Porqué el Estado argentino decidió financiar las pruebas de la ARVAC «Cecilia Grierson»

¿Cómo y por qué se eligió financiar a la vacuna argentina que acaba de iniciar la primera fase de ensayos clínicos? En un reportaje de la agencia TSS, el biólogo molecular Lautaro Zubeldía, asesor del MinCyT durante la selección de proyectos, señala la importancia de diseñar una estrategia local de desarrollo de fármacos y los condicionamientos geopolíticos que enfrentan este tipo de iniciativas.

Lautaro Zubeldía es biólogo molecular especializado en Desarrollo de la Biotecnología en el área de Vacunas preventivas y Terapéuticas. Después de dedicarle más de una década a la investigación en el laboratorio, decidió que los ensayos los haría con su propio trabajo: se preguntaba por qué la mayoría de las investigaciones que llevaban a cabo “no pasaban nunca de la frontera de la mesada a un producto que llegue a manos de la gente y que le solucione algún tipo de problemática”.

Fue así como se volcó a las ciencias sociales y, particularmente, a cuestiones de política científica y tecnológica, lo que lo llevó a dedicar su posdoctorado al análisis del desarrollo y la producción nacional de vacunas.

En medio de ese proceso, se desempeñaba como asesor en el Ministerio de Ciencia y Tecnología (MINCYT) cuando durante la pandemia se abrió la convocatoria que buscaba financiar proyectos locales de investigación en vacunas contra el SARS-Cov-2, entre los cuales resultó seleccionado el de la denominada “ARVAC Cecilia Grierson”. Así, se convirtió en la primera en pasar a la fase de ensayos clínicos a través de un consorcio público-privado entre el CONICET, la UNSAM y el Laboratorio Cassará.

¿Qué características distinguían a la ARVAC para que recibiera financiamiento público?

Varios, como la característica de la plataforma, cómo está diseñada y cómo se elige el antígeno, por ejemplo. Cuando evaluamos qué plataformas debíamos apoyar, vimos que ARVAC no usa el Spike entero sino otra fórmula más pequeña, el denominado Receptor Binding Domain (RBD), que es una fracción del Spike. Es decir, restringe la porción del antígeno, algo que a mí, como biólogo, de alguna manera, me da más de seguridad.

¿En qué sentido?

Históricamente, fueron apareciendo una sucesión de virus: SARS 1, MERS, Chikungunya, Zika, Ébola y las gripes aviares, que tenían un 30% de letalidad aunque no eran tan contagiosas. Pero, ya desde la aparición del SARS 1, se hablaba de que el target para una posible vacuna ideal era la proteína Spike. Por eso, cuando comenzó la pandemia hice una revisión de la literatura disponible y encontré publicaciones del año 2010 que advertían que ese antígeno entero, en experimentos in vitro, había generado efectos fisiológicos. Entonces, cuando vi la plataforma de subunidad –que es la que utiliza ARVAC– me pareció una buena opción, porque esa tecnología, ese modo de abordar una vacuna, ya se probó en muchas otras y se conoce que, en general, los efectos secundarios que puede tener esa plataforma no serían peligrosos.

La ARVAC Cecilia Grierson es la primera candidata vacunal argentina en pasar a la fase de ensayos clínicos a través de un consorcio público-privado entre el CONICET, la UNSAM y el Laboratorio Cassará.

De todos modos, la proteína Spike completa es la que se está utilizando en la mayoría de las vacunas que hoy están disponibles contra la Covid.

Sí, son la tercera generación de vacunas, las de RNA y las de vector viral, como la Sputnik V, la de Cansino y la de Astra Zeneca. Las vacunas de vector viral se caracterizan porque no inyectan un pedacito del antígeno sino un vector, que es un virus que también está incapacitado de reproducirse, que lleva el gen Spike o una porción del antígeno que vos quieras introducir. Ese virus vector introduce su ADN a determinadas células del cuerpo y las obliga a fabricar el antígeno. La estrategia de estas vacunas es valerse de la maquinaria molecular de las propias células del cuerpo, para obligarlas a fabricar el antígeno contra el cual el sistema inmune va a reaccionar.

Y entre las vacunas que se están investigando en el país, también hay algunas que usan la tecnología de vector viral.

Sí. Las vacunas de vector viral permiten dar una respuesta rápida frente a una amenaza que se esparce muy rápidamente. Desde el punto de vista del análisis de una pandemia, ante la aparición de un virus que empieza a contagiarse agresivamente, las vacunas de vector viral son más fáciles de producir y escalar que las vacunas a subunidad. Además, en este tipo de vacunas, al igual que en las de ARN, frente la aparición de mutaciones, se puede modificar más rápido el antígeno. Entonces, si estamos en una situación donde va a haber más pandemias, es importante tener una plataforma de vacunas que permita una respuesta rápida.

¿Las vacunas tradicionales de virus inactivado, como la de Sinopharm, no son una opción?

Sí, esas son muy buenas, lo que pasa es que son muy complejas y caras de producir, porque se necesitan fabricar grandes cantidades de virus y luego inactivarlos. Para eso es imprescindible tener al menos tres o cuatro laboratorios de alta bioseguridad, porque hay que ser muy cuidadosos de que no se escape el virus. Además, montar esos laboratorios tiene dos complejidades: por un lado, es muy costoso, y por otro, despierta suspicacias, porque cualquiera que tiene esos virus también puede fabricar armas biológicas. Entonces, desde otros países pueden empezar a cuestionarse qué hace la Argentina con eso. Si algo ha dejado en claro la pandemia es que no se puede diseñar una estrategia de desarrollo de fármacos y vacunas sin leer el momento geopolítico. Lo que pasa hoy con los desarrollos biotecnológicos es similar que lo que pasó con la tecnología nuclear después la Segunda Guerra Mundial.

“No se puede diseñar una estrategia de desarrollo de fármacos y vacunas sin leer el momento geopolítico”, dice Zubeldía.

Volviendo a ARVAC, se dice que para fin de año podría estar aprobada. ¿Es posible concluir las tres fases de investigación clínica en tan poco tiempo?

Sí, es rápido. En cuanto a las fases, hay que decir dos cosas: una es que se van a hacer las tres fases como vacuna de refuerzo, lo que de alguna manera acorta el camino, porque, según las regulaciones de ANMAT, se necesitan menos personas. Lo otro es que luego habrá que hacer fármaco-vigilancia de la gente a la que se le aplicó la ARVAC: ver qué les pasó y qué no, si tuvieron efectos secundarios. Todo eso se comprueba en las tres fases de pruebas clínicas pero después tiene que continuar en el campo. No es que después de la fase tres ya se terminó. Eso es lo que nos metieron en la cabeza durante la pandemia, pero no es así. Por eso, antes se tardaba cinco años en poner una vacuna en el mercado, porque había que vigilar qué estaba pasando con los cuerpos de las personas. Entonces, las fases 1, 2 y 3 son rápidas, pero también es importante la fase 4.

Pero, entonces, ¿son suficientes las tres primeras fases para empezar a aplicar la vacuna en personas?

Sí, lo son, si después se hace fármaco-vigilancia. Es decir, si se hace un seguimiento a las personas por un tiempo prudencial.

¿Cuál es la relevancia de este desarrollo?

Haber iniciado el camino de tener plataformas vacunales realizadas en el país, con tecnología propia y, en la medida de lo posible, con empresas nacionales o estatales. Hoy no hay un laboratorio público que pueda hacer el trabajo que está haciendo Cassará, pero con inversión se podría realizar. Me parece indispensable tener varias plataformas distintas para afrontar este tipo de amenazas que pareciera que van a seguir estando. Es lo que creo que el Estado, con todas las dificultades del caso, está haciendo. Me parece importante que tengamos una vacuna propia.

VIAAgencia TSS / Unsam - Vanina Lombardi