La guerra en Ucrania es por el gas

Los pájaros parecen dar mejor protección a Ucrania que las dos banderas que flamean a la derecha

La guerra de Ucrania tal vez ya terminó. Quizás lo hizo en su tercer semana. Sólo que algunas de las muchas partes en esta pugna (teóricamente de dos) prefieren, cada una por sus razones, que sigan muriendo ucranianos y rusos antes que declarar “game over” y entrar a negociar la paz en paz.

El triunfo ruso lo cantó el 14 de marzo un ex coronel del Ejército Estadounidense, Doug McGregor, consejero militar de Donald Trump, de forma no muy discutible y a través de Fox News, fuente poco frecuente de AgendAR.

Pero aquí, con otras palabras, dijo casi lo mismo el coronel (RE) del Ejército Argentino Gabriel Aníbal Camilli, un técnico en logística y estrategia, entrevistado por Eduardo Battaglia en radio Milennium.

El clip de McGregor se puede ver aquí.

Rusia ya conquistó en Ucrania el equivalente de la superficie entera de Gran Bretaña. Y lo hizo sin apuro ni emplearse a fondo, citando al estratega Carlitos Gardel, “como juega el gato maula/con el mísero ratón”. Sólo que este ratón tiene una mordida que te la cuento, y el gato perdió un ojo y ya no juega. Pero sigue siendo el gato.

Para ponerle números a las cosas , Vladimir Putin dispone de un ejército terrestre de 900.000 soldados y 2 millones de reservistas. De esos recursos humanos hasta ahora empeñó 175.000 hombres. Están debajo de la suma del personal militar ucraniano hoy combatiente, 209.000 hombres, al cual se añaden 100.000 más de la Defensa Territorial, parecida a nuestra Gendarmería, pero armada y entrenada para la guerra.

Rusia viene ahorrando en artillería y en aviación, muy lejos de viejas costumbres militares ante las ciudades que tuvo que tomar en otros sitios: demoler, aplanar y recién luego ocupar. Así, por ejemplo, sigue sin apropiarse de Kiev (y tal vez no tenga la necesidad o la intención). La lógica militar, desde Sun-Tzu en adelante, indica que para un ejército campal, diseñado y adiestrado para combatir en abierto (y el ruso es eso), lo mejor es no meterse en luchas urbanas.

Rusia tampoco ha retomado Mariupol, y sin embargo esa ciudad no tiene más remedio que rendirla, o al menos ocuparla. Es la capital del viejo óblast de Donetsk. Desde 2014 a 2015, cuando esa provincia ucraniana se volvió una republiqueta rusófila e independiente de Kiev, Mariupol fue capital de un fugaz estado nacional. En 2015 volvió a ser capturada por las fuerzas ucranianas, y hasta hoy sigue bajo autoridad de Kiev.

 Mariupol era ucraniana pero rusoparlante en 2014, además de hermosa, culta y rica, según viejas fotos y estadísticas de Wikipedia. Pero ha cambiado demasiado de manos últimamente, está concomitantemente hecha pelota y encara nuevos martirios y demoliciones por entre el propietario actual y el próximo.

Mariupol es demasiado importante para Rusia, entre otras cosas por su industria pesada, y por ser no sólo la capital más importante del Este ucraniano sino un puerto sobre el Mar de Azov. Con esta ciudad en manos del Kremlin, Crimea, esa joya gasífera, quedaría resguardada por el Este. Y el Mar de Azov se volvería un lago salado bajo control 100% ruso.

De nuevo, es imposible no rendirla o tomarla, aunque la ciudad quede hecha definitivamente percha. Pasa que aún con una ciudadanía rusoparlante, ergo rusófila (o la que haya quedado de ella), extricar de esa urbe al Ejército Ucraniano, aunque éste sea visto localmente como ocupante, puede ser pésimo para la salud del presunto libertador.

Si se toman por antecedentes las intervenciones de la Federación Rusa en Chechenia, Siria o Georgia, la contención no ha sido jamás el “modus operandi”. Si se amplía hacia el pasado soviético, durante las primeras dos semanas la de Ucrania fue una invasión “con freno de mano”, como dijo el politólogo azerí Shirvan Neftchi, en este video de Caspian Report, su canal.

Para el caso, no hay indicios que los lanzacohetes termobáricos tácticos Tos-1 Buratino, capaces de no dejar nada en pie en 8 hectáreas con una sola salva de 24 misiles, se hayan empleado contra alguna ciudad ucraniana. Una única pasada de un Buratino tiene más o menos el efecto termomecánico de una cabeza atómica táctica de 1 kilotón, pero sin complicaciones radioactivas ni diplomáticas.

¿El Buratino es un arma salvaje e indiscriminada en tejido urbano, o urbanizado? Sí, mucho más aún que las bombas racimo, que Rusia sí está empleando, con justificada indignación de los medios del autodenominado Occidente. No se indignaron en 1982 cuando las usaban los Harrier británicos contra la soldadesca argentina en las Malvinas. ¿Se acuerda de las blancas bombas Beluga, que dispersaban 167 simpáticas sub-unidades, algunas de las cuales sólo explotaban cuando salían nuestros camilleros a auxiliar a los heridos?

La tentación rusa de usar armas muy destructivas en las ciudades cercadas no debe ser menor. Rodearlas, sitiarlas y dejarlas sin agua, comida o electricidad es una cosa, si éstas luego tienen la cortesía de rendirse. Es algo que por ahora casi no está sucediendo, incluso las urbes rusófonas como Mariupol, donde los corredores de evacuación funcionan.

Pero tomar ciudades grandes casa por casa, con tanto misil liviano disparable desde hombros ucranianos, es suicida para los blindados y helicópteros rusos. Sun-Tzu tiene tanta razón hoy como hace 2500 años, aunque en su tiempo todo ese armamento no existía.

Las azoteas y cruces de rutas y calles de las zonas calientes se han erizado de misiles NLAW, Javelin, Panzerfaust 3, Carl Gustav y Stinger, llegados en número de 26.000 durante el primer mes de conflicto. Fueron 860 nuevos cada día, cortesía de la OTAN, dice el canal Conocimiento Militar, con fuentes en el Ejército y en la Fuerza Aérea argentinas.

En teoría, por muy lastrado que esté de blindaje reactivo, no debería haber tanque ruso que resista un impacto directo de tales cargas huecas secuenciales, o que explotan hacia abajo al sobrevolar la torreta, caso del Javelin. Máxime si pegan por emboscada y desde corta distancia.

Sin embargo la efectividad real promedio de todo este armamento liviano y refinado, según la misma fuente, en Ucrania mide entre el 6% y el 11,8%, de creerle a los rusos o a los ucranianos. Por supuesto, todos mienten por la barba, como sucede en cualquier guerra. Pero ojo, incluso un 6% implica pérdidas insostenibles a largo plazo para Rusia. Sin embargo, en el corto plazo esos misiles ya no son un “game changer”, como sí lo fueron los antiaéreos Stinger cuando la ocupación soviética de Afganistán.

La sola longitud desmesurada de los cañones de 125 mm. de los tanques rusos de casi todo modelo los pinta como armas para batalla en llanura. En una calle cerrada, no pueden ni girar demasiado la torreta, salvo rompiendo paredes o tirando árboles con el tubo. Lo cual no acelera en absoluto la adquisición del blanco.

Contra el aluvión de armamento portátil, nuevo y no tan nuevo de la OTAN, la vieja cura rusa sería traer los mentados Tos-1 Buratinos. Desde la precaria seguridad de 6 km. de distancia, estas canastas lanzamisiles autotransportadas, apuntables en 360% y con un alza muy variable, saben transformar ciudades en playas de estacionamiento. Es lo que hizo Rusia con Grozny, capital de Chechenia.

Sólo que ya no corre 1999, y los ucranianos son tipos que quieren venderle hidrocarburos a quien se les chifle el moño a ellos, y no a quien les ordene la Santa Madre Rusia, como Lukoil o Gazprom. Están defendiendo el uso más o menos soberano del que a futuro podría ser su principal recurso. Soberano hasta donde te dejan la Shell o la Chevron, “of course”.

Ciertamente, distan de ser aquellos religiosos regidos por Shamil Dudaiev, tan dispuestos a incendiar el Cáucaso (y Moscú también) en una Jihad que volviera a Chechenia, Daguestán y a toda etnia montañesa que no lograra escaparse, partes de la futura República (?) de Ichkeria, un estado único primero wahabbi, y más tarde, salafista.

Ya pasados los chechenos al salafismo puro y duro, sucedió otro intento de estado con el nombre de Imrat Kavkás (Emirato del Cáucaso), despojado de toda pretensión republicana, regido por el emir Magomed Suleimanov y la Sharia. Debía mantenerse por un 20% de impuesto religioso pagado por la población local, y por negocios mafiosos extrazona: la falopa, el juego, la prostitución y el secuestro en Moscú, por ejemplo. Estaba diseñado para que la vida femenina, estudiantil, científica y cultural fuera una esclavitud, o una imposibilidad, o un crimen punible con fatwah de latigazos y/o decapitación.

El separatismo tribal caucásico, sin embargo, tiene credenciales antiimperialistas indiscutibles, que vienen de tiempos de los zares, ocupantes de pésimos modales. La revolución de 1917 prometió apertura y nuevo trato, pero no cumplió y las cosas en esa zona empeoraron, para sorpresa de nadie, con las brutalidades, las deportaciones y las rusificaciones forzosas de Stalin.

Promediando los ’80 Mikhail Gorbachov trató de zurcir los desgarros de lealtad hacia la URSS a cambio de libertades religiosas y civiles, pero en el Cáucaso ya nadie parecía demasiado interesado en repúblicas, pactos, paz, tribunales, escuelas, separación de poderes y redacción de constituciones. También para sorpresa de nadie, ante el persistente separatismo regional, Boris Yeltsin retrotrajo la respuesta rusa a su bestialidad zarista original: a exterminio con los rebeldes, pero usando espionaje y armas muy modernas. En este siglo, Moscú sostuvo y ganó dos guerras indescriptibles contra el separatismo checheno.

La ocupación rusa de lo ocupable de Siria se explica sólo en parte con los hidrocarburos de fracking con que piensa cobrarle a su “strongman” local, el presidente vitalicio y dinástico (pero hoy sin país) Bashar al Assad, si éste logra reconstruir algo parecido a un estado-nación.

Más allá del obvio Oil&Gas, que Rusia esté en Siria se debe a que el fallido Imrat Kavkás llegaba al Norte de ese país, y sus pocos emires e imanes sobrevivientes hoy pelean contra Assad desde el Estado Islámico infuso en Siria, y todavía con metástasis transcaucásicas vivas. Sus caciques no han renunciado a llevar la Jihad incluso a Siberia, así de lejos. Hasta la izquierda occidental más antiimperialista se abstiene de defender a esta muchachada.

Los ucranianos, en cambio, parecen hechos para la Deutsche Welle: son rubios, cristianos, educados y muchas mujeres de ese país viven de sus grados y posgrados académicos. No tienen sólo mejor imagen, sino millones de imágenes. Tantas como celulares filman y suben los combates a las redes, a veces en tiempo real.

Repetir Chechenia, Rusia puede. Pero no quiere ni lo está haciendo. Dejaría un tendal de atacantes, defensores y civiles que agravaría lo que para Moscú viene siendo un megombo diplomático, económico y político de retaguardia, fundado en más de 5500 sanciones comerciales y financieras.

El Tos-1 Buratino, una canasta móvil de 24 misiles termobáricos o de explosión secuencial, llamados “bombas de vacío”: eliminan en forma prolongada el oxígeno de los sitios donde revientan. Si el edificio no se te vino encima por la onda de choque, adentro te asfixiás.

Georgia se volvió una república independiente de la URSS desde 1991. En 2008 intentó sumarse a la OTAN, pero Rusia no trató de capturar TODO ese escueto e inmanejable territorio montañoso. Y tampoco apeló, como en Chechenia, a eso que Tácito cuenta que hizo Roma con Cartago: crear un desierto y llamarlo paz.

Usó algo que, forzando la vista, se vislumbra en Ucrania, pero a una escala incomparablemente mayor. A Georgia, Rusia sí la atacó a totalidad: peleó 12 días en todo ese escueto país, como si pretendiera tomarlo «ad integrum» –que no era su propósito- y abrumando a sus tropas y ciudades por tierra, aire y mar.

Con eso logró forzar no sólo la neutralidad futura del gobierno georgiano, sino que éste jurara que dejaría tranquilas a dos republiquetas separatistas hincadas en su territorio. Éstas, ya desde 1989, cuando empezaba el colapso estatal soviético, venían tratando de permanecer soviéticas y no georgianas.

En el Cáucaso, una república propia no se le niega a ningún intendente. Pero el peligro de los secesionistas son los “metasecesionistas”, que proclaman estados nación de tamaño y viabilidad menores que las municipalidades.

Esas republiquetas son respectivamente Osetia del Sur y Abjazia. Esta última es la que importa: yace tendida como una estrecha planicie costera a pie de los muy altos y nevados montes Gagra, Bzib, Chialta y Kodori sobre el mentado Mar de Azov.

Si Ud. no reconoció a estos paisitos, no se culpe: los borró de su mente. Sólo los visitaron los medios aquel 2008, y esas masacres entre aldeas vecinas o, peor aún, entre vecinos de la misma aldea, empezaron y terminaron con limpiezas étnicas de una crueldad atónita. Son cosas que uno lee y trata de olvidar, porque se repiten con monotonía, y hablan pestes ya no de tales o cuales regiones o países, sino de nuestra especie.

En Abjazia, tan ignota, la OTAN ambicionaba Ochamchire y Gudauta, dos bases aeroportuarias que, bajo gobierno georgiano, habrían sido como la punta de un facón apoyada con suavidad en el bajo vientre ruso. El Oso entró, rompió, ganó, se retiró y hoy esas bases son rusas, cortesía del gobierno –muy agradecido- de Abjazia. El FSB, hijo natural de la KGB, ahora tiene playa.

Perdidos tales apostaderos, la OTAN se desinteresó de Georgia. Confiaba en que Ucrania, con mejores pergaminos como nación, a la larga se uniría al club del Atlántico Norte. Sí, es un oceáno lejanísimo del Mar de Azov, de creerle a los mapas. Pero le daría bases decentes a la OTAN sobre este otro mar, casi de juguete. E incluso un buen puerto, como Mariupol.

¿Se entiende mejor por qué Rusia no puede no tomar Mariupol?

Este ínfimo Azov, con sus 29.000 km2, es un mar de problemas: con esa profundidad de laguna y su tendencia a congelarse en invierno, no es inútil del todo: está bien ubicado para comerciar desde las estepas y el Cáucaso con los mares Negro, Mediterráneo, el Atlántico y el mundo.

Abjazia, encerrada entre montaña y mar como Chile, pero fraccionada de Georgia, fraccionada a la vez de la vieja URSS, a la que sin embargo antes regaló su mandón más duradero: Josip Stalin.

Eso, sólo a condición de que a uno le dan luz verde para cruzar todos estos “chokepoints” navales con tres distintos administradores: los estrechos de Kerch (hoy, de Rusia), el del Bósforo, el Mar de Mármara y el de los Dardanelos (tres de Turquía) y finalmente, Gibraltar (de Gran Bretaña, ergo de la OTAN). En tiempos de paz, el Azov gana plata sacando por agua las producciones de uno de los sitios de mayor continentalidad del planeta. Pero en tiempos como el actual sirve, especialmente, para joder militarmente a Rusia. O a Ucrania, según quien tenga orillas en él.

II

Aquel agosto de 2008, cuando Rusia atacó a Georgia, en tiempos de Dmitri Medveiev presidente, fue la primera vez desde el derrumbe del estado soviético en que las Fuerzas Armadas Rusas se atrevieron a salir de sus fronteras y de su postrauma post-imperial.

¿No se parece a la invasión, en 1983, de la minúscula isla de Granada por Ronald Reagan? Sí que se parece. Con ella, EEUU se sacudió el postrauma de Vietnam. Invadir países chicos cura a los grandes de sus derrotas gigantes.

Pero la invasión de Ucrania de pequeña no tiene nada. El día 21 de marzo el tabloide oficialista moscovita ‘Komsomolskaya Pravda’ admitió 9.861 muertos propios, demasiado por encima de los 498 del acumulado oficial hasta aquel día, y al rato nomás borró la noticia: habrá sonado el teléfono y los finados revivieron. Komsolskaya declaró también en esa ocasión 16.153 heridos.

Y es quizás por las demasiadas bajas que Rusia empieza mostrar su célebre artillería, y ésta a usarse no sólo contra blancos militares o infraestructura, sino contra edificación civil. Si los muchos casos de impacto en shoppings o en consorcios son accidentales, los rusos apuntan horrible. En Ucrania o en cualquier otro lado, esa salvajada sólo serviría para aterrorizar a la población urbana, vaciar ciudades e inundar las rutas de fugitivos.

Pero los rusos parecen estar en otro “business”. Rodear y sitiar ciudades, y dejarlas sin agua, comida o electricidad es una cosa, si éstas tienen la cortesía de rendirse, cosa que por ahora casi no está sucediendo mucho. Pero tomar ciudades grandes casa por casa es suicida.

La opción de tratar a Kiev como Roma trató a Cartago es imposible. No es Grozni, ni corre 1999, y los ucranianos son tipos que quieren venderle su gas a quien quieran ellos, no a la Santa Madre Rusia. ¿Tienen un exceso de nazis? ¿Tienen un exceso de mercenarios? No más que los propios rusos.

No sólo a los ucranianos los salva un poco su buena imagen, sino millones de imágenes. Tantas como ciudadanos con celulares filmando y subiendo los combates a las redes, a veces en tiempo real. Hacer de la capital nacional en una playa de estacionamiento dejaría un tendal demasiado horroroso de atacantes, de defensores y de civiles, amén de agravar lo que para Rusia viene siendo, por ahora, un ostracismo diplomático y económico potencialmente letal. Ya se ligó más de 5500 sanciones comerciales y financieras, y contando.

Aunque Rusia no intente tomar en serio más que algunas, las ciudades ucranianas eyectan multitudes. 3,8 millones de habitantes ya se fueron de Ucrania, mientras que los desplazados a tumbos por las rutas hacia el Oeste ya suman 10 millones. 1 de cada 12 ucranianos quedó fuera de su país, y 1 de cada 4 fuera de su casa. ¿Cuánto costará reconstruir la nación?

Un alto oficial activo del Ejército Argentino que prefiere firmar con seudónimo (Twitter @TomELawrence1), fue entrevistado el 26 de marzo por Alberto López Girondo, de Tiempo Argentino. @TomElawrence1 como se ve aquí, dijo cosas sorprendentes, habida cuenta de la deriva otanesca del gobierno argentino en su búsqueda de autorización del FMI para pagarle al FMI.

El anónimo jefazo militar criollo opina oblicuo y filoso sobre esa conducta tan rara de Rusia: rodear muchas ciudades, nada conectadas regionalmente, pero no tomarlas. Dice que Rusia está “aferrando” a tropas ucranianas que se ven obligadas a defender urbes muy desperdigadas sobre la amplia geografía local (país de 609.000 km2).

Mientras, Rusia prepara su propia movida. Ésa es quedarse con el Oriente ucraniano y todo lo que pueda de las costas marinas ya no sobre el Mar de Azov, sino sobre el Negro.

En suma, @TomELawrence1 opina igual que McGregor y Camilli, coroneles que no tienen quién les escriba. Quien les escriba al menos en The Economist, The Guardian, The New York Times y El País, que hoy tanto imitan, aunque con menos profesionalismo y objetividad, a Clarín, La Nación, Infobae y Perfil.

Las tropas ucranianas que defienden las ciudades en más de un caso son equivalentes en número a las atacantes… que, como dice Shirvan Neftchi, atacan más bien “de oficio”. Pero tampoco se van ni dan respiro. Lo que Rusia logra es no dejar salir a las divisiones ucranianas defensoras, no permitir que se reagrupen, maniobren y contraataquen en serio.

Para romper esos cercos urbanos desde adentro, dice @TomELawrence1 (y se atiene a manuales militares clásicos), se necesitarían 3 soldados ucranianos por cada ruso. En cambio, para conquistar desde afuera el centro de esas ciudades, harian falta 6 rusos por cada ucraniano.

Pero para que los ucranianos no puedan lograr nada de provecho en el Donbás, Crimea y en parte de su costa sobre el Mar Negro, alcanza con inmovilizarlos en esas urbes con una correlación de 1 a 1 entre cercadores y cercados, y no darles paz. No parece una descripción desatinada de lo que se ve en Kiev, Chernihiv, Sumy y Jarkov.

Estas miradas milicas alternativas desafían el Evangelio Según la OTAN, a saber: los rusos están perdiendo. Viven embotellados por patologías militares que les son inherentes desde tiempos soviéticos, o incluso zaristas: la estupidez logística y los equipos en mal estado. Pero según quién mire, los embotellados podrían ser los ucranianos.

En la guerra aérea, la divergencia en interpretación de los hechos es aún más bárbara, y también muy según quién mire. En mi barrio, por ejemplo, aseguran que Rusia no tiene superioridad aérea.

¿Qué piensa la OTAN de esto, más allá de lo que dice la OTAN a los periodistas acreditados? Millennium 7, un canal de tecnología militar dirigido por un ingeniero aeronáutico con un pasado en Airbus, EADS y el Ministero della Defesa de Italia, da estas cifras: en la tercera semana del pifostio, la aviación rusa estaba haciendo 200 salidas diarias, que hoy son 250, y la ucraniana, entre 5 y 10, pero bajando.

Puede ver el programa aquí, es sucinto, técnico, claro y tiene una objetividad que va evaporándose de Youtube desde que lo compró Google.

El Kalashnikov KUB es una granada antipersonal inteligente con visión interpretativa, alas y un motorcito eléctrico silencioso, con media hora de baterías para un vuelo de 130 km/h de velocidad.

Tres observaciones: las misiones rusas son casi todas de ataque: con sus bases en territorio propio o bielorruso, Rusia no emplea (y en este caso no necesita) vuelos de apoyo logístico. Lo segundo y sorprendente es que las alas rusas casi no entran en cielos ucranianos: disparan armas guiadas aire-aire y aire-tierra de largo alcance, desde la comodidad de sus propios territorios. El ataque “stand off” de hoy no es el de hace 20 años.

Lo tercero es que de los 70 aviones de combate que tenía cuando empezaron los tiros, a Ucrania hace dos semanas le quedaban 56. Toda vez que los Sukhoi 27 ucranianos despegan para ataque o patrulla aérea, los “adquieren” al toque los radares de las baterías S-400 rusas ubicadas fuera de Ucrania y los voltean. Un S-400 en Belarús llegó a abatir un caza ucraniano a 100 km. de distancia, un “first timer” histórico.

Rusia, por lo mismo, empezó también perdiendo cazas de ataque a lo bestia. Por eso hoy prefiere atacar desde afuera del mapa, dado que el mapa lo permite. Le tiene un saludable jabón a las baterías S-300 y Buk de los ucranianos. Las conoce bien. Como que son “made in Russia”.

El éxito aéreo incontestable de Ucrania son los drones Bayraktar turcos: hechos con curvas “stealth” y en plástico poco reflectante de las microondas de radar, a baja altura y máxime sobre territorio boscoso o construido se disimulan en el “clutter” de ecos generado por el suelo. Gracias a su invisibilidad, esos drones han destruido muchos blindados e incluso derribado helicópteros artillados rusos, otro “first timer”.

La guerra aérea terminó de volverse teledirigida y robótica en Ucrania. Se ignora si los rusos usan mucho o poco sus drones, porque en términos aeronáuticos lo suyo parece pescar en un barril, y con dinamita. Se difundió no poco la existencia de un dron kamikaze ruso muy barato, el Kalashnikov KUB, poco menos que una granada montada en un ala delta con un callado motor eléctrico y una camarita inteligente, visible aquí.

Si es de Kalashnikov, es simple. Es inherente a la marca. Lo complejo, como sucedió con el fusil Automat Kalashnikov o AK-47, el más popular del planeta, es diseñar algo tan simple, y que funcione.

Ucrania denuncia que el KUB se está usando sin controlador humano, es decir de modo autónomo, con su algoritmo de detección satelital de coordenadas o reconocimiento del blanco por imagen óptica. Por supuesto, Rusia lo niega.

¿Otro first timer? No si uno ha estudiado la breve segunda guerra entre Azerbaiyán y Armenia, o la que continúa en Libia desde 2011, y el uso en ellas de robots asesinos libres de supervisión humana. En general son turcos o israelíes, y no sólo constituyen una realidad efectiva sino barata.

¿Por qué mueren tantos generales rusos? Tal vez porque van al frente, o tal vez porque con drones tan imperceptibles como un francotirador ya casi no hay más retaguardia, en la vieja acepción. Alguien deberá explicar la longevidad de los generales ucranianos.

Lo indudable es los Bayraktar y los Kalashnikov KUB no confieren superioridad aérea a nadie, y que ésta, medida en despegues, es a la vez rusa, irrebatible y rara: depende más de sistemas integrados de defensa antiaérea que de los cazas tripulados en sí.

Aunque Rusia haga todo de modo al revés que la OTAN, así en el cielo como en la tierra, no significa que no esté ganando.

¿Por qué sino el presidente Volodymir Zelensky pidió que la OTAN le armara una zona de interdicción aérea? ¿Por qué cuando la OTAN le contestó: “Ni ahí” para no iniciar una Tercera Guerra Mundial, Zelensky pidió todos los MiG-29 polacos? Y los obtendrá: son de fabricación soviética: los pilotos ucranianos los conocen bien. Pero el pedido trasunta que hoy en Ucrania debe haber unos cuantos pilotos de a pie.

¿Y cómo Ucrania, si tiene superioridad aérea, dejó casi sin atacar por aire aquel atasco fenomenal de tránsito ruso rumbo a Kiev? Fueron 65 km de blindados inmóviles de Norte a Sur más de una semana. Semejante oportunidad no se vio desde que en 1967 la aviación israelí rostizó a puro napalm una ringla de 10 km. de tanques y camiones egipcios en fuga, embotellados en el paso de Mitla.

Planta de reparaciones de los MiG-29 ucranianos en Lviv, a 65 km. de la frontera con Polonia. Cuando Zelensky solicitó aparatos similares para reponer pérdidas, esta instalación fue atacada desde lejos por misiles Kinzhal hipersónicos el 18 de marzo. Destrucción total.

En su último “speech” de caciques de la OTAN, el presidente Joe Biden acaba de pedir no sólo el derrocamiento de Putin a manos de sus socios en el Kremlin, sino que aseguró que él pensaba seguir esta guerra… hasta el último ucraniano. El alemán Olaf Scholtz y el francés Emmanuel Macron lo miraban azorados. No son cosas de decir cuando se está ganando.

Días antes, por primera vez, el alto mando ruso había mentado alguna estrategia en voz alta. Ignoro si tenía alguna o tal vez demasiadas. Pero los ivanes no habían declarado nada al respecto.

El 25 de marzo el Jefe del Estado Mayor Conjunto de Rusia, Sergei Rudskoi, dijo que los objetivos de la primera parte de las operaciones habían sido alcanzados, y le puso nombres y números: Rusia se va a quedar con el Donbás, la cuenca del Don, donde –según Rudskoi– las armas rusas ya dominan el 93% de la superficie de la republiqueta separatista prorusa de Luhansk, y el 54% de la de Donetsk.

¿Hasta adónde en el Oeste querrá llegar Rusia con esta Rusia ampliada? Ni idea. Si se refiere a todo el óblast de Donetsk, el histórico según mapas cuando la secesión de Ucrania en 1991, Rudskoi pretende toda la llanura interfluvial entre el Don y la orilla izquierda del Dniéper.

Si esto es cierto, los coroneles que no tienen quién les escriba no estaban tan errados. Y tampoco @TomELawrence1.

Se deduce entonces que el dificultoso y aún incompleto cerco de Kiev, e incluso un posible golpe de mano a Odessa, no necesitan ser triunfos. Alcanza con que sean bazas para tener aferrados a los defensores, y canjearlos. Eso, mientras se negocia “sotto voce” esa posible nueva frontera fluvial de Rusia con Ucrania: ya no el Don sino mayormente, el Dniéper.

A lo cual Zelensky ya se ha negado pública y vigorosamente. Aunque ya se sabe (ver membrecía de la OTAN): a veces cambia de idea.

Pero estamos hablando de territorio cuando deberíamos estar hablando de petróleo y gas, la madre del borrego como dicen en mi barrio. ¡A por ello! Sobre eso, habrá segunda parte.

Daniel E. Arias