Malvinas. 40 años, y más de 200

El 6 de noviembre de 1820 un coronel estadounidense nacionalizado argentino, David Jewett, al comando de la fragata Heroína, y siguiendo órdenes expresas del gobernador de Buenos Aires, Martín Rodríguez, realizó en Puerto Soledad la toma de posesión de las islas Malvinas en nombre de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

El 3 de enero de 1833 la corbeta HMS Clio, tomó el control de las islas en nombre del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, y desalojó a las autoridades argentinas.

El 2 de abril de 1982 -hace 40 años hoy- tropas argentinas desembarcaron en esas islas y recuperaron el control del archipiélago, con sus 778 islas e islotes, y su superficie total de 12.173 km2. Gran Bretaña envió una poderosa expedición militar y después de algunas semanas y muchas vidas de ambos lados, recuperó esas islas.

Pero esa breve guerra -dos meses y medio- nuestros soldados luchando y muriendo en la turba malvinera, en la última gran batalla aeronaval del siglo XX, dieron un significado a esas islas, como no tiene ningún otro pedazo de nuestra patria. Como Alsacia-Lorena para Francia, Kosovo para Serbia,… son un territorio y un símbolo.

La historia no terminó el 14 de junio de 1982, con la rendición de las tropas. Nunca se termina. Perdida la guerra por Argentina, además del de las Malvinas, se perdió el control de otros archipiélagos: el de las Georgias y el de las Sandwich del Sur. Estos últimos no tienen población humana, salvo -hoy- transitorios científicos y militares británicos.

Justamente en 1982, las Naciones Unidas implementaron la actual legislación de Zonas Económicas Exclusivas trazadas a 200 millas náuticas de las costas de cada país. Con lo que la pérdida de los 3 archipiélagos recorta la ZEE marina en la que Argentina puede ejercer sin obstáculo su control, de 3,849,756 km2 a 1,159,063 km2. Con la rendición de Puerto Argentino, se perdieron nó solo la superficie seca de las Malvinas, sino un total de 2.690.693 km2 de mar donde antes la Argentina podía navegar o pescar sin pedir permiso a nadie. Y ahora no puede ni pidiendo permiso.

Y a partir de 1986, con la creación de «Zonas de Conservación» en los archipiélagos por parte del Reino Unido, la actividad económica fundamental de los malvineros pasó de la cría de ovejas a la emisión de licencias de pesca sobre aguas arrebatadas militarmente a la Argentina. El 75% del producto pesquero se vende directa o indirectamente a España, que se volvió la pescadería de la Unión Europea. Y contra toda expectativa, el Brexit británico no alteró la situación.

Esto hace llover sobre las Malvinas no poco dinero. El «kelper» o «islander» promedio accede a un PBI per capita que en 2013 llegó a U$ 77.692. No existen sudamericanos tan ricos como los malvineros.

Además, las aproximadamente 200 licencias anuales expedidas por Port Stanley atraen centenares de pesqueros (cada vez más) al Atlántico Sur, y para mejorar las estadísticas del viaje, entran de noche en la escueta ZEE argentina, especialmente en busca de merluza y calamar. Aprovechan no sólo la contigüidad forzosa de la «Zona de Conservación» malvinera y la ZEE Argentina, sino también la falta de barcos de la Prefectura Naval y de la Armada argentinas, y más aún, la evidente política, mantenida por gobiernos muy distintos entre sí durante décadas, de ejercer un control que no llega ni a simbólico.

Repasamos algunas fechas de un tiempo de 201 años y algunos meses. Inevitablemente, pusimos más énfasis en la bronca y frustración de los últimos 40; pero nuestra intención es marcar que la historia de las Malvinas, y la de la Argentina, no empieza ni termina con nosotros. Tenemos un compromiso con los que fueron, y con los que vendrán. Por eso queremos reproducir aquí -es el hábito de AgendAR- propuestas que miran hacia adelante, caminos que podemos tomar con prudencia, realismo y decisión.

Empezamos con algunas de las propuestas que hacen Matías Rohmer y Juan José Carbajales, del Observatorio Malvinas, en este artículo: Más allá de la guerra: poblar el mar argentino y fortalecer la plataforma continental:

«A casi 200 años de iniciada la ilegítima ocupación del Reino Unido, debe ampliarse la mirada para ofrecer nuevas bases de comprensión de la temática evitando lemas del tipo “fue una aventura bélica de una dictadura en decadencia” o “el golpe de gracia que nos permitió que hoy vivamos en democracia”.

Si como sociedad exigimos este debate, obligaremos a nuestros líderes políticos a salir de cierta comodidad discursiva y a enfrentar los desafíos que supone una posición reivindicatoria de nuestra soberanía. En el primer caso, ya no podemos aceptar la asociación de la “cuestión Malvinas” con un falso patrioterismo que deslegitimaría nuestros derechos. En este sentido, reconocer la realidad de la ocupación británica implica aceptar a un poderoso actor extracontinental con ambiciones militares, geopolíticas y económicas frente a nuestras costas y con vistas a la estratégica región Antártica. La experiencia negociadora desde posiciones conciliadoras, propia de los años ’90, no demostró beneficios reales para Argentina.

Por su parte, defender con acciones concretas nuestros derechos sobre las islas nos presenta el desafío de consolidar nuestra presencia en el extremo austral del país. Presencia demográfica, productiva, física, científica y militar. Desde este lugar, “la cuestión Malvinas” debería hacernos pensar una estrategia integral de desarrollo para nuestra región más austral, coordinando la retórica diplomática con acciones que supongan transformar nuestra Patagonia sur como una zona estratégica consolidada. Una vía es avanzar con la conexión por aguas argentinas entre Tierra del Fuego y Santa Cruz: resulta inaceptable que la provincia que integra nuestros espacios insulares y marítimos continúe sufriendo un desmembramiento territorial que lleva más de 100 años.

Valor geoestratégico de la plataforma continental

En este marco se inscribe el reciente contrapunto sobre las actividades de exploración off shore que lleva adelante el Gobierno. Debate sobre desarrollo productivo vs. protección ambiental que pone de relieve la importancia de conocer las enormes riquezas contenidas en las extensas superficies submarinas, y que realzan el valor estratégico de esta política energética.

La sísmica off shore contribuye a un objetivo geopolítico claro: el fortalecimiento del reclamo sobre Malvinas. El concurso internacional de 2018 adjudicó 9 licencias exploratorias en la Cuenca Malvinas Oeste y 2 más en la Austral. En 2011 se aprobó la Ley 26.659 que prohibió realizar actividades hidrocarburíferas en la Plataforma Continental (PC) sin la habilitación de la autoridad competente argentina. Cancillería denunció en la justicia local y foros globales los actos ilícitos de compañías internacionales que actuaban dentro de la zona de exclusión. Mal puede nuestro país perseguir una actividad sin autorización de la Secretaría de Energía y, al mismo tiempo, suspenderla a quienes sí cuentan con ese permiso, pero ahora por aplicación (controversial) del principio precautorio de índole ambiental.

El segundo objetivo geopolítico surge del reconocimiento del nuevo límite exterior de la PC más allá de las 200 millas. Son 1,7 millones km2 más de territorio (un 35% adicional a la superficie continental) para la explotación del lecho y el subsuelo, con recursos minerales, hidrocarburos y especies sedentarias, que se logró gracias a la presentación de Cancillería en 2009 ante la Comisión de Límites de la PC. Quien llevó adelante semejante proeza fue la Comisión Nacional del Límite Exterior (COPLA), creada en 1997 bajo dependencia de Cancillería e integrada por el Servicio de Hidrografía Naval, los Ministerios de Economía, Desarrollo Productivo, Defensa, Interior y CyT. Está compuesta por geodestas, hidrógrafos, geólogos, geofísicos, cartógrafos, oceanógrafos, abogados y expertos en SIG y derecho internacional. Colaboran la Comisión Nacional de la Carta Geológica, CONAE, CONICET y Universidades Nacionales.

El nuevo límite fue reconocido por la ONU en 2016. Se trata de la reafirmación de la soberanía en las zonas submarinas adyacentes a su territorio más allá de las 200 millas y hasta donde la profundidad de las aguas permita la explotación de los recursos naturales. Argentina fijó el límite exterior de su PC de conformidad con la Convención ONU sobre el Derecho del Mar (CONVEMAR): comprende el lecho y subsuelo de áreas submarinas que se extienden a lo largo de la prolongación natural del territorio hasta el borde exterior del margen continental, o bien hasta las 200 millas desde las líneas de base, determinado ello según dos criterios (espesor sedimentario y distancia al pie del talud) y dos restricciones.

Las tareas del trazado del límite es otra “política de Estado” producto de la continuidad de COPLA a lo largo de 11 años, sinergia estatal virtuosa que se coronó en 2020 al aprobar por unanimidad la Ley 27.557 con la nueva demarcación.

¿Y ahora qué hacemos?

Lo que hay que hacer es desplegar una articulación público-privada para conocer aquello que hemos reivindicado con profesionalismo y ganado en buena ley. Aquí entra en radar la Iniciativa Pampa Azul: proyecto interministerial creado en 2014 para gestionar acciones de investigación científico-tecnológicas (I+D+i) y contribuir a las políticas públicas oceánicas, incluyendo el fortalecimiento de la soberanía nacional sobre el mar, su conservación y el uso sostenible de los bienes marinos. En su agenda figuran tres temas hoy candentes: cambio climático, gestión de riesgo ambiental y prospección geológica y geofísica. Existe una enorme potencialidad y nuevos retos por conocer, administrar y controlar en semejante extensión territorial.

Asimismo, otras iniciativas actuales deben ser fortalecidas: el Polo Logístico Antártico en Ushuaia; la reapertura de la Base Antártica Petrel como nuevo punto de comunicación área con el continente blanco; la fabricación local de un buque polar en los astilleros Tandanor; y la decidida política energética de exploración hidrocarburífera en tres cuencas del mar argentino.

Gobernar es poblar el mar argentino

El espacio geográfico comprendido por las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur, sus espacios marítimos y fondos oceánicos es vasto y su potencialidad ilimitada en materia de conocimiento científico, tecnológico y productivo. No obstante, es notable la ausencia del tema en el debate político de nuestro país. Y este 2 de abril cumpliremos cuatro décadas de desorientación acerca del contenido último de nuestros intereses en la zona. Ello, en un contexto global que ya poco tiene que ver con aquel de 1982, y en un país que ha sufrido desde entonces un grave deterioro socioeconómico, aunque ha consolidado sus instituciones democráticas. Un mundo en constante transformación del que las Malvinas no han estado ajenas.

Pero no todo está perdido. Argentina ha logrado el meritorio reconocimiento internacional de nuestra inmensa plataforma continental. Fruto de un consistente trabajo, su nuevo estatus internacional demuestra las enormes capacidades de nuestro sistema de ciencia y técnica, las virtudes de la articulación público-privado y, finalmente, la decisión sostenida de un Estado dispuesto a construir soberanía con visión estratégica.

En suma, es imperioso repensar “la cuestión Malvinas” y del Atlántico Sur más allá de los inevitables recuerdos de la guerra. Tanto como el desafío de construir una estrategia sistémica que integre la diplomacia con la presencia militar, industrial, científica y productiva en los espacios marítimos y en la Patagonia austral. Todo ello, en un mundo interpelado por la agenda climática, las tensiones geopolíticas y la creciente escasez y encarecimiento de los recursos energéticos.»

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También nos parecen valiosas las sugerencias que hace Alejandro Winograd en Naufragios Argentinos. Un punto de interés es que las publica en el portal Seúl, de orientación opositora al actual gobierno, al que parece atribuirle -como esa publicación- un nacionalismo declamatorio. Declamaciones hacemos todos, los políticos y todos los que comunicamos; debemos ser juzgados por lo que hacemos y por lo que hicimos. Pero vamos a las propuestas:

«… Un camino, menos transitado, tendría que iniciarse con una serie de preguntas acerca de las cosas que nosotros podríamos hacer para presentar, también bajo la mejor luz posible, nuestra historia y las perspectivas de nuestro futuro en el Atlántico Sur.

Se me ocurren, sólo como ejemplos, las siguientes iniciativas: la restauración y puesta en valor del sistema de Faros del Fin del Mundo, desde el cabo San Pío hasta la Isla Observatorio; la creación de un área protegida que abarque el oriente de Tierra del Fuego y la Isla de los Estados, o el desarrollo de un programa de estudios de alto nivel acerca de distintos aspectos de la ecología y la historia de las regiones australes y de la Antártida. Para el caso de alguien quisiera extenderse más allá de lo estrictamente cultural o educativo, el diseño de un programa de manejo de los recursos pesqueros del Mar Austral; la generación de combustibles limpios que puedan ser usados por las embarcaciones turísticas, científicas y logísticas que operan en la región; la construcción de una planta que ofrezca las mejores y más seguras tecnologías de tratamiento de los residuos generados en las bases antárticas; y tantas cosas más.

No sé cuál es el peso específico que se les puede atribuir a este tipo de iniciativas en las discusiones acerca de la soberanía. Pero quizás sirvan, cuando menos, para demostrar y para demostrarnos que estamos al tanto de la importancia de ese sector del mundo y que tenemos ideas acerca de lo que puede hacerse en él. Al fin y al cabo, el futuro llega para todos, y nosotros también tenemos el derecho de decidir —o, al menos, el de intentar decidir— cómo queremos que sea.»

ooooo

Con acuerdos y desacuerdos, nos sentimos satisfechos de abrir nuestras páginas a estas formas de pensar las Malvinas, el Sur, la Argentina.

Es que hoy también es otro aniversario, menor: desde el 2 de Abril de 2018, AgendAR está online.

A. B. F.