El sexto capítulo de esta saga está aquí.
Cuando Perón cazaba cabezas
Rafael Grossi no nació de un repollo. Es un integrante diplomático del Programa Nuclear Argentino, ya sexagenario, y para entender al personaje hay que entender a la madre del programa, la CNEA, esa institución que nació de un error de Perón.
De modo que presento al físico Mario Mariscotti, ex gerente de I&D de la CNEA, escritor de “El secreto atómico de Huemul”, una historia de las desventuras iniciales de Perón con la energía atómica que se lee como un “thriller”. Y para “los del palo atómico” pongo a Diego Hurtado de Mendoza, de la Universidad de San Martín (UNSAM), que no necesita presentación. Es el “scholar” argentino de referencia en la historia del Programa Nuclear Argentino, con decenas de trabajos publicados.
Añado a Ricardo de Cicco, del Centro Latinoamericano de Investigaciones Científicas y Técnicas, con su historia de los reactores multipropósito desarrollados por la Argentina, su mayor éxito de exportación por el momento, y la causa por la cual en la Argentina se hacen mucho mejores diagnósticos por imagen nuclear que en el Hemisferio Norte.
Son algunas de las fuentes de un relato que narraré de modo no secuencial, y cuya base son centenares de conversaciones informales con decenas de personajes rarísimos y notables, producto de mi propio trabajo ininterrumpido sobre el área nuclear como periodista científico desde 1985, y sigo. Admito una propensión a los gigantes coloridos, megafauna abundante en esos pagos. Citaré a los que deba cuando deba.
Daniel E. Arias