Modelos matemáticos para entender los contagios y los síntomas de la pandemia en Argentina

Un informe elaborado por la Red de Modelización de Enfermedades Infecciosas analiza algunos aspectos de la pandemia del covid y el impacto de las medidas sanitarias implementadas para contenerla.

“Hay una cierta tendencia a biologizar la epidemia, a pensar que las cosas son así porque el virus es así y la biología del ser humano es esta, pero hay un componente social que es muy importante y no puede desvincularse en un modelo, ya que la reacción social altera la epidemia y viceversa”, afirma Hernán Solari, uno de los autores del primer informe técnico elaborado por la Red de Modelización de Enfermedades Infecciosas, que es parte de la Red de Investigación Traslacional en Salud (RITS-CONICET).
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El informe tiene la intención de aportar datos e ideas que permitan pensar de una manera diferente no solo a la pandemia y lo que está pasando, sino también lo que pueda ocurrir.
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Los modelos matemáticos son proyecciones estadísticas que, a partir de una cierta cantidad de datos, ayudan a hacer estimaciones respecto de diversos fenómenos o procesos, y suelen ser utilizados para estudiar y entender la evolución de enfermedades. “La mayoría mira al modelado como un instrumento de predicción, pero nosotros lo vemos como una herramienta de articulación entre lo que sabemos y cómo lo podemos pensar”, aclara Solari, y advierte que muchos modelos que se han estado usando para entender la pandemia fueron pensados para experiencias pasadas y no están funcionando bien, lo que ha generado críticas a nivel internacional.
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Solari cita el caso de un estudio del Imperial College, en Londres, Inglaterra, que utilizó el modelo de (Neil) Ferguson y predijo que, si no se cambiaba de estrategia, más de un cuarto de millón de personas morirían a causa de la COVID-19. Esa cifra luego fue modificada y hasta el mismo creador del modelo debió hacer aclaraciones públicas al respecto.

Algo similar sucedió con otro modelo elaborado por la Universidad de Oxford, también en Inglaterra, que dio pie a titulares que sostenían que en abril el coronavirus podría haber contagiado a la mitad de la población de ese país (34 millones de personas), y cuyos creadores también tuvieron que salir a dar explicaciones: dijeron que esa cifra correspondía al resultado más extremo del análisis pero que había otro extremo según el cual solo una pequeña proporción de la población ha estado expuesta a la enfermedad.

“Tratamos de articular lo que se observa con lo que se puede pensar y con lo que se sabe, desde distintos puntos de vista: de la enfermedad, de la epidemia, de los contextos. No creemos que sean cosas definitivas sino aportes para pensar el problema”, distingue Solari y comenta que, por ejemplo, “un grave problema” que detectaron en Argentina e incluyeron en el análisis es lo que cada individuo considera como enfermedad, ya que muchas personas tienen síntomas leves pero no le dan la relevancia necesaria ante el contexto actual y continúan con sus rutinas como si fuera un resfrío común, a riesgo de seguir contagiando. Es lo que suele ocurrir con trabajadores de la economía informal, que no pueden dejar de trabajar puesto que de otro modo no percibirían ningún ingreso, o de aquellos empleados que perderían el presentismo si se tomaran días de enfermedad.

Según el informe, los síntomas que aparecieron en más cantidad de casos fueron fiebre (56,17%), tos (53,58%) y cefalea (47,98%) y, de los casos que presentaron fiebre, el 56,46% tuvo una temperatura mayor a 38 grados.

A su vez, el 97,8% de los casos presentó al menos un síntoma dentro del grupo que incluye fiebre, tos, insuficiencia respiratoria, anosmia, disgeusia, odinofagia, dolor de garganta, diarrea, vómitos y cefalea, y el 82,15% de los casos reportaron al menos dos de estos síntomas. Si se consideran los casos que tienen fiebre y alguno de los otros síntomas antes mencionados, eso abarca al 51,34% de los casos, mientras que este porcentaje disminuye al 45,1% en el caso de los trabajadores de la salud.

“Para la mayoría de las personas, la enfermedad tiene síntomas muy débiles. Hay que cambiar el concepto de salud, y la gente tiene que tener la posibilidad de tener un comportamiento ético. No se le puede pedir a la gente que tenga un comportamiento ético cuando para hacerlo tiene que arriesgar su comida o la de su familia”, subraya Solari y agrega que, por eso, entre otras cuestiones, una de las principales conclusiones a la que arribaron en el informe es que “urge una campaña de concientización y educación sanitaria de la población”, en la que se estimule la participación de toda la comunidad en el cuidado y el desarrollo de nuevos hábitos de salud compatibles con los desafíos que representa esta pandemia, como evitar la participación en reuniones laborales o sociales ante el menor síntoma, y facilitar que eso pueda cumplirse, así como usar siempre el barbijo cubriendo nariz y boca.

Ahora, la flexibilización de la cuarentena presenta nuevos desafíos y potencia la necesidad de reforzar campañas de concientización sobre riesgos y cuidados, más aún teniendo en cuenta la proximidad del verano y las situaciones que puedan generarse durante las vacaciones. “A uno le dan un poco el temor los mensajes de que el virus es así, que los casos están disminuyendo, que estamos llegando a la inmunidad de rebaño. En realidad, estamos llegando a algún tipo de inmunidad de rebaño en las condiciones de restricción de actividades que tenemos, pero se está pensando en base a una situación en la cual hay relaciones sociales más o menos determinadas, que son las que se tienen durante el año, que cambian completamente cuando llega el verano”, observa Solari.

Una situación característica que se repite todos los años, por ejemplo, es el encuentro de grupos de amigos de distintas provincias en algún destino de veraneo en común. Eso modifica la estructura de la red de contactos por un tiempo, hasta que cada persona regresa a su localidad y se reinserta en sus redes de todo el año, creando una conectividad entre sectores que estaban inconexos y entre los que se dificultaba la transmisión del virus. “Esas nuevas conexiones pueden repercutir mucho en una epidemia, tal como está ocurriendo en Europa durante la segunda ola. Si bien la velocidad logarítmica de contagios es técnicamente más baja, lo que haría pensar que se debe a algo de inmunidad adquirida, la velocidad neta está siendo más elevada, debido a que hay muchos más focos de inicios que están ocurriendo”, señala Solari.

Otra preocupación que ha estado presente desde el inicio de la pandemia es la estimación de personas asintomáticas, lo que implica casos no detectados, ya que si la infección deja una inmunidad fuerte, ese número ayudaría a definir si se ha logrado o no la inmunidad de rebaño esperada. Tal como indica el informe, para calcularla se han propuesto al menos tres métodos de estimaciones (basadas en modelos matemáticos, en la mortalidad y en estudios de seroprevalencia), pero cada uno tiene ventajas y limitaciones.

“Suponemos que existe una proporción entre los casos detectados y los asintomáticos pero eso es una intuición que muchos tuvieron, que viene de los hábitos, pero cuando se miran los datos se puede pensar que no es tan así. Incluso, si uno mira la bibliografía, unos le llaman asintomático a una cosa y otros a otra cosa, ni siquiera hablan de lo mismo”, advierte Solari y aclara que la mayoría de los trabajos publicados están hechos con modelos académicos, basados en lo que se denomina “de epidemias libres”, en los que no hay ninguna intervención social. “Nosotros hemos tratado de salirnos de eso, las herramientas están preparadas para pensar esa epidemia libre pero no para otra cosa. Entonces, es un trabajo más lento porque hay que preparar nuevas herramientas”, afirma.

Otra de las medidas que cuestiona el informe es la de las cuarentenas intermitentes, que no han mostrado ofrecer los resultados esperados, ya que suponen que los períodos de contención de la epidemia tienen una eficiencia en la reducción de la tasa de contactos que, según se desprende de los resultados del informe, “no se ha observado en ningún momento en nuestro país”. Además, según las estimaciones de este grupo de investigadores, para lograrlo se necesitarían establecer períodos de contención muy largos. Por eso, la recomendación de este análisis es que este tipo de medidas no deberían ser llevadas a cabo, ya que constituyen un riesgo de nuevos brotes en el futuro, a partir del aumento de la tasa de contactos.

“Los modelos nos sirven para ver diversas cuestiones y ponerlas a prueba como conceptos. No estamos intentando predecir nada. Por suerte, el futuro es lo que no sabemos y depende de lo que hacemos. Nosotros tenemos conciencia de eso y tratamos de explorar los futuros posibles en función de las actitudes que tomamos, porque eso es lo que permite tomar decisiones racionales. No podemos decir qué va a pasar pero sí indicar cuál es la tendencia o cuánto pueden influenciar algunas decisiones que se toman, tanto a nivel público como individual”, concluye Solari.

VIAAgencia TSS / Unsam - Vanina Lombardi