José Converti, PhD., Ingeniero, Profesor titular de Ingeniería del Instituto Balseiro, publicó recientemente este artículo. Que ha tenido una gran repercusión entre todos aquellos que se interesan en el tema de los submarinos, y en la presencia argentina en el mar. Pero estamos en desacuerdo con una de sus conclusiones. Por eso, publicamos su artículo y, a continuación, exponemos nuestras diferencias.
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«El acuerdo militar tripartito entre Australia, el Reino Unido y Estados Unidos conocido como AUKUS (del acrónimo en inglés de Australia, United Kingdom y United States), abre nuevamente la discusión sobre la factibilidad y la conveniencia de desarrollar en nuestro país la tecnología para la propulsión nuclear de submarinos.
Este tratado provocó un gran enfado de Francia al verse arrebatado por Estados Unidos de un contrato de venta de submarinos por más de sesenta mil millones de dólares.
La decisión de Australia es comprensible dada la superioridad tecnológica de la oferta norteamericana. Los franceses ofrecían submarinos con un sistema de propulsión AIP (Air Independent Propulsion). Estos tienen una autonomía sólo un poco superior a la tradicional Diesel-Eléctrica con banco de baterías de plomo-ácido; pero con la desventaja que se trata de un sistema nuevo y poco experimentado.
Para un país oceánico como Australia, donde las distancias a recorrer hasta llegar a la zona de operación son muy grandes, la opción nuclear es muy superior a la ofrecida por Francia. La superioridad de la propulsión nuclear sobre la AIP, para países oceánicos (tales como Argentina) está muy bien analizada en un reciente artículo de Ricardo Burzaco, editor de la revista Defensa y Seguridad.
Si Australia no tomó esta opción anteriormente es por haber sido bloqueada por la Armada norteamericana (US Navy). Sólo recientemente, a la luz del conflicto geopolítico con China, EEUU reevaluó la conveniencia de tener un aliado confiable cercano a la zona de conflicto.
Este hecho ha abierto un nuevo capítulo en la discusión sobre el submarino nuclear nacional. Ya en el tercer gobierno de Perón (1973-74) en pleno auge del desarrollo nuclear argentino, surgió la primera iniciativa para desarrollar un reactor nuclear adecuado para la propulsión de un submarino, en el proyecto denominado Carena. Esto cobró gran impulso luego de la Guerra de Malvinas y el hundimiento del crucero ARA General Belgrano por un submarino inglés de propulsión nuclear. El vicealmirante Carlos Castro Madero que presidió la CNEA entre 1976 y 1983 fue un gran impulsor de este proyecto.
No obstante, la tecnología adoptada para el reactor naval fue desacertada ya que se tomó como modelo el reactor que impulsaba una nave de superficie, el “Otto Hahn”. La opción más adecuada hubiera sido un PWR (reactor de agua presurizado) que había brindado excelentes resultados en el Nautilus, primer submarino con propulsión nuclear desarrollado en EEUU en un lapso de cinco años (1950-1955).
Lamentablemente se persistió en esta opción aún al desistirse del proyecto original, en el gobierno de Alfonsín, camuflando dicho reactor con un ligero cambio en el nombre a Carem y presentándolo como un reactor “inherentemente seguro” para “pequeñas poblaciones aisladas” como lema de marketing. Sus impulsores creían sinceramente que dicho reactor, con pequeñas modificaciones sería adecuado para impulsar un submarino. Fue el contralmirante Domingo Giorsetti quien, a principios de la década de los 90, demostró que el reactor en desarrollo era inadecuado para la propulsión de un submarino.
No obstante, el proyecto Carem continuó siendo justificado por sus supuestas bondades tecnológicas y constituir un baluarte de la “tecnología nacional” constituyéndose en el proyecto emblemático de la CNEA y llevando la parte mayoritaria de su presupuesto.
Hoy día, después de 40 años, con problemas tecnológicos sin miras de ser resueltos y sin un estudio realista de posibles compradores si se lograra un prototipo en funcionamiento; sería hora de una evaluación seria sobre la conveniencia de continuar el proyecto.
Debemos tener en cuenta que la CNEA de hoy es un sector minoritario del sector nuclear nacional. Cuando se produjo el desguace de la CNEA original durante el gobierno de Menem, la CNEA se redujo solo al sector de investigación y desarrollo.
El sector nuclear ha logrado importantes éxitos en las últimas décadas. Hace ya varios años se completó exitosamente la Central Nuclear Atucha II y la extensión de vida de la Central Nuclear Embalse. INVAP se posicionó como el principal proveedor mundial de reactores de investigación. La CNEA sólo puede mostrar un proyecto inconcluso y seriamente cuestionado.
Entre los años 2011 y 2018 un grupo del CAB (Centro Atómico Bariloche) de la CNEA desarrolló la ingeniería conceptual de un reactor tipo PWR (Reactor Nuclear Compacto) adecuado para la propulsión de un submarino nuclear nacional. Este proyecto fue suspendido sin ninguna justificación a pesar de los excelentes resultados logrados.
Si se compara con el primer logro importante de la CNEA en 1958 que fue la construcción y puesta en funcionamiento del primer reactor nuclear en Latinoamérica (el RA-1) que se efectuó en un tiempo record de nueve meses, los 40 años del Carem nos tienen que hacer reflexionar.
O el plantel tecnológico actual es inferior al de la década del ´50, o el proyecto tras el cual se han embarcado no ha sido una buena elección. Ninguno de los que han ocupado los puestos directivos de decisión tuvo el conocimiento y voluntad de cambiarlo.
En mi opinión, creo que continuar con el proyecto Carem no es una decisión adecuada de la cual habrá que ver cómo salir airosamente.
Sería más sensato direccionar los recursos y experiencia del Carem hacia el proyecto suspendido (Reactor Nuclear Compacto) del que aún no se ha justificado su suspensión. Este proyecto sería una contribución sustancial al sistema de defensa de nuestros recursos marítimos y territoriales, hoy en gran medida descuidados.»
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La posición de AgendAR
Al doctor José «Pepe» Converti lo precede su fama de jefe de proyectos y reactorista. Es imposible no acordar con él en que el Otto Hahn fue un mal punto de partida para llegar al propulsor de un submarino nuclear. Ojo, como motor naval del barco carguero alemán homónimo, ese reactor de 38 MW eléctricos dio resultados excelentes. Entre 1964 y 1972, aquel mercante granelero se navegó el planeta entero (463.000 km) gastando apenas 22 kilos de uranio. Recién ahí requirió un cambio de combustible.
Impresiona bastante, ¿no? Pero el prototipo del CAREM que se derivó del motor naval del Otto Hahn depende enteramente de la convección para refrigerarse y generar vapor, y este fenómeno natural de circulación de fluidos se debilita y suspende si el reactor se sale de la vertical.
Un submarino con un CAREM, reactor enteramente carente de refrigeración por bombeo, se quedaría sin potencia motriz y en recalentamiento del núcleo toda vez que deba hacer maniobras de combate que exigen rolidos y cabeceos extremos. No por nada todos los motores de submarinos nucleares, aún los modelos más modernos y convectivos, tienen bombas de refrigeración. No pueden prescindir de ellas, aunque son su componente más ruidoso, aún más que la propia hélice, y por ende el más factible de delatar la posición e identidad de la nave ante cualquier hidrofonista.
En la polémica de los contraalmirantes, Carlos Castro Madero vs. Domingo Giorsetti, le damos razón al último. Un submarino nuclear exige un PWR, un reactor convencional (pero muy pequeño, debe caber dentro del casco interno resistente a la presión). Este motor además debe ser muy presurizado y, en el caso argentino, quemar el uranio de mayor enriquecimiento que permitan la ley internacional, la diplomacia y la capacidad tecnológica propia. Eso anda ligeramente abajo del 20%, en el orden del 19,7%.
El motor del futuro submarino nuclear brasileño «Alte. Alvaro Alberto», planta motriz de la cual ya hay un prototipo no embarcado en fase de testeo, tiene esas características. Pero Brasil desarrolló un programa de enriquecimiento de uranio todavía insuficiente, muy superior al nuestro. El de ellos cabalga sobre una tecnología más moderna (centrífugas, en lugar de membranas de difusión gaseosa). Además, las instalaciones brasileñas no son experimentales, como nuestra plantita de Pilcaniyeu, sino que tienen escala industrial.
Brasil pagó un precio político muy alto por desarrollarlas, y por el atrevimiento diplomático de no haber cejado en su propósito de un submarino nuclear (y quien dice uno, dice el primero de varios). En cuanto Brasil empezó a arrimar seriamente la bocha en esa dirección, el gobierno de los EEUU reconstituyó, al menos simbólicamente, su 4ta Flota para mantener superioridad naval sobre el Atlántico Sur. Ante los ojos de EEUU, Brasil estaba cruzando la delgada línea roja. Se venía tormenta.
Y la hubo. Los gobiernos del Partido Trabalhista, los dos de Luiz «Lula» da Silva y el trunco de Dilma Rousseff, fueron los que más hicieron avanzar la construcción de las plantas de enriquecimiento. Pero esas plantas fueron la causa oculta del trabajo de zapa a cargo de la diplomacia de la OTAN, la oposición y los multimedios que culminó en el «golpe blando» que derribó a Rousseff en 2016, y la prisión posterior de Lula sobre acusaciones dibujadas.
Hubo otras causas, por supuesto: a fuerza de sudamericana y pese a su mucha educación industrial, que la ha dotado de un indudable nacionalismo tecnológico, la burguesía brasuca sigue siendo aristocratizante, racista y no se banca la inclusividad social trabalhista. Así como en 1964 no soportó la del presidente Joao Goulart, depuesto por golpe militar y asesinado en 1976 en su exilio en Argentina. Y en 1954 tampoco toleró la «manga ancha» ante los trabajadores de Getulio Vargas, el Perón brasileño, quien se suicidó minutos antes de que sus conmilitones lo depusieran.
Con cuchipandas judiciales similares a las que mandaron a la cárcel a Lula terminó preso -y con el equivalente de una perpetua- el Almirante e ingeniero nuclear y mecánico Luiz Othon Pinheira da Silva. Fue el hombre que, bajo el paraguas del PT y sin ser siquiera de ese partido, estaba logrando simultáneamente el avance de obra de la central nucleoeléctrica de Angra III, la construcción de nuevas «cascadas» en la planta de enriquecimiento de Resende, y el avance del PWR naval.
Tras remar en dulce de leche y contra no poca oposición desde 2006, la inversión en Resende acaba de llegar a 7 cascadas de enriquecimiento, cada una de muchas etapas. Pero para abastecer un programa nucleoeléctrico con las 3 Angras en línea se necesitarían 35 toneladas actuales de LEU (Low Enrichment Uranium), uranio enriquecido al 4%, lo que supone 30 cascadas, 17 más que las actuales.
¿Cuánto más debería crecer la planta de Resende para abastecer también el consumo de un submarino? Un motor naval que navega sumergido necesita no LEU sino HALEU (High Assay Low Enrichment Uranium), uranio enriquecido a casi el 20%? ¿Y el de una flota de al menos 4 submarinos nucleares?
Brasil tiene garra y alguna vez llegará a ello, pero a través de un camino políticamente muy diagonal, complejo y aporreado, en el que más de un político o militar patriota terminarán presos o muertos. Porque al Norte del ecuador, nadie quiere un Brasil transformado en potencia naval, capaz de proteger por sí mismo su red de comercio mercante con África y con China.
Nosotros también hemos pagado un precio alto por haber inaugurado Pilcaniyeu en 1981: la CNEA fue paralizada y luego desmantelada, y lo mismo le sucedió a la fábrica de submarinos Domecq García. Pese al intento de Néstor Kirchner de reabrir esa instalación bajo el nombre de CINAR, el nuevo astillero especializado, ahora con el nombre de Alte. Storni, no ha podido regresar a su función original que le otorgó Juan D. Perón cuando la planeó: construir y reparar submarinos.
La OTAN no se olvidará jamás de que el ARA San Luis, único submarino operativo de la Armada Argentina en 1982, le disparó torpedos pesados SST4 (que no funcionaron) a las fragatas Yarmouth, Arrow, Alacrity y de yapa a un submarino británico. Tampoco se olvidan los británicos de que la Task Force le surtió centenares de cargas a nuestra pequeña nave, sin lograr siquiera ubicarla.
El San Luis era un HW 209 minúsculo y costero, armado en Argentina con componentes alemanes, de propulsión puramente diésel-eléctrica. Y llegó a la guerra en pésimo estado técnico por falta de mantenimiento, pese a ser entonces una nave relativamente nueva, y pese también a que la Armada hasta 1982 tenía unos presupuestos de lujo. Que gastaba en otras cosas…
Pasaron 39 años pero lo del San Luis no se perdona. La OTAN y sus muchos operadores en nuestra clase dirigente no se limitarán a prohibirnos un submarino nuclear, de esos que pueden sumergirse meses sin siquiera usar el snórkel para renovar aire, como el futuro Alvaro Alberto brasileño. Desde 1982 no nos dejan tener NINGÚN submarino, no digamos nuclear, tampoco de propulsión anaerobia AIP. ¡No nos dejan tener un simple diésel-eléctrico como los de la Primera Guerra Mundial! Y menos aún nos dejan tener un astillero como el Storni.
Desde que reabrió en 2006, esa fábrica de tecnología muy avanzada rara vez tuvo fondos como para mantener una planta estable y capacitada de recursos humanos. La frustración salarial y los proyectos inconclusos expulsan a cualquiera, especialmente si puede ganarse la vida en otras industrias menos exóticas y perseguidas. Recomponer cuadros se hace cuesta arriba: no se consiguen ingenieros navales expertos en submarinos con avisos en Internet.
Aún en ese cuadro complicado, se pudo reparar sin ayuda externa alguna un barco técnicamente muy demandante: el rompehielos ARA Irízar, incendiado en 2007. Pero los submarinos están en otro orden de complejidad mayor. Son naves marinas con costos tan bestias y tolerancias tan bajas ante el error como las naves espaciales.
Ninguno de los dos poderosos submarinos TR-1700 «en construcción» (comillas intencionales) el S-43 Santa Fe y el S-44 Santiago del Estero, logró avanzar un milímetro. Hoy siguen como en 1994, cuando el presidente Carlos Menem, casi el operador más explícito de los EEUU y del Reino Unido en nuestra política, cerró el astillero, ubicado sobre Costanera Norte, y trató de vender las tierras para shoppings y barrios chetos.
De modo que aquí estamos: sin submarino alguno en el mar, con Chile reclamando de pronto posesiones marinas argentinas que no estaban siquiera en discusión, con Inglaterra dueña incontestada de posguerra de 1700 millones de km2 de mar donde hasta 1986 Argentina pescaba sin pedir licencia, con S-43 el Santa Fe detenido en un avance de obra del 71% desde hace 28 años, el S-44 Santiago en un 30%, y con la dirigencia política sin plata ni voluntad para hacer una extensión de vida del S-41 Santa Cruz, el primero de nuestra excelente y desdichada línea TR-1700.
Reabrir el astillero en 2006 fue un acto de coraje político de Néstor Kirchner. Pero al coraje hay que sumarle plata: las fábricas tecnológicas complejas requieren de un flujo continuo de fondos y de proyectos. La reparación de vida media del S-42 ARA San Juan debió durar un año y terminó prolongándose durante siete.
Según informes de la comisión parlamentaria que debió analizar su hundimiento, en 2017 esa nave llevaba 44 meses sin una revisión técnica integral, que corresponde sí o sí cada 18 meses. Fue obligada a navegar con no menos de 40 averías y desperfectos y pese a que embarcaba agua por el snórkel. Eso probablemente terminó en un incendio de baterías y la muerte instantánea de la tripulación.
Hoy no está el horno para bollos. Alberto Fernández no se planta en absoluto como Néstor Kirchner, y el santacruceño era valiente pero no mago. Si él no logró resucitar la construcción del Santa Fe, si hoy no podemos usar el CINAR para reparar siquiera el S-41 ARA Santa Cruz, que tan excelentes servicios tiene rendidos y puede dar todavía, ¿tenemos alguna chance de construir una propulsión nuclear naval para ponerla en el Santiago del Estero, que está al 35% de avance?
No con este gobierno. Mi respuesta al Dr. Converti es que hoy estamos bastante lejos de aquella asertividad nuclear que tuvo la Argentina kirchnerista, plasmada en obras concretas como la terminación de Atucha II y la extensión de vida de Embalse. No dudo de que el almirante Giorsetti tiene razón: es y será mucho mejor meterle un PWR argento a un TR-1700 alemán que un motor Otto Hahn, o cualquier derivación del mismo.
Pero una cosa es diseñar ese PWR en planos, un ejercicio académico seguramente exigente: sólo hay 2 países en Sudamérica que lo pueden hacer, y somos uno de ellos. Otra cosa mucho más difícil sería licenciar el motor nuclear en planos, conseguir la plata, mandar a fabricar sus partes, construir la planta y probarla en tierra. Y una tercera -y muy distinta, porque supone un desafío diplomático, no sólo técnico- sería terminar el submarino S-44 ARA Santiago, y una cuarta, y por lejos la más peliaguda de todas, sería montarle el reactor nuclear y empezar las pruebas de mar.
No es técnicamente imposible. La Argentina triunfó sobre otras imposibilidades técnicas a pura calidad profesional y con garra política, caso de la compleción de Atucha II. Pero para llegar a un submarino nuclear argento se necesitaría no sólo un flujo de fondos enorme, sino que las clases dirigentes argentinas le den blindaje institucional al proyecto y le permitan sobrevivir al menos a 4 o 5 cambios de gobierno nacional sin aflojar el cash flow ni arrugar ante patoteadas de la OTAN. Mirando por encima de las barricadas que definen la grieta argentina, hoy por hoy, eso es política-ficción.
También me parece fantaciencia política que la Argentina vaya a conseguir suficiente HALEU para que ese submarino imaginario pueda navegar. Nuestro país no tiene instalaciones para llegar a uranio al 19,7% por la propia (ojalá las tuviera). Los propios brasileños, tras tanta y tan cara lucha, tienen menos planta de enriquecimiento que la necesaria para fogonear sus centrales, cuando logren entrar en línea las tres. Entonces, los sucesivos núcleos del futuro submarino nuclear argento, ¿quién nos lo va a vender?
¿Hay alguien en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas interesado en que Argentina vuelva a ejercer poder sobre el Atlántico Sur? EEUU y el Reino Unido obviamente no. Tampoco veo manos alzadas en la Unión Europea, Rusia está en otra de sus guerras con Ucrania y no nos debe nada en materia de comercio. Y China prefiere que lo poco que le quedó a la Argentina de Zona Económica Exclusiva siga sin control por parte de nuestro estado. No podría ser de otro modo: los chinos son los primeros beneficiarios de la actual y desaforada piratería pesquera.
¿Entonces, obligados por las circunstancias, vamos a construir una planta de enriquecimiento en serio, con centrifugadoras y capacidad industrial como para llegar a fabricar HALEU? Estimado Pepe, por menos que eso Irán vive a punto de ser invadido y/o bombardeado. Y por acusaciones fraguadas de estar haciendo eso, en 2003 Irak fue invadido y destruido como estado.
Ante los ojos de los EEUU, ´primer proliferador mundial, el enriquecimiento es tecnología proliferante. Por eso Pilcaniyeu no funciona. Por eso no estamos siquiera operando la Planta Industrial de Agua Pesada (PIAP), que nos costó casi U$ 3000 millones a fuerza de atrasos, y que necesitamos desesperadamente, ya que sin este insumo se paran nuestras tres centrales nucleares existentes. La PIAP se paró en 2015. Y es que antes los ojos de los EEUU, el agua pesada también es tecnología proliferante.
Creo que esto vale para poner las cosas en perspectiva geopolítica.
Ud. cree que la central nucleoeléctrica nuclear compacta CAREM, un derivado de ese Otto Hahn que Castro Madero soñó poner en un submarino argentino, no sirve. En otro tiempo, eso se lo habría discutido, pero hoy estamos totalmente de acuerdo. La física manda. ¿Pero que el CAREM no sirva en un submarino significa que no puede dar electricidad en tierra? El hecho de que desde 1984 no haya podido ser terminada siquiera en prototipo, ¿habla mal de la central, o del país?
En 1988 estuve en Turquía acompañando al embajador Adolfo Saracho, que andaba a punto de lograr una UTE con INVAP como oferente argentino de la tecnología del CAREM, y la TAEK, la Comisión Turca de Energía Atómica, como fuente de capital. Turquía entonces era una subpotencia industrial y comercial, y estaba creciendo a un 8% anual.
Los planos del CAREM habían sido examinados prolijamente por los expertos nucleares de los 4 partidos turcos representados en el Parlamento, pero además también por las poderosas Fuerzas Armadas: el reactorcito argentino les parecía genial a todos, con su sencillez de diseño, su seguridad inherente y la posibilidad de fabricación en serie y montaje «in situ».
Y cuando los iba entrevistando, todos los Turcos Importantes que fui a ver me aclaraban: «El CAREM no sirve para la demanda de electricidad turca, que es demasiado grande, pero sí para vender en…» y seguía una lista de unos 30 países de Medio y Extremo Oriente, compradores habituales de tecnología occidental a través de Turquía. La tenían re-clara. Definitivamente, los turcos estaban fuera de la neblina.
Con cero votos en contra y sin abstenciones, el Parlamento Turco aprobó ante mi mirada atónita una partida equivalente de U$ 400 millones para financiar la construcción de un prototipo del CAREM en suelo propio, a condición de que la Argentina hiciera lo propio.
¿Cómo comunicarle aquel entusiasmo a mi país? No pude. Alfonsín ya vivía en un laberinto y no prestaba atención a las informaciones que mandaba Saracho desde Ánkara. La Argentina iniciaba su primera hiperinflación. En 1989, a caballo de la segunda, llegó Menem, sacó a INVAP de la negociación con Turquía y puso al frente al hasta entonces ignoto Manuel Mondino, nombrado presidente de la CNEA por Menem. El CAREM se hundió por obediencia debida de ambos a órdenes que seguramente llegaron a nuestra cancillería en un «white paper», sin membrete y en inglés.
¿Eso habla mal del reactor? No. ¿De la CNEA? Creo que tampoco. ¿De nuestra clase política? Eso que lo conteste el lector. Puedo aburrir al Dr. Pepe Converti dando más y más ejemplos de lo mismo, y él los conoce bien, uno por uno, a lo largo de casi 40 años.
Y para no aburrir más al lector, finalizo con un llamado a defender lo existente, lo real. Por ahora y en materia de centrales nucleoeléctricas argentinas, hay dos opciones. La más tradicional sería la que propone la nueva dirección de NA-SA:
* uranio natural, ya que no tenemos enriquecido ni enriquecimiento, y podemos resucitar la PIAP
* tubos de presión, ya que hay una única metalúrgica (IMPSA) capaz de hacer un recipiente de presión (pero no muy grande), pero CONUAR nos permite hacer todos los tubos, y una central CANDÚ es básicamente un rompecabezas de tubos,
* experiencia, ya que la central Embalse, de Córdoba, tuvimos que terminarla sin los canadienses, y entre 2014 y 2018 la retubamos para 30 años más de operación, nuevamente por la propia y con un 97% de componentes argentinos.
Por el lado menos clásico, lo que hay es el prototipo del CAREM. Desde que fue sacado de INVAP y volvió a la CNEA, en 2006, se demoró y complicó con tantos rediseños que en lugar de completarse en 2012, los cimientos recién se empezaron a excavar en 2011. Y aunque en un país más normal eso supondría «habemus CAREM» en 2017, hoy en 2021 está al 61% de avance de obra civil. Eso no incluye la obra difícil, la «isla nuclear» y el «Balance of Plant», es decir la turbina. Eso sí, hay hormigón a rabiar.
¿Por qué está nuevamente, o más bien siempre, tan atrasado? Bueno, más allá de la cultura letárgica de la CNEA para la construcción, la administración macrista disminuyó el presupuesto de la casa en un 52%. Peor aún, le quitó la obra, que redireccionó a Techint. Firma que vivió parándola y despidiendo operarios y técnicos toda vez que faltaba plata. Y faltaba plata a repetición.
¿Eso habla mal del reactor? No. A lo sumo subraya que tras su partición en tres pedazos por Menem, la CNEA sigue siendo imprescindible en combustibles, ciencia de materiales y formación de cuadros científicos y tecnológicos. Pero ha perdido la evidente capacidad de gestión de obra que tuvo hasta principios de los ’80.
En AgendAR solemos darle espacio a diversos personajes prestigiosos del ámbito nuclear, tanto partidarios de una propuesta CANDÚ como del CAREM. Cada una con sus defectos y sus posibilidades, ambas nos parecen reales. Tienen historia propia, materialidad física, gente que ha envejecido tratando de sacarlas adelante, proveedores que se han calificado fabricando componentes para una y/u otra.
Sabíamos de la existencia del reactor PWR del Centro Atómico Bariloche para motorizar un submarino. Y estamos totalmente a favor de volver a tener submarinos, aunque sean diésel eléctricos. Sin submarinos, olvidate de controlar el antes llamado Mar Argentino. El Ministro de Defensa, Jorge Taiana, cree que los submarinos son el principal déficit de la Armada Argentina, a la que además le falta de todo en materia de naves de superficie mucho más básicas, y ni hablar de aviones. Y estamos de acuerdo con Taiana.
Por eso estamos también a favor de terminar, cuando exista el coraje político para ello, los submarinos inconclusos que juntan polvo y óxido en el CINAR. Y de que al menos uno de ellos, el S-44 Santiago del Estero, se puedan modernizar añadiendo al casco un anillo más de acero HY-80, y que esta prolongación albergue alguna propulsión adicional de tipo AIP, que las hay de muchos tipos distintos. Todas las cuales, como opciones, y concordamos en ello con el Dr. Converti, son muy inferiores en autonomía a la motorización nuclear propuesta por el Alte. Giorsetti. De eso, ni duda.
Pero dentro de las dificultades políticas (que no técnicas), elegimos la menor. Y justamente porque no somos de abandonar la lucha. Pero sí de dejar las grandes batallas para cuando hayamos ganado algunas chicas.
Hasta ahora nos abstuvimos de hablar en AgendAR del proyecto de PWR del CAB porque en la situación actual, con un gobierno nacional insospechable por ahora de vocación por el avance de la industria nuclear, es introducir un tercero en discordia. Lo que equivale a aumentar el nivel de confusión, ruido e inacción.
Y eso valdría la pena hacerlo si estuviéramos hablando de un reactor real. Pero éste, por ahora, es de papel.
Daniel E. Arias