Eduardo Dvorkin: En defensa de la sustitución de importaciones

Nos parece útil reproducir esta reflexión de Eduardo Dvorkin, Ingeniero Electromecánico de la UBA y Ph.D. en Mechanical Engineering del MIT. Porque la sustitución de importaciones, que era un objetivo «natural» para muchas naciones varias décadas atrás, a partir de los 1970 ha sido demonizada con un rigor que David Ricardo habría considerado excesivo.

Dvorkin aporta una nueva mirada al asunto.

¿Qué es la innovación productiva?
En ciencia el concepto de innovación es absoluto: es hacer lo que nadie hizo antes superando lo hecho anteriormente, eso y sólo eso es innovación, hacer algo diferente y superador. Si un científico intentase publicar en un journal científico de prestigio algo que alguien ya hizo antes, va a recibir un rechazo de parte de los editores. Hay tecnologías que tienen el mismo criterio sobre la innovación que la ciencia, son las que llamamos “tecnologías de punta”.

En la época en la que los EE.UU. y la U.R.S.S. volcaron sus esfuerzos nacionales en la competencia por poner el primer hombre en la Luna, ambos países intentaban hacer algo que el otro no hubiese hecho antes. Cada paso adelante en esa competencia constituía una innovación en sentido absoluto, en el sentido de la innovación científica. La industria armamentista durante la Guerra Fría fue un ejemplo similar y hoy en día las empresas líderes de producción de computadoras, teléfonos celulares y productos bio-tecnológicos compiten entre sí lanzando al mercado productos que constituyen innovaciones absolutas.

En las tecnologías de evolución más pausada (menos “nerviosas”) (ej. siderurgia, maquinarias de construcción, gas y petróleo, etc.) el concepto de innovación es distinto. Existe un proceso de innovación local, mediante el cual una empresa que no fabricaba un determinado producto o no prestaba un determinado servicio empieza a hacerlo; lo que constituye una innovación en el medio productivo de referencia independientemente de que en el mundo o en el mismo país hubiese otras empresas que ya produjesen el producto o prestasen el servicio en cuestión. Branscomb [1] define: “Innovación es el proceso que lleva a la creación e introducción en el mercado de un producto nuevo o de un servicio nuevo para la empresa”. En [2] hemos discutido procesos de innovación local en la siderurgia argentina.

El Estado y la innovación productiva
El neoliberalismo periférico [3] se ha adueñado de la palabra innovación precisamente para bloquear en nuestro país los procesos de innovación productiva autónomos. Han asociado la palabra innovación a los famosos emprendedores de garaje que, supuestamente aislados del Estado, introducen en el mercado un novísimo producto o proceso que rápidamente los convierte en ricos y famosos. Este es un relato falaz, fabricado para ocultar que el Estado es el gran emprendedor en cualquier sociedad, ya sea en una sociedad de alta industrialización (EE.UU., Alemania, Corea, China, Israel, Japón) o en una sociedad subdesarrollada industrialmente como la nuestra.

Con referencia al rol innovador del Estado en los países de alta industrialización no volveremos a comentar acá todos los ejemplos ya discutidos en artículos previos [3] [4] pero citaremos, para el lector interesado, algunas referencias de consulta: [5] [6] [7] [8] [9].

Las poderosas empresas innovadoras de Silicon Valley y los imponentes edificios que alojan las empresas bio-innovadoras en los alrededores del MIT (Cambridge, MA); emblemáticas del capitalismo más desarrollado, mal que le pese a nuestros neoliberales-periféricos, son más exponentes de la tracción estatal sobre el desarrollo tecnológico que del emprendedorismo privado.

Hay una paradoja interesante: en los casos de Estados Unidos y Alemania, es bastante evidente que el fuerte rol del Estado sobre el desarrollo tecnológico se basa en argumentos pragmáticos más que en argumentos ideológicos; lograr el liderazgo mundial en tecnología es parte de los objetivos nacionales de esos países, incluso al precio de contradecir flagrantemente la ideología neoliberal hegemónica [9].

En nuestro país hoy los procesos de innovación local, que resulta urgente retomar, son los procesos de sustitución de importaciones, que permitirán localizar en el país cadenas productivas creando miles de empleos y, en tiempos acotados, tornar positivo el balance comercial sin que una crisis de subconsumo sea la causa.

La eficiencia estatal
Para cumplir su rol central el Estado necesita tener incorporadas la aptitud y la actitud necesarias. Cuando nos referimos a la aptitud estamos requiriendo un Estado con los conocimientos necesarios y la capacidad científico-tecnológica necesaria para asegurar el cumplimiento de su rol. Un Estado con científicos y tecnólogos de alto nivel que sea un punto de atracción para los nuevos profesionales que, año a año, se gradúan en nuestras universidades nacionales.

En cuanto a la actitud requerimos un Estado fuertemente ejecutivo, cuyos organismos ante un problema lo estudien, planteen soluciones adecuadas y las ejecuten en tiempos compatibles con las necesidades sociales y productivas.

Es decir que, en síntesis, estamos requiriendo un Estado eficiente.

La supuestamente inevitable ineficiencia estatal es un tema que recibe los mayores ataques de los sectores defensores del proyecto neoliberal periférico, empeñados en apartar al Estado del ámbito productivo en todo lo que no sea realizar inversiones para aumentar la renta de los sectores más privilegiados, o sea, el uso de fondos públicos para garantizar ganancias privadas. Este es el único rol que estos sectores le exigen cumplir al Estado en el proceso de desarrollo productivo. ¿Qué es más conveniente para los sectores neoliberales que convencer a la sociedad de que el Estado es necesariamente ineficiente y que por lo tanto las empresas multinacionales deberían ser las encargadas de motorizar el desarrollo argentino?

Por otro lado, cuando se plantea la necesidad de volver más eficiente el desempeño del Estado, en los medios progresistas surge siempre una incomodidad. Por mucho tiempo nuestra sociedad fue acostumbrada a que el concepto de eficiencia fuera el impuesto por la lógica del mercado. Esto no es necesariamente así. Por ejemplo, en los ferrocarriles argentinos la lógica de la eficiencia según el mercado debiera pasar por asegurar las utilidades de las empresas ferroviarias en períodos de tiempo acotados, compatibles con las urgencias de los accionistas. La eficiencia desde el punto de vista de una empresa estatal debe pasar por desarrollar un servicio que cubra las necesidades de desarrollo local de las diversas regiones del país y que evolucione hasta formar un cluster de empresas del estado, pymes e instituciones del sistema nacional de ciencia y tecnología, para convertir dicho cluster en proveedor calificado de material ferroviario y de su mantenimiento.

En el desarrollo de productos de alta tecnología (radares, satélites y generadores eólicos) la eficiencia según la lógica del mercado debiera pasar por la comparación de precios y tiempos optando por la solución de menor costo y de más rápida disponibilidad: normalmente la solución importada. La eficiencia según la lógica del interés nacional debe pasar, en cambio por una solución que garantice el uso de conocimientos del sistema nacional de ciencia y tecnología, el desarrollo de cadenas productivas de pymes, la posibilidad de exportar, el menor impacto posible en la balanza de pagos, entre otros objetivos.

Normalmente las grandes corporaciones económicas tratan primero de desacreditar para después poder fácilmente desbaratar los desarrollos tecnológicos nacionales, sobre todo cuando los conduce el Estado. Para desacreditar utilizan supuestas mediciones de “eficiencia” basadas en métricas no pertinentes: por ejemplo, afirman que los satélites nacionales no son de última generación o son más caros que sus equivalentes importados, ocultando el hecho de que, precisamente, los países que hoy producen los satélites más avanzados han protegido por años su industria satelital. Es el eterno retorno a la política de exportar lana e importar casimires.

Pero, no se trata solamente de ejemplificar la necesaria y posible eficiencia de las empresas productivas estatales con ejemplos paradigmáticos como el de INVAP. Para modificar la estructura productiva del país generando nuevos puestos de trabajo, incluyendo y distribuyendo la riqueza generada, el Estado en su conjunto debe aumentar su eficacia y su eficiencia. Esta es la gran tarea que deberá acometerse durante el próximo gobierno nacional y popular y es una tarea que nos incluye a todes: trabajadores, gobiernos nacionales, provinciales y municipales, gremios estatales, las universidades nacionales, y al sistema nacional de ciencia y tecnología.

Así como no es aplicable la lógica de las empresas privadas para evaluar la eficiencia de las empresas públicas, tampoco son aceptables proyectos u obras que se extiendan por tiempos ilimitados gastando recursos incontrolables sin dar satisfacción a los requerimientos sociales que originaron esos proyectos u obras.

[1]L. M. Branscomb, Empowering echnology – Implementing a U.S. Strategy, Cambridge, MA: The MIT Press, 1993.
[2]E. Dvorkin, «C&T para construir una nación,» 29 Julio 2018. [En línea]. www.elcohetealaluna.com/ciencia-tecnica-para-construir-una-nacion/.
[3]E. Dvorkin, ¿Qué Ciencia Quiere el País? Los estilos tecnológicos y los proyectos nacionales, Buenos Aires: Colihue, 2017.
[4]E. Dvorkin, «Dar impulso a una relación virtuosa,» La Nación, 10 septiembre 2019.
[5]M. Mazzucato, The entepreneurial state, Demos (www.demos.co.uk), 2011.
[6]M. Mazzucato y G. Semieniuk, «Public financing of innovation: new questions,» Oxford Review of Economic Policy, vol. 33, nº 1, 2017.
[7]The Break Through Institute, «Where good technologies come from: case studies in American innovation,» 10 December 2010. [En línea]. thebreakthrough.org/archive/american_innovation.
[8]German Federal Ministry of Economic Affairs and Energy, «National Industrial Strategy 2030 – Strategic guidelines for a German and European Industrial policy,» Berlin, 2019.
[9]R. Wade, «The paradox of US industrial policy: the developmental state in disguise,» de Transforming Economies. Making industrial policy work for growth, jobs and development, Geneva, International Labour Office, 2014, pp. 379-400.
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