Los aniversarios, sobre todo si se cuentan en décadas, son ocasiones para muchas palabras. Como sucedió ayer, al cumplirse 170 años de la muerte de José de San Martín. Está bien que eso suceda: no hay mucha conciencia histórica en la educación actual, y esta es una forma de adquirirla, fuera de las aulas. En AgendAR preferimos remitirlos ayer a una de las pocas películas argentinas que se han hecho sobre su vida. Pero mientras leía sobre él, recordé unas palabras que había escrito hace 5 años en un blog personal. Quiero compartirlas con ustedes:
«Una pregunta que me hice algunas veces es si tiene sentido llamar a San Martín “Padre de la Patria”. Libertador de varias, sí; en especial de Chile, que había sido reocupado por los realistas. En Perú, inició el proceso, le dió bandera y dirección, y si el último y poderoso ejército enemigo que ocupaba el interior y lo que después se llamó Bolivia fue derrotado por Bolívar, todavía hoy los peruanos lo recuerdan con afecto y son sanmartinianos. En Argentina, es razonable pensar que, en el plano militar – el decisivo – su independencia fue garantizada por las victorias de San Martín.
¿Pero “Padre de la Patria”? Su experiencia de niño, y de hombre cuando regresó, era de lo que los chilenos llaman “la Patria Vieja”, un lugar con memorias y afectos, amores y amistades, una identidad que se adivinaba a sí misma. Pero no era todavía una nación. Y su proyecto – frustrado, pero que podemos percibirlo a través de pasos y negociaciones muy concretas – era un Reino Unido que abarcaría el Perú, y probablemente Chile y las provincias del Río de la Plata, con un príncipe de la casa de Borbón – ¿Francisco de Paula? – como monarca constitucional. No pudo ser.
La Argentina que fue y que es resulta de lo que hicieron los argentinos que vivieron antes y los que vivimos ahora. Pero si queremos simbolizarlo en algunos nombres, la Patria que se construyó en el siglo XIX en el plano material: sus fronteras, su Estado, su organización política y económica, para bien y para mal, tenemos que aceptar que nuestros “padres” fueron Juan Manuel de Rosas, Bartolomé Mitre, y Julio Argentino Roca. Y dos tutores intelectuales, Domingo Sarmiento y Juan Bautista Alberdi.
Todos ellos tienen sus fans entre los argentinos, pero muy pocos dejan de rechazar a alguno o algunos de los otros. No importa: la rebelión contra los padres es parte del crecimiento.
Reflexionando en esto último, se me ocurrió entonces que San Martín cumple otro rol de Padre para los argentinos. Un rol que mencionan (en distintas épocas) los educadores, los sacerdotes y los sicólogos: el del portador de unos valores con los que nos referenciamos y medimos, a lo largo de nuestra vida.
En ese plano, San Martín es la figura del Padre al que los argentinos deberíamos esforzarnos en parecernos: alguien que eligió su misión en la vida con madurez – tenía más de 30 años – y trató de cumplirla por encima de las pasiones y las ambiciones personales. Alguien a quien le sobró una virtud que, por lo común, no se asocia con los argentinos: la responsabilidad.
En ese sentido, San Martín es el Padre que debemos merecer.»
A. B. F.