Atucha II: una crónica argentina – Conclusión

Ante la falta de técnicos en el país, Nucleoeléctrica tuvo que entrenar a centenares de soldadores “de alta” para terminar Atucha II

(La primera mitad de este artículo está aquí).

Si Atucha II hubiera sido terminada en tiempo y forma, es decir en 1987, ya estaría en el último tercio de su primera vida útil programada. NA-SA, la CNEA y la ARN estarían sentadas en una mesa discutiendo su extensión de vida útil.

En 1984 sólo teníamos la pequeña Atucha I, entonces de 320 MW, y la mediana Embalse, de 600 MW, en Córdoba. Juntas no sumaban 1000 MW. Pero la contribución nuclear total (producida por la pequeña Atucha I y Embalse) al Sistema Interconectado Nacional (SIN), entonces mucho menor que la red actual, era del 10% de la electricidad anual circulante. Y es que por su diseño muy robusto, las nucleares se bancan un “uptime” que demolería a cualquier central térmica.

Pero entre 1987 y 1988, todavía en épocas de Alfonsín, la contribución nuclear se disparó al 14 o 15% sin ningún añadido al parque nuclear. Sucedió porque el parque térmico, formado por viejas máquinas a fueloil, estaba hecho fruta y falto de mantenimiento. Pero también por esas oscilaciones secas que hoy llamamos “eventos Niña”: faltaba agua simultáneamente –algo que no se creía posible- en enclaves hidroeléctricos tan alejados uno de otro como el de los ríos Limay y el Uruguay.

Bienvenido al cambio climático, señor Secretario de Energía Jorge Lapeña. Ud. sí que nos hizo sacar a todos chapa de doctores en apagones, entre 1987 y 1988. Apagones de 8 a 12 horas diarias en el AMBA. Todos los malditos días de ambos veranos. ¿Cómo olvidarme, si yo vivía en un departamentito en un piso 19, y tenía que subir con los baldes de agua, 10 kilos en cada mano, 4 o 5 veces por día? ¿Sabe cómo me acordaba de Ud?

¿Y cómo no recordar los tortazos diarios que veía desde el balcón en la avenida Luis María Campos, tan llena de colectivos que iban como los bomberos, y tan difícil de cruzar con todos los semáforos apagados? ¿Cuánta gente terminó en terapia intensiva o en la Chacarita por esa encantadora desidia del señor Secretario de no preocuparse por mantener el parque térmico, o por su jovial confianza en la lluvia, o por poner siempre cuanto palo se pudiera en la rueda para que Atucha II no se terminara?

De haber entrado en línea en 1987, como debió, Atucha II habría aumentado el aporte atómico a la red a entre un 17 y un 20 % sin esfuerzo. Tal vez el gobierno del doctor Raúl Alfonsín se habría salvado de algunos de esos apagones estivales monstruosos que tanto corroyeron su autoridad. Y que, sumados a las hiperinflaciones, le pusieron fin prematuro a su mandato, por exceso de pruebas de acefalía.

Hasta su muerte en 2009, el popular dirigente bonaerense jamás mentó el tema. Pero desde que en 2003 la demanda eléctrica empezó a crecer en flecha, a razón de 1,5 puntos por cada punto de suba del PBI, al menos un par de presidentes –Néstor Kirchner y luego Cristina Fernández- trataron de no repetir la historia de Alfonsín y su peculiar secretario.

Sin el peculiar secretario y decenas como él, la historia argentina pudo ser muy distinta. En 1983 la CNEA se quedó sin fondos en medio de un plan de 6 centrales en asociación estratégica con la República Federal Alemana y Siemens. La primera de ésas 6 era Atucha II. Las 3 últimas de esa serie serían aún mayores, de 1100 MW, pero siempre de uranio natural y agua pesada.

La idea del contralmirante Carlos Castro Madero, el artífice de aquel plan, era mucho mayor que tener 4 o 5 mil MW nucleares. El propósito era exportar a los países del Tercer Mundo. Y que la Argentina fuera un socio igualitario de Alemania, dado que en este tipo de máquinas PHWR, de uranio natural y agua pesada, nuestro “know-how” ya estaba a la par, y en cualquier obra en tierras lejanas nuestra hora/hombre de ingeniería era, a igual calidad, mucho más barata que la alemana.

En 1987 pude ver las pruebas de aquel delito de “hybris”, como lo habrían llamado los antiguos griegos. Abel González, ingeniero nuclear, experto en radioprotección y a la sazón gerente de ENACE, me presentó unos planos que hacía semanas quería mostrarme, como un regalo. ENACE era una firma mixta en todo sentido, combo de lo público y lo privado, de lo argentino y lo alemán: CNEA iba con el 75% de las acciones, Siemens con el 25%.

“Pero ésta es Atucha I”, le dije a González, un poco decepcionado. Me miró con bronca. “¡No, Arias!… Bueno (se atajó un poco)… En fin…. es parecida pero más potente, 380 MW. Y tiene muchísima seguridad activa, mirá la cantidad de generadores de back-up. Le pusimos ARGOS 380. No, nada de mitos griegos, Arias, es un acrónimo de ‘Argentine Offer for a Safer Nuclear Reactor’. La estamos mostrando en el Norte de África. Y hay ganas de comprar, muchas… pero también un problema”, me dijo.

¿Cuál? En 1987, mientras sucedía esta conversación, ENACE debía estar inaugurando Atucha II y empezando a cavar los cimientos de dos centrales más del mismo tipo, pero «ni ahí»: el avance de obra estaba atascado en el 30%. Horrible publicidad para un potencial exportador. Si no podíamos ni siquiera completar Atucha II, ¿quién que no estuviera loco nos iba a comprar clones mejorados de Atucha I?

González estaba teniendo un mal año, y el país, una mala década. El mes anterior González había tenido que hacer desalojar con Gendarmería la obra, otra vez detenida por falta de fondos, y nuevamente tomada por los obreros que se veían venir otro gran raje. “Mi viejo era un laburante de la construcción. ¿Entendés lo que me pasa, Arias, cuando se arman estos quilombos?”, me había dicho González en aquella ocasión. Estaba abrumado.

En aquella misma semana González había ido a ver a Mario Brodersohn, secretario de Hacienda de Alfonsín, para destrabar fondos prometidos pero no entregados para la obra. González le aseguró a Brodersohn que sin Atucha II el Sistema de Interconexión (su nombre de entonces) se iba al tacho aquel mismo verano: habría cortes.

A izquierda, nuestro Rafael Grossi, hoy director del OIEA. A derecha, Abel González. Lugar: Viena. Tema: seguridad radiológica

Brodersohn -parte de un grupo de economistas a quienes los medios llamaban «tecnócratas» aunque no diferenciaban tuercas de tornillos- casi no lo escuchaba: estaba pendiente de la evolución de algún bono argentino, y exigía actualizaciones de valor a su secretario cada 5 minutos. Tras 40 minutos de ninguneo, González se fue obviamente con las manos vacías otra vez.

Meses después, González se tomó un avión a Viena para volverse la mayor referencia mundial en protección radiológica en el Organismo Internacional de Energía Atómica. Fue el primer experto occidental que los soviéticos dejaron ingresar a Ucrania para inspeccionar la planta siniestrada de Chernobyl. Perdimos otro jefe de proyectos de la gran siete. Pero ésa es otra historia.

El programa de Castro Madero habría sido posible sin el endeudamiento externo atroz que promovió José Martínez de Hoz, “Doctor Joe”. Pero llovido sobre mojado, en 1982 la Argentina se había metido en una guerra inesperada con un país de la OTAN, y en 1983 anunció –para sorpresa de esa alianza militar- que tenía dominada la tecnología de enriquecimiento de uranio en una plantita perdida en la quebrada de Pilcaniyeu, en la estepa rionegrina. En los días que corren hoy y por menos que eso, los EEUU y la OTAN te invaden o te bloquean.

Invadirnos (se sabe desde 1806) es difícil, y bloquearnos (se supo en 1847) muy caro. Resultó mucho más fácil bloquear los fondos del hasta entonces poderoso Programa Nuclear Argentino, y dejar que se lo devoraran los costos improductivos de tanta obra parada: Atucha II, la Planta Industrial de Agua Pesada (PIAP) de Arroyito, Neuquén, el Laboratorio de Procesos Radioquímicos de Ezeiza, y siguen los nombres…

Con pisarle la plata a la CNEA, el resto sucedía solo: que los precios se dispararan por renegociación de contratos, por juicios de despido, por almacenamiento de piezas críticas en salas de atmósfera de nitrógeno, etc. Es más cara una obra parada que una terminada, siempre, y Atucha II fue un caso de libro de texto. Cuando se termine el año próximo va a haber costado 2 o 3 veces su precio inicial por kilovatio instalado, aunque –para embrollar más el cálculo- no a dólar constante. U$ 1000 en 1981 son el equivalente del U$ 2800 a fecha de 2014, año en que se pondrá crítica.

Intocable desde su fundación en 1950 hasta 1983 para decenas de gobiernos de la más distinta laya y legitimidad (o sin ella), a fines de los ’80 la CNEA dejó hasta de cobrar la electricidad que le vendía al estado. Con tanto vendepatria conspirando contra ella y desde adentro de ella, pasó de reina a mendiga en muy pocos años. Ya en épocas de Menem y de la Alianza, se la degradó en el tótem estatal, quitándole la dependencia directa del Poder Ejecutivo y poniéndola a rodar por distintos ministerios. Y se buscó con ahínco la jubilación prematura, el desaliento y la dispersión de sus expertos, mientras simultáneamente se impedía el ingreso de profesionales jóvenes.

Y todo sucedió sin que ningún presidente explicara que se cumplía con un ultimátum externo, plasmado elípticamente como “recomendaciones” de bancos, fondos y países acreedores. Y sin que ningún dirigente hasta 2004 se planteara los costos para el país de semejante apagón nuclear, si alguna vez salíamos de la monodieta noventista de deuda, ajuste y recesión.

Pero en 2003 fuimos dejando esa noche atrás y la economía volvió, inesperada, a crecer, y en cuanto lo hizo, a tropezarse con sus límites energéticos. A fuerza de apagones, el país (o una parte de él) descubrió que necesita otra matriz energética. ¿Hoy estaríamos pagando 12.000 millones de dólares anuales por importaciones de combustibles gaseosos y líquidos, si en lugar de 957 escuetos megavatios nucleares instalados la Argentina tuviera los 6000 que planeaba tener a fecha de hoy, allá en tiempos del contralmirante Carlos Castro Madero? Ni ahí.

Operación “Levántate y anda”

La lógica de terminar Atucha II: si exportamos reactores como el OPAL, vendido a Australia, podemos exportar centrales. Pero si no terminamos Atucha II, no vendemos más reactores.

En 2005, vista el techo energético que tenía el crecimiento argentino, el presidente Néstor Kirchner ordenó sacar Atucha II “del freezer”, medir el avance de obra y estimar los costos para terminarla.  Se juzgó que estaba hecha al 93% y con 700 millones de dólares más se terminaba en 2009. Fueron cuatro subestimaciones implícitas en tres. Faltaba mucho más montaje, mucho más plata y 5 años más de tiempo. Pero sobre todo, faltaban más ingenieros nucleares. En 1987 ya se estaban yendo del país unos 3 por mes. No quieras contar cuántos quedaban en 2005.

¿Y de dónde sacarlos? Al cerrar ENACE para tratar de privatizar las centrales, don Domingo Cavallo cerró el ingreso a planta de la CNEA y de NA-SA de los egresados del Instituto Balseiro. Tanto éxito tuvo la movida en eliminar a toda una generación de expertos que en 2006, cuando Kirchner decidió completar Atucha II, se quiso recontratar jubilados y otros “duros de matar” menos canosos (pero más remisos a emigrar). Incluso tentándolos con los muy buenos sueldos que empezó a pagar NA-SA, sólo volvió a filas el 10% del plantel original. El que se quemó con leche, ve una vaca y llora.

La vieja Dirección de Centrales Nucleares (DCN) de la CNEA había sido particularmente devastada: era el reducto de los fieles del extinto Jorge Sábato, el ideólogo del Programa Nuclear hasta 1976. Allí, bajo la dirección de Bernardo Murmis, se juntaban “los Sabatianos”: profesionales poco proclives a romances con Alemania Federal, y muy de la idea de desarrollar en forma independiente una central argentina de tubos de presión parecida a la CANDU canadiense.

La AECL, la empresa estatal canadiense propietaria de esta tecnología, estaba contentísima de tener hinchada propia y vehemente dentro de la CNEA, pero de volver a financiar una obra en Argentina ni hablar. No tras los problemas que habían tenido para cobrar Embalse cuando la hiperinflación de 1975, el llamado “Rodrigazo”. Los “canucks” también se habían quemado con leche en estas pampas de Dios.

Por lo demás, a partir de 1974, la diplomacia de los EEUU obligó a Canadá a exigir que sus clientes nucleares firmaran el Tratado de No Proliferación, TNP, un documento que le complica la vida a los países como el nuestro, no proliferador, pero exime de obligaciones a los verdaderos proliferadores. Con eso destruyeron a la AECL, espantándole a la clientela. Desde entonces, sólo vendió 4 centrales y en 2011 se fundió.

Los alemanes tendrían una tecnología más compleja y cara, pero también bolsillos más profundos y ninguna voluntad de someterse a las órdenes del Departamento de Estado. El propio Castro Madero en 1976 había presentado un primer plan de 4 CANDÚ idénticas a Embalse, pero ante las trabas diplomáticas de Canadá, debió resignarse a la ingeniería alemana, más compleja y cara. Y tanta onda le puso al plan B que hasta tejió con Alemania la asociación estratégica, y fundó ENACE. Por fuerza ahorcan, como dicen en España.

Los de la DCN no estaban tan locos: en realidad, la CANDU es el único tipo de planta de uranio natural que tuvo éxito de ventas internacional: hay 29 CANDÚ “legítimos” vendidos por la AECL en Canadá, Corea del Sur, China, La India, Pakistán y Rumania, y 11 “clones” más en la India, hechos sin autorización de Canadá. Y a añadir, 6 más en construcción, también en la India. Andan joya.

El complejo de las Atuchas I y II junto a las barrancas sobre el Paraná de las Palmas. Son 2 prototipos únicos en el mundo.

En cambio sólo existen 2 reactores de tipo PHWR (presurizados de agua pesada) con recipiente de presión. Son nuestras germánicas Atuchas, que ni siquiera puede decirse que sean la misma máquina con distintas potencias, porque hasta los elementos combustibles son sutilmente distintos. Cada Atucha es un prototipo, y además, un prototipo sin futuro.

¿Por qué sin futuro? Por abandono del proveedor. Resultó que además de cerebros propios, habíamos perdido ajenos. En los ’90, en un ataque de antinuclearismo frecuente en la política de Alemania, Siemens le había vendido su división atómica a la estatal nuclear francesa FRAMATOME, ex EDF, y que luego se transformó en AREVA.

Pese a su manía de cambiar de nombre como quien cambia de medias, esa empresa estatal francesa ha sido y sigue siendo la mayor y más exitosa constructora de centrales nucleares de la historia, con 57 unidades en suelo francés. Es más, las centrales de mayor futuro de las empresas nucleares chinas son copias potenciadas y mejoradas bajo licencia de la central EDF de 900 MW.

Cuando en 2006 la Argentina quiso resucitar Atucha II, los alemanes ya no entendían mucho de la materia, y los franceses nos hicieron saber que éramos un peludo de regalo en la Pampa Húmeda del que no pensaban hacerse cargo. Ni terminarían la obra ellos, ni nos darían garantía alguna sobre aquella tan extraña tecnología teutónica de uranio natural. Fue un doble sopapo para la Argentina. A veces vienen bárbaro, esos sopapos.

Nos cayó la ficha: no tendrá mayor valor comercial en estos tiempos, pero somos los mayores y además los únicos expertos del mundo en Atuchas. La primera evidencia de esto la habíamos tenido en 1987, cuando se rompió un elemento combustible dentro del primario de Atucha I. La Siemens nos ofreció el favor de reparar la central por 200 millones de dólares, destapando el recipiente de presión y parándola un año y medio, mientras al país se lo comían los apagones del peculiar señor Secretario Lapeña.

Expeditiva, la doctora Emma Pérez Ferreryra, presidenta de la CNEA, apretó los dientes, le juró al alarmado presidente Alfonsín que estaba todo bien, juntó a la DCN, a INVAP y a TECHINT, reparó la central en 9 meses y por 17 millones, y su ruta. “No comment”, como dicen los políticos en los policiales de TV.

Somos muy “atuchólogos”. Con cero ayuda externa y en la peor hora de su historia, la CNEA durante los ’90 aumentó la potencia neta de Atucha I de 320 a 335 megavatios eléctricos cambiándole el uranio natural por ULE (levemente enriquecido), y además logró duplicar el bajísimo quemado de diseño original, con un ahorro de combustible de 7 millones de dólares anuales.

Sacada la cuenta de tanta atuchología rendida con buenas notas, en 2006 para terminar Atucha II le pedimos ayuda al único país que podía dárnosla en el mundo: el que está bajo nuestros pies. Argentina, lo llaman.

El fin de lo infinito

Aérea del predio de las Atuchas, con el Paraná de las Palmas en primer plano

NA-SA dividió la obra, se asignó el montaje del reactor y de los sistemas de cambio de combustibles, de ventilación y de control, y empezó a licitar la finalización de otras partes. Fue el fin de lo infinito.

Electroingeniería hizo el edificio del reactor y su “annulus”, amén de sistemas de refrigeración de emergencia. En realidad, la firma cordobesa ya se va retirando de Atucha II mientras se prepara para jugar en la siguiente gran licitación: el “revamping” de Embalse para sacarle 20 años más de vida útil.

Techint hizo el edificio auxiliar de turbinas. IECSA, los piletones para combustibles gastados y las plantas de tratamiento de aguas. DYCASA, las terminaciones de la obra civil.

NA-SA, dirigida por el mentado ingeniero José Luis Antúnez, otro a quien conozco sólo por teléfono, hizo magia. Con las viejas ENET (Escuelas Nacionales de Educación Técnica) cerradas durante más de una década, en el país no había ni siquiera suficiente cantidad de soldadores de alta calificación para la obra. Hubo que organizar una escuela y formarlos “in situ”.

Antúnez logró incluso que Siemens reapareciera para montar la turbina, y la propia AREVA –que en los ’90 se comía crudo el mundo, pero hoy retrocede ante el empuje exportador nuclear chino y coreano- se costeó hasta estas pampas olvidadas de Tata Dios para reconvertir la vieja sala de mandos de instrumentación analógica a digital. Algunos “relojes” alemanes viejos se mantuvieron por su insobornable exactitud o más bien –sospecho- por su encanto “vintage”. Vean si no:

Es el caso del medidor de desintegraciones nucleares que se ve en la foto de arriba. Y la traza roja corrida hacia la derecha del papel troquelado (¿de dónde lo sacan?) indica el inicio de la reacción en cadena. Veo eso y siento lo mismo que cuando escuché por primera vez el Aleluya de Händel, pero en mi familia saben que soy un caso grave.

INVAP, la única empresa exportadora nuclear del Tercer Mundo que compite con el Primero y en el Primero (y gana), hizo tres trabajos modestos pero de sustancia: construyó dispositivos y máquinas especiales para las penetraciones del recipiente de presión, alineó con precisión de 0,5 milímetros los canales de refrigeración con las penetraciones de la tapa del mismo (son 356 agujeros en una monopieza de 250 toneladas), y con su mucha experiencia de puesta en marcha de reactores, escribió los procedimientos para la entrada en línea de Atucha II.

A futuro, INVAP se encargará de definir el tratamiento y gestión de los residuos radioactivos “de alta” (combustibles quemados), “de media” (resinas y filtros de depuración de los sistemas de enfriamiento) y “de baja” (eventuales derrames de agua pesada, descarte de guantes y guardapolvos usados en “áreas calientes”, etc). Esto me lo explica el ingeniero Fernando Macario, de INVAP, y a deshoras. Lo estoy haciendo quedarse tardísimo en el trabajo… Bueno, sí, ya entendí, buenas noches, Fernando.

Hoy Atucha II me interesa no tanto por su tecnología, una rareza francamente ya más criolla que alemana. Tampoco por la electricidad que dará, por muy firme que sea. Me interesa porque significó el reagrupamiento de firmas privadas argentinas de ingeniería alrededor del Programa Nuclear, un milagro tras décadas en que los ingenieros argentinos manejaban taxis y los científicos eran mandados a lavar los platos por un muy mentado señor ministro de Hacienda.

Hoy en Atucha II algunos empresarios sacaron chapa nuclear, como dijo Arbarellos. Y los que la tenían desde tiempos viejos, hoy la lustran para quitarle la pátina, porque vuelve a tener valor. Ahora van apareciendo otras empresas: los peones, las torres y los caballos criollos en un ajedrez nuclear internacional donde antes la Argentina jugaba sólo con un rey, muy incisivo pero único: INVAP.

Y cuando se haya puesto en marcha Atucha II, muchas de estas empresas tendrán un nuevo campo de entrenamiento en la extensión de vida útil o “revamping” de Embalse. Y probablemente también jugarán en la cuarta central, Atucha III CANDÚ, 700 megavatios, con CANDU Energy, la continuadora de AECL, dispuesta a colaborar… ¡y China deseosa de dar financiación!

¿Sólo para salir en la foto? Obviamente no. China nos financia el 85% de una central en la que participará con muy pocos componentes (el 15% en valor). Por supuesto, a condición de vendernos también su máquina “de bandera”, la Hwalong-1, que tiene la ventaja de ser de tercera generación plus, pero la contra –para nosotros- de quemar uranio enriquecido. En esas negociaciones anda don Antúnez, me dicen, lo cual quizás explica por qué no me contesta los llamados. Dejo la polémica uranio natural vs. uranio enriquecido para otra ocasión.

Lo evidente es que el mundillo nuclear en el exterior parece tomarse nuestro renacimiento en la materia más a pecho que nosotros mismos, prueba de que fuimos grandes. De seguir vivo, Jorge Sábato estaría muy extrañado pero probablemente muy contento. Maestro de la ironía como era, tal vez estaría buscando alguna frase mordaz para definir este momento rarísimo. O más probablemente, como todos los que traté de entrevistar, estaría corriendo como loco de aquí para allá y no tendría ni 10 minutos para sentarse conmigo, ni siquiera por teléfono.

Casi simbólicamente, al lado de esa escuela gigante en que devino Atucha II, la Argentina está construyendo el pequeño prototipo de 32 megavatios de su primera central puramente propia, el CAREM. Y ésa sí que es tecnología interesante para nosotros y para el mundo, mucho más que la de Atucha II.

Porque es nuestra.

Daniel E. Arias