«Abran paso a una vacuna argentina» – 3° parte

La proteína viral Spike (rojo) a punto de anclarse en la proteína ACE (celeste) de una célula respiratoria. Cuando esos 3 “dedos” se cierran, el virus se pega a la célula y la toma por abordaje, secuestrando su maquinaria molecular. Casi todas las vacunas suscitan anticuerpos anti-Spike.

(La primera parte de este artículo está aquí; la segunda, aquí)

4. ¿Aún vale la pena una vacuna enteramente nacional?

Llevamos gastados en importaciones inseguras más de 1661 millones de dólares. Licenciar una fórmula propia en fase 2/3 saldría aproximadamente 24 millones de dólares.

En la fase 2/3 del prototipo de “la Cecilia” se testeará como vacuna de refuerzo y de resguardo ante cambios del virus. Y mostrará –o no- su eficacia. Con pocos argentinos no vacunados como se espera tener en otoño de 2022 y una circulación viral difícil de predecir, no tendría sentido realizar las inmensas pruebas de fase 3 de 2020. Es más, será imposible.

Aquellas fases 3 se hicieron con estudios de entre 30.000 y 60.000 voluntarios sanos “a doble ciego”. Esto ya se explicó mil veces, pero ahí va de nuevo: se dividía al grupo total en dos cohortes, la “vacuna” y la “control” y se asignaban sus miembros al azar. Ningún voluntario sabía en cuál subgrupo había caído hasta terminada la prueba. Todos eran inyectados, los de la “cohorte vacuna”, con la fórmula, los del grupo control, con solución salina.

Pero nadie (ni los profesionales en contacto con los voluntarios) sabían qué le toco a quién. Y de eso se trata: de eliminar el efecto protector de la esperanza en el medicamento. Existe, y logra torcer mucho las cifras.

Luego se esperó a que se enfermaran una cifra cercana al centenar, lo que supone que, con una letalidad de alrededor de entre el 2 y el 4% como la del Covid-19 en 2020, murieron unos cuantos. Ciencia despiadada, pero en 2020 no había nada mejor.

Al llegar al número de enfermos y muertos considerado matemáticamente “de corte”, se levantaba el secreto para ver si los enfermos se habían agrupado mayormente en “el grupo control”, el que había recibido placebo y no vacuna.

El grupo vacunado, en cambio, debía estar estadísticamente más libre de enfermedad sintomática, de casos graves y de muertes. La comparación numérica entre ambos grupos daba porcentajes de eficacia bastante indiscutibles, máxime si los estudios eran de decenas de miles e incluían población especialmente vulnerable, como mayores de 50.

En junio o julio del año pasado, la circulación viral era tan bestial que una fase 3 se terminaba en dos meses: en el mundo no había casi nadie vacunado, sólo algunos curados con algo de resistencia a reinfección.

Una prueba de éstas con 30.000 argentinos en 2020 habría salido unos U$ 180 millones. Aquí suena a muy caro, pero para las “Big Pharma”, era un regalo. De modo que acudieron a hacer parte de sus fases 3 Pfizer, Sinopharm, Sinovac y Johnson & Johnson: el costo argentino era bajo y la circulación viral, alta.

Alguien negoció MUY mal por la Argentina, porque a cambio del favor no recibió compensación alguna en forma de certezas de provisión, o buenos precios de entrega. No faltan quienes celebran el respeto internacional que inspiramos como cobayos “con onda”.

Aún así, en 2022 casi no habrá compatriotas sin su doble pinchazo. En cuanto a la circulación del virus, para estimar cuánto durarán las fases 3 de nuevas vacunas argentinas, es bastante impredecible: depende de futuras mutaciones del virus, que no ha dado sus planes a publicidad.

Incluso sin estar acorralado en absoluto (hay 4800 millones de humanos a espera de su primera vacuna), el SARS CoV2 viene dando pruebas de reinventarse rápido. Es un Houdini, como el virus gripal: va camino de volverse un gran escapista.

Por ello, la ANMAT (Administración Nacional de Medicamentos y Tecnología Médica) podría aprobar fórmulas argentinas que simplemente susciten una respuesta potente de anticuerpos en 4000 personas, todas ellas ya portadoras de otras vacunas. En el nuevo panorama, una medición de eficacia se vuelve muy económica.

La UNSAM recibió $ 60 millones (pesos, no dólares) de la Agencia I+D+i (un ente autárquico de promoción tecnológica en el área del Ministerio de Ciencia, MinCyt). “La Agencia”, como se la llama en el ambiente, otorgó partidas equivalentes para las vacunas ArgenVac de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y a la de la Fundación Instituto Leloir.

Esta plata a lo sumo permite completar los estudios preclínicos y entrar a la fase 1, o “de seguridad”, sobre 100 voluntarios sanos.

De ahí en más, los costos se disparan. A U$ 6000 (dólares, no pesos) por voluntario, pero con el valor del peso en picada, el subsidio de La Agencia a fecha de hoy cubre la mitad de una fase 1. Para una fase 2/3 completa y licenciar “la Cecilia” se estima una factura de U$ 24 millones. Dólares, quede claro.

Hace casi un año que hay un industrial farmacológico calentando motores y listo a producir “la Cecilia”: el laboratorio Pablo Cassará.

4. Competidores nacionales, segundo y tercer pelotón

 

La CoroVacx G.3 de la Fundación Instituto Leloir (FIL) terminó sus ensayos de pre-fase y está lista para estudios de seguridad. Los frasquitos sugieren que el fabricante podría ser Inmunova, una empresa incubada en la UNSAM con mayoría accionaria del grupo INSUD.

El MinCyt repartió, imparcial, otros dos óbolos equivalentes, de 60 millones de pesos, a dos vacunas argentas que vienen remando detrás de “la Cecilia”. Son las fórmulas de la FIL (Fundación Instituto Leloir) y la de la UNLP (Universidad Nacional de la Plata).

Pero hay un tercer pelotón: con las propuestas de la Universidad Católica de Córdoba, la Universidad Nacional del Litoral y el INTA Bariloche, la lista de aspirantes podría llegar a 6.

La de la FIL es una vacuna a vector viral recombinante, es decir de 2da generación: es la más compleja entre las nacionales. Se parece a la AstraZeneca, pero intenta ser suficientemente eficaz con una única dosis, como trataron la yanqui Johnson & Johnson y la china CanSino (y alcanzaron un 66,3 y un 65,7%).

Superar –y mucho- el 70% a monodosis no es imposible. Lo logró la Sputnik-V: un estudio sobre 186.581 mayores entre los 60 y los 79 años del MinSal de la Provincia de Buenos Aires indicó una efectividad del 78,6% para evitar casos de COVID-19, del 84,7% para evitar las muertes y del 87,6% para reducir hospitalizaciones. Impresiona bastante, pero con una sola dosis de Sputnik-V estás mejor que con dos de AstraZeneca… (ver aquí).

Nihil obstat, conseguir la 2da dosis de la Sputnik-V sigue siendo un problemazo: los rusos no entregan. Y como posible sustituto, la CoroVaxG.3 podría encontrar un nicho inicial: usa el mismo adenovirus vector.

La vacuna de la FIL tendría un fabricante (?) externo, Vaxinz, cuya página de internet muestra un “start-up” organizado para la ocasión en Los Angeles, EEUU, con una filial en San Pablo, Brasil, 4 empleados y al parecer sin instalaciones industriales propias.

Lo que desconcierta no poco, porque al dar la noticia de terminación de sus estudios preclínicos, la FIL publicó una foto de dosis con el marbete de Inmunova, una empresa de Insud incubada en la UNSAM, la misma que el año pasado logró la aprobación del suero equino hiperinmune como terapia de Covid-19 sintomático entre leve y agudo. Este suero ya se usó con efectividad en al menos 20.000 pacientes desde su aprobación por la ANMAT, lo que certifica una empresa chica pero real.

Esas diferencias importan. En AgendAR llamamos “argentinas” a las vacunas diseñadas, aprobadas y fabricadas íntegramente en el país y por empresas nacionales. Y no lo hacemos por patrioteros sino por cautelosos. Porque ni la AstraZeneca “made in Garín” pero terminada en México se consigue fácil, ni tampoco llega en cantidades que muevan el amperímetro la Sputnik-V fabricada en Rusia, pero terminada en Pilar.

No es argentino todo lo que dice serlo. El que se quemó con leche, ya se sabe…

Un posible lugar de fabricación de la fórmula de la FIL sería la propia mAbxience, cuando haya terminado su contrato con la fundación Slim y AstraZeneca, cuya fecha de expiración ignoramos. No sería de asombro. El grupo Insud viene copando todos los wings de la pandemia de Covid-19 en Argentina: así como “in illo tempore” todos los caminos conducían a Roma, hoy todo debe pasar por Garín. Para lo cual Insud ha mostrado no poco lobby en el MinSal.

En días menos tranquilos para el Dr. Ginés González García, cuando todavía encabezaba el MinSal, salía en fotos con el Dr. Hugo Sigman, dueño de Insud. Eso es raro: Sigman se resigna a la fama como Ud. o yo al dentista. Nunca quiso ser un Steve Jobs, un Jeff Bezos o un Elon Musk de la biotecnología. Es un zar de bajísimo perfil, que emplea a más de 8000 personas en 40 países y sabe desplegar sus generales, y estos sus espadas.

 

La Mgra. Sonia Tarragona, jefa de gabinete del MinSal

Sonia Tarragona es economista con una maestría en salud pública, docente de la UNLP en lo mismo, ex subsecretaria de medicamentos del MinSal y hoy su Jefa de Gabinete (es decir, es la número 2 de ese ministerio). Es una experta del riñón de la Fundación Isalud, de Ginés González García, pero dirigió también la Fundación Mundo Sano, de la Dra. Silvia Gold, esposa de Hugo Sigman. Y con Vizzotti apagando incendios, Tarragona decide si una vacuna nacional entra en estudios de fase o muere archivada. Es temida.

Bagó, por su parte, como ya se explicó, es socia de Insud en Biogénesis, la mayor productora de vacunas antiaftosa del mundo. Y Biogénesis Bagó, mAbxience y Sinergium Biotech distan una de otra un minuto a tranco de garinense a pata.

Razón por la que tampoco asombra que otra vacuna argentina en gateras, la del médico, veterinario y virólogo Sebastián Pappalardo, responsable del Laboratorio de Nanomedicina Veterinaria de INTA Bariloche, ya venga de la mano de Bagó.

Los virólogos criollos con vacunas propias ven luz en Planeta Garín, tocan timbre y se asocian, buscando el único padrinazgo local tan robusto como para capear un proceso de licenciamiento en la ANMAT, la Administración Nacional de Medicamentos y Tecnología Médica.

La ANMAT fue creada durante la primera presidencia del difunto Carlos Menem con el mandato legal de aprobar automáticamente (sic) todo medicamento que haya alcanzado el licenciamiento de la Food and Drug Administration (FDA) de los EEUU. Extrañamente, la FDA no aprueba automáticamente todo aquello que la ANMAT licencia. Por MUY distintas razones, ni la FDA ni Menem nos explicaron por qué.

Es fama que en nuestra agencia reguladora, por timidez de los funcionarios a poner el gancho en novedades demasiado nativas, las carpetas correspondientes se cubren de polvo. Salvo que te ayude alguien con mucho plumero. Y en “Planeta Garín” sobra.

El panorama en la competencia argentina por licenciar es éste: los $ 60 millones del MinCyt son un empujón, pero el único ministerio con bolsillos y autoridad para hacerte entrar en pruebas de fase es el de Salud, que hasta hoy no puso un centavo en ninguna fórmula nacional ni dio luz verde a nadie para iniciar ensayos de fase en la ANMAT.

Razón por la cual lo disponible hoy es todo importado, razón por la cual sigue siendo bastante indisponible.

El segundo pelotón de aspirantes a fabricar vacunas argentinas contra el SARS CoV2 se cierra con la ArVac de la UNLP. Es una fórmula de primera generación, como “la Cecilia”. Funciona a fracciones llamadas RBD del antígeno Spike. RBD significa “receptor binding domain”, y designa a secuencias de aminoácidos muy resistentes a deriva genética del SARS CoV2. En cortito: no cambian.

Es entendible que cambien poco, porque son los puntos con que el antígeno Spike reconoce la proteína ACE 2, su garfio de abordaje en las células humanas a infectar. Y como garfio, está muy optimizado por la evolución. Se encastra en la ACE2 con un encaje llave-cerradura. La ACE2 a los humanos nos sirve para otras cosas, pero el virus SARS CoV2 ha logrado explotarla como puerta trasera.

 

Otra imagen del antígeno viral Spike. La gente curada de covid suele tener anticuerpos contra 3 regiones de esa proteína: anti-RBD, anti-NTD y anti-S2. Las vacunas como las de la UNSAM o la UNLP pueden usar estos 3 antígenos, el S2, el NTD y el RBD, pero el último es el más invariable y por ende el más factible de atajar futuras mutaciones virales.

Las RBD son garfios moleculares poco mejorables. Tanto así que, por la continua deriva genética del virus SARS CoV2 y el tamaño global de la pandemia, el RBD desarrolla millones de variaciones nuevas. Pero en su inmensa mayoría funcionan peor y quedan descartadas por el triunfo reproductivo de las variedades más competitivas. Darwin puro.

“La Cecilia” de la UNSAM y la ArVac de la UNLP te inyectan fracciones RBD, es decir partes de una parte casi invariable del virus. Son fragmentos de proteína elegidos por su capacidad irritante. No son genes: no contienen ni transportan información. Son vacunas no codificantes.

Pero acompañadas por un coadyuvante “polenta”, esas fracciones RBD levantan una respuesta enérgica de anticuerpos segregados por los linfocitos B del sistema inmune. También activan, al parecer, los linfocitos T “asesinos” (que matan a las células infectadas) y las “de memoria”, que facilitan una respuesta rápida de toda la orquesta inmune en caso de re-infección.

En el caso de la vacuna platense, las fracciones RBD están combinadas con nanopartículas producidas por el equipo del Dr. Omar Azzaroni del INIFTA (Instituto de Investigaciones Fisicoquímicas Teóricas y Aplicadas, de la UNLP y el CONICET). El resultado permitiría una administración doble: o por inyección, o por aspiración, a través de las mucosas nasales.

La idea del elenco de la UNLP se parece un poco al de una vacuna yanqui aún no licenciada, la Novavax. La administración nasal abarataría mucho cualquier campaña vacunatoria.

Habrá que fabricar las decenas de miles de litros de la fórmula, en una u otra presentación, pero no sabemos qué laboratorio lo hará. De todos modos el Dr. Guillermo Docena, del IIF (Instituto de Investigaciones Inmunológicas y Fisiopatológicas) estima que terminar la fase preclínica e iniciar estudios de fase con humanos le insumirá al menos 18 meses (ver aquí). Seguramente Docena y Azzaroni están pensando en algún fabricante, pero no indicaron cuál ni apuntan a un precio, por ahora.

Lo seguro es que vivir de importaciones resulta más caro.

Basta mirar los contratos que firmó el MinSal (disponibles aquí). Los proveedores son AstraZeneca, el RDIF (Fondo Ruso de Inversión Directa), el Serum Institute de la India, Sinopharm, Moderna, CanSino (una vacuna china poco mentada en estos pagos) y Pfizer. Suman hasta ahora U$ 1.661.022.520,00 sin los fletes. Repetido en letras para disipar dudas: algo más de mil seiscientos sesenta y un palos verdes.

Ahora Ud., lector/a, acaba de comprender que gastar 24 palos verdes en tener al menos UNA vacuna propia no es tan caro. Algunos dólares de la parva que estamos exportando al Reino Unido, Suecia, Rusia, la India, China, Estados Unidos y Alemania podrían quedar aquí.

(concluirá mañana)

Daniel E. Arias