Cuando el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), en 1968, abrió a la firma el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP), tanto Argentina como Brasil se abstuvieron de firmarlo. Ambos países lo consideraban discriminatorio. Mientras que el TNP impulsaba la inspección y el control de los países en desarrollo con planes nucleares incipientes, no exigía nada a los países dueños de arsenales nucleares en expansión. Desde entonces, la noción de no proliferación fue la semilla de una concepción normativa y una praxis diplomática orientada a proteger el liderazgo comercial y la supremacía militar del club de industrias nucleares de las economías centrales.
A pesar de considerarse rivales competidores, Argentina y Brasil interpretaron que las restricciones y obstáculos al acceso y desarrollo de tecnología nuclear, justificados por una aplicación arbitraria de la noción de no proliferación, hacía imperioso iniciar un proceso de cooperación bilateral. Mientras se logró avanzar en esta dirección, como veremos más abajo, en contexto de radicalización de políticas neoliberales en la región, las presiones persistentes llevaron al gobierno de Carlos Menem, en 1995, y al gobierno de Fernando Henrique Cardoso, en 1998, a adherir al TNP.
Ahora bien, la lógica estructural de obstaculizar los planes nucleares de países en desarrollo se intensificó. El OIEA aprobó en 1997 el denominado Protocolo Adicional (PA) al TNP, que prevé medidas de inspección y control mucho más invasivas. La narrativa que justificó el PA toma como excusa la detección de los programas nucleares secretos de Irak y Corea del Norte, países adherentes a salvaguardias comprehensivas del OIEA. Estas transgresiones fueron capitalizadas por las potencias nucleares, que promovieron en el OIEA un sistema de salvaguardias más exigente. Es decir, se postula que dos casos justifican la sospecha y el control más estricto de todo el mundo en desarrollo, sin consideración del contexto ni de las trayectorias específicas de países y regiones.
El PA, se dice, se propone contabilizar y controlar los materiales nucleares de los países adherentes para evitar los desvíos furtivos que puedan usarse en la construcción de armas nucleares, así como verificar la inexistencia de materiales o instalaciones nucleares clandestinas y/o actividades no declaradas. El PA autoriza al OIEA a aplicar las llamadas “salvaguardias fortalecidas”, que permiten la inspección de cualquier instalación sin aviso previo, incluso de instalaciones no vinculadas de forma directa al área nuclear.
Tres años más tarde, 128 países de los 188 miembros del TNP suscribieron al PA y 95 lo ratificaron. Sin embargo, es necesario aclarar que, a diferencia de Argentina y Brasil, que hasta la fecha no adhirieron, para muchos países no tiene costos la adhesión, dado que no buscan desarrollar industrias nucleares con niveles crecientes de autonomía y capacidad exportadora. Además del estatus asimétrico que reproduce la lógica del TNP, el PA crearía cargas financieras adicionales con efectos de sobrecargas al desarrollo de capacidades comerciales.
De esta forma, se repite la saga del TNP en un “estadio superior”. Si bien, en lo formal, el PA supone adhesión voluntaria, en los hechos vuelve a funcionar como un instrumento de presión sobre Argentina y Brasil. Digamos de paso que esta dinámica alienta a lobistas de todas las especies, con consecuencias políticas entrópicas que se potencian en el contexto presente de tensiones crecientes entre EEUU y China.
Los mantras promovidos por lobistas que recomiendan la firma del PA son variaciones de la misma trivialidad tautológica: la no firma del PA coloca a Brasil y Argentina en el club de países sospechosos. ¿Sospechosos de qué? ¿De querer construir bombas atómicas? ¿Para qué? Estos argumentos ignoran –o juegan a ignorar– uno de los hitos más deslumbrantes de la colaboración nuclear a nivel global: la creación en 1991 de la Agencia Brasileño-Argentina de Contabilidad y Control de Materiales Nucleares (ABACC), innovación institucional bilateral anterior al PA, que se materializa luego de un proceso complejo de negociaciones de más de dos décadas.
¿Pero qué tiene que ver la ABACC con el Protocolo Adicional? Pongamos este interrogante en contexto.
La “llave” de la colaboración nuclear bilateral
Luego de la cumbre en Foz de Iguazú, el 30 de noviembre de 1985, entre los presidentes Raúl Alfonsín y José Sarney, donde se firmó la “Declaración conjunta sobre política nuclear”, el prestigioso anuario del SIPRI (Stockholm International Peace Research Institute) malinterpretaba este paso inédito a contramano de todas las evidencias. De la Argentina, sostenía que “su política de adquirir elementos para un programa de armas nucleares no ha dado sus frutos: no ha mejorado la seguridad del estado, su reputación internacional, la cohesión de la nación o las condiciones materiales del pueblo”. Más aún, agregaba, “los precisos blancos de las posibles armas nucleares argentinas han sido siempre oscuros”.
Es decir, que la Argentina habría estado persiguiendo un programa de armas nucleares sin objetivos determinados. Falso de toda falsedad. Luego de afirmar otro tanto de “los grandiosos proyectos de energía nuclear, totalmente injustificables” de Brasil, finalizaba: “En cualquier caso, Argentina y Brasil al presente enfrentan una estrechez económica que los obliga a descartar los programas de armas nucleares” (SIPRI, 1986: 477).
Estas acciones de difamación no son espontáneas. Siempre están coordinadas, vienen en enjambre. Como botón de muestra, en 1987, Cynthia Watson, una experta en proliferación nuclear en la región, refiriéndose a la Argentina y Brasil, afirmaba: “Pero la luz al final del túnel para aquellos preocupados por la dispersión de armas nucleares y la industria nuclear es que la crisis económica que enfrentan estos estados sea probablemente prohibitiva de cualquier expansión nuclear grandiosa para los próximos años” (Watson, 1987: 209).
Es decir, igual que para el SIPRI, para Watson “la crisis económica” de ambos países era una fuente de esperanza para los países exportadores de tecnología nuclear, que además desarrollan arsenales nucleares de creciente eficacia destructiva. El SIPRI nunca se ha retractado de semejantes disparates. No es una excepción. Podríamos multiplicar estos ejemplos de construcción de supuestas intenciones ocultas coordinadas por acciones diplomáticas, de prensa y de organizaciones que se mimetizan con los rituales de la academia.
Para desactivar esta lógica inquisitorial, ambos países fueron capaces de plantar la semilla institucional de un paradigma normativo alternativo al planteado por el OIEA, el PA y sus iniciativas basadas en la construcción selectiva de sospechas sobre países en desarrollo con programas nucleares que buscan niveles crecientes de autonomía.
Como punto de llegada de una ardua trayectoria de más de dos décadas, en 1991, Argentina y Brasil crearon la ABACC y firmaron en diciembre de ese mismo año el Acuerdo Cuatripartito para la Aplicación de Salvaguardias entre Argentina, Brasil, la ABACC y el OIEA. El paradigma que plantea este nuevo régimen se basa en la construcción de confianza entre países vecinos a través de la inspección mutua y presencia activa del OIEA.
Si bien en lo formal la ABACC, como institución bilateral de naturaleza técnica, fue creada con una función específica orientada a gestionar un Sistema Común de Contabilidad y Control (de materiales nucleares), su creación facilitó la cooperación entre Argentina y Brasil en los usos pacíficos de la energía nuclear y, como corolario, tuvo el efecto político de deconstruir la rivalidad histórica alentada desde afuera.
Algunos referentes habían evaluado y anticipado esta necesidad. En 1977, el tecnólogo argentino Jorge Sabato citaba al politólogo brasileño Helio Jaguaribe: “La llave de la independencia de América Latina es el entendimiento argentino-brasileño […] Y la llave del entendimiento argentino-brasileño es la cooperación nuclear” (Sabato, 1977: 13, 17).
La ABACC y el Protocolo Adicional
En un cable enviado a Washington del 11/05/2009 (develado por WikiLeaks), el embajador de EEUU en Brasil, Clifford Sobel, pone en evidencia la intención de manipular y debilitar la relación bilateral:
“Argentina ha aceptado la opinión de que, debido a que tanto Brasil como Argentina concluyeron su Acuerdo Cuatripartito con el OIEA en 1997 bajo el paraguas de la Agencia Argentino-Brasileña de Contabilidad y Control de Materiales Nucleares (ABACC) de 1991, Argentina no puede aceptar un Protocolo Adicional sin que Brasil lo haga también. Si se pudiera encontrar una forma de que Argentina firmara un Protocolo Adicional sin que Brasil tuviera que hacerlo, se ejercería una enorme presión sobre Brasil para que hiciera lo mismo”.
Como respuesta a este tipo de maniobras, en abril de 2010, el ministro de Defensa durante la gestión de Ignacio Lula da Silva, Nelson Jobim, convocado por la Comisión de Relaciones Exteriores y Defensa Nacional de la Cámara de Diputados, afirmaba que “Brasil decidió aprobar el TNP y mantener el TNP, pero no cederá al protocolo adicional, por ser invasivo de nuestra soberanía” (Audiencia Pública 0298/10, 07/04/2010). Un mes más tarde, cuando se le pregunta en una entrevista al canciller brasileño Celso Amorim la posibilidad de que Argentina “deje solo a Brasil”, dado que sectores de la Cancillería argentina estarían a favor del PA, sostuvo:
“Los acuerdos nucleares con Argentina, de los cuales la ABACC es fundamental, son un pilar de nuestra asociación estratégica. Los dos países tienen que caminar juntos, y eso se percibe en ambos lados. No veo riesgo de adhesión unilateral” (citado en: Folha de S. Paulo, 03/05/2010).
Pocos días más tarde, el especialista argentino de relaciones internacionales Juan G. Tokatlian sostenía en un diario local que la ABACC es suficiente para garantizar la no proliferación, siendo necesario reforzarla con nuevos compromisos bilaterales. Y luego de explicar que Argentina debería explicitar su intención de no firmar el PA, agregaba:
“Mientras ello no suceda, Estados Unidos va a seguir presionando a la Argentina para que se produzca una fisura entre Buenos Aires y Brasilia. Hace poco, en la Conferencia de Seguridad Nuclear convocada por Barack Obama, la Argentina estuvo cerca de aceptar el protocolo a cambio de nada. Ello hubiese sido un error estratégico monumental” (Tokatlian, 2010).
Dos hitos relacionados al estatus de ABACC tuvieron lugar en 2011. Con 20 años de trayectoria, la ABACC comienza a participar como observadora en las reuniones de la Junta de Gobernadores del OIEA. Además, luego de cinco años de negociaciones en el ámbito del Grupo de Proveedores Nucleares (NSG, por sus siglas en inglés) –integrado por los 46 países exportadores de tecnología nuclear– se acepta que la ABACC presenta garantías suficientes para ser considerado en un nivel similar al PA (Jonas et al., 2012).
Finalmente, en la Estrategia de Defensa Nacional de 2012 se sostiene que Brasil “no adherirá a nuevos compromisos hasta que los estados con armas nucleares hagan un progreso significativo hacia el cumplimiento de sus obligaciones de desarme en virtud del Artículo VI del TNP” (citado en: Oliveira do Nascimento Plum y Rollemberg de Resende, 2016: 587).
En este contexto, entre 2014 y 2016, la Argentina fue elegida para presidir las actividades del NSG, quedando al frente el entonces embajador argentino en Austria y representante permanente en el OIEA, Rafael Grossi y al presente director General de OIEA.
De nuevo, el especialista argentino Juan G. Tokatlian, en 2016, explicaba en el diario La Nación, que más de 140 países habían firmado protocolos, “entre ellos los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, que, con variaciones respecto del modelo estándar, plantean un esquema no intrusivo en cuanto a la inspección de sus arsenales nucleares, que siguen intactos”. Razonaba que el modelo convencional de PA “no es superior en sus exigencias al Acuerdo Cuatripartito”. Por esta razón, frente a argumentos hipotéticos que especulan que la firma del PA garantiza el apoyo de Washington o que “habría más negocios en el campo nuclear”, concluye que “el oportunismo en política exterior ha sido y es nefasto pues genera un beneficio simbólico de corto plazo y un costo alto en el largo plazo”. Y agrega que “provocar el desmantelamiento de un mecanismo único en el mundo y que ha probado ser muy eficaz sería inaudito”.
La política exterior de alineamiento incondicional del gobierno de Macri –que en 2016 inició otro ciclo de desindustrialización, financierización, endeudamiento y fuga– intentó llevar a la Argentina a la firma del PA mientras dejaba morir de inanición e intrascendencia a la ABACC. La gradualidad de la maniobra suponía ganar las elecciones en 2019.
“Patio trasero” versus ventana de oportunidad
En el contexto presente de reacción exacerbada a la emergencia de China en la disputa hegemónica, EEUU veta –con dichos y acciones humillantes– el acceso de Argentina a la compra de una central nuclear a una empresa china. El gobierno argentino parece estar aceptando disimuladamente el veto, con efecto de evaporación de la política nuclear y desarticulación del sector. Esta señal de debilidad sugiere la inminente intensificación de presiones para que Argentina firme el PA de forma unilateral como prenda final de subordinación. En apariencia, a cambio de nada. Este paso sería letal para el fortalecimiento y desarrollo de la ABACC.
Ahora bien, en el “Acta de la reunión del Comité Permanente argentino-brasileño de Política Nuclear (CPPN)”, realizada en el Palacio San Martín, el 26/07/2022, puede leerse que las presidencias argentina (2022-2023) y la brasileña (2923-2024) del NSG permitirán “avanzar en acciones conjuntas de concientización y difusión entre los demás Gobiernos Participantes del NSG sobre la ABACC como mecanismo innovador, único y eficiente en materia de salvaguardias, que brinda garantías equiparables a las del Modelo de Protocolo Adicional a los acuerdos de salvaguardias”.
Y también se lee:
“Ambas delegaciones coincidieron en la necesidad de difundir la experiencia de la ABACC como una experiencia sumamente exitosa en materia de salvaguardias, particularmente, a la luz de las crecientes presiones respecto del Modelo de Protocolo Adicional de cara a la próxima Conferencia de Examen”.
En un escenario global donde la transición energética es presentada como la bala de plata disponible para impulsar el “rejuvenecimiento” de un capitalismo anémico, los evidentes límites de las energías renovables intermitentes hace girar las miradas hacia la energía nuclear, revalorizada como energía de base robusta, segura y económicamente viable.
En el núcleo de la batalla por el desarrollo, invisibilizar la centralidad del factor tecnológico es parte de la geopolítica del “patio trasero”. La apertura a la multipolaridad y la colaboración nuclear entre Argentina y Brasil aparecen como iniciativas complementarias y decisivas para neutralizar la imposición de vetos y marcos normativos obstaculizadores de esta ventana de oportunidad para ambos países.
Diego Hurtado
Opinión de AgendAR:
Es casi innecesario aclarar que acordamos en un 100% con lo que dice el Dr. Hurtado. Lo único a añadir son observaciones muy al paso, cotidianas, de lo que significaría esta firma en la vida de la investigación y desarrollo nuclear de nuestro país. Se volvería imposible.
Pongo por caso un día de trabajo en el Centro Atómico Constituyentes de la CNEA: un científico de materiales mandó una muestra de una aleación metálica el día anterior al Centro Atómico Ezeiza, para que la irradiaran con neutrones, con prioridad de despacho. Hoy se la acaban de remitir, en un primoroso pero pesado container de plomo, porque está radiológicamente activada.
Ahora estamos llevándola en carretilla por un pasillo hacia otro laboratorio vecino, para que allí examinen cambios en la estructura cristalográfica de los metales con rayos X. ¿Cómo se bancó los neutrones el material? ¿Se debilitó? ¿Adquirió propiedades impensadas? La ciencia de materiales es predictiva «ma non troppo». Es ciencia, ocurren sorpresas -por suerte- y lo que manda es la evidencia.
Obviamente todo esto va con papeleo mínimo pero inevitable: tiene autorización y está bajo control de la Agencia Reguladora Nuclear (ARN), que depende del Poder Ejecutivo Nacional, y por ende es organizativamente independiente de la CNEA. Es más, en el tótem estatal está varios escalones arriba. Puede sacar tarjetas amarillas e incluso rojas. Y caramba que lo hace.
Pero la ARN es una agencia de contralor LOCAL. No la integran países o empresas que hoy compiten con la Argentina por el mercado nuclear mundial. Y no conozco a ningún integrante de la ARN que, contra 72 años de evidencias históricas, viva con la paranoia de que la Argentina está tratando de desarrollar armas nucleares.
En una Argentina que diseña y fabrica sus combustibles nucleares, que exporta reactores multipropósito a países adelantados como Australia y Holanda, amén de radioisótopos médicos a toda la región, y que ya tiene 11 centros de medicina nuclear en sus provincias, las investigaciones con neutrones, rayos gamma y radioisótopos son el pan de cada día. Es lo que hace la CNEA. Es lo que le da ventajas a INVAP. Para exportar y ser competitivos, hay que mantenerse a la vanguardia de la tecnologías actuales, y cuando se puede, inventar otras nuevas, más baratas y/o potentes.
Pero si la Argentina firmara el Protocolo Adicional, cada uno de los tres pasos descriptos debería haber sido previamente informado al distante pero omnipresente inspectorado del Organismo Internacional de Energía Atómica de las Naciones Unidas (OIEA), a espera de aprobación. Tres aprobaciones sujetas al arbitrio político de una agencia multilateral políticamente dominada por los EEUU, que cumple 72 años de paranoia nuclear con la Argentina. EEUU vive persuadido de que Argentina es Corea e Irán sumados, aunque con más tango y soja.
Y todo ese «red tape», con idas y vueltas de mails por canales oficiales, se volvería de rigor para hacer cualquier estudio sumamente básico. Que hoy toma dos días, y que es generalmente apenas un paso en una investigación mucho más amplia, quizás de años de duración, para lograr -por ejemplo- combustibles mucho más resistentes que los actuales a las altas temperaturas.
¿Con un PA firmado, se hace o no se hace ese pequeño experimento de materiales? ¿Cuánto se demora, si se autoriza? ¿Y cuántas nuevas visitas sorpresa de inspectores del OIEA desencadenan esas tres autorizaciones?
¿Y si los tales inspectores, con su tecnología de detección hipersofisticada, encuentran radioisótopos «indebidos» (comillas intencionales) donde según ellos y según el nuevo manual (cambia rápido y «ad hoc»), no debería haberlos? ¿En cuántas explicaciones innecesarias deben enredarse personajes que están para quemarse las cejas en los laboratorios y no para escribir huevadas? ¿Cuánto las creerán, además, esos inspectores y reguladores con mandato -en inglés- de tirar arena en los engranajes?
Como subpotencia que somos en investigación y desarrollos nucleares, y como dueños mundiales -al menos por ahora- del nicho de la exportación de reactores multipropósito, firmar el Protocolo Adicional nos sacaría del ring. Punto. Como que es una de sus finalidades principales: liquidar a competidores emergentes. Punto.
Estoy haciéndole el favor a los EEUU de llamarlos competidores nuestros. No lo son.
En reactores multipropósito, desde 1981 a los autodenominados americanos los hemos barrido de cuanta compra directa y/o licitación participamos, salvo alguna en Tailandia. Hablo de Perú, Argelia, Egipto, Australia, Holanda y Arabia Saudita. Y ahora nos proponemos (CAREM mediante) a competir con ellos en plantas de potencia, algo que los EEUU hace 40 años que no logran venderse ni a sí mismos, porque las que hacen desde los ’80 son innecesariamente complejas y caras. La mejor carta que tienen para competir es el Nu-Scale, copiado por ingeniería inversa de nuestro CAREM.
Por último, me remito a lo que dijo el Dr. Diego Hurtado, porque es una verdad de cajón. Si firmamos los PA, se rompe el ABBAC.
La constitución del ABBAC entre Alfonsín y Sarney fue el punto de partida del Mercosur, algo que se suele olvidar. Pero además fue una novedad mundial, que provocó bastante desconcierto en el OIEA.
El ABBAC logra que dos países periféricos pero con desarrollo nuclear propio se controlen el uno al otro. Usan sistemas de salvaguardias idénticos a aquellos con los cuales el OIEA inspecciona al resto del planeta: inspecciones pactadas, y otras por sorpresa, sistemas de control a distancia, contabilidad rigurosa de combustibles quemados.
El ABBAC viene logrando que ninguno de ambos avance en desarrollos bélicos. Fue como decirle al organismo de Viena: «Muchas gracias, pero Uds. son de corcho, no hace falta que firmemos o ratifiquemos el Tratado de No Proliferación (TNP)».
Nunca le digas a una burocracia poderosa que quedó pintada en la pared, y máxime si hay posibilidades de que otros países imiten el ejemplo. En Viena sonrieron con gran amabilidad diplomática, incluso nos felicitaron, y esperaron el momento de mover sus alfiles.
Obviamente, el momento llegó con el presidente Carlos Menem y su canciller Guido Di Tella: firmaron el TNP sin avisarle siquiera a los brasileños. Que obviamente se sintieron apuñalados por la espalda, y con toda razón. Itamaraty, la cancillería brasileña, aconsejó firmar, como la Argentina, para no quedar aislada y aguantando sola las presiones de los EEUU. Y el TNP lo firmó aquel Menem brasileño, Fernando Collor de Melo, sin ningún problema. Por cosas parecidas, Brasil después lo echó a patadas del cargo.
Pero Itamaraty no se olvida de nuestra agachada.
Lo que siguió a continuación de la firma fue un intento colaborativo de Itamaraty, que en general trabaja para el Brasil y no para sí misma o para otros países, de rescatar el ABBAC. Con mucha cirugía y sutura se creó el Acuerdo Cuatripartito, en el que Brasil y Brasil se controlan uno al otro… y por arriba de ambos, la vieja tía OIEA los controla a los dos. Sí, efectivamente, un Frankenstein diplomático con doble comando. ¿Nos sirve como paraguas de un desarrollo independiente?
El paraguas tiene agujeros y uno se moja más que antes. Pero en la práctica lo que se ve es que ambos países lograron seguir aliados en el ABBAC, mantener relaciones comerciales recíprocas en lo nuclear, y además conservar -con mucho trabajo- su rol de subpotencias emergentes en este campo.
Y todo esto se logró pese al TNP y no debido al mismo. Que es lo que le explicarán angelicalmente sus defensores locales.
Brasil, por ejemplo, logró salir adelante con su planta de enriquecimiento de uranio en Resende, Río de Janeiro, que con sucesivas ampliaciones en 2033 llegará a una capacidad de producción capaz de abastecer sus dos centrales nucleoeléctricas en Angra dos Reis, y la tercera, en construcción en el mismo estado y en el mismo predio. Eso fue muy contra viento y marea, en términos diplomáticos.
Antes, el uranio minado en Brasil debía viajar a Canadá para transformarse allí en gas de hexafluoruro de uranio. Desde Canadá, el gas viajaba hasta la planta de enriquecimiento de URENCO en Holanda, para volverse polvo de dióxido de uranio de bajo enriquecimiento. Desde Holanda, volvía a Brasil para fabricar pastillas de cerámica de uranio. Inspectores en todas las etapas de este triángulo, y en los barcos. ¿No es lindo crear tanto trabajo calificado en Viena?
Además de unos costos logísticos chinos y de una contaminación de padre y madre por quema de búnker-oil, el combustible naval habitual, está el asunto de la independencia, caso de last but not least. Si Canadá, EEUU o cualquier otro dueño de URENCO (el Reino Unido, Alemania, Holanda) se enojaban con Brasil por lo que fuera, éste se quedaba sin combustible y con las centrales en apagón. Asunto que debe haber colaborado no poco para que Brasil soportara, gruñendo pero sin hacer juicio, las constantes salidas de servicio de Angra I, una Westinghouse. O que la tecnología de enriquecimiento por toberas comprada a Siemens fuera un total fracaso.
Con el enriquecimiento nacional asegurado, Brasil hoy avanza en el testo de una centralita de potencia de tecnología propia. Usa uranio enriquecido al 19,7%. Ese grado está en el límite superior del uranio factible de ser comercializado en firma internacional. Con ese combustible de considerable potencia específica, un PWR que puede servir indistintamente para iluminar pequeñas ciudades del interior, para fundamentalmente, y eso Itamaraty lo proclama sin ambages, para propulsión naval. En este caso, la del futuro submarino SBN Alte. Alvaro Alberto.
Aquí, ojo al piojo: el TNP le prohibe a Brasil el construir armas nucleares explosivas, pero admite los reactores navales. Se redactó en los ’60, cuando EEUU se aprestaba para venderle propulsión naval nuclear a todos los países con flotas comerciales de ultramar. El PA, producto diplomático noventista de un mundo monopolar con una única superpotencia, hoy sirve «para zurcir esos agujeros».
Sobre los progresos nucleares en Argentina, siempre tan cuesta arriba y a veces francamente gloriosos de puro difíciles, en AgendAR hemos publicado de sobra. No nos repetiremos. Pero no aspiramos a que nos zurzan nada.
En cuanto a comercio bilateral, hace ya algunos años le compramos a Brasil la primera carga de uranio enriquecido del prototipo de la central compacta modular de potencia CAREM. Eso se pactó entre Dilma Rousseff y Cristina Fernández de Kirchner, en 2010. Y como consecuencia INVAP, tras ganar una licitación de la CNEN (equivalente brasileño de nuestra CNEA), le vendió la ingeniería básica del reactor multipropósito RBM a instalarse en Iperó, estado de San Pablo.
Es un maquinón de 30 MW muy multipropósito, para producir radiofármacos, testear combustibles nucleares, desarrollar aleaciones especiales para diversas industrias, desde la naval a la aeronáutica, wafers de silicio para microelectrónica, y sobre todo, para formar ingenieros, físicos y químicos nucleares. Será muy parecido al RA-10 que se construye hoy en Ezeiza.
Estar en la lucha por construir los dos reactores de investigación nuclear más modernos y avanzados del mundo, y firmar simultáneamente un documento que literalmente entierra en papeles la investigación nuclear sería… ¿Contradictorio? ¿Estúpido? ¿Criminal? ¿Antinacional? Elija Ud. el adjetivo.
En fin, que tanto Brasil como Argentina tienen buenos motivos para NO FIRMAR el Protocolo Adicional: resultaría tóxico para el Mercosur, letal para el ABBAC y muy malo para las industrias no sólo nucleares, sino metalúrgicas, electromecánicas, aeronáuticas, electrónicas e informáticas de ambos países. Y eso por hablar únicamente de los centenares de subcontratistas típicos de los programas nucleares nacionales con cierta vida propia.
Lo que sí tiene la Argentina es un mal antecedente, el de haber obligado a Brasil a firmar, rechinando los dientes, el TNP. Sí, sí, Menem lo hizo, ya se murió, OK.
Pero ya basta de pavadas.
Daniel E. Arias