La información resumida en estos tres gráficos no alcanza para evaluar definitivamente las gestiones de las autoridades sanitarias de la Nación, y de las provincias, frente al coronavirus. Eso será posible recién varios años después que la pandemia haya sido vencida. O se haya vuelto endémica y controlada.
Puede haber diferencias de opinión sobre la gestión de la pandemia en Argentina, pero no sobre sus números: son duros, certificables y están bajo el escrutinio constante de la oposición, lo que es excelente. No formamos parte del enorme ámbito mundial de la sub-detección de contagios, internaciones y muertes admitido por la Organización Mundial de la Salud.
Pero el hecho que no es posible contar con toda la información, inclusive de las consecuencias que saldrán a la luz en el futuro -y asumir que es inevitable que todos los datos actuales son discutidos desde posiciones políticas- no libera a las autoridades de su obligación de actuar. Y a la ciudadanía de la suya de informarse, para decidir conductas y, en su momento, evaluarla en las urnas.
Casos confirmados quincenales de covid, del 12 de octubre de 2020 al 25 de julio de 2021, en Alemania, Argentina, Brasil, España, Francia, Gran Bretaña e Italia.
(Casos confirmados quincenales, se refiere al número acumulado de casos confirmados durante las dos semanas anteriores).
Casos confirmados quincenales de covid, por millón de habitantes, del 12 de octubre de 2020 al 25 de julio de 2021, en Argentina, España y Estados Unidos.
Cambios quincenales en los casos de covid, en Argentina, Brasil y Estados Unidos.
(Este índice se refiere a la relación entre el número de casos en una quincena, con el número de casos en la quincena previa).
En el último gráfico, los números oficiales de Brasil sencillamente no son creíbles, como observan desde hace un año las principales universidades federales. Pero lo llamativo es la curva de incremento de casos en EE.UU. que se eleva como una serpiente atacando.
Ese aumento de contagios en las últimas semanas nos advierte de dos factores que se potencian entre sí.
El primero, es ese tercio de población estadounidense reacia a toda vacunación, bastante concentrada en los condados y estados republicanos. El segundo es la irrupción de la variante Delta del covid, entre 1000 y 1600 veces más contagiosa que la Wuhan original, que sobre esa base poblacional está extendiéndose vertiginosamente por ese país.
Empieza a no haber excusas para que al menos una o dos vacunas nacionales (la de la Universidad Nacional de San Martín, UNSAM, la de la Universidad Nacional de La Plata, UNLP) no estén en estudios de fase con humanos. La de la UNSAM tiene terminados hace medio año sus estudios preclínicos. De haberse licenciado este invierno, nos encontraría mucho mejor parados, como país, ante la irrupción de la variante Delta, que con la población a medio vacunar, y según se ve en EEUU, puede ser explosiva.
Entre otras cosas, porque ambas fórmulas mecionadas, porque su tecnología es clínicamente muy segura e industrialmente muy fácil de fabricar a gran escala. Son vacunas a proteínas recombinantes, similares a las fórmulas anti-hepatitis B o la anti-virus del papiloma humano, probadas hace décadas con éxito. Y costarán en pesos, no en dólares. Si el Ministerio de Salud las deja existir, claro está.
Este tipo de vacunas servirían de refuerzo para la población ya inmunizada. Pero además, al no ser codificantes, podría proteger sin problemas a los grupos más de riesgo (población inmunodeprimida, embarazadas, niños).
La delta se viene, y nos están faltando vacunas propias.