La saga de la Argentina nuclear – XIV

José Antonio Balseiro en 1960 le explica el átomo al presidente Arturo Frondizi en el Instituto de Física de Bariloche que 2 años más tarde se llamó “Balseiro”, porque se murió (¡a los 43 años!).

El decimotercer capítulo de esta saga está aquí.

Un pasado nada difícil de idealiza

Hasta aquel año, la cultura de la CNEA fue el único intento criollo de construir el equivalente de un National Laboratory al estilo de los de EEUU, nutrido por una red de raíces en las universidades, y generador-sustentador de un frondoso follaje de empresas de tecnología. Y hasta 1995, esa red de componentes del Programa Nuclear Argentino terminaría creando no sólo una tecnología. También una ideología sobre cómo articular universidades, empresas y estado, la de Jorge Sabato. Sigue vigente.

También generó una diplomacia nuclear argentina independientista. De la que Rafael Grossi es un representante y defensor tardío.

Volviendo a la metida de pata de Perón con Richter, y el modo en que arregló las cosas, el reflexivo físico Mario Mariscotti, que de peroncho no tiene un pelo, admite que otros políticos de menor talla habrían enterrado aquel muerto y cambiado de tema.

Perón enterró en cambio el “affaire Richter” y fundó sin ruido la DNEA, que fue primero “Dirección” que “Comisión”, aunque Mariscotti describe que en sus principios era una comisión “stricto sensu”: sus integrantes iniciales cabían en un par de sofás.

Y con esos pocos impredecibles pero imprescindibles, habría que empezar de nuevo, despacito y desde abajo. No fue así: desde abajo, es cierto. De “despacito”, nada.

Daniel E. Arias