José de San Martín, un gran hombre y un gran militar. Hubo otros de quienes puede decirse lo mismo, en esos años en que el Imperio Español se desmoronaba y surgían nuevas naciones en medio de revoluciones y guerras civiles. Pero a él se le puede agregar algo todavía más raro: que no lo mareó ni la gloria ni el poder y que, como prometió, «nunca desenvainó su espada para derramar sangre de hermanos».
Nos dejó un ejemplo con el que nos resulta difícil medirnos. Tal vez por eso se lo ha recubierto de bronce, y nuestro artistas reflejaron más a la estatua que al hombre. Los invitamos a ver una película que trató de mostrarlo. Si tienen el tiempo, cliqueen aquí.