(La primera parte de este trabajo de Verónica Robert, Gabriel Baum, Nicolás Moncaut y Lucas Olivari está aquí)
El tipo de especialización construida en los últimos 15 años siguió la dinámica global del sector; entre otras razones, para aprovechar las oportunidades. La promoción sectorial hacía foco en la inserción exportadora. Para acceder a los beneficios fiscales que otorgaba la LPS las empresas debían cumplir con dos de tres requisitos: realizar inversiones en Investigación y Desarrollo (I+D), certificar calidad y exportar. De ellos, los dos últimos estaban alineados con una estrategia exportadora en el marco de cadenas globales ya que para insertarse como proveedores se requerían certificaciones (garantía del cumplimiento de estándares productivos que reducen los costos y riesgos de la tercerización).
De este modo, la LPS dejaba la puerta abierta para dos trayectorias posibles. Una basada en la diferenciación de productos vía I+D y en la explotación de modelos de negocios con mayores tasas de ganancia. La otra, basada en la oferta de servicios estandarizados donde la competencia se orienta a la reducción de costos. Sin embargo, la segunda es la que cobró mayor protagonismo. Por ejemplo, en el último informe de la CESSI, se indica que alrededor del 90% de las empresas considera que los costos salariales son uno de los principales problemas para el crecimiento. Hoy, el salario anual de un desarrollador de software junior en Estados Unidos es de cerca de 70.000 dólares, entre 8 y 10 veces más de lo que cuesta un programador argentino de la misma categoría.
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Contar con un sector de software exportador que se consolidó rápido en el mercado global es un gran mérito y un resultado nada desdeñable de la política industrial. Sin dudas la complejización del perfil productivo y comercial argentino es el único camino para el cambio estructural y el desarrollo económico. La LPS ya hizo su aporte. Por eso, hoy es momento de redoblar la apuesta y procurar una mejor inserción exportadora.
La nueva LEC no explora esa posibilidad. Al contrario, alienta a otros sectores industriales y de servicios intensivos en conocimiento a replicar el “exitoso modelo de la industria de Software”. Esto lo vemos, por ejemplo, en los requisitos para acceder a los beneficios fiscales que ofrece este proyecto legislativo, entre los que se mantiene exportar y certificar calidad, pero permite canjear la acreditación de I+D por actividades de capacitación. Es decir, clausura, al menos de forma parcial, la trayectoria de crecimiento apalancado en la innovación y la diferenciación, y se fortalece la especialización en la provisión al mercado global de servicios de menor valor relativo.
Esto profundiza un modelo exportador que garantiza a clientes globales previsibilidad en los proyectos de desarrollo y calificación y calidad de recursos humanos a bajo costo. Pero no genera espacios para la apropiación local de los conocimientos y las rentas de innovación que las capacidades y competencias argentinas contribuyen a formar. Exportar horas hombre programador no es más que la exportación de un recurso en bruto. Se diferencia quizás en que el segundo se halla en la naturaleza, mientras que el primero fue construido con inversiones públicas en educación. Por eso decimos que la exportación a bajo valor de trabajo informático no es más que una nueva forma de extractivismo.
Muchas veces se da por entendido que la promoción de las industrias intensivas en conocimiento, como el software o los servicios empresariales, se justifica en su transversalidad y porque permiten que otras industrias ganen competitividad. Pero la orientación exportadora basada en bajos costos atenta contra eso. Ahora las empresas locales deben competir por recursos humanos calificados, formados en instituciones y universidades públicas con demandantes globales de mayor poder adquisitivo que se llevan la mayor parte de los beneficios del desarrollo del sector en nuestro país.
Seguir orientando los esfuerzos en la misma dirección -como propone la LEC-, y más aún orientar hacia allí a otros sectores de alta tecnología, es cuestionable. La industria de alta tecnología global (Google, Amazon, Facebook y Apple) continúa concentrando poder y decidiendo el futuro en función de los intereses de una pequeña élite global. La subordinación a estos actores puede significar el ingreso de divisas pero la competencia por bajos costos no es sustentable en el mediano plazo.
La Argentina y la pospandemia requieren del aporte de las tecnologías clave para su recuperación industrial, económica, social y cultural, como los nuevos avances en I4.0, inteligencia artificial y grandes datos. Para el desarrollo nacional es fundamental superar el perfil de especialización construido en los últimos 15 años. Ofrecer beneficios fiscales sin restricciones sobre el origen del capital de las empresas ni el tamaño de las mismas -aún cuando se beneficia más a las pymes– puede agudizar la concentración y extranjerización del sector por la vía de la canibalización de las empresas más pequeñas en la disputa por los trabajadores informáticos. Un ejemplo de esto fue la llegada de EDS a Córdoba a mediados de 2000, que presionó sobre el mercado de trabajo de informática de la ciudad al contratar más de 400 programadores.
La pandemia desnudó a la Argentina. Muestra los enormes desafíos informáticos que tiene tanto a nivel estatal como en su aparato productivo. Pero nuestro país también cuenta con una masa crítica de empresas y trabajadores especializados, herencia de una importante tradición de desarrollo tecnológico y de un sistema de educación pública masivo. Esta debe ser la base para construir la infraestructura de una nación soberana y una sociedad más justa e inclusiva. Además de estimular las exportaciones con alto valor agregado, el desafío es crear propiedad intelectual local e insertarse en las demandas estatales y privadas de tecnologías de la información. Así, el sector SSI se articulará también como una parte dinámica y fundamental del entramado productivo y social de nuestro país.e