Compartimos este interesante análisis de Julián Guarino. Y agregamos algunas observaciones al final:
«Lo más importante de la presentación de Martín Guzmán en el Congreso esta semana no fue lo que dijo, sino lo que sugirió. El ministro dejó claro que, exceptuando la deuda y la reactivación, los esfuerzos más urgentes buscan eludir la devaluación del tipo de cambio oficial porque eso impactaría en la inflación y generaría un fuerte efecto pobreza.
Rodeado por diputados que buscaron penetrar en su esfera conceptual, el alumno dilecto de Stiglitz les dijo a todos (pero sobre todo a esa abstracción llamada “mercado”) que él piensa, de alguna forma, y en parte, igual que ellos, o que, como mínimo, sabe en qué están pensando y de qué están hechos los temores y fantasmas que deambulan aquí y allá.
Lo más importante de Guzmán fue que en el resumen, dio por entendido que ni medidas oficiales de control cambiario ni el crawling – peg que viene aplicando el BCRA, es decir, la devaluación progresiva y controlada de la moneda, formarán parte del camino que llevará a la economía argentina por el sendero de la estabilidad macroeconómica. En rigor, el ministro les dio a esos instrumentos un papel importante pero circunstancial: están ahí solamente porque, aquí y ahora, se los necesita. La novedad es que Guzmán no trató de defender el corpus de restricciones cambiarias porque sabe de antemano que si ese experimento funciona, lo hará en el cortísimo plazo, pero que de persistir con ese esquema podría abonar una serie de desequilibrios más relevantes; por ejemplo, un rebrote inflacionario.
En la exposición de Guzmán quedó claro el subtexto: el problema no es cambiario sino fiscal y monetario y tiene su origen tiempo atrás, pero ahora profundizado por la pandemia. Como buen estudioso de la economía, sabe que a diferencia de las últimas crisis cambiarias argentas (la de 2011 y 2013, pero también la de 2015, 2018 y 2019), la actual tiene detrás un desequilibrio fiscal y monetario más importante, y también una menor cantidad de reservas líquidas en el BCRA para afrontarla. A su favor, en cambio, cuenta con tipo de cambio real alto, y con algo de superávit comercial.
De alguna forma, la señal encriptada fue que él sabe que los “métodos” aplicados no serán efectivos en el tiempo: que en sus sueños húmedos, su colega Pesce piensa que el exceso de liquidez macro puede absorberse a través del crédito o que incluso el mercado de capitales puede ayudar. Que los controles cambiarios, desdoblamientos, gestiones para adelantar exportaciones sólo están ahí porque hay que detener la salida de dólares de las reservas y que la alternativa, la devaluación del peso (oficial), podría tener consecuencias sociales que nadie quiere. Por eso, si hay un dólar en la reserva del BCRA, ese dólar tiene que ser para el importador que trae insumos del exterior y que, de lo contrario, deberá ir al otro mercado (liqui, MEP, blue), e incorporar la cotización de ese billete en el precio final de su producto. En rigor, la promesa de Guzmán es que habrá menos gasto público (y emisión) en 2021, es decir, desandar el camino realizado este año. Promete achicar el déficit, respaldar la emisión monetaria y fortalecer las reservas para resucitar el valor del peso argentino. Esa promesa fue, ayer, un pedido de ayuda. Tiempo. Necesita tiempo. Porque a la crisis cambiaria, por ahora, no pudo frenarla el arreglo de la deuda con los bonistas, ni las señales del FMI, ni la presentación del presupuesto. Veremos si funciona el Plan Pesce.»
Observaciones de AgendAR:
Esta interpretación que hace Guarino del pensamiento íntimo de Guzmán nos parece acertada, en parte también porque quisiéramos que lo sea. Y es probable que lo sea: el ministro ha mostrado ser realista.
Pero queremos insistir en algo: tipo de cambio oficial es alto, para la mayoría de las actividades. Pero es alto ahora. Si la inflación continúa, tarde o temprano dejará de serlo. Y obligará a devaluar. El gobierno lo sabe, por supuesto -ahí reside una buena porción de su realismo- y devalúa lentamente. Pero, claro, eso alimenta la inflación, o, al menos, le pone un piso.
Porque el dólar no sube. Ni el oficial, ni el «blue». Es el peso que se desvaloriza, porque todos huyen de él. Repetimos algo que venimos diciendo hace 9 meses: un plan antiinflacionario creíble es difícil de lograr. Pero es imprescindible.