La canciller alemana Angela Merkel dejó estupefactos y en silencio a los legisladores que la escuchaban ayer martes 10 de marzo. Fue cuando anunció que hasta un “60 o 70% de los alemanes se infectarán con el coronavirus”.
“Enfrentamos un desafío que nunca antes habíamos tenido. Realmente depende de nosotros”, dijo Merkel, según el diario alemán Bild.
Hasta ayer se han detectado 1.457 personas infectadas con coronavirus en Alemania. Sólo dos han fallecido.
En estos días Merkel está siendo informada permanentemente sobre la evolución de la enfermedad por el ministro de Salud, Jens Spahn y por su ministra de relaciones exteriores, Helge Braun, quien ya había advertido que muchos eventos tendrían que ser cancelados para retrasar la propagación del virus.
Ésta no es una nueva preocupación de la canciller, provocada tal vez por la situación en Italia. Frau Merkel toma muy en serio todas las medidas de precaución; inclusive, advirtió contra la costumbre de estrecharse las manos (no queremos imaginar qué diría sobre el hábito argentino de besarse). El viernes pasado, en una reunión con sus apoyos electorales en su propio distrito de Stralsund, anticipó que no iba a estrechar las manos de nadie.
La actitud de Merkel no es un pronóstico de catástrofe: la mayoría de los contagiados son asintomáticos. Y la mayoría del resto se recupera. Pero la facilidad del contagio es un legítimo motivo de alarma, porque pone en tensión la disponibilidad de recursos médicos, aún en país rico como Alemania. Los gobiernos deben tomar medidas y la gente debe cambiar costumbres.