Carta abierta a Alberto Fernández: ARSAT – 2° parte

El ARSAT-1 operando sobre la posición 71,8º Oeste desde 2014, que ocupará hasta 2029. Si el ARSAT-3 usa la plataforma 3K de los anteriores, se parecerá mucho salvo en las antenas.

(La primera parte de este artículo está aquí)

2. EL NACIMIENTO DE ARSAT S.A.

Lo difícil de desandar los daños sufridos por ARSAT desde 2016 a hoy es que fueron expertamente infligidos por rábulas y testaferros de multinacionales y de nuestros mayores “multimedia”. Cada esquirla que se extirpe del cuerpo de la empresa puede causar una hemorragia de juicios. Pero seguir en su actual coma 4, para ARSAT sería la evaporación por irrelevancia. Gran dilema médico para Fernández.

ARSAT SA nació en 2006 con la ley 26.092 como firma de telecomunicaciones satelitales. La inventó Néstor Kirchner para que la Argentina no perdiera otra vez por abandono sus dos últimas posiciones orbitales geoestacionarias, la 71,8º Oeste y la 81º Oeste. La última citada, la más valiosa, estaba por ser entregada por la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) de las Naciones Unidasal Reino Unido. A Su Graciosa Majestad le gustan estos pagos desde hace rato.

En esta situación nos había metido Nahuelsat, engendro societario de nombre mapuche pero formado por Dornier Flugzeugwerke y Aérospatiale, traído aquí por el gobierno de Carlos Menem.

Nahuelsat nos dio un primer satélite realmente de mierda para la primera posición, el Nahuel 1A. Estuvo, desde 1997, cuando su entrada en operaciones, siempre a punto de perderse por su rotación descontrolada de perinola, y la firma jamás se hizo cargo de daños por pérdida de vida útil. Pero la compañía tenía otra carta en la manga: según pasaban los años, no suministraba ningún Nahuel 1B, bueno o malo, para la segunda posición. Éste segundo que jamás pintó pasó a llamarse “El Nahuelito”, por lo imaginario.

¿Otro robo para la corona? Sí, pero la de Isabel II, segunda también en la lista de espera de la UIT para usufructuar esa posición de lujo, la 81º Oeste. Es un balcón orbital con vista panorámica y panamericana: permite vender telecomunicaciones desde la tundra canadiense hasta la Península Antártica. Se le concedió a la Argentina en 1998 únicamente para que aquí pudiera operar Direct TV, cosa imposible hasta entonces porque Menem le había dado a Nahuelsat el monopolio legal de nuestros cielos. Pero las leyes estadounidenses de servicios satelitales exigen contraprestación. Te dicen: “Si yo ilumino tu territorio, vos tenés que poder iluminar el mío”. De modo que exclusivamente para que aquí entrara la estadounidense Direct TV, los que cortan el bacalao en la UIT nos dieron una posición muy valiosa… con toda la seguridad de que perdíamos, fija, por no ocuparla. De eso se encargaba Nahuelsat, entreteniéndonos con “El Nahuelito”. No es paranoia conspirativa, sucedió.

Nahuelsat quebró en 2004 sin que “El Nahuelito” pintara jamás: reclamantes, a llorar a la iglesia. La trampa armada se había cerrado. Perdíamos por abandono la posición 81º Oeste. Estábamos fregados. Nadie, incluída Su Graciosa, esperaba que saliéramos del cepo construyendo satélites GEO propios. Era salirse del laberinto por arriba. Ahora que hicimos dos GEOs (y andan joya), más bien están haciendo lo posible para que no sigamos construyéndolos. ¿Hemos avanzado?

ARSAT llegó al mundo en 2006 con un plantel que cabía en 2 sillones y una misión gigante. En principio, alquilar “interinos” con suficiente vida remanente como para dar servicio y hacer soberanía sobre las 2 únicas posiciones orbitales argentinas. Y entre tanto, acordar con INVAP, la empresa nuclear y aeroespacial barilochense, una ingeniería para ocuparlas con satélites propios.

Y esto ARSAT lo logró, al menos en las bandas C y Ku, pero seguimos sin un fierro en banda Ka, que hoy es la de mayor expansión, la menos ocupada y la de mayor capacidad por su alta frecuencia. Es lo que necesitamos para dar internet satelital de buen ancho de banda a los caseríos, escuelas, reparticiones públicas y empresas rurales desperdigados en ese casi 66% de superficie árida y despoblada del 8vo país de la Tierra por su tamaño: Argentina. Son tres causas por las que nos urge operar en esa frecuencia desde la 81º Oeste ya. El fierro a cargo de ello sería el ARSAT-3, que el macrismo canceló en 2016, pero INVAP ahora está desarrollando otros GEOs con TAI, la aeroespacial del estado turco, y estos van a ser de menor peso y mayor potencia en antena. Por ello, cuando el plan satelital se retome, ARSAT podrá elegir entre lo viejo y probado, o lo nuevo y sin probar.

Pablo (“Toño”) Tognetti fue el presidente-fundador de ARSAT, oriundo de INVAP. En 2006 Toño ya tenía diseñados, construidos y lanzados 3 satélites SAC de observación terrestre en órbita baja, o LEOs (Low Earth Orbit Satellites), que en 2010 llegaron a 4, y todos salieron buenos. Pero con los satélites GEO sólo se atreven 8 países o federaciones: Estados Unidos, la UE, Rusia, Japón, China, Israel, India y desde 2014, sumada a la fiesta sin invitación, la Argentina.

Si para Tognetti sus 4 LEOs fueron otros tantos escalamientos del Aconcagua, ahora le tocaba el Everest. Los GEOs deben dar 15 años de servicios, no 5 como los LEOs, y no interrumpibles, gran diferencia. Si un LEO te falla, no te caen juicios de clientes indignados.

Girando a la misma velocidad angular que la Tierra, los GEOs se ubican a 35.786 km de altura, inmóviles como antenas retransmisoras sobre la vertical de un punto fijo del ecuador terrestre, lo más contiguo que se pueda (en longitud) a la zona a iluminar. El ARSAT-1, por ejemplo, está vertical sobre el paraje Cunare, en el selvático departamento de Caquetá, Colombia. La vertical del ARSAT-2 cae en cambio sobre el Océano Pacífico, mar adentro respecto de la costa colombiana.

Y aunque ambos satélites quedan longitudinalmente algo alejados de nuestro territorio hacia el Oeste, iluminan “de chanfle” pero sin problemas técnicos todo el país continental, incluidas las Malvinas y la Península Antártica. La diferencia de valor entre ambas posiciones es que la 81º Oeste, la del ARSAT-2 permite iluminar también Centro y Norteamérica. En cortito, cobrarle servicios satelitales a los EEUU, lo que para la Argentina, en términos económicos y políticos viene a ser “el mundo al revés”.

Los GEOs deben durar en su posición, fijos como granaderos, en una guardia sin relevo de 15 años. Mantienen su lugar activamente, disparando del modo más ahorrativo posible sus micropropulsores, para no salirse de su “caja de control”. En el caso del ARSAT-1, es muy estrecha, 0,5º de arco: se te va de ahí y perdiste el satélite. En suma, que Tognetti tenía que hacer un fierro capaz de aguantar 3 veces más que todos sus anteriores, y de volar 600 veces más alto en un sitio radiológica y gravitacionalmente mucho más complicado, y sin dejar de retransmitir información desde su entrada en línea “hasta su último cuac”, al decir de Rimbaud. La oposición (y no pocos proveedores) miraron a ARSAT con escepticismo.

Hasta lo hubo entre socios: el plantel de navegadores satelitales que pasó de Nahuelsat a ARSAT era reducido, pero lo formaban personas muy fogueadas en GEOs, y patriotas decididos. Se logró urdir un nuevo software de control de los microcohetes, y con eso se logró que esa perinola loca que era el Nahuelsat 1 aguantara hasta 2010 en funciones y “sin piantarse”, en lugar de volverse otro “zombiesat” a la deriva.

El término “zombiesat” existe: volverse un muerto vivo y sin control es un accidente de los tantos que ocasionalmente le suceden a los GEOs. Y como el cinturón geoestacionario, pese a su perímetro de 265.000 km, hoy tiene no menos de 554 GEOs activos, un objeto emitiendo chorros de radiofrecuencia a la deriva por ese sitio es un paquidermo en un bazar: interfiere las comunicaciones de satélites vecinos y hasta se puede llevar puesto alguno. Los juicios que se iba a ligar la Argentina, en ese caso…

El puñado de expertos en GEOs que ARSAT heredó de la quiebra de Nahuelsat desconfiaban de INVAP, ducha únicamente en LEOs. La definición de cada sistema y subsistema del ARSAT-1 insumía entonces pulseadas agotadoras entre dos culturas técnicas distintas. Nuestro mejor ingeniero orbital, de cepa nahuelista, prefería comprar satélites “llave en mano” a Orbital Sciences, a Loral, a Northrop, o a Thales Alenia o Airbus o a quien fuera que entendiera del negocio.

Pero a la vieja ARSAT, quemada con leche por la conspiración de Nahuelsat, ni podías ni hablarle de proveedores del Atlántico Norte. Y ante opciones más baratas y sin prontuario local (Rusia, China, la India), la cultura de INVAP que ARSAT heredó vía Tognetti es: “Gente, pagamos un mango más pero lo hacemos aquí y nos volvemos proveedores”: sabatismo puro, industrialista, sudaca y desafiante. Tognetti vivió haciendo de referí en este partido en el que se enfrentaban sus dos clubes de pertenencia, INVAP y ARSAT. No la tuvo fácil. Pero cuando se fue en 2013 su misión estaba 90% cumplida.

Su sucesor, el ingeniero en telecomunicaciones Matías Bianchi, por suerte tan libre de soberbia y cultor del bajo perfil como Toño, se limitó a dejar que se limaran los detalles finales de una ingeniería para plataforma de servicios ya prácticamente fijada para los 3 primeros satélites. La idea de clonarla las 3 primeras veces era estandarizar y bajar costos. La ley 27.208 para 8 GEOs la escribieron entre Bianchi y su colega Guillermo Rus.

El Arsat 1. No conocemos a nadie que haya visitado su sala de integración, incluidos funcionarios taxativamente macristas, sin sentirse al menos ligeramente aturdido por el tamaño de todo, por la exquisitez del equipamiento, por la minuciosidad de los procedimientos. ¿Esto había que matar?

Esa plataforma común para las primeras 3 misiones puede alojar antenas muy diversas y recibió el nombre de 3K: 3 toneladas de peso al despegue, estructura cúbica de más o menos 3 metros de lado, y algo más de 3 kilovatios de potencia en antenas. Está bastante copiada de la Spacebus 3000B2  de Thales Alenia Space. Son cifras que suman masa y sacrifican potencia eléctrica a cambio de seguridad operativa: si sos nuevo en el gremio y te sabés mirado de reojo, todo debe ser robusto, nada puede romperse. Hay realismo político en esos números modestos.

El resultado son 2 satélites que pagan el precio más barato del mercado mundial de reaseguros. Si te hiciste a mano tu primera camioneta y no te sobra plata pero sí rivales en el negocio del flete, mejor que se parezca a una F-100 que a una Land Cruiser. La símil F-100 trabaja para vos, no al revés. En cambio, si como novato agrandado se te llega a fundir una símil Land Cruiser, los clientes se te piantan y no volvés a trabajar.

Vaya con esto otro reconocimiento a Bianchi. Entre argentinos cuesta resistir la tentación de reinventar el agujero del mate, sobre todo si tu predecesor lo hizo todo bien. Ética aparte, ponerse a redibujar la 3K habría generado atrasos económica y políticamente costosos en un proyecto que venía sumando años de vacilaciones, como todo prototipo.

Cámara anecoica (que no contiene ecos reflejados en su interior) de CEATSA en testeo de las antenas del ARSAT 2, poco antes de su disparo.

El ARSAT 1, aquel Gargantúa en obra, lejos de ser una adquisición “llave en mano”, es un satélite argentino en un 50% de su valor. Se aclara, puesto que el diario “El País” se tomó el trabajo de chicanearnos desde España con el hecho de que lo llamáramos “argentino”. Lo mismo sucede con los aparatos de todos los fabricantes de GEOs, incluida Hispasat, que nos quiere tanto que, gracias a sus operadores dentro de este gobierno, no para de encajarnos sus satélites.

En el rubro GEO, el diseño y la integración son “in house” pero los subsistemas se importan de proveedores diversos buscando un cruce entre “herencia de vuelo” (algo muy probado) y otros índices como calidad y precio. Loral, de EEUU, es la excepción: se fabrica sus satélites de punta a punta. Resumiendo, que el ARSAT-1 está hecho de componentes mayormente europeos pero diseñados en Argentina para una arquitectura satelital nacida aquí. Y esos componentes fueron fabricados en Europa bajo protocolos de calidad también escritos por ARSAT, y supervisados “in situ” por nuestra gente. ¿Es suficiente argentinidad al palo, El País?

Se estaban plantando semillas para el brote de algunos posibles proveedores locales de sistemas en un país cuyas industrias electrónica e informática (casos de libro, Audinac y Cifra) habían sido arrasadas por Martínez de Hoz y luego Cavallo 1.0 y 2.0.

Un ejemplo son los minipropulsores eléctricos de “stationkeeping” del nonato ARSAT 3 (la intraducible palabra significa “mantenimiento de altura orbital y de apuntamiento de antenas”). Cuando afuera empezaban a tomarse a ARSAT en serio, a fines de 2013, la francesa Thales nos hizo un par de cabeceos tangueros para co-desarrollar una propulsión eléctrica. En la milonga GEO, buen bailarín mata a platudo.

Esto cuesta entenderlo, porque la gente toma como modelo de competencia la que reina, por ejemplo, entre Walmart y Carrefour. En satélites, en cambio, es como en la aviación: competencia feroz, pero colaborativa. Si fabricás las mejores placas fotovoltaicas, te las pagan por buenas hasta tus peores rivales. Planear el desarrollo de futuros proveedores privados argentinos de subsistemas satelitales era ir delineando el país que podríamos ser, sustituir exportaciones en lugar de sustituir importaciones. Es lo que hizo Jorge Sabato en los ’60 desde la Comisión Nacional de Energía Atómica, refundando ramas enteras de la metalúrgica argentina privada que hoy son jugadoras mundiales, como IMPSA y TECHINT. Es lo que hace desde 1976 INVAP en electrónica, materiales especiales y software. Es lo que intentamos desde la ARSAT fundacional: fabricar fabricantes.

El ARSAT-1 crecía, lento y gigantesco, en una sala limpia de integración con anexos para testeo de pre-vuelo. Pertenece a una sociedad con INVAP llamada CEATSA. En 2014, semejantes instalaciones eran una novedad en el Hemisferio Sur, una catedral del conocimiento práctico. Ocupa la mitad en volumen del complejo barilochense de INVAP. No conocemos a nadie que haya visitado el lugar, incluido más de un funcionario macrista, sin sentirse al menos un poco aturdido por el tamaño de todo, por la exquisitez del equipamiento, por la minuciosidad de los procedimientos. ¿De modo que éramos capaces de eso? ¿De modo que había que matar aquello? Algunos se iban con la duda. Y a un par al menos “los dimos vuelta”.

En ese templo INVAP y ARSAT se casaron sin gran amor pero “por la patria”, y ahí aprendieron a respetarse (un poco) sobre la marcha, y a hacer respetar a la Argentina, asunto peliagudo sobre todo entre argentinos. Había que ser un tremendo hijo de puta para romper esa unión. Pero aquí no faltan.

(Continuará mañana)

Alfredo Moreno, informático, profesor de TICs en la Universidad Nacional de Moreno, delegado de ARSAT ante FOETRA.
Daniel Arias, periodista científico, ex RRII de ARSAT

(La 3° parte y conclusión de este artículo está aquí)