Cómo se reduce el riesgo de contagio del coronavirus. Y cómo NO se lo reduce

Estos son consejos sencillos, obvios, de la Organización Mundial de la Salud. Si creemos convenientes repetirlos aquí, es porque vemos un alto grado de histeria mediática en relación a este tema.

Cierto, el COVID-19 es muy contagioso, y al ser un virus nuevo (o una nueva cepa) los humanos no tenemos defensas naturales. Pero el número de víctimas fatales, en todo el mundo, es inferior todavía a las provocadas por la gripe común, por ejemplo. Y muy inferior a las que provocan los accidentes de tránsito.

En la mayoría de los países desarrollados se están buscando vacunas. Pero, con las pruebas necesarias para un tratamiento nuevo, es muy difícil que estén disponibles antes de dos años. Mientras, siguiendo estos simples consejos de higiene disminuye mucho el riesgo de contagio.

Agregamos al final un par de precauciones muy conversadas que no sirven.

El uso del barbijo está recomendado para las personas sintomáticas (es decir, para quienes muestran algunos de los síntomas); evita que las partículas de saliva -el vehículo que transporta el virus- se esparzan. Usar barbijo no protege del contagio al que lo usa, porque el contacto con esas partículas en la piel de las manos o la frente puede transmitir el virus, y confiere una falsa sensación de seguridad.

La experiencia muestra que tomar la fiebre en los aeropuertos no es eficaz: Australia lo hizo durante el brote de SARS en 2003, tomó la temperatura de 1,8 millones de pasajeros, aisló a 800 y ninguno dio positivo. Es un procedimiento que genera una falsa sensación de seguridad (como los barbijos), no detecta al que lo está incubando y distrae del paso necesario, que es la consulta precoz ante la aparición de síntomas.

Finalmente, Australia tuvo seis casos de SARS en total.