CNEA y NA-SA trabajarán en conjunto para completar la construcción del CAREM

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NA-SA vuelve al CAREM: este viernes 2 de julio se firmó contrato entre la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) y la empresa Nucleoeléctrica Argentina (NA-SA) para la terminación del edificio del reactor, cuya excavación de cimientos data de 2011 y sigue aún en obra en Lima, provincia de Buenos Aires.

El contrato lo firmaron la nueva presidenta de la CNEA Adriana Serquis y el nuevo presidente de NA-SA José Luis Antúnez, hombre que ya ocupó ese puesto y fue el artífice de la terminación de Atucha II. Así, la empresa operadora de las centrales nucleares argentinas vuelve a su rol de arquitecta nuclear. Estará a cargo de terminar el CAREM, de 32 MWe, como contratista de la CNEA.

Adriana Serquis

 

Fue el rol que ejerció entre 2014 y 2017, con un avance de obra sostenido. Pero en 2017 el entonces ministro de Energía, ing. Juan C. Aranguren, histórico CEO de la Shell, exigió que la obra recayera en una constructora privada (TECHINT) y la CNEA, con su presupuesto demediado desde 2016 y el dólar disparado desde 2018, se fue quedando sin plata real para pagarle. En 2018, la construcción prácticamente se detuvo y así sigue, sin grandes avances, hasta hoy.

José Luis Antúnez

Esta pequeña central nuclear fue presentada por primera vez en 1984 y se la consideró un proyecto «freak»: entre los reactoristas de casi todo el mundo, la idea era que el modo de bajar el costo de la electricidad nuclear pasaba por el gigantismo de las centrales. Esta idea tayloriana no era argentina, sino mundial. Pero a partir de 1982 la CNEA se había quedado sin presupuesto para terminar sus obras más críticas y costosas (Atucha II y la Planta Industrial de Agua Pesada), de modo que no tenía recursos ni predisposición para una planta tan experimental y divergente como parecía entonces el CAREM.

Las ideas de construcción modular, fabricación estandarizada de componentes y seguridad inherente del CAREM, sin embargo, le ganaron adeptos en INVAP, que se echó el proyecto a espaldas. Junto con la Gerencia de Combustibles de la CNEA, INVAP resolvió los avances más importantes de la ingeniería: el diseño de sus elementos combustibles, y su testeo en un pequeño reactor construído por la CNEA exclusivamente para ensayarlos, el RA-8 de Pilcaniyeu.

En 1988, dos años tras el accidente de Chernobyl en la URSS, el CAREM, entonces con una potencia planificada de 25 MWe, ingeniería básica resuelta y componentes críticos testeados, era la única propuesta de central nucleoeléctrica argentina madura capaz de suscitar la atención de posibles compradores externos, entre otras cosas por su enfriamiento pasivo del núcleo. Un reactor que se enfría por convección, sin bombeo, no puede sufrir un derretimiento de núcleo: una bomba puede romperse o quedar sin electricidad, pero la convección ocurre sola, por leyes de la Física. La Física no se rompe.

Finalizando los ’80, el CAREM se había vuelto la primera y entonces única propuesta mundial con diseño a prueba del derretimiento de núcleo, el mayor accidente nuclear posible en la escala de gravedad INES. Y el costo del kilovatio/hora se podía bajar con fabricación industrial y masiva de componentes, montando casi toda la «isla nuclear» en fábrica, trasladándola en una sola pieza hasta el sitio de la central, y sumando varios módulos de baja potencia conectados a una única turbina, o a dos.

Esto, además, resolvía el problema que ya había paralizado el mayor programa nucleoeléctrico del mundo, el estadounidense: la enorme inversión inicial. La repartía en el tiempo: una central multimódulo como ésta podía ir pagando su propio crecimiento en potencia vendiendo electricidad, sumando módulos hasta alcanzar su potencia tope programada. Era y sigue siendo una idea excelente desde lo financiero.

Era inevitable que parte del mundillo nuclear internacional descubriera el CAREM. Desgraciadamente, también era inevitable que lo imitara. Aprovechando no sólo la pobreza sino la eterna indecisión del país hacia su propio proyecto, Japón primero y Corea después se quisieron llevar la tecnología a casa por la bicoca -para ellos- de financiar la construcción de un prototipo en Argentina. La CNEA no aceptó y creo que fue lo adecuado: ¿qué náufrago es tan idiota de vender su salvavidas, estando en el agua?

En aquel entonces había otra propuesta mayor y más convencional también en oferta: el ARGOS 380 de ENACE, una «joint venture» entre la CNEA y SIEMENS. El ARGOS era una versión muy optimizada de Atucha I en la que se interesaron varios países del norte africano, atraídos por la solidez técnica de la propuesta, pero también por la independencia diplomática que aseguraba entonces (y también hoy) el uranio natural, combustible que evita importaciones y boicots.

Pero los posibles compradores del ARGOS se enfriaron totalmente cuanto Atucha I, entonces con 14 años de operación, se rompió. Sin embargo, se enfriaron más aún por los atrasos de construcción de Atucha II, cuando fue evidentemente que el gobierno de Raúl Alfonsín no tenía propósitos de terminarla. Peor aún, los espantó el modo en que la CNEA tuvo que reparar Atucha I sin asistencia alguna del proveedor original, SIEMENS. Fue una reparación impecable, pero dejó en evidencia que la firma alemana, secretamente, ya tenía planes de retirarse del rubro nuclear, donde los secretos no duran nada. El sólido «joint venture» argentino-alemán había perdido credibilidad mundial súbitamente.

Sin embargo, había un enorme interés de Turquía por asociarse a INVAP para testear el CAREM en ambos países, con dos prototipos, y luego salir a venderlo en Medio y Extremo Oriente. Los turcos no pensaban alfombrar de CAREMs su territorio. La veían fundamentalmente como planta «off-grid», hecha para funcionar aislada de redes eléctricas nacionales o regionales en sitios como islas, o en parajes geográficamente poco accesibles de otros países de desarrollo mediano, pero deseosos de entrar a lo nuclear por una puerta financieramente accesible y con seguridad inherente.

Turquía, país bien electrificado en todo su territorio, tenía una idea bastante más clara del CAREM que Argentina: serviriía fundamentalmente para exportar a países con territorios muy grandes y/o complicados, y con redes eléctricas subdesarrolladas como Filipinas, Indonesia o Malasia, tan insulares… o como era entonces la propia Argentina.

Lo vimos «prima facie»: en Turquía la palabra CAREM estaba en toda la prensa y toda la TV, y los 4 grandes partidos políticos apoyaban unánimemente el proyecto. Argentina, madre de este borrego, en cambio, no se enteraba siquiera de su existencia. El gobierno de Alfonsín se limitaba a dejar que los negociaciones avanzaran casi solas, sin interferirlas. Turcos fuera de la neblina. Nosotros no.

Ya con propuestas muy avanzadas, propulsadas entonces por el infatigable embajador argentino en Turquía, Adolfo Saracho, el parlamento turco había alocado con voto unánime un presupuesto entonces importante para la obra en territorio propio.

En 1989 empezaban a viajar a Bariloche algunos físicos y reactoristas de la TAEK (la CNEA turca) para discutir la transferencia de tecnología con la CNEA e INVAP. Entonces sobrevino la presidencia de Carlos Menem. Bajo la presión conjunta de la diplomacia de la OTAN y del nuevo canciller Guido Di Tella, el nuevo presidente de la CNEA, Manuel Mondino, espantó a los turcos con demoras irritantes y luego precios de fantasía. Tardaron en entender qué pasaba. Pero cuando lo hicieron, no quisieron saber más nada con nosotros.

La importancia de Turquía en los ’80, como baluarte Sur de la OTAN para contener a la URSS, era enorme. La asociación nuclear de Turquía con Argentina era diplomáticamente imperdonable para esta alianza militar. Pero que además el Programa Nuclear Argentino, en decadencia desde 1982 por falta de fondos, se salvara gracias a esta asociación, era directamente intolerable. Máxime cuando Argentina había estado en guerra con el Reino Unido, la potencia número 2 de la OTAN, y era un país con capacidad propia -aunque de pequeña escala- de enriquecimiento de uranio.

Con avances milimétricos y cuidando el centavo, el proyecto CAREM siguió milagrosamente vivo, exiliado en Bariloche, durante ambos períodos de Menem. Mientras duraron, el peligro para el CAREM era que la propia INVAP estaba repetidamente al borde del cierre, y debió achicar su planta de 1300 personas a 300, que cobraban sus sueldos, en cuotas y a veces.

Durante el gobierno de la Alianza, un viejo aliado de la CNEA y de la tecnología nacional, el economista keynesiano Aldo Ferrer, consiguió hacer pasar una ley de financiamiento del CAREM prototipo. Pero el exsecretario de Energía, Jorge Lapeña, paró el proyecto con tres evaluaciones sucesivas de factibilidad del modelo CAREM de negocios. Cuando cada estudio iba saliendo a favor del mismo, Lapeña ordenaba otro más. En los dos años que tomó hacer los tres, la hiperinflación evaporó la partida otorgada en pesos por el Legislativo sin que se pudiera gastar un centavo en inicios de obra. Misión cumplida.

Éste fue la primera «acción de guerra» abierta de un personaje del mundillo argentino «Oil & Gas» no contra el CAREM en sí, sino contra el programa nuclear en su conjunto, porque el CAREM se había ido transformando en su único salvavidas, por default de otros. Por supuesto, nos faltaba todavía ver a Aranguren en acción. La explicación no es compleja: 1000 MWe nucleares evitan el quemado de 1600 millones de m3 anuales de gas. Varios miles de megavatios nucleares no sólo estropean negocios: resquebrajan el poder político de las petroleras sobre cualquier gobierno débil. Eso es lo peligroso.

En 2006, en medio del renacimiento nuclear argentino, la presidenta de la CNEA, Norma Boero, hizo volver el proyecto «a casa», y creó una gran gerencia para refinar su ingeniería. La Dra. Boero dice que la CNEA en 2006, desmoralizada por entonces 33 años de malos salarios, construcciones detenidas y la pérdida sin regreso de centenares de expertos, necesitaba un proyecto «de bandera» para salvarse, uno que juntara tras él todas sus gerencias y laboratorios. Y el CAREM era el único posible.

Boero tenía absoluta razón, pero al mismo tiempo, aquella no fue fue una gran idea: a fuerza de rediseños y mejoras (nuevos generadores de vapor, robots de recambio de combustibles, etc), los cimientos, como se dijo, recién se excavaron en 2011.

Aún así, era razonablemente esperable que la obra se pusiera crítica en 2017. No sucedió. A fines de 2015, cambió el gobierno nacional y llegó otro más decididamente pro-petrolero y antinuclear, que transformó a la CNEA en un organismo de cuarta, dependiente de una subsecretaría, amén de reducir su presupuesto a cifras ridículas. De modo que cuando la obra se detuvo en 2018 no le extrañó a nadie. Hoy este proyecto, a fuerza de más de 4 décadas de demoras, tiene no sólo imitadores y competidores afuera (ver el NuScale estadounidense o el SMART coreano) sino más enemigos adentro, cuya presión se vuelve mayor conforme el prototipo se corporiza.

Hoy existen más de 50 proyectos de SMR (Small Modular Reactors) en el mundo, y algunos son tan innovadores y divergentes que el CAREM se volvió casi una idea «mainstream». Después de todo, sigue refrigerándose con agua (en lugar de sodio, o sales de plomo, o helio), y usa combustible de uranio poco enriquecido (no más del 3,4%), en lugar del 20%, y tiene recipiente de presión, raro, pero lo tiene. Hoy es un PWR muy compacto, muy modular, muy pagable y muy a prueba de accidentes.

Por lo demás, es posible que el prototipo de 34 MWe en eterna construcción no sea la oferta comercial final. Ésta podría ser una planta de 4 módulos de 120 MW por pieza que comparta al menos 2 turbinas, también para ir añadiendo módulos, y con una idea de costo final de U$ 5000 por kilovatio instalado. Es muy barato, más o menos la mitad de lo que sale el kilovatio instalado de un PWR convencional gigante de 1000 a 16000 megavatios.

Pero ya no estamos solos: hay proyectos estadounidenses en danza con seguridad inherente como el mentado NuScale y Natrium que se proponen llegar a los U$ 3000 (nadie dice que lo logren). China, Rusia y el Reino Unidos tienen proyectos de SMRs propios. En este nuevo contexto internacional e interno, el CAREM se salva, avanza y se exporta, o se muere. Y para que muera, alcanza con pararlo. Una vez más.

Se esperaba que el avance de obra del CAREM prototipo y la ingeniería del modelo comercial renacieran casi automáticamente cuando llegó el presidente Alberto Fernández. Pero éste dejó en su lugar a las autoridades nucleares anteriores, es decir los encargados durante años de NO construirlo.

La llegada de Serquis a la CNEA y de Antúnez a NA-SA es una señal de que parte de la coalición gobernante acaba de redescubrir el átomo. La dirección anterior de NA-SA en 2018 echó a la calle a la Unidad de Gestión de la empresa, los constructores y diseñadores de centrales. Antúnez, en cambio, es quien la había creado para terminar Atucha II, retubar Embalse y encarar las centrales que seguirían. No son diferencias de estilo. Son de propósito.

Pasó algo parecido entre 2003 y 2006, con los entonces nuevos gobiernos kirchneristas. Formados políticamente en una provincia petrolera, no sabían muy bien qué hacer frente al Programa Nuclear. Los despertaron dos cosas: la epidemia de cortes de luz por falta de gas natural cuando la economía argentina volvió a crecer, y los terminó de ilustrar la inauguración del reactor OPAL en Sydney, Australia. Vendido por INVAP en 2000, hizo de Australia el dueño del 40% del mercado mundial de radioisótopos. Sigue siendo la exportación de tecnología avanzada argentina más importante de la historia, todavía hoy.

Como explicó repetidamente desde este portal el Dr. Carlos Aráoz, lo importante del átomo no es la venta de electricidad barata, sino la transferencia de tecnología cara. Y su exportación.

Este viernes pasado Adriana Serquis comentó: “La firma del contrato encomendando a NA-SA finalizar la construcción de la obra civil del CAREM25, es un hito muy importante en el comienzo de la reactivación del sector nuclear”. La presidenta de la CNEA agregó que “es un excelente auspicio para un camino conjunto en el que podamos fortalecer los vínculos para que la CNEA pueda continuar llevando a cabo otros proyectos. Nos apasiona la posibilidad de volver a tener un rol de articulación de las capacidades existentes”.

Y José Luis Antúnez afirmó: «El objetivo de colaboración con la CNEA forma parte de nuestro Plan de Acción, aprobado recientemente por el Poder Ejecutivo Nacional. Como lo hicimos anteriormente, volvemos a acompañar a la CNEA en el Proyecto CAREM».

En esta nueva etapa se busca aprovechar el mayor grado de avance de la ingeniería y, en general, toda la experiencia obtenida por la CNEA y NA-SA durante los últimos años, y también consolidar la buena relación que se ha ido forjando entre los equipos de trabajo y con los grupos de trabajadores, factores que favorecerán el cumplimiento del objetivo fundamental de  poner en marcha el prototipo del CAREM.

La gerenta de Área CAREM, Sol Pedre, dijo: «Es una alegría que hayamos podido lograr, al fin, la firma de este contrato. Vemos buena predisposición de parte de NA-SA para colaborar con la terminación del CAREM. Lo considero una muy buena señal para el proyecto y para la CNEA en su conjunto».

Sol Pedré

Oración de AgendAR: Que esta vez podamos, compatriotas.

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