Como todo el mundo sabe -nunca fue tan cierto y literal, el mundo todo- el lunes 4 de octubre Facebook, Instagram y WhatsApp, las 3 empresas de Mark Zuckerberg, estuvieron caídas por más de 6 horas. Las dificultades comenzaron a las 12:15 hora argentina, y ningún dispositivo, en ningún rincón del planeta, podía conectarse a través de ellas.
No fue la primera interrupción del servicio para ninguna, ni tampoco la más prolongada. Facebook estuvo caída un día entero en 2008, y WhatsApp por 14 horas entre el 13 y el 14/3/19. WhatsApp e Instagram las tuvieron hace muy poco, en marzo y julio de este año. Y un fallo de las 3 juntas, ocurrió en julio de 2020.
Pero nos animamos a decir que la caída de ayer fue la que impactó más en la sociedad global. Para ser más preciso, en un porcentaje muy alto de los ciudadanos de una mayoría muy larga de los países del globo.
En parte, por una cuestión del número de usuarios. En 2008, Facebook tenía 80 millones; hoy, esa red social sola tiene más de 2.890 millones. El «planeta Zuckerberg» tiene más habitantes que la India y China juntas.
Pero creemos que un factor aún más decisivo es el papel que juegan, cada vez más, en nuestras actividades, además de nuestros ocios. Cada día más empresas pequeñas y medianas y emprendimientos personales se suman a vender u ofrecer servicios a través de Instagram. La pandemia ha acelerado esta tendencia.
Y WhatsApp -y en menor grado el servicio de mensajería de Facebook, Messenger, que también se cayó– ha reemplazado al correo electrónico y está en camino de reemplazar a la comunicación telefónica. Por supuesto, ambos siguen existiendo y cumplen funciones acotadas aunque propias. Pero el mensaje que puede enviarse en cualquier momento, y también leerse o escucharse cuando el receptor tiene tiempo, resulta tan útil… Lo mismo que el bot, que ofrece de inmediato opciones al cliente (o al ciudadano).
Bueno, ayer comprobamos que este maravilloso mecanismo -que vende a empresas privadas, y a algunas agencias de algunos gobiernos, los datos personales que le brindamos sin reflexionar, y cuyos algoritmos han sido denunciados como «perversos» (ver la otra nota que hoy publica AgendAR)- también puede fallar. Y sin advertencia previa.
Poco después de la recuperación de las redes, nuestro amigo Jorge Zaccagnini, referente histórico para muchos informáticos argentinos, nos decía en un mensaje «en varias oportunidades advertimos que la mudanza irreflexiva de los mecanismos de comunicación era un proceso peligroso y permanentemente a un paso del caos».
Es cierto. Sin ir más lejos, en marzo habíamos reproducido en AgendAR su advertencia «No abrazar la tecnología digital sin evaluarla antes». La pregunta es ¿Hay alternativas?
Hay una red, al menos, que se está ofreciendo, con énfasis, desde hace tiempo: Telegram. Y es muy competitiva en sus capacidades. Pero, como otras muestras de las brillantes ciencia y tecnología rusas, tiene dificultades con la escala. Ayer también Telegram tuvo problemas para alojar a tantos emigrantes intempestivos con los mensajes que no podían enviar por WattsApp.
Hay otras redes y servicios de mensajería. En China, en la misma Rusia… Incluso en Estados Unidos, varios compiten con éxito en segmentos de la población con los servicios de Mark Z. Pero todos ellos, en sus características y su lenguaje, están destinados a los usuarios locales.
Y ahora contestamos la pregunta de si hay otra alternativa con otra ¿Por qué no hacemos lo mismo? Hacemos nuestro el desafío de Zaccagnini: «…planteamos la necesidad de una nube local y sudamericana. Usando los recursos y conocimientos que hoy estamos mal utilizando como materia prima del negocio de otros».
Podemos imaginar una red de mensajería nacional, hasta un sitio en Internet para subir fotos y textos breves… Ejemplos de esto último existen. Por supuesto, somos conscientes que competir con recursos locales con el imperio de Zuckerberg sería tratar de pescar una ballena con un anzuelo para mojarritas.
Pero el objetivo no sería competir, sino ofrecer una alternativa confiable, y, tal vez, valorizar más los datos que hoy los usuarios de las redes proporcionamos gratuitamente. Porque Mark Z es, simplemente, el empresario que con mayor habilidad explotó el hecho que hoy a muchísima gente le encanta volcar su intimidad en Internet, brindando de paso información valiosa para las empresas que quieren venderles productos o servicios.
El factor que puede hacer viable una propuesta así es que al Estado nacional, y también a los provinciales, les conviene que exista una alternativa a sus ciudadanos y a las empresas. No sólo frente a caídas imprevistas como la de ayer. El crimen y la guerra ya se trasladaron al ciberespacio. Contar con proveedores nacionales de estos servicios será en muy poco tiempo una política prudente, seguida por muchos países.
Nuestro columnista, Daniel Arias, nos cuenta que en enero de 2020, cuando se renovó la conducción de ARSAT, se debatió si se iba a ofrecer un sistema de teleconferencias capaz de hacerle competencia a los varios sucedáneos de Zoom. Con la ReFeFo, la red de fibra óptica que superó los 35.000 km y la capacidad de almacenamiento del Data Center de Benavídez, habría tenido ventajas tecnológicas, de escala y de costos decisivas dentro del territorio argentino. Pero era indispensable vender servicios directamente a usuarios: «dar milla final», en la jerga.
El tabú de la milla final es fundacional, viene de 2006, cuando la empresa nació con diez empleados en dos oficinas del entonces Correo Central y con la entonces sorprendente idea de dotar a la Argentina de sus propios satélites de telecomunicaciones. De suyo, un proyecto tildado de irrealizable y faraónico. Pero los satélites están, ganan mucha plata para el estado, logró una alianza con Turquía para su construcción en serie y venta, y habrá nuevos.
Satélites, la ReFeFo, «el Data», todo lo que se propuso hacer ARSAT, lo hizo. Pero en 2020 desistió de un equivalente nacional de Zoom por no romper el tabú de la milla final, y sembrar la paranoia entre algunos grupos económicos muy poderosos del mundo de las comunicaciones. Ese paso al costado se dio mientras se veían llegar la pandemia, sus inevitables restricciones y el florecimiento de la sala virtual de conferencias Zoom. Podríamos haber tenido un equivalente nacional. Todavía podemos.
Éste ahora es un desafío distinto. La caída general de conectividad de ayer nos señala que, antes que un negocio empresario, para el país sería una medida de seguridad. Ya no es únicamente conveniente. Es necesario.
ARSAT, en asociación con las empresas informáticas que siguen naciendo en Argentina a pesar de la crisis, puede encargarse de esta tarea. Tiene todo para ello. Se necesita la decisión política.
A. B. F.