«Argentina tiene capacidades científicas que, usualmente, están subaprovechadas»
Reproducimos estas reflexiones, hechas en una entrevista de la Fundación Igualdad, del científico Pablo Kreimer, doctor en Ciencia, Tecnología y Sociedad por el Centro STS de París, investigador superior del CONICET, profesor titular en la Universidad Nacional de Quilmes, y director del Centro de Ciencia, Tecnología y Sociedad de la Universidad Maimónides.
F.I. -¿Cómo evaluás, en este contexto de emergencia, la respuesta del sistema científico argentino? ¿Qué hizo que las ciencias argentinas pudieran dedicarse con cierta rapidez a las cuestiones específicas de la pandemia?
P. K. -Lo primero que hizo la crisis fue enfatizar aquello que ya conocemos, en sus debilidades y en sus fortalezas. ¿Cuáles son las fortalezas históricas? Bueno, las tradiciones de investigación biomédica son uno de los ejes históricos de la Argentina desde la época de Houssay. Es uno de los campos de conocimiento donde Argentina tiene muchas capacidades acumuladas. Y el conocimiento acumulado es algo que no se puede reemplazar ni por tecnología ni por recursos: son varias generaciones de acumular prácticas incorporadas en los sujetos. Gente que ya venía de una tradición de investigación muy establecida. Contar con esa acumulación de conocimientos a través de las generaciones es muy importante.
Ahora, también mostró las limitaciones históricas. Por ejemplo, en términos de financiamiento. Hubo un número de proyectos con una cantidad de recursos mucho mayor a lo habitual. Eso muestra que el financiamiento habitual no es suficiente. Por otro lado, el cuello de botella histórico que es el uso del conocimiento, las dificultades para hacer un uso local del conocimiento que se produce. Una cosa es acumular conocimiento científico, de muy buen nivel, cuyos productos suelen ser papers, y otra cosa es producir algún tipo de mejora para la sociedad. Y la mejora para la sociedad está mediada por la industrialización de ese conocimiento. En procesos que requieren una cierta capacidad técnica -no de punta, pero importante-, la Argentina tiene capacidades que usualmente están sub aprovechadas.
F.I.- ¿Qué demandas hay desde la sociedad hacia el campo científico, qué se le pide a la ciencia? ¿Hay expectativas razonables o desmesuradas acerca de lo que la ciencia puede lograr?
P.K.- Primero, hay una gran confusión ligada a que la ciencia ocupó el centro de la escena, como otras veces en la historia, pero no existían los medios de comunicación que existen hoy. Estar en un mundo hipercomunicado hace que haya categorías que se mezclan: lo que es un médico, lo que es un investigador, lo que es un experto, lo que es un médico-investigador… además, compiten distintos saberes, entonces lo primero que hay que decir es que no hay “una” ciencia, pero tienden a predominar algunas miradas sobre otras. ¿Qué tipo de conocimientos prevalecen por sobre otros en la toma de decisiones públicas? Porque estos conocimientos están en disputa por definir cuál es el objeto legítimo.
Discursos que ponen en cuestión a la ciencia como saber hegemónico son, por lo menos, parcialmente exitosos
Cuando una perspectiva logra imponerse como saber legítimo, deriva de ahí la forma de intervención. Si para la epidemiología la cuestión es la circulación de las personas, lo que hay que hacer es quedarse en casa. Si para la virología la transmisión del virus de persona a persona se produce de tal manera, que la gente circule al aire libre sería menos riesgoso. No estoy tomando ninguna posición, porque no estoy en condiciones de hacerlo, de ninguna manera, lo que quiero es mostrar cuál es el abanico de los saberes que están en disputa. Todo esto se confunde en los medios de comunicación, que hoy son también las redes sociales y todos los espacios por donde circulan estos conocimientos. Eso sería un segundo aspecto.
La ciencia y las respuestas para «todo»
Un tercero sería lo que yo llamo las “promesas tecnocientíficas”, que de alguna manera organizan un conjunto de creencias sociales. Esto de que hayamos tenido en tan poco tiempo una vacuna, un producto en un mercado masivo… me parece que estas promesas pueden generar la falsa ilusión de que la ciencia puede tener respuestas para todo, y que puede tenerlas en forma más o menos inmediata. Hay un cierto riesgo en generar dos cosas -completamente antagónicas-, y las dos son riesgosas. La primera es una confianza ciega en la ciencia, casi diría propia de un saber tecnocrático. Como tenemos estos conocimientos, basta con estimularlos con orientaciones claras y recursos. El otro riesgo es la desconfianza.
Lo que estuvimos viendo es que discursos que pongan en cuestión a la ciencia como saber hegemónico son, por lo menos, parcialmente exitosos. Pero tampoco todos los que cuestionan a las vacunas son igualmente irracionales, hay distintos tipos de argumentos. Me parece que ante algunos discursos públicos en relación a la desconfianza hacia la ciencia, sobre todo en la fuerte asociación entre ciencia, Estado y empresas, lo que hay que hacer es tomarlos en cuenta. Esto existe y tiene consecuencias. La ciencia puede generar desconfianza sobre bases legítimas, porque no todo avance científico es positivo. Quienes trabajamos en el campo de los estudios sociales de la ciencia estamos en un dilema: si reconocemos que, en principio, todos los enunciados tienen epistémicamente el mismo derecho a existir, tenemos que darle esa misma competencia epistémica a saberes que nos resulten antipáticos. Si no, hacemos trampa. Por ejemplo, si queremos entender la dinámica de la controversia alrededor de las vacunas, y si aceptamos que el conocimiento no es neutral ni objetivo, ¿por qué le vamos a conceder a quienes sostienen la eficacia de la vacunación una mayor entidad epistémica que aquellos que la cuestionan? Es necesario que, como primer paso, reconozcamos esta complejidad.