«Ningún otro país de Sudamérica es tan golpeado por el coronavirus como Brasil. Organizar ahora un gran campeonato de fútbol justamente allí es irresponsable», afirma esta nota de la agencia alemana Deutsche Welle. Resulta útil también para aprecias una mirada europea sobre la América del Sur (aunque se pueda estar de acuerdo con mucho de lo que dice).
A los autócratas les gustan los grandes eventos internacionales de fútbol porque estos son ideales para desviar la atención sobre problemas y crisis. Los países reúnen a sus héroes del deporte y los gobiernos se colocan junto a ellos en el foco de atención.
Por eso es comprensible que el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, haya aceptado inmediatamente cuando la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) le preguntó si este año la Copa América podría realizarse con poco margen de tiempo en Brasil. La confederación de fútbol se encontraba ante un dilema.
En principio, el torneo debía realizarse en paralelo en Colombia y Argentina. Pero luego Colombia dejó de ser una opción debido a las manifestaciones por una mayor justicia social en el país, que fueron reprimidas con violencia asesina por la policía. Luego, Argentina rechazó ser una de las sedes porque el gobierno estima que la pandemia de coronavirus aún no está bajo control.
Distracción en el momento justo
En la necesidad -el silbato inicial sonará en menos de dos semanas- el presidente de la Conmebol, Alejandro Domínguez, llamó a las autoridades del fútbol brasileño y habló con el presidente de la Federación Brasileña de Fútbol (CFB), que a su vez marcó el número de Bolsonaro, quien de inmediato dijo que sí.
El evento le viene a Bolsonaro como anillo al dedo. El presidente populista de derecha, que da muestras de un estilo cada vez más autoritario, está sumido en una profunda crisis. Su aprobación es la más baja en encuestas desde que asumió el cargo. Cientos de miles de brasileños salieron el otro sábado a la calle para protestar contra su gobierno. El ministro brasileño de Medio Ambiente, Ricardo Salles, está bajo sospecha de tener lazos con la mafia maderera de Brasil. Como si eso fuera poco, esta semana una comisión del Parlamento de Brasil dará a conocer los resultados de una investigación acerca del fracaso del manejo de la pandemia por parte del gobierno.
Es probable que Bolsonaro haya pensado que en esta situación no sería mala idea mostrarse con superestrellas del fútbol como Neymar y otros jugadores, que son apolíticos en su mayoría y prefieren ocuparse de sus tatuajes, cadenas de oro y mujeres.
Cálculo y cinismo
Los cerca de 500.000 brasileños que habrán fallecido hasta el comienzo del campeonato debido al COVID-19 no tienen lugar en el cínico cálculo político. Y detrás de eso también hay una cierta lógica: Bolsonaro banalizó desde un principio el peligro de la pandemia, manifestó dudas sobre las vacunas y se mofó de los muertos. También exigió que los brasileños «dejaran de lloriquear” y hasta hoy sigue recomendando cloroquina, un medicamento contra la malaria que es ineficaz contra COVID-19 y puede producir graves efectos secundarios.
La consecuencia de eso es que ahora las cifras de contagio aumentan otra vez en Brasil. Entretanto, si bien 21% de los habitantes de Brasil han recibido al menos la primera dosis de una vacuna, todavía siguen muriendo por el coronavirus alrededor de 1.800 personas al día en promedio. Los expertos alertan sobre la llegada de una tercera ola y la propagación de otras variantes del SARS-CoV-2. Como agravantes se suman el hambre y la pobreza en Brasil, cada vez más extendidas. Cada vez más personas viven en la indigencia en la calle y dependen de la entrega de alimentos.
A la búsqueda de una nueva imagen
Pero ni a Bolsonaro ni a la Conmebol parece preocuparle eso. La confederación se esfuerza por brindar una nueva imagen desde que en 2015 decenas de directivos fueron a parar a la cárcel por corrupción. Para la CSF se trata sobre todo de contratos lucrativos y la venta de derechos televisivos. Para Bolsonaro, lo importante es dar una impresión de normalidad y distraer la atención por todos los medios de su responsabilidad en la muerte de medio millón de personas.
Tanto para Bolsonaro como para la Conmebol esto es a primera vista una situación beneficiosa. La confederación no pierde su imagen y Bolsonaro distrae de las muertes en la pandemia. La Conmebol espera partidos seguros, sin espectadores y con delegaciones completamente vacunadas de los 10 países participantes. La Conmebol argumenta, no sin razón, que en Sudamérica ya se realizan campeonatos nacionales y partidos clasificatorios para el Mundial 2022 en Catar. Entonces, ¿por qué no la Copa América?
Sin embargo, olvida que ni en Brasil ni en ningún otro país de Sudamérica hay motivos valederos para llevar a cabo un torneo de esas características. Si 500.000 muertos y el peligro de la propagación de nuevas mutaciones del coronavirus no son un motivo para reflexionar, entonces ¿qué lo sería? Así como la FIFA se hizo cómplice de los regímenes autoritarios en Rusia y Catar, la Conmebol se hace cómplice de Bolsonaro.
Y que el cálculo de ambos no saldrá bien lo demuestra el amplio rechazo manifestado en las redes sociales y también por comentaristas y columnistas en los medios tradicionales. En ellos, la Copa América 2021 ya es la «COVID América”. Un campeonato en el lugar equivocado y en el momento equivocado.