El legado de J. M. Keynes «En 2030 no estaremos todos muertos»

Si José María Las Heras fuera un rockero de los ’90, diría simplemente «Keynes not Dead». Pero es un -algo más veterano- profesor de Economía en la Universidad Nacional de Córdoba y ex ministro de Finanzas de Córdoba. Así que escribió este artículo para aportar a un debate necesario.

«El pensamiento de John Maynard Keynes (1883-1946) sigue vigente. Renace en los 90 como neokeynesismo, en respuesta al fracaso neoliberal. Ahora, al llamado del papa Francisco a sentar las bases de un nuevo modelo económico se han sumado economistas keynesianos como Joseph Stiglitz, Paul Krugman, y el ministro argentino Martín Guzmán.

«Keynes rechaza frontalmente el comunismo, aunque no le gusta el conservadurismo de su época», dice su biógrafo Joaquín Estefanía. Ajeno a la violencia, pensó en modo humanista morigerar el sistema capitalista en peligro. Para él las guerras eran disputas atroces de las grandes potencias. Fue uno de los impulsores del Circulo Bloomsbury, un movimiento pacifista de la primera Guerra Mundial, integrado por personalidades como Virginia Woolf, la pintora Dora Carrington y el exquisito poeta Lytton Strachey.

Y formando parte de la delegación inglesa en las negociaciones del Tratado de Versalles se retira, tras un portazo, por las odiosas condiciones impuestas a la Alemania vencida.

En su “Teoría general”, Keynes alienta al Estado a aumentar el gasto público, revitalizando la demanda agregada de mercados pauperizados tras el viernes negro de 1929 en la bolsa de Nueva York. Su frase “en el largo plazo estaremos todos muertos”, ¿es una apuesta suicida al futuro de la humanidad? Algunos se encaramaron en ella en alusión homofóbica por su elección sexual.

Ferguson, economista de Harvard, ironiza que no era preocupación de Keynes el futuro, dado que no tendría descendencia por su condición gay. Pero la intimidad de las personas impacta en su ser social. En un mundo pletórico de machismo, racismo y violencia, Keynes y su gente plantaron la estaca pacifista, soñando un hombre con plenitud espiritual más allá de lo económico.

En la Universidad de Madrid, en 1930, en una conferencia sobre “Las posibilidades económicas de nuestros nietos”, predijo que “en 100 años el ingreso per cápita aumentaría entre 4 y 8 veces respecto a 1930”. Acertó, aunque no presupuso la hoy hiper concentrada riqueza mundial. Y que ello “facilitaría la reducción del trabajo semanal a 15 horas”; no muy alejada de esto la iniciativa de 2014 del mexicano Carlos Slim (jornadas laborales de 3 días semanales, de 11 horas diarias). Algunos países -como los escandinavos, Holanda, Italia, Alemania– vienen reduciendo desde hace años las horas de trabajo.

Para Keynes la era moderna se inicia con la acumulación de capital en el siglo XVI, como consecuencia de avances científicos y técnicos, con la producción en serie. Prevé que los revolucionarios cambios pronto llegarían a la agricultura, aunque no advierte, como nadie entonces, el desequilibrio ambiental. Denuncia el “padecimiento del desempleo tecnológico”, que décadas después las TIC lo acelerarían en búsqueda de mayor productividad.

Habla Keynes de dos tipos de necesidades humanas: las “absolutas”, que satisfacen necesidades básicas; y las “relativas” o insaciables como aquellas que “nos hacen sentir superiores de nuestro prójimo”. Es lo que hoy llamamos consumismo, una fugaz ilusión de contar con un status superior al resto de las personas. Advierte “la falta de sentido por vivir, no pueden encontrar suficiente satisfacción, cubiertas sus necesidades económicas, son incapaces de encontrar cosas que le interesen” ¡El hambre de los pobres, la tristeza de los ricos ya existía en 1930!

Humanista a ultranza, levanta un canto a la vida: “serán aquellas personas que puedan mantenerse vivas y cultivar de una forma plena el arte de la vida, sin venderse a cambio de los medios para poder vivir, las que podrán disfrutar de la abundancia”. Crítico a la codicia, afirma que “debemos juzgar el dinero de acuerdo con su verdadero valor, ponderando el fin por encima de los medios y preferir lo bueno a lo útil”.

Afirmaba (en 1930) que “sufrimos un ataque de pesimismo económico, depresión mundial, enorme desempleo y un mundo lleno de necesidades”, lo mismo que ahora, en 2020, agravado por el Covid.

¿Lo será el 2030? Para que en ese futuro hoy próximo la gente cubra sus necesidades básicas, señala la necesidad de lograr cuatro condiciones, que poco se han cumplido. Por un lado, controlar la población, que solo se lleva a cabo en los países poderosos; luego, evitar guerras y discordias civiles, a las pruebas nos remitimos con sangrientos focos de violencia en todo el orbe. En tercer lugar, apuesta al “desarrollo científico para el bienestar”, del cual vemos hoy caminos que se bifurcan: avances sanitarios que han mejorado las expectativas de vida, junto al desatino de tecnologías bélicas. Y por último la armonía “entre producción y consumo”, devastada por la codicia de grupos hegemónicos financieros.

Los nietos de quien hablaba Keynes, en 2030 seremos muchos de nosotros, además de nuestros propios hijos y nietos. ¿Podemos pensar que, en esta futura década, con las enseñanzas que deja la pandemia, podremos vivir un mundo más digno? El llamado humanista de Keynes es el desafío para construirlo.»

José María Las Heras