Mañana, 16 de junio, en la ciudad suiza de Ginebra, será el primer encuentro cara a cara entre Joe Biden, como presidente de los EE.UU., y su par ruso Vladimir Putin. El mundo se está preguntando que resultará de esta cumbre. Pero en AgendAR creemos que hay una pregunta previa: ¿qué objetivo se planteó Biden al proponerla?
En el caso de Putin, no hay lugar para muchas dudas. El ruso se mantiene en el poder desde 1999, y el año pasado obtuvo un respaldo arrasador para las reformas constitucionales que propuso. Reformas gratas a un nacionalismo ruso tradicional y que además permiten que este presidente se pueda presentar por dos períodos más. Existe un descontento vocal y con capacidad de movilizarse, sobre todo entre los jóvenes, pero la mayoría de su pueblo lo vota regularmente en elecciones cuyos resultados no han sido cuestionados, ni siquiera por la oposición.
En política exterior, ha anexado Crimea y ejerce una influencia considerable en Medio Oriente. Pero las sanciones de EE.UU. y las prevenciones de muchos países de la Unión Europea indican que le convendría disminuir la hostilidad con el socio mayor de la OTAN. Después de todo, ambas potencias no tienen conflictos de intereses entre sí -¿salvo el caso marginal del petróleo venezolano?- y no existe la competencia agonal que se da entre EE.UU. y China.
Pero en el caso de Biden, hay un factor que conspira contra una cumbre constructiva, y es algo que los argentinos conocemos bastante: la política interna de su país. Ahí pesa el (mal) recuerdo del encuentro Trump-Putin de 2018 en Helsinki. En la conferencia de prensa conjunta que siguió a la reunión Trump provocó indignación en su propio país -especialmente entre los Demócratas- al aceptar abiertamente la palabra de Putin -por encima de las afirmaciones de agencias de inteligencia de EE.UU.– de que Rusia no interfirió en la campaña presidencial estadounidense de 2016.
El hecho es que desde que asumió el nuevo presidente de los Estados Unidos, las relaciones con Rusia -y con China- han empeorado. Biden lo llamó «asesino» a Putin, y la prensa estadounidense ha difundido las sospechas que los ataques cibernéticos a instalaciones vitales se hacen desde territorio ruso.
Ayer mismo, en otra cumbre previa de toda la OTAN se afirmó: «La reciente escalada militar masiva y las actividades de desestabilización en y alrededor de Ucrania han incrementado aún más las tensiones y socavado la seguridad».
Además de la guerra de Ucrania, entre las amenazas que encuentra en Rusia la OTAN están su integración militar con Bielorrusia, las «continuas violaciones» del espacio aéreo de la organización, el despliegue de misiles en Kaliningrado, así como la «diversificación» de su arsenal nuclear. A lo que se suman sus «intentos de interferir en las elecciones» de los miembros de la OTAN, sus campañas de desinformación y su postura de «mirar hacia otro lado» respecto a los «cibercriminales» que actúan en su territorio.
«No puede haber una vuelta a la normalidad» a las relaciones con Rusia hasta que esta demuestre que cumple con la legislación internacional, aseguraron. Al tiempo, también dijeron que se mantienen abiertos a mantener un diálogo abierto con el Kremlin.
La Casa Blanca ya ha adelantado que Biden mencionará los ataques de ‘ransomware’ que presuntamente emanan de Rusia, además de la agresión de Moscú contra Ucrania, el encarcelamiento de disidentes y otros problemas que han tensado la relación. Los habituales voceros informales de Washington prometen una reunión «sincera y directa».
Será difícil, entonces, para Biden, mostrarse ante el periodismo al finalizar el encuentro sonriente y proclamando su amistad con el ruso, como hacía Trump después de reunirse con el norcoreano Kim Jong-Un. Por lo pronto, el mandatario estadounidense tiene previsto dar una conferencia de prensa en solitario después de la reunión.
A pesar de esto, hay otros factores. Biden parece decidido a concluir una larga carrera política como un presidente que deja su marca. Y recientemente se reunión con otro líder autoritario, Erdogan, de Turquía, y ambos países están encontrando nuevos acuerdos. A pesar que el estadounidense acababa de reconocer -el primer presidente de su país- el genocidio armenio.
Sobre todo, hay un elemento inmaterial pero, creemos, va a pesar: la memoria de las cumbres entre las dos Grandes Potencias en la larga Guerra Fría. Ya no se dividen el globo entre sí, pero las reuniones de sus mandatarios despiertan atención y expectativas. Dentro de no muchas horas sabremos si están justificadas.