¿»La historia vuelve a repetirse»? Cuando en la Argentina se produjo cannabis en forma industrial

Hasta 1975 en Argentina se producía cáñamo, en base a cannabis sativa, para usos industriales. Luego se prohibió y persiguió por su uso para recreación. Ahora el gobierno nacional -y algunas provincias- apuestan a regenerar y desarrollar la industria del cannabis medicinal. ¿Podría regresar la industria del cáñamo también?

Entre los años 50 del siglo pasado y la última dictadura, una empresa cerca de Luján plantó y cosechó cáñamo en 250 hectáreas. Fue el sueño de un belga muy audaz que tuvo casi 2.000 trabajadores, que pensó un pueblo y una industria que lo sostuviera. Aún luego del cierre de la empresa, las plantas de cánnabis sativa siguieron creciendo en la zona durante varios años.

La historia de la empresa que llevó adelante ese proyecto es también la de Jules Adolf Steverlynck, un belga audaz que había llegado a la Argentina en la década de 1920 y fundó una empresa textil para procesar algodón y luego otra de lino a la que le sumó el cáñamo.

Esa última compañía se llamó Linera Bonaerense y se levantó en Jáuregui, a unos kilómetros de la Basílica de Luján. Para su última cosecha, en 1975, se sembraron 250 hectáreas de esa variedad de cannabis sativa. Pero las incursiones de hippies, beatniks y curiosos, que robaban las plantas para fumarla provocaron que se interrumpiera la producción, que luego sería prohibida por una ley de Jorge Rafael Videla. Es que el cáñamo y su prima más sexy la marihuana provienen de la misma planta, Cannabis Sativa.

Los Steverlynck tenían una empresa textil en Bélgica que exportaba hacia Buenos Aires. Cuando en 1923 el gobierno argentino aranceló los tejidos importados y favoreció la introducción de maquinarias, la empresa belga decidió abrir una filial en el país y, con esa misión, su hijo Jules subió a un barco con destino lejano. Así, al año siguiente, en Valentín Alsina comenzaron los trabajos de la Algodonera Sudamericana Flandria.​ Cuatro años después, cuando ya había incorporado los tiempos argentinos de producción, Jules mudó su planta hacia unas 28 hectáreas que había comprado a orillas del Río Luján.

En esas tierras levantaría un sueño de empresa moderna, que incluía a sus trabajadores y a la comunidad de Jáuregui. En poco tiempo se diagramó un trazado urbano para Villa Flandria y Pueblo Nuevo, se entregaron préstamos y lotes para los trabajadores de la compañía.

Como los empleados no tenían mucho para hacer y comenzaban a gastar sus sueldos en alcohol en los boliches, Steverlynck ayudó a construir cooperativas obreras, parroquias, sociedades de fomento, un teatro, un colegio, una biblioteca y comercios. Trajo bicicletas de Bélgica para formar un club de ciclismo y también otro de remo. Jules pasó a ser Don Julio para sus empleados, que a base de buenas condiciones de trabajo comenzaron a tener el sentido de pertenencia que el belga quería. Ellos se decían a sí mismos los “linacos”.

En 1948, las empresas de Steverlynck tenían un peso específico importante en la industria textil y los dirigentes sindicales de ese sector miraban al belga con recelo porque la agremiación de los empleados era baja y durante un paro no habían querido plegarse a la medida. No era por decisión del dueño sino de los trabajadores, pero al poco tiempo se produjo el despido de dos trabajadores y el conflicto con el sindicato escaló al punto de llegar a los oídos de Eva Perón, que convocó a Steverlynck a su despacho en la Secretaría de Trabajo.

Según cuenta el periodista Fernando Soriano en su libro “Marihuana, la historia: de Manuel Belgrano a las copas cannábicas”, al encuentro el belga llegó con muchas advertencias. “No la contradiga”, le sugirió un cura antes de entrar. La charla fue cordial, el belga aceptó las indemnizaciones que le proponía. Y antes de partir, Evita le dijo con cierta ironía: “Don Julio, hay una sola cosa que el General y yo no podemos perdonarle. Y es que usted hizo peronismo antes que Perón”.

La frase se refería a esa condiciones laborales que tenían sus trabajadores. En ese momento, ellos eran los mejores pagos en su industria, con jornadas de 8 horas, vacaciones, premios por nacimiento de hijos, licencias por casamiento, créditos y atención médica, entre otras tantas cosas.

Aunque el cultivo de algodón era extendido en la Argentina, Don Julio quería ampliar su negocio, tener nuevas estrategias y mercados. Por eso en 1941 fundó Linera Bonaerense, la empresa que plantaba y procesaba lino. Algo más de una década después, en 1953, Steverlynck volvió quiso ampliar nuevamente y decidió plantar cannabis.

Arrancó con 6 hectáreas de semillas llegadas de Europa. Al año siguiente, se sembraron 100 hectáreas y la producción siempre aumentaba hasta llegar a su récord de 1975. De esa manera, en el mismo lugar sembraban lino en invierno y cáñamo en el verano. Con las fibras más finas se confeccionaban manteles y con las más gruesas se armaban sogas, cuerdas y yute para la suelas; con el aserrín de los tallos de las plantas se hacían paneles aglomerados y con las semillas, alimentos para aves. Todo se reciclaba.

El crecimiento de las empresas del belga no se detuvo durante décadas. Comenzó con 26 empleados en 1924 y llegó a 1800 en 1960. A estos se les sumaban unos 300 que llegaban para la temporada de cosechas, la mayoría desde el interior del país. Entre ellos estuvo varios inviernos el compositor y cantante santiagueño Leopoldo Dante Tévez, más conocido como Leo Dan.

Como si no quisiera asistir al ocaso de su empresa, Don Julio murió en mayo de 1975, luego de que se realizara la última cosecha. La noticia de que en Jáuregui se plantaba marihuana había llegado a Buenos Aires y las excursiones hacia esas tierras comenzaron a hacerse populares. Los jóvenes llegaban en el tren o en auto y se instalaban en los campos sembrados. Cortaban las plantas y se las llevaban en bolsas de residuos. Como las hectáreas ya eran más de 200 la posibilidad de controlarlas era reducida. Muchas veces los propios “linacos” salían a correrlos pero luego los jóvenes regresaban ´pr decenas.

El cannabis tenía poco contenido de THC y les provocaba más dolor de cabeza y sueño que otras sensaciones, pero era gratis. En ese momento, la poca marihuana que llegaba a la Argentina venía de Pedro Juan Caballero, en el límite paraguayo con Brasil. La Linera hizo denuncias sobre esos robos y al año siguiente decidió suspender la producción.

A pesar de eso, las semillas cayeron de las plantas y las plantas siguieron creciendo. Hasta que en abril de 1977 el Departamento de Toxicomanía de la Policía Federal llegó a Jáuregui e incautó 2.000 kilos de marihuana y detuvo a varios de los empleados.

El diario La Nación, en una publicación con ribetes de ficción, informaba que en la fábrica además había sido desmantelado un laboratorio de anfetaminas, donde había un medicamento llamado “Pervertín”, confundiendo el nombre con Pervitin, un remedio de la época. Todos los que estaban en la Linera en esa época niegan que ese laboratorio haya existido.

Casi al mismo tiempo que las fuerzas de seguridad se metían en la empresa que había construido Don Julio, el dictador Jorge Rafael Videla firmó la ley 21671, que prohibía la “siembra, plantación, cultivo y cosecha” de la planta de cáñamo. Esa ley aún está vigente y es uno de los principales motivos porque un cultivo permitido en todo el mundo no tiene desarrollo en la Argentina. El proyecto impulsado por el oficialismo, que ya está en el Senado, intenta reparar esa situación para que se pueda volver a producir a escala industrial en base a las plantas del cáñamo.

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