El noveno capítulo de esta saga está aquí.
Guarda con los recomendados
Los audaces no vienen exentos de error. Perón a veces tomaba riesgos, pero si tropezaba, tenía mañas para no caerse. Con Richter, es fama, no fue a medias y tropezó a lo grande. El austríaco devoró fondos a mansalva en su proyecto secreto en la Isla Huemul, frente a Playa Bonita, entonces en el despoblado de los extramuros de Bariloche. Y el resultado fue un papelón internacional.
El físico prohijado por Tank le había propuesto a Perón “nuclearizar” a la Argentina por trámite express. Había que ignorar la trabajosa fisión del uranio 235, y en cambio ir directo a la aparentemente fácil fusión termonuclear de átomos livianos, litio en este caso. “Y va a costar chirolas”, le aseguró Richter al presidente, según Cernadas y Mariscotti. Recién llegado, el Herr Doktor ya “chamuyaba el lunfa” necesario para caer bien, aunque con guturales “erres” de ostrogodo. Perón le contestó con sus famosos: “Métale, nomás”.
La fusión controlada… Ufff. Todavía hoy sigue inviable pese decenas de tentativas por parte de millonarios consorcios científicos. Si Ud. ioniza totalmente átomos del elemento más liviano de la tabla química, el hidrógeno, lo ha vuelto un plasma, una sopa muy caliente de protones y neutrones dedicados a colisiones caóticas.
Si quiere empezar una fusión con plasma, la primera recomendación es usar no el isótopo más liviano y abundante del hidrógeno, que tiene un protón como todo núcleo. Use deuterio, cuyo núcleo tiene, además, un neutrón. Que su lema sea: “Cuanto más neutrones, mejor”. Un plasma de deuterio, bien lleno de neutrones, sale caro, eso sí: sólo el 0,015% del hidrógeno en la naturaleza tiene ese neutrón extra. Acabo de explicarle de paso por qué es tan difícil y caro fabricar agua pesada (D20, dos deuterios y un oxígeno), pero ya volveremos sobre eso.
Fusionar deuterio tiene tres etapas que se atraviesan de modo fulminante, a condición de que Ud. incurra en gastos fuertes y sin garantías de éxito industrial. El problema es que los protones, si Ud. quiere ensamblarlos, no se portan pasivamente como piezas de un Lego. Cada uno tiene una carga positiva, y la repulsión magnética que se genera entre ellos, si Ud. intenta siquiera acercarlos, no digamos amontonarlos, es enorme.
Ojo: Ud. está peleando contra el electromagnetismo, una de las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza. No es chiste. Para vencerlo copiando a la naturaleza, hay que calentar y comprimir plasmas de deuterio a 15 millones de grados C y 300 mil millones de atmósferas, hasta que ese casi insustancial gas ionizado alcance una densidad 7,8 veces mayor que la de un metal muy denso en la superficie terrestre, el oro puro.
De paso, le digo que necesitará una enorme masa de “reactivos”, es decir de deuterio, porque la eficiencia energética del proceso es muy baja: un 0,8 %. En el centro del sol, un protón puede deambular a los tumbos durante miles de millones de años antes de, por fin, fusionarse con otro de su especie y dos neutrones, formando helio.
En esas condiciones, y a distancias de 10-17 metros (un billonésima de milímetro), aparece otra fuerza mayor que la repulsión magnética, llamada “Fuerza Fuerte”, otra de las cuatro fundamentales de la física y el verdadero Poxipol de la naturaleza que une protones y neutrones (los nucleones) de cualquier átomo más pesado que el hidrógeno, es decir, todos los de la tabla.
Entonces, si Ud. persiste con la presión y temperaturas recomendadas “ut supra”, es probable que de golpe y porrazo logre trillones de fusiones en cadena, una reacción autosostenida: la ignición termonuclear. Si además Ud. logra controlarla sin transformarse en parte del plasma, tal vez logre que la reacción y su propia vida sean durables. Si pudo llegar ahí, notará que hay una menor masa del producto final (helio) que de reactivos iniciales (deuterio): esa milésimo de masa material faltante se habrá convertido einstenianamente en energía. Pero en MUCHA energía.
Sin embargo, el laboratorio más cercano a su domicilio que logra rutinariamente ese milagro termonuclear es el Sol, y por la pura fuerza gravitacional que ejerce su corpachón de hidrógeno sobre su núcleo. El hidrógeno podrá ser el elemento más liviano de la tabla, pero al sol le sobra: tiene 3 millones de veces más masa que la dura, rocosa y densa Tierra, comparativamente ínfima en tamaño. El sol está más o menos en su promedio de vida: cumplió 4600 millones de años, y hasta su dramática senectud falta otro tanto. Por lo simple, brutal, ineficiente y durable, el Sol parece casi tecnología soviética.
Daniel E. Arias