Guerra en Ucrania: el uso de Starlink para el control de drones crea problemas

Aunque SpaceX siga enviando señal de sus satélites Starlink a las antenas receptoras que desplegó en Ucrania, y mientras le siga entrando dinero, no está de acuerdo con que sus equipos de Internet por satélite se utilicen directamente en la guerra, como el pilotaje de drones militares.

Bueno, eso dijo la empresa.

En su intervención en la Conferencia sobre Transporte Espacial Comercial de la Administración Federal de Aviación, celebrada en Washington DC, Gwynne Shotwell, Director de Operaciones de SpaceX, afirmó que Starlink nunca fue concebido para ser utilizado como arma, pero que «los ucranianos lo han aprovechado de forma no intencionada y que no formaba parte de ningún acuerdo.»

Pícaros ucranianos, ¿cómo se les ocurre?

Según Reuters, Shotwell se refería se refería al supuesto uso de Starlink por parte del ejército ucraniano para controlar drones a distancia. Aunque no especificó qué había hecho SpaceX precisamente para impedir que Ucrania utilizara Starlink de un modo que no aprobaba, Shotwell sí dijo que había cosas que SpaceX podía hacer para limitar el uso con el que no estaba de acuerdo. Shotwell no respondió a ninguna pregunta de detalle sobre cuáles son aquellas cosas.

Tiembla Ucrania.

En plan de «no aclare que oscurece», la Directora de Operaciones de SpaceX dijo que su organización estaba de acuerdo con que Ucrania utilizara Starlink para comunicaciones militares, pero que ponía el límite en lo que consideraba un uso más ofensivo. En cuanto a si SpaceX preveía ese uso del servicio Starlink, Shotwell dijo: «No pensamos en ello… pero nos enteramos bastante rápido».

Ah, menos mal.

Tanto las fuerzas ucranianas como las rusas han utilizado ampliamente drones en este conflicto de casi un año de duración. Pero Rusia se las tiene que arreglar con sus propios satélites de telecomunicaciones, inferiores en cantidad a los de Starlink si consideramos los de órbita baja, y de señal menos potente y más interferible, si consideramos los geoestacionarios.

Estos últimos son excelentes para «broadcasting», transmisión unilateral de un emisor a millones de receptores. Caso de cajón: la televisión. Pero resultan inútiles para videojuegos y para guiado o pilotaje de drones o misiles en tiempo real, y eso por su considerable «latencia».

Es el término técnico de las demoras de hasta 1,5 segundos que toma una señal en subir desde un dron hasta un satélite geoestacionario, y los 1,5 segundos adicionales en que el satélite transmite los comandos de navegación pertinentes. Imagínese manejar a 140 km/h con la Panamericana atiborrada. Pero inexplicablemente, el parabrisas atrasa 1,5 segundos en informarle que el camión de adelante acaba de clavar los frenos, y su pisar desesperado del freno tarda 1,5 segundos más en transmitirse a las ruedas…

OK, ya entendió.

Los satélites de Starlink -constelación que seguirá creciendo hasta tener 30.000 aparatos en órbita baja- giran a unos 300 km. de altura sobre la Tierra. Es muy distinto que estar fijos a 35.786 km. de altura sobre algún punto invariable del ecuador terrestre, el negocio de los geoestacionarios.

La órbita baja hoy es como la calle Florida a las 6 de la tarde, sólo que se va más rápido. En cada segundo hay centenares de Starlinks pasando como centellas invisibles sobre el cielo ucraniano.Y de noche, como chirrían astrónomos e intendentes que quisieran cielos oscuros, no son nada invisibles.

Las antenas receptoras terrestres desplegadas por Musk son miles, pequeñas y pueden estar en edificios o montadas sobre vehículos. Sustituyen con esas ventajas inherentes al enjambre a las grandes y solitarias torres de telefonía celular. Ésas el Ejército Ucraniano las usó desde principios de la guerra, hasta que fueron sistemáticamente derribadas por drones o artillería de los rusos. Pero las comunicaciones vía Starlink son mucho más capilares y casi no tienen latencia, de modo que son excelentes para guiar drones y misiles.

Muy mal pensados, los rusos también creen que algunos de estos Starlink tienen cámaras ópticas y de infrarrojo, y que suministran a los mandos ucranianos un mapa en tiempo real del estado de cosas en el frente del Donbass y de Kherson. Paranoia rusa, se sabe. Don Elon en 2018 confesó haber sido parte del golpe que derribó al presidente boliviano Evo Morales para apropiarse del litio nacional, que sus autos Tesla consumen a lo pavote. En la ocasión dijo que haría lo propio con quien fuera, y desafió a sus críticos: «Deal with it!» (Acostúmbrense a ello).

¿Cómo pensar mal de alguien tan honesto?

En respuesta a la información aparecida en los medios de comunicación sobre los comentarios de Shotwell, Anton Gerashchenko, asesor del Ministro del Interior de Ucrania y ex viceministro del mismo cargo, expresó su gratitud por la presencia de Starlink en Ucrania y dijo que creía que probablemente había salvado cientos de miles de vidas.

Probablemente Gerashchenko debería sumar su nombre a la lista de salvados, y también la existencia de su cargo y la del ministerio en el que revista, y que dirige la Guardia Territorial, un equivalente de nuestra Gendarmería. Suponemos que los satélites Starlink fueron un enlace muy bueno para recibir información sobre los centros neurálgicos de la retaguardia rusa (depósitos de municiones, salas de estado mayor) y dirigir allí la puntería de sus cohetes estadounidenses HIMARS, de 80 km. de alcance.

La desorganización causada por esos misiles explica en parte la facilidad con que la Guardia Territorial ucraniana reconquistó en pocos días la zona de Járkov, en el NO del Donbass. Las defensas rusas literalmente se hundieron. Gratitud es poco decir.

Sin embargo, Gerashchenko discrepó de la caracterización de Shotwell del uso de Starlink por parte del ejército ucraniano como «ofensivo», afirmando en un tuit que «Ucrania no ofende, nosotros liberamos, protegemos a los nuestros». Por alguna causa, los caciques rusos creen lo mismo.

Alguien debería explicarles…

«No hay neutralidad en la lucha entre el bien y el mal», añadió Gerashchenko.

Ah, bueno, eso aclara todo.

Otra disputa entre SpaceX y Ucrania

No es la primera vez que SpaceX, o su propietario Elon Musk levanta ampollas por el suministro de servicios en Ucrania. Pero las quejas anteriores tenían una motivación financiera más directa.

El año pasado se supo que SpaceX no estaba contenta con tener que suministrar a Ucrania el servicio Starlink a cambio de nada más que buena voluntad. Los terminales fueron donados y comprados a la empresa, la que se quejaba. Pero ese alboroto duró poco: Musk se agarró la cabeza y dijo que SpaceX «seguiría financiando gratis al gobierno de Ucrania». Bueno, hace tiempo que tiene más plata que Ucrania: la fortuna personal admitida de Musk anda hoy en los U$ 184.900 millones.

En AgendAR suponemos de todos modos que la factura de telecomunicaciones militares de Ucrania con SpaceX  la debe estar levantando el Pentágono, como suele pasar con esta firma desde su fundación. Es parte de la vocación antiestatista de los EEUU derivar en empresas de este tipo los gastos militares del estado, empezando por la Internet, que nació en los ’70 como un proyecto de la DARPA (Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa). El Silicon Valley no nació de un repollo.

Decenas de milagros tecnológicos estadounidenses parecidos remiten al llamado «misterio de la araña renga»: nadie sabe cómo hicieron la mosca. Pero el éxito desmesurado de Musk es un caso límite.

Desde entonces, Rusia ha expresado su descontento con la presencia de Starlink en Ucrania, afirmando que los sistemas espaciales comerciales, como los satélites Starlink de SpaceX, corrían el riesgo de convertirse en objetivos militares legítimos si sus servicios se utilizaban en zonas de guerra, como Ucrania.

«Al parecer, los Estados [occidentales] no se dan cuenta de que tales acciones constituyen de hecho una participación indirecta en conflictos militares», declaró entonces un representante ruso ante el Reino Unido.

Uno creería que sí se dan cuenta, y les importa un pepino.

Eso no ha impedido que los terminales Starlink sigan llegando a Ucrania: hasta noviembre se habían desplegado unos 25.000, y eso antes de que el país invadido llegara a un acuerdo con los países de la Eurozona para pagar 10.000 más que se entregarán a principios de 2023.

35.000 terminales, uso bonificado por Washington y un vaso de agua no se le niegan a nadie. Insistimos: los rusos son paranoicos.

Es posible que SpaceX simplemente intente ir a lo seguro haciendo una declaración pública de que sus satélites no se están utilizando de forma ofensiva, así que por favor no los derriben, pero no pudimos verificar esta hipótesis porque la empresa tampoco respondió a esas preguntas.

Hombre, qué sorpresa, que el dueño de Twitter, tan renuente a la parquedad, en este caso no diga «esta boca es mía»…

En realidad, para Rusia los miles de Starlink por ahora son tan intratables como las termitas en una casa de madera muy invadida. Los Starlink resultan bastante invulnerables por lo mismo: hay demasiados, trabajan en red y como Musk los fabrica y dispara en grandes series, tienen bajo costo de reposición.

Rusia no puede acompañar a cada Starlink de un satélite ruso que le genere interferencia electromagnética desde cercanías, lo que sería un enfoque más o menos «friendly» pero carísimo. Pero si Rusia decide empezar a discapacitarlos con interferencias informáticas a distancia o armas antisatélite de energía cinética, podría crear un problema de colisiones entre millones de cosas que viajan entre 9 y 21 km/segundo.

Eso aseguraría una gran provisión de chatarra espacial diseminada por toda la órbita baja, problema que se multiplicaría exponencialmente por las colisiones secundarias, terciarias y así sigue la cosa entre esquirlas, el llamado «Síndrome de Kessler».

Romperle los satélites a Musk sólo haría que los satélites rusos tuvieran una vida operativa cortísima, por malos encuentros inevitables con basura espacial. Además, malquistaría a Rusia con el resto de los países, porque el costo de aseguramiento de la industria espacial demostrablemente civil se iría al demonio. Nada de esto es un pronóstico, sino más bien una descripción: el síndrome de Kessler ya empezó, pero despacito, y matemáticamente no puede sino crecer. Por ahora, no hay recetas para mitigarlo.

¿Cuánto dinero perdería la Argentina, que se acaba de posicionar muy bien en el mercado mundial de imágenes terrestres en radar de banda L, si sus satélites SAOCOM fueran ametrallados por esquirlas de Starlinks impactados por misiles rusos? Buenos ajedrecistas por tradición, los rusos tendrán que ver cómo se sale de este jaque en que los puso Musk al precio de inutilizar, como zona industrial pública, toda la órbita baja, él solito y sus 30.000 satélites, aunque nadie les haga nada.

El misterioso satélite ruso Kosmos 2499 se desintegró a principios de este año, dejando restos que seguirán en órbita terrestre durante años. El satélite se había lanzado en 2014, lo que dado que en órbita baja un satélite tiene una vida útil promedio de 5 años, indicaría que estaba inactivo desde 2019, pero por alguna causa no fue «desorbitado» con sus últimas reservas de propelentes.

Eso es lo que mandan a hacer las reglas de convivencia entre países espaciales: eliminá tu basura orbital. Hacelo hacia arriba sacándola del plano de la eclíptica, o -más barato- hacia abajo, y que se incinere en la atmósfera, si no se trata de un aparato demasiado macizo y gigantesco. Si los rusos dejaron el Kosmos 2499 en órbita para mostrar su capacidad antisatélite en 2023, buena puntería, Ivanes, pero mala jugada.

Es que impopularidad aparte, la solución cinética a Rusia le saldría una plata que no tiene. ¿Cuántos lanzamientos exige pegarle un cascotazo misilístico a cada Starlink? Musk los viene poniendo en órbita de a decenas por lanzamiento, y sale al espacio un Space-X cargado a tope cada 11 días, promedio. Pero mientras los rusos ven crecer la invasión de Starlinks en órbita baja, se deben estar diciendo también que como con las termitas, si vas demasiado a fondo con el tratamiento, podés destruir la casa.

Si el mundo es una casa, con Starlink y gracias a Elon Musk, el complejo militar industrial de los EEUU se acaba de apropiar de la azotea. Piensan usarla.

Cuando ucranianos y rusos fumen la pipa de la paz, los Starlink seguirán ahí adonde están. Pero el mundo no parece estar regresando hacia la monopolaridad de los ’90: China y Rusia probablemente estén pergeñando algunas soluciones poco ortodoxas y no necesariamente tranquilas para desalojar a Musk, «el Gran Okupa Orbital«.

Por favor, ojo con nuestros SAOCOM, muchachos.

Como sucede con los mercenarios en general, los estados que los contratan tratan de evadir la mala imagen cuando estos soldados de fortuna incurren en masacre de civiles, tráfico de mujeres y de niños y otras inconductas habituales pero poco meneadas.

Si tal es el caso con Musk, el establishment militar estadounidense se ha comprado un testaferro perfecto, un hombre a quien todos aman odiar. Y lo odian con naturalidad por sus aires de emperador romano con síndrome de Asperger, tan bueno para las relaciones públicas como un lanzallamas para hacer el asado.

Musk acaba de despedir a otro ingeniero de Twitter, y van… El pobre bobo trató de explicarle al gigamillonario que el número de visitas de sus tuits estaba a la baja porque su popularidad -la de Musk- se cae a pique. Y eso en el sitio de microblogging que él mismo Musk se compró, para la gloria de Musk, por 44.000 millones de dólares.

Nadie lo quiere especialmente a don Elon.

Pero el problema no es Musk, sino quien le da de comer.

 

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