«La demografía puede determinar mucho más de lo que puede parecer a primera vista, desde las tasas de crecimiento de un país hasta la suerte de Rusia en Ucrania».
Ocurre cada 12 o 13 años, así que no es un evento tan común. No estamos hablando de un cometa, un eclipse u otro fenómeno cósmico, sino del momento en el que el planeta suma mil millones de habitantes más a su población.
Desde 1975 se da la citada frecuencia, y entre fines de 2022 y principios de 2023 (en muchos países las estadísticas poblacionales son poco confiables) nacerá la o el bebé con el que sumaremos 8.000 millones justos de habitantes en el planeta Tierra.
Mientras le planificamos el baby shower, es una buena ocasión para acercarnos a un campo temático subestimado en la economía: la demografía puede determinar mucho más de lo que creemos, desde las tasas posibles de crecimiento hasta la suerte de Rusia en Ucrania y otros conflictos, pasando, por supuesto, por las perspectivas de mediano y largo plazo de la Argentina.
“Hay muchos mitos y equívocos con la demografía, y muchos de ellos surgen de pensar a este tema como un ‘destino’. Si se trata de un ‘destino’ no hay mucho interesante para decir o investigar, pero no lo es”, dice en su reciente libro 8 Billions and counting («8 mil millones y contando», aún no traducido) la demógrafa Jennifer Sciubba.
El argentino José Fanelli, economista, profesor de la Universidad de San Andrés y especialista en agenda demográfica, suele decir que para muchos de sus colegas analizar los números de población equivale a “ver crecer el pasto”: todo ocurre muy lentamente, cuesta mantener el foco y no caer en el aburrimiento. Pero eso no quita que los efectos acumulados sean enormes y definitorios para un montón de cuestiones.
Si se proyectan las principales tendencias para la segunda mitad del siglo, describe Sciubba en su libro, la demografía planetaria puede ser muy distinta a la actual, con África como epicentro de pirámide poblacional joven (luego del boom de natalidad actual en muchos de sus países) y a la vez varios europeos, Japón y Corea del Sur, con riesgo creciente de ver reducida su población a la mitad para 2100 sino modifican sus políticas migratorias.
Este año, la demografía se coló por la ventana en el hecho noticioso más relevante de los últimos meses: la invasión de Rusia a Ucrania. Por su propia historia reciente (principalmente por la incertidumbre generada con la disolución de la Unión Soviética en los 90), Rusia cuenta con una estructura poblacional muy frágil, con una población que, de hecho, se está reduciendo año a año desde hace tres décadas.
En 1991 había 148,2 millones de rusos, y en la actualidad son menos de 146 millones.
Vladimir Putin se refirió en varios discursos a la crisis demográfica y llegó a destacar que “las perspectivas (de Rusia) dependen de cuán numerosos seamos”. En el último censo las autoridades incluyeron a los 2,4 millones de habitantes del Donbass, una región que en parte era administrada por separatistas prorrusos antes de la invasión.
Y se país, por este mismo motivo, no puede darse el lujo de un conflicto largo que le haga perder muchos jóvenes en el campo de batalla. Son un recurso escaso, en términos demográficos.
Mitos y conflictos
¿Qué mitos se acumulan bajo este manto de desinterés que afecta al tema demográfico? Sciubba menciona varios en su libro. Por ejemplo, dados los avances tecnológicos algunos de los viejos supuestos de la economía del desarrollo, como la necesidad de una población voluminosa para tener un sector industrial dinámico o un aparato militar poderoso, ya no son tan válidos. Otro es el de la verdadera dimensión del fenómeno migratorio.
“Me gusta preguntar en mis charlas al auditorio cuánta gente creen que vive fuera del país donde nació. La respuesta siempre sobreestima: va en un rango del 20% al 50%, pero la realidad es que esa proporción para los últimos 50 años oscila entre el 2% y el 4%. Las migraciones son raras, la mayoría de las personas se quedan a vivir en el país donde nacieron”, sostiene.
En la Argentina, la cuestión demográfica también está subestimada y puede ser definitoria para las chances de prosperidad de las próximas décadas, opina Fanelli.
“El problema más grave, por lejos, es que estamos en plena etapa del ‘bono demográfico’, cuando la proporción de personas en edad de trabajar se hace máxima, y esto coincide con que el empleo formal y de calidad está estancado”, explica el economista. “En un cambio estructural regresivo, el bono te empieza a jugar en contra porque la gente sin trabajo se enoja, con razón”, agrega.
La macroeconomía entra por un camino simple: el empleo no crece porque el PBI per cápita cae a un ritmo superior a 1% desde 2012. Para Fanelli, “en la etapa del bono demográfico la tasa de ahorro se hace máxima, siempre que la gente trabaje. El bono de ahorro lo perdemos o lo colocamos en dólares”.
Este cuadro se combina, según Fanelli, con variables desfavorables en el mercado de trabajo. “Estamos subutilizando nuestro capital humano (o lo mandamos a otros países).Todavía tenemos una razonable cantidad de años de educación (11,1 años en promedio) y, al no emplearse, la calidad del capital humano se deteriora –sostiene Fanelli–.
Por otra parte, las mujeres (más de la mitad de la población) no se pueden integrar al mercado de trabajo como debería ocurrir en un país que se desarrolla, y eso es un sesgo adicional negativo en términos de desaprovechar la inversión en capital humano: hoy las mujeres tienen un 11% más de educación terciaria que los hombres en la Argentina, según datos de la OCDE referidos a la población de 25 a 34 años”.
Estos desacoples que muestra la demografía son, tanto para Sciubba como para Fanelli, predictores muy certeros de conflictos sociales. “Si vemos sociedades donde miles o millones de personas esperan entrar al mercado de trabajo y no lo pueden hacer, muchas de esas personas no tendrán dinero para formar familias, ni voz política, y estarán al margen de estructuras e instituciones. Sabemos que en esos países el conflicto social es mucho más probable”, completa Sciubba.
Aunque la demografía sea “aburrida como ver crecer el pasto”, es por lejos la herramienta predictiva más precisa que tienen los economistas. A menos que haya una guerra nuclear o una plaga de proporciones bíblicas (la Peste Negra mató en Europa en tan solo una década del siglo XlV a un tercio de la población europea, lo cual llevó a un estancamiento que duró casi un siglo), sabemos con poco margen de error cómo serán las pirámides demográficas de los países en 2050. “Es, por lejos, la mejor bola de cristal que tenemos. Y la utilizamos muy poco”, dice la autora de 8 mil millones…
En 1973 se filmó la película Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, el título original), protagonizada por Charlton Heston, que describía un futuro totalmente distópico en un planeta superpoblado con “7000 millones de habitantes”. La historia transcurre en 2022, el año del baby shower para el bebé número 8000 millones.