Sin vacunas no hay clases

Sin vacunas no habrá clases presenciales porque los docentes se negarán a darlas, así de simple. Posible excepción, la Provincia de Buenos Aires, en la cual ya se empieza a vacunar al gremio educativo. Es una carrerita contra el tiempo para arrancar en marzo con al menos las dos dosis puestas de la única vacuna por ahora disponible, la Sputnik V.

La Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) en Octubre de 2020 recomendó categorizar a los docentes como “trabajadores esenciales”, para forzarlos legalmente de regreso a las aulas. Dado el prestigio de la SAP, el documento merece revisión urgente: en la CABA se lo usa para tratar de arrear a maestros y profes de regreso a aulas el 17 de febrero, cuando el AMBA está en un pico de 1200 contagios/día, y pese a que las perspectivas cambiaron para mal (hay 3 cepas nuevas más peligrosas) y para bien (las vacunas Sputnik V están llegando al país).

Tómese un minuto y examine la marcha de la vacunación mundial aquí, según Our World in Data. Sin ese gráfico sorprendente, lo que sigue no se entiende. La vacunación mundial viene un desastre de lenta, pero somos un tuerto en el planeta de los ciegos.

A fecha del 22/01 en Argentina había 600.000 dosis de Sputnik arribadas por aire, y salió un tercer Aerolíneas a traer otras tantas, 254.195 compatriotas tienen puesta su primera dosis, 24.927 completaron ambas, y el Poder Ejecutivo se propone tener 4,7 millones de dosis en el país a fines de este mes.

Ignoro si llega en fecha: requeriría literalmente de un puente aéreo Ezeiza-Sheremetyevo-Ezeiza. Además, ¿tienen tantas vacunas, los rusos? Su Sputnik se ha vuelto demasiado popular: ahora la quieren no sólo en casa y en Belarús sino en el Reino Unido, Alemania, Brasil, la India…

Una de las pegadas de la inmunóloga Carla Vizzotti, secretaria de Acceso a la Salud del MinSal y fundadora de la Sociedad Argentina de Vacunología y Epidemiología (SAVE), nos hizo el segundo país en pedirla cuando Occidente entero se burlaba de las torpezas –indiscutibles– del proceso de licenciamiento ruso. Pero el diseño vacunal de la Sputnik, con dos “carriers” virales distintos para primera y segunda dosis, es inmunológicamente más sensato que el de decenas y decenas de otras vacunas codificantes con uno solo.

Por lo demás, la Sputnik cuesta U$ 10, resiste una logística “de heladería” (2º a 8º Celsius sobre cero), y, tomándole prestado su célebre “argumento ontológico” a San Anselmo, tiene la virtud de la existencia. En franca contraposición con Pfizer, Moderna y AstraZeneca, están violando acuerdos de entrega en medio mundo por problemas de producción a escala. Visto lo cual, si la demanda de Sputnik sigue en rampa y los rusos no logran ampliar su capacidad instalada de biorreactores para fabricar sus adenovirus Ad26, podría sucedernos un “billetera mata orden de llegada”. Órdenes de compra no significa vacunas.

Dato a tener en cuenta, porque el gobernador bonaerense Axel Kiciloff acaba de poner a los docentes como prioridad en las listas de espera de vacunas, al mismo nivel de las fuerzas de seguridad o del personal de transporte público, o del que opera las centrales nucleares. Estimados pediatras: eso es lo que debería pedir la SAP en su documento, no que volvamos al aula sin inmunización.

Medio país pasó meses denostando contra maestros y profesores porque ya no saben qué hacer con los pibes. Es lógico. Si hasta la revista científica Nature está muy preocupada de que los padres, empujados por las cuarentenas y el hacinamiento, maltratemos y/o matemos a nuestros hijos (sic) o los forcemos a matrimonios prematuros (doble sic). Creo que Nature, a fuerza de británica, sigue obsesionada con la India.

Por ahora, los docentes argentinos se plantan en rechazar la presencialidad sin al menos los dos pinchazos de rigor. Estos prometen ese 91,4% de efectividad de respuesta inmune que reclama el Instituto Gamaleya, cuya fase III está a publicarse en la revista de clínica británica The Lancet, que ya publicó las fases I y II. Hasta tanto salga el artículo, ese 91,4% es una promesa. Pero es lo que hay.

Este gobierno, al menos al nivel nacional, no quiere/puede pagar el costo político de tratar de echar a los docentes ausentes de sus cargos, de descontarles los días caídos, de reemplazarlos por voluntarios sin título, y eventualmente de molerlos a palos si protestan. Esas cosas las proponía/hacía la administración nacional anterior.

Por algo es la anterior.

Pero vamos a la ciencia del caso. Hay 3 variantes nuevas del coronavirus SARS Cov2 preocupantes. La peor de todas parece la B.1.1.7, o británica. Detectada en Septiembre del año pasado en el Sur de Inglaterra, a mediados de enero ya se había derramado sobre 55 países.

La B.1.1.7 está repotenciando la segunda ola de infecciones y muertes en la UE y parte de los Estados Unidos: al ser un 50% más contagiosa, adonde llega desaloja las cepas anteriores. En la competencia intraespecífica de esta especie viral, contagia más rápido a más gente. Desde el 16 de enero ya tenemos un caso argentino, muy probablemente la parte emergente del témpano. Debe haber otros todavía indetectados.

Ahora bien, aunque se insista en que la B.1.1.7 no es más letal para el individuo que las cepas anteriores, eso es información vieja. Patrick Vallance, Consejero Científico del premier inglés Boris Johnson, le atribuyó un 30 o 40% más de mortalidad intrínseca en el journal Infection Control Today (22 de enero). Kevin Kavanagh, del comité editorial y en el mismo número, explica tanta letalidad por un incremento de la carga viral de los enfermos con B.1.1.7, si se la compara con los afectados por cepas anteriores. “Y para empeorar las cosas –remata Kavanagh- ésta tiene una propensión mayor para infectar a chicos y jóvenes”. ¿Leyó esto la SAP?

Aún si la B.1.1.7 no fuera más letal “per se”, dejaría mayor tendal sólo  por ser más contagiosa. Lo dice con pura aritmética Adam Kucharski, de la London School of Hygiene & Tropical Medicine. Tomo sus números sin permiso (están en el semanario británico New Scientist del 20 de enero).

Supongamos una ciudad de 10.000 habitantes. Si las versiones viejas del SARS CoV2 infectan a sus habitantes con un número reproductivo R de 1,1 (lo normal en Inglaterra mientras las autoridades tenían la cosa bajo cierto trémulo control), al mes tenemos 16.000 infectados, ups. Si la tasa de fatalidad sigue clavada en sólo el 0,8% (habitual en el Reino Unido antes de la B.1.1.7), entonces terminamos con 128 muertos.

Si esa situación fuera intercurrida por un SARS CoV2 un 50% más letal pero no más contagioso, entonces tendríamos 192 muertos. Pero si el nuevo SARS CoV2 disruptor fuera un 50% más contagioso, pero no más letal, al cabo de un mes los contagiados serían 122.000. Ya no estaríamos hablando de una ciudad sino de una región, y las muertes serían 976. Pero como el sistema de salud local probablemente colapsaría, serían muchas más.

El virus corona SARS CoV1, precursor chino del que nos ocupa hoy, entre 2002 y 2003 disparó una epidemia neumónica que pudo ser atajada cuando ya había alcanzado a 27 países, incluidos dos de las Américas (Canadá y Guatemala). Era más letal que el SARS CoV2: 18,2% en Canadá y Hong Kong, pero mucho menos contagioso. Mató –número incierto- a 765 personas, casi nada frente al “coronabicho” pandémico actual, que de puro contagioso y a fecha de hoy, acumula  2,13 millones de muertes en su primer año. Que no será el último.

Ahora bien, la variante B.1.1.7 es  una pesadilla perfecta: 50% más contagioso y 30% o 40%  más letal que las versiones del SARS CoV2 habituales. Y ojo, doctores, que la letalidad con las cepas más “friendly” en el AMBA nunca fue de 0,8 sino que oscila entre 2,4 y 3,2, según cada partido, ciudad y hospital. ¿Siguen tan apurados por arrearnos a los profes al aula SIN VACUNAR? ¿Cuándo las vacunas ya empiezan, lentísimas, a llegar?

Ese documento, tras 43 medulosas páginas, concluye con que ante la indiscutida situación de  riesgo pedagógico, cultural y psicológico que representa que los chicos estén sin escuela, los docentes deben considerarse trabajadores esenciales. Tan esenciales como los de salud, los de las fuerzas de seguridad y los de transporte público. Agradecemos el reconocimiento.

Pasa que los docentes en ejercicio de la profesión somos alimento balanceado para el SARS CoV2. Solemos trabajar en 2 o 3 escuelas distintas, para llegar a fin de mes. Ergo, vamos a lo loco de un lado a otro en transporte público (poco automóvil particular en nuestro gremio, doctores). Recuerdo haber viajado 6 y 7 horas diarias para sumar 4 horas de clase. Vivimos en bondis, subtes y trenes.

Eso nos vuelve vectores perfectos para contagiar a nuestros alumnos. Y como admite la SAP, ya en Octubre había evidencias de que los chicos, a partir de los 10 años, por más que se enfermen menos, contagian el Covid-19 tan bien como cualquier adulto. Ahora ni se discute. Y la B.1.1.7 es hipercontagiosa a cualquier edad.

De modo que si volvemos al aula sin al menos las doble dosis secuencial de la Sputnik,  somos garantía de pegarle el virus a los chicos y, por esa vía, a los padres y abuelos de los chicos. Si nos prosternamos ante su paternal consejo, tan al estilo “animémonos y vayan”, además de morirnos bastante y además, al cuete, los troesmas dejaríamos un tendal de angelitos y de huérfanos, y una poda de abuelos que ni te cuento.

¿Y esto para salvar a quién de qué? Reviso y reviso el documento de la SAP para entender… ¿Para salvar a los chicos de la dinamopenia? (En criollo, la falta de movimiento). ¿Del analfabetismo motriz? (En criollo, volverse torpe). Son asuntos muy graves para el desarrollo futuro… ¿pero más que la muerte, o que la discapacidad vitalicia, o la pérdida de familiares, o de años de expectativa de vida por secuelas pulmonares, renales o neurológicas? No entiendo, estimados.

El aula argentina pública promedio estaba atestada antes de la pandemia, y desde que ésta cundió, las escuelas y colegios no han añadido un metro cuadrado a sus instalaciones de principios de 2020. Las empresas de transporte público tampoco multiplicaron su flota. No hay modo de que los alumnos y los docentes podamos viajar “cada cual en su burbuja”. Sumados, constituimos el 25% de la población intraurbana transportada en horas pico.

¿Entonces, de qué país están hablando, doctores de la SAP, cuando recomiendan que volvamos a clase presencial “en condiciones de gran distanciamiento e higiene”?

Nos consta que las presiones para que volvamos al aula de una vez vienen de los dueños de la educación privada, que están perdiendo alumnos y plata. Nos consta también que la única jurisdicción que nos jura represalias si no estamos al pie del cañón el 17 de febrero es la misma que hoy no ha empezado siquiera a hacer listas de vacunación: la CABA.

Nos consta también que la SAP tiene un prestigio científico e institucional indiscutido desde 1911. ¿No sería hora de que revisen ese desdichado documento respecto de qué debemos hacer los docentes, para que ciertos conocidos cretinos no lo sigan tomando como bandera?

Daniel E. Arias