Aníbal Kohan es egresado del Nacional Buenos Aires, graduado en Economía Política de la Universidad Nacional de Buenos Aires, autor de «¡A LAS CALLES! UNA HISTORIA DE LOS MOVIMIENTOS PIQUETEROS Y CACEROLEROS DE LOS ’90 AL 2002«, y también músico y cantautor, en su grupo Santa Revuelta. Y esas son sólo algunas de sus aficiones.
A través de un amigo común, nos hizo llegar esta nota a principios de febrero. Pero por esas cosas que pasan en los portales (¿gremlins?) quedó archivada en algún disco rígido.
Creemos que este accidente aumenta el interés del artículo, porque más de 4 meses después, vemos algunas de sus predicciones en marcha. Eso sí, no estamos seguros de una de ellas: que la burbuja de las criptomonedas se pinche por completo, si es que lo hace. Por razones que comentamos en otra nota reciente.
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«PANDEMIA Y MÁS ALLÁ, LA INUNDACIÓN
Alerta de burbujas y de su estallido en la postpandemia. Pero tal vez de la madre de todas las burbujas. El 10 de este mes, Cristina Criddle, especialista en TICs de BBC News, advirtió que “la minería de Bitcoins” (aclaraciones, después) hoy consume más electricidad que la Argentina. Y efectivamente, su gráfico indica que los complejos sistemas de verificación de esa divisa virtual acaban de superar los alrededor de 120 Teravatios/hora que consume la Argentina, y ahora sigue creciendo: si Bitcoin fuera un país, dentro de unos días estará bebiéndose entero el equivalente del consumo eléctrico de Noruega, y luego el de Ucrania. ¿Qué descalabros podrá dejar el estallido de esta burbuja, en la postpandemia?
Bitcoin es un caso extremo de otras burbujas, básicamente bursátiles pero incluso inmobiliarias, que se van inflando a contramano de la recesión casi mundial (China se siente exceptuada de todo bajón).
Los economistas prestamos atención a lo que se mueve a contracorriente de bienes y servicios reales, o sea: dinero, activos de refugio de valor, etc. En una caída casi vertical de la economía real, lo que se debe es pisar el acelerador del gasto público y de la emisión monetaria –o sea de la depreciación de dinero y bonos– para generar trabajo, desprenderse de los billetes, y consumir e invertir. Esto hoy lo hace –por fuerza ahorcan- hasta los gobiernos más conservadores y enemigos de la emisión.
Pero la actual depresión económica ha sido causada por una pandemia mundial, agravada por distintas e intermitentes cuarentenas. Y a diferencia de otras ocasiones, la enorme emisión de los gobiernos en 2020 fue poco keynesiana: no estuvo destinada a que la gente trabaje, consuma e invierta más, sino a lo contrario: a que se quede en casa y minimice contagios y muertes.
Para la lógica económica, eso es pisar a fondo el acelerador pero a la vez clavar frenos. Pero la lógica económica es parte y no toda la lógica de una sociedad, que en este caso ha priorizado criterios sanitarios.
Con el dinero recién impreso, y equivalentes de IFEs y ATPs criollos, distintos gobiernos pagaron bienes y servicios “esenciales” de la parte de la sociedad que se mantuvo trabajando. Pero quienes dentro de esta parte ahorraron, no tienen cómo dar salida a ese dinero en turismo, viajes, teatros, restoranes… ni reinvertir en emprendimientos inmediatos.
El dinero es un gran invento para mediar en intercambio de bienes y servicios. Funciona como una buena llave francesa en un taller mecánico: algo inespecífico para usar en casi todo. Y es no sólo esperable sino bueno que ese instrumento se desgaste en su trabajo: Keynes veía bien una inflación anual del 5%. No objetaba en absoluto el depreciar la herramienta de intercambio, aunque teniendo cortos a los financistas para que, precisamente, no fabricaran burbujas alcistas con, luego, corridas bajistas.
Sin embargo en los países que han debido emitir mucho, la gente ahora está queriendo escaparle al dinero, previendo acertadamente inflaciones fuertes. En EEUU, Trump imprimió cantidades inéditas de dólares (en vano, al menos según sus intereses). Le pasó lo mismo que a la parva de dólares inyectada por Macri en nuestro país vía endeudamiento: tampoco logró su reelección.
La consecuente devaluación yanqui está en marcha, ya causó aumentos de precios internacionales de los granos. Peor aún, cuando termine la pandemia, además de restartear su economía interna con inflación, el sistema financiero estadounidense desparramará cientos de miles de millones de dólares por el mundo.
Aunque Biden es más afín que Trump al sector financiero, es poco probable que inicialmente aumente las tasas de interés, porque eso dificultaría la recuperación y el “empleo pleno” (desocupación inferior al 4%), una de sus metas explícitas. De hecho los republicanos ya lo atacan por prometer otra ola de subsidios a parados para que se sigan quedando en sus casas: los muertos acusan a los degollados.
Son buenas noticias para Latinoamérica que contará, si aprovecha, con más dólares para insumos industriales; y para Argentina, que renegociará deuda a tasas bajas en una moneda depreciada. Sí, estimados, convendrá alargar las negociaciones con el FMI.
Habrá dólares que permitan revalorizar el mercado inmobiliario, en caída desde 2018, e incluso más de un tonto confundirá esa crecida con flotación y venderá antes de tiempo. Esperemos que no esté en el poder un gobierno argentino que, nuevamente, re–endeude y dilapide el arribo de divisas, sea como lluvia o sólo llovizna, en fugas y turismo exterior.
Quienes hoy tienen dólares sobrantes en EEUU están locos por gastarlos antes de que la emisión se traslade a precios. Pero mientras la pandemia dure no pueden. Eso origina comportamientos frenéticos, como las burbujas actuales a contramano de la economía real en Wall Street. Por eso también se reactivaron las criptomonedas.
Prometí aclarar por qué la criptomoneda fundadora, el Bitcoin, gasta tanta energía eléctrica. Michel Rauchs, investigador del The Cambridge Centre for Alternative Finance, dependiente de la Universidad de Cambridge, lo explica como algo tecnológicamente inmodificable:
La llamada “minería” del Bitcoin usa computadoras, generalmente especializadas, conectadas a la red de esta criptomoneda. Su finalidad: verificar mediante cuestionarios y adivinanzas que las compraventas de Bitcoins las hagan personas reales. Es un obstáculo a quienes quieran piratear en su favor las actas de transacción.
Eso genera una profesión: los “mineros” reciben pequeñas comisiones ocasionales en Bitcoins, en lo que se describe como una lotería. Para aumentar sus ingresos por minería, hay gente que llena hangares enteros de computadoras conectadas a la red Bitcoin 24×7, completando los cuestionarios de verificación.
El equipo de finanzas alternativas de la Universidad de Cambridge, usando distintas eficiencias de “minado” y un precio promedio nivelado de 5 centavos de dólar por kilovatio hora, llegó a la conclusión de que estos hangares consumen tanta electricidad como la Argentina, y contando. Rauchs prevé más consumo, y por ende quema de combustibles fósiles para sostenerlo, y denuesta de tipos como Elon Musk, el dueño de Tesla Motors, quien milita a favor –dice- de la economía real y contra –también dice- del recalentamiento climático. Musk valorizó el Bitcoin de tres modos: recomendándolo por Twitter como inversión apalancada, comprando U$ 1500 millones y aceptándolo como pago por sus autos eléctricos.
Detrás de los millones de inversores que corren adonde los guíe este tecnogurú New Age, se ve una búsqueda desesperada de compraventa de esas entelequias: toma de ganancias de unos a costa de pérdidas de otros, porque por el momento nadie puede revalorizar con solidez sus activos reales. El toquillo comprado por Musk sigue subiendo sin techo aparente.
Aclaraciones: no se trata de un problema de “capitalismo” en general. Se trata de un sector “esencial” valorizado que debe sostener a otro sector “no esencial”, y éste último resulta económicamente un lastre.
La arrogancia de “el campo argentino” en esta época, en la que un cultivador de hortalizas resulta más esencial que un equipo de mecánicos aeronáuticos, es parte de ese paquete. Por eso Alberto Fernández debió recular con amargura su pretensión de no exportar el 28% del maíz, algo que hubiera evitado la actual suba en carnes de pollo y cerdo. En los ’60 el dictador Juan Carlos Onganía, jamás cuestionado por la Sociedad Rural Argentina, atajó el precio interno de la carne vacuna poniendo cupo a su exportación. Nadie chistó.
Tras la pandemia ¿qué ruta seguirán los saldos de dinero hoy ocioso? Turismo -> aerolíneas y hoteles, gastronomía en primer lugar; seguidos por espectáculos y producciones artísticas, más las ramas industriales que esas actividades traccionan: transportes de personas, autopartes, combustibles, video, sonido, etc. Habrá reactivación en forma porque los salarios reales han caído, la inflación forzará a invertir y los gobiernos no querrán inicialmente contenerla, deseosos de reducir el desempleo y la pobreza.
Las inflaciones serán efecto posterior e inevitable de las cuarentenas. Todos los gobiernos, sin importar de qué persuasión económica, emiten alegremente y dejan crecer rampas bursátiles o las mucho más impresentables criptomonedas. Estas burbujas no pueden no estallar.
Cuando suceda, los neoliberales hoy destronados acusarán a quienes no son de su lana de haber desmanejado la economía, cuando sencillamente, a veces bien, a veces mal, sencillamente mitigaban el impacto de la pandemia, como todo el planeta. No faltarán quienes les crean.
Aníbal Kohan