Por qué Gran Bretaña trajo armas nucleares a las Malvinas en 1982 – 2° parte

(La primera parte de esta nota está aquí)

2. Lo que no sabían los Admirals sobre nuestros almirantes

Los subs nucleares tienen esa capacidad superlativa de estar en cualquier lado del planeta sin que te enteres, porque son muy veloces y no necesitan salir a la superficie salvo para repostar comida.

Pero en proximidad no son silenciosos, debido al murmullo de las bombas que refrigeran los núcleos de sus reactores. En cambio algunos diésel-eléctricos, sí lo son. Y si son suecos o alemanes, ni te cuento.

En 1982, la inteligencia naval británica leía a sus anchas las comunicaciones navales cifradas argentinas. Por eso, la alegre muchachada de la Task Force tenía una idea aproximada del paradero del S-32 ARA San Luis. Además, como el archipiélago forma parte de la Plataforma Continental Argentina, las profundidades en torno a las islas son modestas: raramente hay más de 120 metros. Así las cosas, los Brits creyeron ver al San Luis en sus sonares en varias ocasiones.

Y en sucesivos lances durante semanas, le surtieron más de 200 cargas de profundidad y 50 torpedos MK 46 autoguiados por sonar, de un total de 200 que les suministró, magnánima, la US Navy para aquella emergencia sudaca que fuimos durante 10 largas semanas. Los súbditos de su Gloriosa protagonizaron un total de 2253 despegues de helicópteros antisubmarinos en misión de búsqueda y destrucción del “bloody old San Luis”.

Es más, perdieron 2 helicópteros pesados Sea King en el mar por desperfectos de motores en tales misiones, y jamás encontraron el “fucking Argie sub”, aunque a veces lo tuvieron a no más de 150 metros verticales bajo la nariz, iluminándolo con sonoboyas.

La imponente proa del S-32 AEA San Luis, con sus 8 tubos lanzatorpedos, en medio de una reparación que se interrumpió definitivamente en 1997.

Debajo de ellos, el capitán interino Fernando Azcueta practicaba el viejo truco de los submarinistas alemanes en el Mediterráneo o donde hubiera poca profundidad: pegate al fondo, apagá todo salvo el suministro de aire, quien no esté de guardia se va a la cama para no hacer ruido. Y confiá en disimularte bajo la termoclina donde el mar se pone a 3 grados de temperatura.

Esa interfase del mar refleja parcialmente el sonar, y debajo de ese espejo sónico y apoyado en el fondo, a lo sumo te traslucís, con suerte, como otra rugosidad de un lecho geológicamente rugoso. Trompicado, además, por los muchos pecios de barcos balleneros y loberos hundidos.

Y tan hábil fue Azcueta en esto de parecerse al fondo marino que los británicos no lo encontraron nunca.

El pequeño San Luis sí los encontró a ellos. Este Tipo 209 costero, mal mantenido, con capitán y tripulación sustitutos y apenas 1200 toneladas de porte, todavía se dio el lujo de intentar dos ataques, el 1ro de Mayo y el 10 de Mayo. Los 3 torpedos empleados, los Telefunken SS4 alemanes, fallaron, quizás de 2 modos distintos.

Y es que el San Luis entró en guerra por falta de otra cosa. En total la Armada tenía 3 submarinos activos, pero eran 2 los que no servían: uno era el viejo S-21 Santa Fe, un clase Guppy construido en 1945, comprado de 2da mano a EEUU y que ya no podía siquiera sumergirse.

El Santa Fe fue cruelmente sacrificado como transporte y soporte logístico de la pequeña fuerza de comandos mandada a las Georgias. En ese rol imposible, fue detectado, misileado y ametrallado sin escape por helicópteros Lynx y Wessex de las fragatas Brilliant, Plymouth y el crucero Antrim en Caleta Vago, un amarradero en la isla de San Pedro, la mayor del archipiélago.

El capitán Horacio Bicaín tuvo pésimas cartas en la jugada. La precaria defensa antiaérea se hizo con una ametralladora y armas portátiles desde la vela, donde cabían apenas 4 personas sin tropezar. Un misil AS-12 perforó la torreta de lado a lado sin explotar, pero se llevó la pierna de un suboficial que, subido a la escalerilla, reabastecía de munición a los tiradores.

Ya inutilizado, sostenido por el fondo, arrumbado contra el muelle y evacuado, al Santa Fe lo capturaron los marines británicos sin más resistencia. Al día siguiente, decidieron liberar el muelle remolcando al submarino mar adentro, y en la maniobra, los Brits mataron a otro suboficial argentino porque creyeron que intentaba inundar la nave.

El otro submarino argento inservible tampoco debió estar como estaba. Me refiero al Tipo 209 S-31 Salta, mellizo del San Luis, ambos comprados de primera mano a Howaldswerke Deutsche Werft.

Para la época, eran dos joyas, barcos de apenas 1200 toneladas de desplazamiento y 51 escasos metros de eslora, pero que sin embargo daban una autonomía de 20.000 km. a 10 nudos, y podían hacer misiones de hasta 50 días de duración, cargando 22 torpedos.

Aquí, una pequeña defensa del torpedo, tan aparentemente superado por el misil antibuque. Lector, lectora, es simple física: un torpedo moderno en general explota no en el casco, sino debajo. El agua es 833 veces más densa que el aire, y no es elástica: pega como un ariete. La onda de choque levanta al barco por el medio y la quilla generalmente se parte en dos.

A diferencia de un misil antibuque, que discapacita o incendia pero raramente hunde, un torpedo bien puesto manda al fondo a barcos bastante grandes.

Los torpedos de los Type 209 argentinos eran los STT-4 filoguiados (es decir, teledirigidos desde la nave). Eran armas 55,3 cm. de diámetro (bastante pesadas) tenían un alcance máximo de casi 60 km. y portaban 220 kg. de explosivos. El mejor torpedo del mundo, según Telefunken, el fabricante alemán.

La Armada Argentina le cree mucho a Telefunken, porque nomás llegar sus obras maestras al país, se hicieron 19 lanzamientos de prueba (15 desde subs, 4 desde lanchas) y sólo funcionaron 8, un 42%. En ningún caso se usó cabeza de combate.

El dictamen: arma homologada. En cristiano común, dada por buena y aceptada. Nada de reclamos a Telefunken. Si uno aprecia su carrera naval, da menos problemas creerle al inteligente proveedor externo que a la estúpida evidencia interna.

Entre diciembre de 1975 y mayo de 1980, no hubo lanzamientos, salvo tres de prueba en 1977 y a muy corta distancia. Ignoro cómo salieron. Desde 1975, el Comando de la Fuerza de Submarinos le pedía a la DIAN (Dirección de Armas Navales) que se hiciera un ensayo de tiro de combate, pedido reiterado en 1977, denegado en ambas ocasiones.

En la DIAN, de pelearse con el almirante Emilio Massera, cero ganas. Ignoro si fue por eso que Massera pasó a la historia como “El Comandante Cero”. Tuvo otros nombres menos publicables.

Carga de torpedos STT4 Telefunken en un submarino Type 209 argentino

Entre mayo de 1980 y marzo de 1982 se realizaron 8 lanzamientos de SST-4, y funcionó uno solo: 12,5% de eficacia. Un torpedo se perdió y en otras 6 instancias, el SST-4 cortó cable y dejó de obedecer. La DIAN no dijo “esta boca es mía”. En suma, James Bond no lo sabía y tal vez el Almirante Armando Lambruschini, su sucesor, tampoco, y el siguiente a Lambruschini, Jorge Anaya tampoco, pero fuimos a la guerra sin torpedos. O con, pero no andaban, da lo mismo.

Lo que sedujo a decenas de clientes del Tipo 209 en todo el mundo era que se llevaban a casa un submarino costero, es decir defensivo, pero con las prestaciones de un oceánico, capaz de atacar al enemigo en sus propias costas, o al menos en sus líneas logísticas. Con torpedos decentes, al menos, o en estado decente.

Los tipo 209 son capaces de disparar en ráfagas, para lo cual tienen 8 tubos en una proa insólitamente alta y cuadradota. Los SST-4 no se disparan con aire comprimido, por no delatar el ataque ni la posición del submarino. Se inundan los tubos, los motores arrancan y los torpedos salen navegando casi silenciosamente, en «swim off». La puntería está atendida por un combo de sonar pasivo y computadora de tiro que los guía por cable hasta 3 blancos diferentes en forma simultánea.

Se entiende que Su Graciosa Majestad, aunque dueña entonces de la 3ra flota de guerra del mundo, estuviera preocupada por estas 2 naves argentinas. “44 torpedos casi inaudibles en naves muy silenciosas y chicas, y un índice de aciertos bajito, digamos del 20%, da 9 barcos de los nuestros que no vuelven”, pensaron acaso los Admirals.

Ignoraban que si un 58% de torpedos nuevos habían fallado en 1975, en 1982 el 87,5% estaba knock-out: se los había conservado en ambientes de temperatura y humedad no controlados, y no se había hecho prácticamente ninguna de las recorridas, mantenimientos y reemplazos indicados por el proveedor. Nuestros almirantes en aquella época estaban demasiado absortos en sus funciones naturales de dirigir el país y matar civiles en desacuerdo.

Los Admirals gringos no sabían que tenían semejantes aliados, y como saben su física, le temían más a estos dos Type 209 que a la Fuerza Aérea Argentina. De su temor por nuestras naves de superficie nunca sabremos: los Brits no manifestaron ninguno: “We’ll blow their tin-pot Navy out of the water”, trompeteó el Almirante Sandy Woodward, jefe de la Task Force y ex submarinista, antes de embarcar para las islas. “Volaremos del agua su Armada de latitas”, para los no shakeaspeareanos.

Fue difícil probarles lo equivocados que estaban, porque la Flota de Mar se refugió en Puerto Belgrano al toque de que el HMS Conqueror hundiera al crucero ARA Belgrano. Que se había vuelto una nave lenta: de su velocidad inicial de 32,5 nudos ya no daba ni la mitad, por el estado de sus máquinas. ¿Suena familiar?

En cuanto al S-31 ARA Salta, no pudo siquiera entrar al ruedo: tenía un chirrido de eje que lo volvía totalmente detectable para naves y helicópteros antisubmarinos. Se quedó testeando los horribles STT-4 en inmediaciones de Puerto Belgrano y estuvo a punto de ser volada por dos de tales torpedos, trancados inexplicablemenhte en sus tubos pero con el motor funcionando, es decir activados y con las baterías recalentándose al rojo. Minga de «swim off». La situación se subsanó por la sangre fría del capitán Roberto Salinas, pero su nave jamás pudo combatir.

En cuanto al único submarino argentino que servía para algo, el S-32 ARA San Luis, nave nuevecita y asignada en 1974, su estado técnico habla pestes del mantenimiento de la Flota de Mar durante el Proceso, cuando el Almirantazgo literalmente cagaba dólares.

Fuimos a la guerra contra la 3ra potencia naval mundial con 5 de 8 aviones de ataque A4 Skyhawk embarcados con fisuras en la raíz alar, con el único portaaviones, el 25 de Mayo, fundido de máquinas, con el único crucero en estado de motorización similar, con sólo 5 misiles AM39 Exocet entregados del total de 15 que venían en camino y sobre todo, antes de haber recibido un par de revolucionarios submarinos oceánicos alemanes TR-1700.

Y habría 4 más, porque ya teníamos casi equipado al astillero Domecq García para construir los TR-1700 “en casa”. Nada de todo esto habla maravillas del Almirante Anaya, la fuerza motriz que empujó la Junta del general Leopoldo Galtieri a la Guerra de Malvinas.

Al San Luis, antes de mandarlo a guerra en solitaria representación del resto de la Flota de Mar, ausente sin aviso, hubo que rasquetearlo una semana entera de moluscos adheridos al casco y a la hélice. Estas incrustaciones lo hacían no sólo lento sino más ruidoso que una murga acuática.

Estaba, como casi todo en aquella Armada, hecho percha por falta de mantenimiento, esa palabra mágica.

El snórkel tenía fugas, las bombas de sentina no funcionaban, y uno de los cuatro motores diésel estaba kaput. Y obviamente los torpedos SST-4 alemanes que disparó el San Luis no explotaron y además cortaron cable… salvo uno. Sobre ése, más datos a continuación.

Cuando por fin el San Luis volvió a puerto en Marpla, 40 días más tarde, lo hizo sin un arañazo. Señoras y señores, me saco el sombrero ante el capitán Azcueta: un submarino al que le habían tirado con 200 cargas convencionales, mayormente de morteros de tipo “Hedgehog”, amén de medio centenar de torpedos antisubmarinos lanzados desde helicópteros. Eso sí, con tanto sonarista inglés buscando grandes bultos bajo el agua, mal año fue, aquel 1982, para ser ballena.

No es imposible que el propio Azcueta, harto de ser bombardeado, torpedeado y no devolver atenciones, se haya cargado un cetáceo, el 2 de mayo, al confundirlo con un submarino nuclear inglés. Como sea, ése fue el torpedo que sí estalló. Ley de Murphy, la más vigente de las leyes de guerra.

Había al menos 4 subs nucleares de Su Graciosa Majestad, el Conqueror, el Spartan, el Splendid y el Valiant, todos en buen estado, tratando de encontrar al San Luis. A la cacería se añadió también el Ónix, un diésel-eléctrico. Esto, para mostrar hasta qué punto Su Graciosa estaba preocupada por el solitario y disfuncional pero emperrado San Luis.

Con los torpedos STT-4 bien cableados y mantenidos, otra habría sido la historia de esta nave, así como de las fragatas antisubmarinas HMS Brilliant, Yarmouth, Arrow y Alacrity: el San Luis les tiró a todas ellas, y lo único que oyeron los hidrofonistas británicos fue el suave susurro de hélices de los 3 torpedos. Al submarino en sí no lo detectaron. Su Graciosa sea mi testigo: ese enano, el San Luis, ERA silencioso.

Por algo hay todavía hay 58 submarinos Type 209 como el San Luis operativos en Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Grecia, India, Indonesia, Perú, Sudáfrica, Corea, Turquía y Venezuela, todos en armadas que le dan más bola al mantenimiento. El único Tipo 209 en el mundo que entró en guerra es nuestro San Luis.

Dicho esto, la seguimos mañana. Si mientras tanto quiere una historia con más detalles, está aquí.

(Concluirá mañana)

Daniel E. Arias