitarias y se determina qué grupo se encuentra disponible para explorar el terreno y dialogar con el gobierno. A la vuelta, este equipo detalla necesidades médicas y logísticas, entonces tenemos más claro qué queda por hacer. Formamos un grupo mayor con todas las necesidades incluidas, y allá vamos.

–¿Ser la única responsable del área médica te hace sentir sola?

–Para nada, trabajamos en equipo. Operaciones y el departamento Médico forman un binomio; juntos elaboramos estrategias. Además, tengo 35 personas a cargo. No lo sé todo, al contrario. Me interesa que mi equipo brille, argumente. Con lo elaborado defiendo la estrategia frente al director general.

Serafini hace pie en una idea que propuso; la considera su legado.

–En el 2014 comenzó la epidemia de ébola más grande de la historia, la mortalidad era altísima. Mi equipo y yo comenzamos a explorar la posibilidad de usar vacunas experimentales para controlar la epidemia. El riesgo institucional por utilizar una vacuna no aprobada en África, justamente, para tratar una enfermedad tan problemática como el ébola, era alto, pero lo hicimos. Junto a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y al gobierno de Guinea, demostramos que la vacuna podía utilizarse en la población. Luego, durante el 2018, la implementamos para una epidemia de ébola en la Republica Democrática de Congo. No sólo ayudamos a comprobar que la vacuna fuera segura, también efectiva. Hoy se han vacunado más de 200.000 personas en Congo y esperamos que se registre pronto.

Empecé como directora médica con la gran epidemia por el virus del Ébola en Guinea, Nigeria y Sierra Leona. Hoy puedo decir que MSF ha contribuido a encontrar vacuna y tratamientos eficaces. Estoy feliz de haber sido parte de semejante avance.

–¿Qué te quita el sueño?

–Una vacuna experimental, o la evacuación de algún voluntario que, por alguna emergencia, necesita atención médica inmediata. Sucede. No dormís.

–MSF reúne profesionales de distintas nacionalidades, ¿la diversidad se manifiesta de alguna manera?

–Nos enriquece. Es interesante la mezcla de culturas, perspectivas, conocimientos. El intercambio nos permite abrir los ojos. La pluralidad ayuda a reflexionar, a entender qué es lo importante.

–¿Qué es lo importante?

–La voluntad de dar. A veces basta la escucha, sin necesidad de intervención médica. Y para el paciente es el todo. El remedio. Así de simple. Ocuparse del otro, aunque sea un desconocido. Estoy convencida: los pequeños gestos hacen del mundo un lugar mejor.

Micaela siente pudor al manifestar que es la primera argentina en alcanzar uno de los puestos médicos más elevados dentro de la ONG: “Soy la primera, espero no ser la única”. Y pasa a otro tema. Luego de 15 años expuesta a guerras, hambrunas, desnutrición y epidemias, concluye: “Está muy bien participar de las decisiones políticas mundiales, pero llega un punto en que te volvés escéptica. Planificás un proyecto nutricional para paliar la situación pero sabés que el año siguiente tenés que volver a implementarlo. Las soluciones no se sostienen en el tiempo. Los sistemas de salud no mejoran. Los que trabajamos en medicina humanitaria, en algún momento, necesitamos de la distancia para volver a creer.

–¿Qué le dirías a quien aspira ser parte de MSF?

–Que se anime. A pesar del desgaste, es una experiencia profesional y humana única. Vale la pena. Dejé la Argentina con la idea de tener una vida interesante, así fue.

–Por norma, los directores ocupan el puesto durante seis años, luego deben retirarse. El 15 diciembre te alejás de MSF, ¿qué planeás para el 16?

–Viajo a Argentina con mi hija, Malena, a reencontrarme con mi familia. Voy a pasar mucho tiempo en San Marco Sierras, un lugar muy especial para mí. Sanador.

–¿Y después?

–Me gustaría volver a lo que me dio tanta satisfacción: estar al servicio del otro. El acto médico va más allá del diagnóstico o tratamiento. Escuchar. Contener. Abrazar. Quiero volver a lo más íntimo.

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