Cerebros, langostas y huevos en Argentina – Conclusión

Gallinas desinsectando y fertilizando una pastura ya comida por las vacas. Al fondo, el Ekobondi, gallinero motorizado que va de cuadro en cuadro. Olvidate de la tucura.

(La primera parte de este artículo está aquí; la 2°, aquí)

3. UN MODELO AGROPECUARIO SIN LANGOSTAS NI PLAGUICIDAS

Hablando de acridios perdidos, es inevitable mencionar una finca de 1200 hectáreas llamada “La Celia” en Huanguelén, en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires. En ese pueblo rural, allá por 1917, el joven médico Baldomero Fernández Moreno escribió poemas tan leídos que lo volvieron escritor profesional y recordado. Y en ese campo, La Celia, la profesión de tucura, redituable desde siempre, desde 2019 se ha vuelto peligrosa debido al Ekobondi.

El Ekobondi, hogar ambulante de unas 500 gallinas ponedoras, es puro ingenio criollo añadido al PRV, o Pastoreo Racional Voisin (PRV). Este fue un método de cría del agrónomo francés André Voisin, modificado luego en África por el edafólogo, guardaparque y capitán del equipo de rastreadores antiguerrilleros del ejército rodesiano Allan Savory.  En sus tres sucesivas  profesiones, Savory debió ser un agudo observador del suelo, y gracias a eso pudo adaptar el manejo Voisin a las sabanas con lluvias monzónicas –muy distintas de las francesas- de su país. En 1979, dado que ganó la guerrilla, éste cambió de nombre: hoy es Zimbabwe.

Peleado profundamente con el gobierno racista y colonial de Ian Smith, Savory de todos modos se había ido con un tremendo portazo de prensa del ejército, del parlamento y del país, y con el cerebro en ebullición: no sólo cuestionaba su pasado como militar, sino como guardafauna. Todavía hoy no se perdona haber sacrificado a más de 40.000 elefantes por haberle creído al manual agronómico y pensar que eran una sobrecarga para la fotosíntesis en las reservas faunísticas a su cargo, en el Norte de Rodesia. Hoy sabe que aquellos paquidermos eran exactamente lo contrario: la fuerza viviente que mantenía saludables esas sabanas. Es contraintuitivo, pero es cierto.

El capitán rastreador antiguerrillero Allan Savory, cuando Zimbabwe se llamaba Rhodesia

Hoy el PRV está “argentinizándose” con nuevas adaptaciones al ecosistema pampeano de frontera, delimitado por la isohieta de 500 mm. anuales de precipitación. Esta línea móvil se ha ido corriendo hacia el Oeste desde los ’70, y divide muy a su modo la Pampa Húmeda de la Pampa Seca. En La Celia, donde las lluvias son de una irregularidad casi perfecta, el PRV permite criar un rodeo vacuno considerable (casi 1100 Aberdeen Angus coloradas) de modo simultáneamente extensivo e intensivo.

Si eso no lo desconcertó, veamos lo que sigue: esa cría y engorde ocurren en una explotación mixta. Donde siempre se dedicaron centenares de hectáreas a cultivos industriales, hoy básicamente trigo y maíz: la soja aquí se viene abandonando, ya se verá por qué.

Subrayo: éste es el Ecotono Pampeano, no la Zona Núcleo. Aquí llueve… a veces. Y de modo impredecible. Y en patrones “overos”, como dicen los paisanos: pueden caer 50 mm. de sopetón en los campos del vecino, y cero en el propio. O viceversa. Es raro hasta de ver, pero frecuente.

La Pampa Seca y el Ecotono están muy sobrepastoreados y en proceso de desertización, dicen los manuales, no muy distintos en espíritu de los que Allan Savory no se perdona haber obedecido. Y si con esos pocos datos Ud. piensa que en La Celia deben estar sobrecargando muy poco suelo con demasiados animales, tiene razón. No se imagina hasta qué punto.

Es que ésa y exactamente ésa es la idea-base del PRV. Lo que descubrieron sucesivamente y por cuenta separada Voisin y Savory es que los pastizales y sabanas silvestres funcionan así: grandes rumiantes en sobrecarga… pero amuchados y de paso, siempre de paso; porque alrededor y detrás vienen los predadores. En un ecosistema de cría, los elefantes, los búfalos del Cabo, las cebras, los ñúes y los avestruces son sustituibles por vacunos, ovinos y aves de cría, y los predadores son remplazables por pastores. Lo que no es remplazable es el movimiento, el eterno movimiento.

Es debido a esos pulsos de sobrecarga transitoria que los pastizales silvestres son ecosistemas muy productivos y fundamentalmente estables. A diferencia de los pastizales de ganadería, de agricultura o de rotación convencionales, en casi unánime degradación mundial, los poquísimos que hoy siguen silvestres han conservado sus suelos intactos durante miles de años gracias a una sobrecarga que en realidad no es tal. Esto hay que explicarlo. Lo hacen los administradores actuales de La Celia en estos 2 videos.

Pero para no derivar del tema acridios, el Ekobondi llega a un lote tras su sobrecarga brutal, fugaz y deliberada con “las coloradas”, como se llaman aquí las Aberdeen Angus de raza muy pura: efectivamente, son casi de color zanahoria, y la carga del terreno nunca llega a la densidad maloliente de un “feedlot”: los grandes rumiantes en PRV siempre tienen suficiente pasto limpio de sus propias deyecciones para comer, y lugar para tenderse a descansar. A su vez, los lotes ya comidos por las coloradas y/o sus novillos o terneros/as tienen todavía restos vegetales importantes. Es lo que queda de pastura consociadas de alfalfa y gramíneas: matas del alto de un puño (el suelo en el PRV no debe quedar desnudo). Las plantas quedan cortadas a unos 8 cm. de la base, por la conformación de la boca de los bovinos.

Cuando se van los vacunos se han comido cualitativamente todo lo que les permitió su dentición, incluso pasto ovillo, festucas y agropiros. A esas especies más duras y amargas les hacían asquitos hasta 2015, cuando todavía La Celia estaba bajo manejo extensivo de la Dra. Mercedes García Zubillaga, la generación familiar anterior.

Esta empresa es familiar, técnicamente avanzada desde hace al menos 4 generaciones y respetuosa de lo que en el campo se llama “bienestar animal”. Eso explica su buena salud económica y agronómica lograda sobre sólo 2 propiedades: La Celia, de 1200 ha. y La Susana, de 600 ha., con el incordio de que distan más de 100 km. uno de otro. Los dueños, una sucesión de agrónomos, médicos y veterinarios, siempre cuidaron el suelo: no tienen tanto ni es tan bueno (demasiado arcilloso en La Celia, demasiado arenoso en La Susana, y de las lluvias ya se habló).

La posta la tuvo primero Pedro Zubillaga, ingeniero agrónomo. Lo siguieron el neumonólogo Willis García y la geógrafa Susana Zubillaga, que primerearon en la zona con la entonces novedad de la siembra directa. A recordar: todavía en los ’70 algunos agrónomos ortodoxos, esos de mirar mucho los libros y poco el suelo, todavía ordenaban romperlo con la rastra de discos pesados hasta dejarlo molido como azúcar.

Esa receta endiablada, sumada a la quema de los rastrojos de la cosecha “para fertilizar”, le rebajó medio metro y más a los profundos suelos oscuros de la Pampa Húmeda, librados por pura estupidez académica a la erosión pluvial y eólica operando sobre tierra desnuda. Aquí eso se terminó no bien llegó la tecnología necesaria para sustituirla: la máquina de siembra directa, que cava un pocito vertical e introduce y cubre la semilla, sin romper la estructura del suelo. La Susana y La Celia están bajo siembra directa desde los ’70, y la familia tiene su propia y vieja máquina.

La generación interina (la médica Mercedes García Zubillaga, que tomó la posta con el cambio de siglo) agarró ambos campos en plena furia del cambio climático, con la actual montaña rusa de años extremos de seca o de inundación y la casi desaparición de “la vieja normalidad”, avara pero más predecible. Y es que los extremos hídricos de la Pampa Húmeda se agudizan en esta frontera ecotonal con la Pampa Seca.

Desde 1994, con la la llegada de la soja resistente a glifosato, su monocultivo maníaco y el corrimiento de la isohieta de 500 mm. hacia el Oeste desplazaron masivamente a la ganadería en favor de la agricultura en esta ecorregión. Y la tentación de más de U$ 500 por tonelada de soja en 2012 y 2013 aquí hizo estragos y barrió con las rotaciones con otros cultivos.

Mucho más conservadora (en realidad, más avanzada), la doctora García Zubillaga prefirió mantener a rajatabla todas las rotaciones, las de leguminosas con gramíneas, y las de cultivos con pastoreo. Con eso mantuvo la salud del suelo, pese a su emperramiento en no liquidar el margen de ganancia de la empresa, crecientemente precario, en nitratos y fosfatos petroquímicos. Los usaba, claro que sí, pero muy por debajo de las recomendaciones. “Trabajo para la familia, no para las petroleras”, se peleaba a veces con colegas, agrónomos y contratistas.

Cuando en el pueblo le preguntaban cuándo iba a hacer “feedlot”, en lugar de desperdiciar así tanta hectárea cultivable, la doctora respondía que en esos chiqueros de vacas los animales comen basura industrial (cara) y viven estresadas por el hacinamiento y la mugre. Por ende, se enferman, y eso también es caro.

Por lo demás, como médica, está y sigue estando en contra de que las farmacológicas le vendan el 70% de su producción de antibióticos a los criadores intensivos de animales. El día en que sus pacientes requieren antibióticos betalactámicos o macrólidos para una infección pulmonar, la flora patógena generada en los criaderos de vacas, cerdos y pollos le traspasó sus genes de resistencia a las bacterias que infectan a los humanos, y las enfermedades se vuelven intratables.

Justamente, por eso del “bienestar animal”, desde tiempos del abuelo Pedro Zubillaga tanto en La Celia como en La Susana no se han talado jamás las isletas de monte nativo que interrumpen los campos: es sombra para los animales en verano. “Crecen mejor y gasto menos en veterinaria”, dice todavía la doctora. También es cierto que en los remates zonales los animales de La Celia se venden primero y generalmente a mejor precio, por su peso y su buena pinta.

No hace falta mucha agronomía para ver la conservación de suelos en La Celia, comparando la altura de ese campo con la de los caminos vecinales que lo limitan: las calzadas de tierra enripiada están tan roídas por la erosión pluvial y eólica que forman un cañadón de 2 metros de hondo. En épocas de Pedro Zubillaga, confirman las fotos familiares en blanco y negro, los campos y caminos estaban todos a nivel.

Bajo la administración de la doctora, ortodoxa pero extensiva, los animales eran sólo vacunos, y muy “fifís” para la comida: únicamente le entraban a la alfalfa y la cebadilla de las pasturas trabajosa y costosamente sembradas. Pero a la hora de los números, eso es como limpiarse a dedo la crema y el dulce de leche de la torta y no tocar el bizcochuelo.

Hoy se comen todo lo que sale 8 cm. por encima del suelo, y la cobertura vegetal remanente está llena de animales y semillas útiles, pero hay que saber mirar. Ésa justamente es una especialidad de las gallinas.

Anticipando su desembarco, los potreros comidos por vacunos se encierran con redes de plástico para tener afuera a los zorros, comadrejas y el eventual hurón, que los hay. Vivir desplegando y sacando límites móviles, como red de plástico o alambrado eléctrico es un trabajo inacabable, de romperse el lomo. Es inherente al PRV y no resuelve todos los problemas. Los zorros aprenden cómo burlar las barreras físicas: son zorros.

Cercado el lote, rueda hasta allí el Ekobondi y vacía su cloqueante cargamento de 500 ponedoras. Éstas escarban y escarban (son gallinas), se revuelcan en el terreno para darse baños desparasitantes de polvo, y durante 2 o 3 días, su vista agudísima no perdona bicho ni huevo, larva o ninfa: la hacienda invisible del suelo.

Generalmente hay muchas tucuras: duran lo que caramelos tirados en la puerta de un jardín de infantes. Si hay ootecas, se vuelven alimento balanceado. Las gallinas desinsectan el potrero como no lo podrían hacer muchas pasadas de avión o de camión mosquito, pero no dejan traza alguna de insecticidas. Son insecticidas, pero biológicos.

Lo notable es que también se comen bastantes semillas de las malezas espontáneas del lugar y las propias malezas, ya que están. Las Rhode Island son interesantes herbicidas si hay que resembrar la pastura, o prepararla para maíz o trigo. Y como lo que entra por proa sale por popa, estas aves le dan al terreno una segunda pasada de fertilización.

La primera fue la carga de nitrógeno, fósforo y celulosa salidos de la orina, el bosteo y el pisoteo de las vacas; que son el tractor biológico de esta simbiosis forzada. Luego pasa el Ekobondi, y sobre llovido, mojado.

Vaya anotando cuánta plata se sustituyó, a esta altura, en aplicaciones de urea y de fosfato diamónico, así como de defoliantes. Vaya sumando ahorros, incluidas las muchas contrataciones de laboreos. Y eso en un país que gasta U$ 2800 millones/año en agroquímicos, de los cuales U$ 2440 son importados. No hace falta ser contador para entender que el modelo agronómico actual va acelerando como un Fórmula Uno hacia una pared.

Cuando las Rhode Island se ponen viejas, se faenan. Pero desde la semana 23 de su vida, en adultez, transforman todo lo que crece o se menea en el suelo en carne y huevos, casi uno por día por gallina en su cumbre productiva. Lo hacen sin haber conocido el alimento balanceado industrial… y ahí va otro ahorro. Sólo se les suministra conchilla molida, para un extra de calcio que añada resistencia mecánica a la cáscara de los huevos.

Y estos son marcadamente distintos de los de los criaderos intensivos. Las tucuras, eterna plaga de la zona, y las vaquitas de San Antonio, predadoras inofensivas de otros insectos, le confieren a la yema un color más rojo. La exposición del ave al solazo local –aquí hay más heliofanía- le da al huevo un mayor contenido de vitaminas A y E. Y viene 100% libre de hormonas de crecimiento y de antibióticos, porque la sanidad y el desarrollo muscular de las Rhode aquí se logra con una vida activa y libre.

¿Agua? El Ekobondi está acondicionado con un tanque propio del que sale un caño con varios niples, de donde las gallinas beben exactamente lo que les pide el cuerpo, sin que se desperdicie una gota. ¿Vacunas? Sí, claro, el negocio lo dirigen dos veterinarios, todas las exigibles. ¿Antibióticos? Nones.

¿Antiparasitarios? Olvídate, cariño. Los coccidios, parásitos intestinales que son la perdición de los gallineros estáticos, tienen ciclo de 7 días, pero a los 2 o 3 días de “engallinado” un cuadro, el Ekobondi se muda al siguiente. Y al coccidio se le dice lo mismo que a los vendedores locales de agroquímicos: “Seguí participando”.

Como éste era un artículo sobre langostas (que se fue temáticamente al carajo), estoy hablando demasiado de gallinas. Pero el “core business” de La Celia es la venta de hoy 250 novillos anuales, que en 2015 eran sólo 150, logrados sobre igual superficie.

Desde que en 2015 los Raia-Manrique (y viceversa, es un matrimonio igualitario) fueron desplegando el PRV sobre la parte pecuaria del establecimiento, la producción de carne vacuna fue subiendo 20 toneladas cada año, es decir que cierran 2020 con 100 novillos más que en 2015, pese a que 2016 fue el único año “normalito” en lluvias desde que ambos veterinarios tomaron la posta. Los demás, fueron de encharcamiento o sequía severa, pero en La Celia el impacto fue menor porque el suelo, que nunca estuvo mal, ahora está mejor. Eso se aclara después.

Lo interesante es que un establecimiento que producía básicamente soja, maíz, trigo y carne ahora se volvió una “granja polifacética”. Así la llaman, aunque La Celia es demasiado grande como pasar por granja o chacra. Pero que es polifacética, y cada vez más, póngale la firma. Ponedoras, parripollos y ovejas dan fe.

Como en pueblo chico todos saben todo de todos, desde 2019 los vecinos de Huanguelén se apuran a llegar a las carnicerías, supermercaditos y verdulerías cuando llegan los maples de huevos de La Celia, por libres de antibióticos, antiparasitantes y otras sevicias químicas de criadero. No es que los huanguelenses sean ecologistas: el consumo de agroquímicos en los campos de la zona confirma lo contrario. Pero no son idiotas con su propia dieta.

Con los parripollos de La Celia quizás suceda lo mismo, porque los huevos “generaron marca” en la ciudad, que no llega a 6000 habitantes pero tiene buen nivel adquisitivo. Sin embargo, los parripollos son de una raza (Cobb, los típicos “doble pechuga”) cuya conducta fue modificada por demasiadas décadas de cría intensiva. A diferencia de las gallinas Rhode Island, carecen de hábitos exploratorios. No salen a ganarse la vida: no escarban ni se revuelcan en el polvo para desparasitarse. Se quedan como bobos junto al comedero, de modo que su dieta es más artificial y no rinden demasiados servicios de desinsectación, desmalezamiento y fertilización del terreno.

Se supone que en algún momento la fama local de comida sana que generan los huevos se contagiará a los 400 ovinos que llegaron al establecimiento, el cual venderá –cuando los haya- corderos pesados. Hace tiempo que no se veía ganado lanar en esta zona de la provincia y todavía no es fácil integrarlo al PRV incipiente de La Celia. En el orden previsto, el ovino se intercalaría entre el vacuno y las aves: las ovejas y corderos comen mucho más al ras que los bovinos, y sus deyecciones añaden más fósforo que nitrógeno al terreno. Lo complicado es que al ser la lana un aislante, el alambrado eléctrico de un único cable que contiene, disciplinados, a los vacunos en su lote, con los ovinos hay que ponerlo triple, más abajo y de mayor voltaje. Eso es tiempo, trabajo y plata.

Lo dicho, el PRV no es para dueños ausentes: hay que poner el lomo, aunque el menos en La Celia el trabajo no es rutinario porque todo es un experimento en curso, aunque va saliendo bien. “La Susana”, el otro campo a cargo de los Manrique-Raia (o viceversa) está alquilado porque queda lejos y los distraía de su obsesión, y todo lo que se hace allí es más convencional. Ya volverán a él, como dijo MacArthur cuando se fue de las Filipinas.

¿Qué es lo que les está saliendo mejor a los “y viceversa” en La Susana? Básicamente, el manejo de suelo. El pasto rebrota en la mitad de tiempo que hace 5 años, incluso en invierno. Y como dice con no poca genialidad Héctor Huergo, poeta máximo de la ortodoxia intensiva actual en las llanuras pampeana y chaqueña, el pasto es el principal cultivo de la Argentina. La gran divergencia del PRV es llevar esa verdad hasta sus últimas consecuencias. Ahora en La Celia hay pasto a año completo, porque la respuesta del suelo al tratamiento de recomposición orgánica es visible.

Por empezar, ya no se encharca, pese a la arcilla y a la total falta de pendiente. Es el mal combo de esta zona, donde los arroyos son poquísimos,  endorreicos, casi siempre carentes de agua y con invariable terminación en algún peladal blanquecino. Cuando en 2010, año muy lluvioso, conocí La Celia, la enorme propiedad era un damero de charcos a espera de evaporarse o de infiltración: aquel año, con la anoxia radicular, los rindes de la soja y el maíz –normalmente mediocres- fueron una lágrima. Huanguelén no es Pergamino ni Rojas, lectores.

El agua aquí se acumula en superficie sin infiltrarse mucho, hasta que se evapora,  y al año siguiente falta. Por eso, con la ruleta rusa que aquí impuso el cambio climático, no pasa año sin que se funda alguna familia otrora rumbosa, con un siglo entero en la zona. Hay que tener muchas hectáreas y espaldas para aguantar el combo de diluvios y secas, de  semilla transgénica y agroquímicos dolarizados, y la torta tóxica de impuestos nacionales y provinciales.

Aquel 2010 conocí también “La Susana”: 450 de sus 600 hectáreas eran una laguna llena de garzas y gallaretas. La habría podido recorrer mejor en kayak que en la prepotente Hilux con neumáticos como de tractor en que la atravesamos. A un metro y medio de profundidad se veían, prolijas, las hileras de plantas de soja, ahogadas. Cada una con una inversión de la gran siete en royalties para Monsanto, glifosato, urea perlada, fosfato diamónico y laboreos.

Dicho por segunda vez: en esta horizontalidad de billar del Sudoeste bonaerense, el agua aquí no se va fácil porque se infiltra poco. El PRV cambia este límite porque ahora los terrones –al menos en La Celia- tienen estructura, gracias a su contenido de ácido hialurónico.

Como enseñaba allá por los ’70 en su cátedra de Agricultura General de la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la UBA el agrónomo Jorge Molina Buck, este gel pegajoso se genera por la descomposición fúngica de la celulosa incorporada al suelo. De que haya celulosa aquí se encargan las vacas, al pisotear su bosta. Si quiere ver su estructura química base, es ésta:

El ácido hialurónico es una macromolécula constituída por cadenas de carbohidratos complejos, unos 50.000 disacáridos de N-acetilglucosamina y ácido glucourónico cada una. Estas cadenas forman espirales con un peso molecular de 2 a 4 millones de Dalton (es mucho). Y estas espirales retienen moléculas de agua a lo pavote por su gran cantidad de cargas eléctricas superficiales de grupos hidroxilo.

No se duerma, que ahora viene lo increíble. Como descubrió en su laboratorio Molina Buck, un terrón sin hialurónico se derrumba con 50 gotas de agua de medio centímetro de diámetro caídas desde un metro de altura. En cambio con hialurónico, ese terrón sólo se licúa con 1800 gotas, es decir resulta 36 veces más resistente a la lluvia. ¿Qué tal?

Este suelo obtenido a PRV no “se plancha” fácil. Si lo mira con lupa, no forma esa capita de 1 milímetro de espesor provocada por el impacto pluvial. Esa lámina nadie la ve pero –como decía Molina Buck- es impermeable como la fórmica, y constituye, mucho más que la lluvia en sí, la causa física de casi toda inundación de campos, y también de la seca ulterior, porque impide la infiltración, y ni le cuento si hay mucha arcilla.

Fundador de los Grupos CREA y de sus típicas reuniones de productores “de tranqueras abiertas”, Molina Buck, tan lleno de premios internacionales por su entendimiento global de la microbiología del suelo y de los ciclos del agua, aquí fue olvidado al toque de morirse (en 1998).

Molina Buck es nuestro Allan Savory criollo, aunque sin el FAL y sin elefantes muertos en el debe. Su pensamiento científico no podía durar, en medio de la emergente cultura asociada a la agronomía corporativa y petroquímica. Los resultados están a la vista.

El suelo actual de La Celia es poroso, aireado, y almacena bien las erráticas, lunáticas lluvias de este ecotono, que en años secos vuelve a su aridez histórica tan rápido como un ex fumador al cigarrillo. En años terribles, como 2017/8, o como este 2020 en curso, las leguminosas permanentes de raíz larga, como la alfalfa, llegan con lo justo al borde superior de la napa freática, que ahora está a unos 2 metros. Y sobreviven.

Los Manrique-Raia y viceversa (el orden no altera el producto, dicen) todavía no están haciendo rotaciones de pastoreo con cultivo. Con buen criterio histórico y geográfico, subordinan la agricultura a la ganadería.

Lo de ellos no es una vuelta al pasado sino un salto muy meditado hacia el futuro. El negocio núcleo de esta zona durante casi un siglo fue más la producción de proteína roja que de proteína verde. Y ahora vuelve a ello, pero no traccionada por la demanda de la bolsa de commodities de Shangai y a caballo de la cría intensiva, sino por cierta lógica de cercanía.

Un asadito en La Celia convence a cualquiera de la diferencia entre carne criada a pasto y la de novillo de “feedlot”, grasienta y chiclosa. ¿Los chinos entienden esa diferencia? ¿Están dispuestos a pagarla? No, coinciden los Raia-Manrique, ni ahí. Por ahora los chinos con plata están extasiados con poder comer vaca vieja, que era lo que les estaba vendiendo la Argentina hasta que el Covid-19 canceló los embarques.

Pero el mercado interno argentino sí diferencia esa calidad.

El día que China vuelva a comprar carne argenta, tal vez La Celia logre acceder a una certificación de carne orgánica y venderle únicamente a los jerarcas y millonarios asiáticos, cobrándoles un ojo y un riñón. Pero eso va a ser difícil mientras en los alrededores se sigan usando alegremente defoliantes como el 2,4 D y el glifosato.

Por ahora, las cuentas cierran bien porque este año ya son 100 novillos más que en 2015. ¿Qué techo tendrá esta rampa? Lo ignoran. Son gente de índole científica, hablan sobre hechos y evidencias: venden carne, no humo.

¿Va a volver alguna vez la soja a La Celia? Difícil, se encoge de hombros el matrimonio. Te obliga al Roundup, te obliga a los nitrogenados y fosfatados, que es como enterrar dólares, y aún así te empobrece el suelo y te lo plancha por falta de celulosa. El trigo o el maíz en cambio te mejoran la estructura del suelo, y si el maíz rindió mal o bajó su precio, lo usás para la “terminación” (el engorde final) de los vacunos.

¿Piensan en alguna leguminosa sustitutiva de la soja? Sí, la arveja, dicen sin dudar. Te nitrifica el suelo y se exporta bien, pero también se vende sin problemas en el mercado interno, todavía está libre de las interpolaciones genéticas y las exacciones económicas de los abogados de las semilleras, y de yapa, en un apuro, también te sirve para terminar el ganado.

Pero sólo tiene un 23% de proteína, objeta AgendAR (estuvimos leyendo un poco, jovencitos imberbes, trato de hacer notar). Es todo lo que necesitan las vacas, contestan ambos imberbes. El 35% de proteína extra de la soja no les sirve de nada al ganado, porque esa semilla se defiende de los mamíferos con “antitripsinas”, antígenos que bloquean las enzimas digestivas. Ups, los imberbes también leyeron. Además, es lógico que Paz sea imberbe. Máxime con ese embarazo de ¿seis meses?

Las antitripsinas hay que inactivarlas con tratamientos térmicos, siguen. No por nada los chanchos y pollos comen balanceado, Arias, no soja cruda. Y los pueblos del sudeste asiático hierven la soja largamente y la comen como subproducto culinario, tofu, sopa miso, etc.

Si exportás porotos de soja, no estás vendiendo alimentos y ni siquiera estás vendiendo forrajes. Estás vendiendo materia prima para hacer forrajes, capisce? Mucho más abajo no podés caer en las cadenas de valor del “agribusiness” mundial, dice Raia, decidido a destruir mi autoestima nacional.

¿Y cómo les rinde la agricultura comparada con la de sus vecinos?, los provoco, qué se creen. Cuando a los vecinos les va bien, como en 2016, cuando llovió lo justo, confiesan, ellos sacan 4 toneladas de trigo por hectárea, y la Celia a lo sumo produce 3. En maíz, los vecinos aquel mismo año sacaron de 6 a 8 toneladas por hectárea, y la Celia apenas 5.

¿Pero no se funden con esos rindes tan berretas? No, Arias, se asombran/exasperan/extrañan. ¿No entendiste nada? ¿Cómo nos vamos a fundir, si en comparación no gastamos casi nada en genética, fertilizantes, pesticidas y laboreos? ¿Nada de laboreos?, hago un último intento.

Se encogen de hombros: tenemos la vieja máquina de siembra directa que compró Willis, el abuelo de Paz. Y a veces pasamos una vieja rastra “de diente”, de acción muy superficial, con nuestro propio tractor (que tiene como 20 años). Y eso es todo. Tampoco gastamos tanto gasoil.

¿Y no los vienen a ver otros productores? Sí, claro, sobre todo algunos de nuestra generación: están podridos de vivir endeudados como sus padres. Y es que hacemos mucho despelote para difundir el PRV en las redes sociales. ¿Y cómo les va con eso? Más o menos, dicen. Los treintañeros son un público más atento a las redes que a los medios grandes. Y ahora están parando la oreja.

Justo el día anterior a la prohibición estricta de reuniones sociales, La Celia hizo su primera “Jornada de Tranqueras Abiertas”, como aquellas de Molina Buck que allá por los ’70 divulgaron la siembra directa. Huanguelén se daba esos lujos: permitirse reuniones porque no hay casos locales de Covid-19, me explican. Vinieron unos 20 productores, algunos desde otros partidos. ¿Y les gustó lo que vieron? Sí, les gustó. Sobre todo cuando miraron el suelo, dice Alejandro. Sobre todo cuando miraron los números, deja caer Paz.

¿Y qué piensan de las afirmaciones de Allan Savory, de que el PRV termina fijando carbono, en lugar de emitiendo? Qué sé yo… dudan. Si El Viejo tiene razón, va a salvar a la ganadería cuando empiecen a aplicarse impuestos a la emisión de carbono. Eso es algo que va a pasar sí o sí, aunque no sabemos cuándo ni cómo. Si está equivocado, vamos a ser la última generación en comerse un asado.

Los Raia-Manrique confiesan que no saben cuánto carbono absorbe la tierra con PRV, ni tienen modos objetivos y científicos de medirlo, aunque existen. Lo que les resulta evidente es que el suelo está fijando más carbono que hace 5 años. Eso se ve en la cantidad y calidad de pasto, cada vez más tierno, “cercano al punto de descanso de la tierra”, dicen un tanto enigmáticamente, y en los rindes crecientes en toneladas de carne. La Celia fotosintetiza más.

No estamos salvando al mundo de la catástrofe térmica, aseguran ambos veterinarios. No somos hippies ni misioneros. Pero queremos dejarles un buen negocio a nuestros cuatro pibes, cuando tomen la posta.  “Preferimos un modelo menos espectacular pero más resiliente y más nacional”, sintetiza Paz. “Y no cultivamos nada a lo que no podamos ponerle valor agregado” redondea Alejandro.

Personalmente, les querría decir, me gustaría que ellos y otra gente como ellos evitaran que otros productores argentinos medianitos terminen en la lona, y malvendiéndole la tierra a una corporación gringa o china. Dos cosas hicieron de la Argentina lo que fue en tiempos mejores e intenta seguir siendo. Fueron la educación pública y la propiedad mayormente nacional de su negocio agropecuario, del cual ya no controla la genética, los agroquímicos, el transporte fluvial y marítimo, y empieza a perder también la tierra. Perdé eso último y te volvés una republiqueta bananera, pero sin bananas.

¿Y qué piensan de la langosta?, les pregunto. Me miran, se miran y veo que “les está carburando el mate”. Claro, vos viniste por eso. Como contestación, me llevan hasta el Ekobondi. Es una caminata larga. La Celia es enorme. Van pintando algunas estrellas. Las luces de los vecinos empiezan a prenderse: uno a 5 km, otro a 8.

Aquí en Huanguelén, hace 103 años, el joven médico Baldomero Fernández Moreno escribió este “haiku” criollo y minimalista que todavía lo recuerda, y que sigue siendo cierto:

Ocre y abierto en huellas, el camino

            Separa opacamente los sembrados…

            Lejos, la margarita de un molino.

“La tarde se inclina/sollozando al Occidente”, como dijo Obligado, y las gallinas se están subiendo solas al Ekobondi, como se ve en el video. Lo hacen espontánea y colectivamente, son gallinas. Ud. lo puede constatar con cierta incredulidad en este otro video.

En toda la caminata, aunque voy interrogando el suelo con los lentes multifocales, no logro ver ni una triste tucura.

Daniel E. Arias