La saga de la Argentina nuclear – LII

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52. REDEFINIENDO EL ADJETIVO «PROLIFERADOR»

 

¿Qué es un “proliferador”? Ud. tiene cara de serlo. Manos arriba.

Cuando una mañana helada de 1985 el embajador estadounidense Frank V. Ortiz quiso meterse de prepo en la planta de enriquecimiento de uranio de Pilcaniyeu, sabiendo que el camino era fatal y que lo atajaría la Gendarmería en la puerta, se fue primero a exigir permiso y movilidad en el Centro Atómico Bariloche. En cuya puerta se presentó sin haberse siquiera anunciado, pero la gente de la CNEA vive volando hacia o desde Bariloche a Baires, y habían detectado a Ortiz en el entonces minúsculo aeropuerto, y lo botonearon desde los teléfonos públicos.

Imposible pasar de incógnito para un gringo rodeado de mamuts del Secret Service, trajeados todos como los «Men in Black». Y como la alarma cundió hasta la Cancillería, le tocó bolearle el pingo a Max Gregorio Cernadas, diplomático implume, entonces también imberbe, y recién egresado.

Max estaba en el Centro Atómico Bariloche porque los miembros de la recién creada Dirección de Asuntos Nucleares y Desarme (DIGAN) debían pasar un año entero de formación en ciencia y tecnología del palo. El curso se daba con estadía completa en el Centro Atómico Bariloche, con varias materias científicas y tecnológicas creadas «ad hoc» para diplomáticos, y exámenes de graduación. Esa costumbre fundacional, parece, se perdió.

En los planes del yanqui no entraba ser parado en forma cortés pero decidida por un tercer secretario de 25 años, un anecdótico “note taker”, dignidad diplomática equivalente a la del pasto en las cadenas alimenticias. Misteriosamente, los sumbos de Gendarmería de consigna en la puerta con los fusiles FAL, aunque impasibles, parecían obedecer a ese pibe.

Ortiz, rechinando, aceptó sentarse con Max en una de la mesitas del cafetín de la entrada principal, «El átomo inquieto». Hecho lo cual le vomitó que para el gobierno de los EEUU “nuestra falta de transparencia” nos volvía claramente “sospechosos de ser proliferadores”. Y a Max Gregorio Cernadas le vaticinó algunos problemas en su futura carrera. Dicho 38 años después, no habrán sido tantos: hasta unos años, Max era embajador en Hungría.

Max sudaba tinta pese al frío, pero tras tres trajinadas horas, aguantaba el bastión a pura dialéctica, solito él con su alma contra Ortiz y su “science advisor” Bill Tilney (CIA), atlético como un Marine y con buena formación en asuntos nucleares. Pero se había corrido la bola del «match» verbal entre los estudiantes del Instituto Balseiro, e iban llenando el bar para escuchar, darle apoyo a Max y joderle educadamente la paciencia a Ortiz.

El futuro embajador Adolfo «Chinchín» Saracho, fundador de la DIGAN, había sido muy claro por teléfono desde Baires. Entrar al CAB sin invitación previa y formal, bueno, vaya y pase. A Ortiz le tenía que costar unas horas, eso sí, para sacarle la soberbia y las ganas de repetir la hazaña. Y después paseo guiado, como en Disneyland, Orlando, “all included”, hasta las medialunas. Traé el ticket, le había dicho. Ah, y todo el «tour» por dentro del CAB con escolta de Gendarmería. Que no se sientan ni un minuto en su casa.

¿Y de Pilca, qué?, quiso saber Max. Porque el tipo venía en plan de que lo llevaran a Pilca, seguro. De eso, minga, contestó Saracho, que pese a lo tucumano dominaba bien el porteño, y como cuatro idiomas más.

Max debió transmitir esa negativa DECENAS de veces a Ortiz, formulada con todos los circunloquios de ceremonial, y el debido respeto, y coso, y sarasa. La barra local estudiantil aplaudía y festejaba.

Ortiz, republicano halcón según la costumbre de ciertos yanquis hispánicos venidos a más, andaba a la sazón con una boina negra que le cubría el cráneo, pelado como una papa y zurcido con una ringla de “clamps”. Se lo habían tenido que abrir poco antes por un despiole serio de esos que perdonan a pocos: la ruptura de un aneurisma. Siete vidas, el hombre.

Pero resucitado y todo, aquel recio rottweiler de Reagan debió resignarse a entrar únicamente al CAB, a 70 km. de su objetivo real, Pilca, y a caminar mansito como un caniche al lado de Cernadas, bajo las miradas irónicas del estudiantado.

Recorrieron innumerables aulas, talleres, laboratorios, y hasta el reactor nuclear RA-6, donde no había nada que realmente pudiera interesar a Tilney ni a la CIA. Max los aburrió concienzudamente, les hizo el “house tour” completo, paseó al Tex-Mex por cada anodino rincón del CAB, tal como un mahout lleva a su fiel elefante favorito a refrescarse al río.

Pero ni ebrio ni dormido te llevo a la plantación de bananas, Bro.

Fueron muchos los casos. En 1981, dos años antes del anuncio oficial de que la planta existía y tenía éxito técnico, el embajador Harry Schlaudeman se había mandado sin anunciarse, pero con gran comitiva de camionetas Bronco, estilo «aquí llegó la caballería», directamente desde el aeropuerto de Bariloche.

Cuando horas después lograron llegar muy embarrados y algo menos animosos a la vasta quebrada del arroyo de Pilcaniyeu, en medio de la nada o algo menos que eso, Schlaudeman se encontró muchos galpones vacíos, una cantidad alarmante de bidets (los yanquis no usan), pilas de bolsas de caolín, perros flacos sueltos y un cuidador algo desharrapado tomando mate. Ni gendarmes armados a guerra, ni instalaciones high-tech, ni platos voladores.

El cuidador le explicó al mandón que aquella iba a ser una fábrica de sanitarios, pero los dueños se habían quedado sin plata. Schlaudeman declinó de pasar a ver, o de tomarse un mate, y se volvió con un humor de perros. Algún topo nuclear ese día debe haber sido emasculado. La gente de la CNEA al tanto del proyecto de Pilca era de confianza, mayormente integrantes de la todavía desconocida INVAP, cabían todos en un bondi y hubieran sobrado asientos. Small is beautiful!

Desde fines de 1983, ya con la planta blanqueada ante los ojos del mundo, estas visitas intempestivas sucedían todo el tiempo, no siempre de modo tan bestia como en los casos de Schlaudeman y de Ortiz, y a veces con desarrollo y final sorpresa.

Tiempo antes, un antecesor de Tilney había probado mandarse solo con su alma en una camioneta alquilada, zigzagueando a paso de hombre por los barrizales y piedras de la indescriptible ruta desde Bariloche a Pilca, sólo para ser atajado por un insobornable coihue caído sobre la calzada. Eso en zona ecotonal, donde hay la breña que quieras, pero no bosque.

Los yanquis, que venían sospechando de la CNEA desde 1978, cuando nos rompieron contratos y nos decretaron embargo de uranio enriquecido por haber exportado dos reactores nucleares a Perú, «their own backyard». Nos conocen y estaban “on fire” con la posibilidad de que pusiéramos una plantita. Y cuando a fines de 1983 se hizo público que la habíamos hecho y delante de sus narices, enloquecieron.

Tres años antes del show de brutalidad de Ortiz, el “science advisor” inmediatamente anterior a Tilney, Gerry Whitman (otro de la citada agencia), le pidió con gran gentileza a a Conrado “El Petiso” Varotto, fundador y entonces presidente de INVAP, un permiso “de amigos” para ver Pilca. Esto ocurrió en la modesta oficinita de Varotto, en Bariloche.

Varotto ama los razonamientos de jesuita y Mario Mariscotti, entonces gerente de Investigación y Desarrollo de la CNEA, presente en la charla, le dio el gusto. A Varotto, entiéndase. Le contestó a Whitman que si la Argentina abriera libremente Pilca a libre escrutinio internacional estaría generando proliferación horizontal. ¿Qué tal ese rulo lógico?

Mario no resistió rejonearlo un poco más. Carraspeó, como “afterghout”, que en todo caso, la Argentina podía considerar abrir Pilca a los EEUU a cambio de una fuerte condonación de deuda externa, o de la devolución de las Malvinas…

Whitman, totalmente serio, le contestó a Mariscotti que el State Deparment de Ronald Reagan había tenido opiniones divididas al respecto: la mitad proponía mitigar la deuda, la otra mitad un plan gradual para devolvernos las islas. Lo que fuera para que no nos volviéramos «proliferadores”. Varotto y Mariscotti cruzaron miradas. El yanqui no parecía estar sanateando.

Amig@s: si miran el gráfico de arriba y leen los diarios, verán hay varias clases de países “proliferadores”: los llamados “verticales”, potencias nucleares declaradas, que acumulan grandes arsenales atómicos, cada uno de los cuales puede hacer desaparecer a toda la especie humana: EEUU, Rusia, China, Inglaterra, Francia. Los proliferadores verticales se juntan en un organismo de las Naciones Unidas que algún humorista bautizó “el Consejo de Seguridad”.

Siguen los “franchisings”, o “proliferadores horizontales protegidos”, que por actuar de punteros regionales de alguna superpotencia extrazona, desarrollaron sus armas con ayuda encubierta o al menos un guiño permisivo de (caramba) los EEUU, Inglaterra, Francia, la URSS o China: la Sudáfrica del apartheid e Israel, casos claros, sponsoreados el primero por EEUU, el segundo por Francia.

Ya sin aquellos padrinazgos iniciales (puesto que las potencias occidentales cambian de ideas fácilmente), pero asociados entre ellos, Sudáfrica e Israel siguieron solos, con el segundo país traccionando tecnológicamente del primero, todo bajo la mirada entre aterrada y orgullosa de sus antiguos mentores.

Corea del Norte viene a ser un franchising chino más reciente. Tiene bombas implosivas de plutonio, pero su tecnología de enriquecimiento de uranio la compró secretamente a Pakistán, un franchising chino anterior. Uso desconocido.

El problema de habilitar horizontalmente a un proliferador «de confianza» es que éste luego suele hacer lo que se le canta, según sus propias conveniencias económicas y/o diplomáticas, y vende el conocimiento.

Dato curioso, durante la presidencia de Nelson Mandela, Sudáfrica destruyó sus armas unilateralmente. Había llegado a construir 7 bombas implosivas de plutonio. Y mostró que, contra todo pronóstico, es posible desarmarse de bombas atómicas y sobrevivir como estado-nación, incluso con una sociedad muy dividida y violenta, cuantimás incrustada en un continente complicado. Allí en esas tierras del Sur, quién más, quién menos, casi todo vecino fue víctima de la ocupación militar de la Sudáfrica anterior, la Boer y racista, y tenía y tiene deudas a cobrarse.

La India es un caso rarísimo, porque llegó a la bomba clonando, por ingeniería inversa, un extraño reactor de investigación canadiense-estadounidense, el CIRUS, cuyo nombre es un acrónimo explícito de Canada-India Reactor-US. Lo de extraño es porque usaba el combo de uranio natural y agua pesada típico de las «production facilities» militares, o reactores plutonígenos. Se construyó en el Bhabha Atomic Research Center (BARC) en 1954, con ingeniería canadiense y agua pesada de los EEUU, y sin salvaguardias del OIEA sencillamente porque este organismo no existía. Tenía una potencia de 40 MW.

La India niega haber usado el CIRUS para generar el plutonio de su primera bomba, Smiling Buddha, detonada en 1974, y dice que lo sacó del homólogo Dhruva, vecino en el BARC y de 100 MW, dedicado únicamente a producir plutonio militar para el programa de misiles de ese país. El asunto es que el Dhruva entró en línea en 1985, ergo alguien está macaneando y algunos otros estaban distraídos o fueron cómplices.

Lo cierto es que desde que explotó el tal Buddha la India se las tuvo que arreglar sola en todos sus desarrollos nucleares, que han sido fulminantes en el área militar y muy lentos (aunque muy constantes) en la ingeniería puramente civil. En consecuencia, la India parece destinada a ser el país con más centrales nucleoeléctricas tipo CANDU del mundo. Cierra bien: son baratas, seguras, de uranio natural, agua pesada y tubos de presión. Tendrá más  que Canadá, el país que las inventó. Y en potencia y calidad, tras un largo camino, las indias parecen equivalentes a las canadienses.

Sumadas a otras máquinas de uranio enriquecido, no logran suministrar entre todas más del 3% del consumo eléctrico del país, lo que explica que los indios sigan quemando tanto carbón, soporten semejante contaminación aérea urbana y tengan tantas muertes prematuras por EPOC, asma,bronquitis crónica, cáncer de pulmón y causas circulatorias. Son 670.000 por año, según la Organización Mundial de la Salud.

Digamos que el programa nuclear militar de la India, por proliferación vertical, se vino devorando al civil, en materia de presupuesto, y para bien de nadie. Otro tanto se puede decir de su archirrival militar de fronteras, Pakistán. Pero cuando digo nadie, hablo no sólo por los indios y pakistaníes que comen a veces y respiran basura, sino por Argentina, país que me interesa mucho más, y cuyo programa de centrales núcleoeléctricas ya lleva casi medio siglo de acoso y persecución por la diplomacia yanqui debido al «crimen» de usar uranio natural y agua pesada.

Smiling Buddha nos salió caro a nosotros, tan lejanos.

Con todo hay que admitir que la India parece la única potencia nuclear que no se dedicó a la proliferación horizontal.

A la luz de los resultados, uno podría creer que el fracaso nucleoeléctrico brasileño empezó por su política exterior durante la dictadura 1964-1985. Como aspirante a gendarme del subcontinente, favorito regional evidente de la diplomacia yanqui, las fuerzas armadas brasucas quisieron volverse de prepo un franchising o más bien un proliferador tolerado. Si llegaban a una primera bomba, los autodenominados americanos chillarían un poco y más bien para la tribuna, pero se la bancarían, porque Brasil… es Brasil.

Pero los altos oficiales brasucas no entendieron que Brasil, justamente por ser Brasil, no es Israel. No es un pequeño gendarme regional condenado a la obediencia. Tiene 25 veces más población y 410 veces más territorio que Israel. No es controlable.

Los EEUU se dijeron que habilitar a bombas atómicas a un país tan gigantesco, que ocupa la mitad de Sudamérica, alberga a la mitad de los sudamericanos, tiene una industria pesada que te la cuento y de yapa, también un pasado imperial, eso se les iba a ir de las manos en minutos. Y les bajaron el pulgar. Las consecuencias hoy las paga la selva amazónica (ver aquí y también aquí).

Las águilas que quieren mantener el nido en orden no empollan ñandúes. Son  demasiado grandes, y patean. Los autodenominados americanos eso ya lo aprendieron con la India.

El último y más publicitado tipo de proliferador lo forman los aparentes «retobaos» totales frente al orden internacional: Corea del Norte y –al menos en grado de tentativa- Irán, recientemente desarmado por acuerdo con el OIEA, luego en breve libertad condicional hasta nuevo aviso, y ahora nuevamente declarado «rogue state» (estado delincuente). Las malas lenguas dicen que ambos compraron tecnología pakistaní, al menos la de enriquecimiento de uranio. Asunto que no debería preocupar tanto, porque lo que importa es cómo llegan a la bomba de plutonio, que es la que define.

Por lo demás, en esta parte del mundo, para fijar legalidad o ilegalidad, EEUU es juez, testigo y sheriff, todo junto. Y el «Hacete amigo del juez» recomendado por el Viejo Vizcacha y practicado por Menem no nos ha servido de un carajo.

Para juzgar el éxito del TNP, un tipo al que respeto mucho, vive en Viena y trabaja en el OIEA, me dice que tome en cuenta el hecho de que los grandes proliferadores verticales (EEUU y Rusia) redujeron sus arsenales. Y es cierto, pero en realidad, más bien los mejoraron en calidad, con lo que les basta con menos armas nucleares y de menos potencia para volatilizarse unos a otros, y de paso y cañazo, matarnos al resto de nosotros de hambre, de frío y -desaparecida la capa de ozono- de quemaduras de luz ultravioleta solar en el curso de un oscuro y prolongado «invierno nuclear».

En cuanto a la proliferación horizontal, goza de buena salud, en buena parte gracias a los proliferadores verticales. Eso le contesto también. Nuestras discusiones ya son rituales.

Usando su ancho de espadas, mi amigo en Viena me dice que la humanidad no desapareció en la Primera Guerra Fría, y ése es un logro incontestable del TNP. Le retruco que tal vez sí, tal vez no, pero ignoro si ese papelito me garantiza que él y yo sobrevivamos a la Segunda Guerra Fría, que ya empezó. Y es que olvidate de Ucrania, el que no está muy pacífico es el Pacífico (ver aquí).

Reveamos el gráfico. Los medios nos dicen que el proliferador gravísimo es Corea del Norte y específicamente su presidente dinástico Kim Jong-un: testeó varias armas subterráneas y tal vez tiene inventarios de plutonio como para un total de 40 o 50, según el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI), que la juega de neutral, a veces. Eso está en su libro anual de 2022 (enlace, aquí).

Por alguna causa, según los medios occidentales, Norcorea sería la gran amenaza planetaria y no los EEUU, con 1740 armas desplegadas en misiles y 4000 en almacenamiento. Y eso porque Norcorea está dirigida por un autócrata millonario, paranoico, autista e impredecible como Kim, en lugar de recurrentes señores democráticos, clasemedieros y de lo más normalitos, como hasta hace poco Donald Trump. Tras un año de no ganar la guerra de Ucrania, el propio Joe Biden tampoco parece tan sensato como cuando llegó a la presidencia.

Lo que definitivamente irrita al State Department es que Argentina no cae en ninguna de esas clasificaciones de proliferador. No lo hizo antes ni lo hace ahora, aunque tras casi desaparecer como estado nuclear (y en 2001, casi como estado-nación), hoy usa el bozal del TNP y ha aceptado su perruna diplomacia nuclear menemista. Que no pasa tanto por el «No hagamos olas» como por el «No hagamos nada».

Estamos fritos, porque para los autodenominados americanos, hagamos lo que hagamos y firmemos lo que firmemos, seremos siempre un «threshold state», un estado umbral, siempre a punto de dar el mal paso y volverse un «rogue state».

Es difícil salir de ese encuadre yanqui paranoico por asuntos sumamente objetivos:

1) Usamos uranio natural y agua pesada,

2) Tuvimos -y tal vez volvamos a tener- capacidad autónoma de producción de uno y otro insumo,

3) Nos hemos negado siempre a ser partícipes de las guerritas y guerrotas en que se mete Washington a cada rato (salvo en la primera del Golfo, y pagamos el error con dos bombazos en Baires),

4) Los hemos derrotado demasiadas veces en licitaciones por reactores nucleares multipropósito,

5) Y la vez que nos trenzamos con el estado guardaespaldas de EEUU, el Reino Unido, por las islas demasiado famosas, les hundimos 6 barcos, 7 según nosotros, y eso con unos aviones que se caían del aire de puro viejos.

Todo eso es objetivo, historia, sucedió.

Hoy, con el TNP firmado (por Menem, sin dar siquiera aviso a Brasil), no hace falta un Frank Ortiz con séquito de mamuts para tratar de meterse en Pilca pateando la puerta. Hacen un mucho mejor trabajo de espionaje los inspectores del OIEA, que no son unos matones pelotudos sino impecables profesionales del palo científico, y tienen libre acceso, con opción a llegar por sorpresa, y no sólo a Pilca sino a cualquier otra instalación nuclear argentina. En realidad, a todas.

Eso incluye el CAREM, proyecto con el que competimos con no menos de cinco propuestas estadounidenses de reactores modulares pequeños. Un par de ellos, PWRs compactos, son casi fotocopias del CAREM y posteriores al CAREM, apa…

A sola firma del TNP, nos volvimos competidores pero de puertas abiertas, sin secretos tecnológicos o comerciales, y por ende sin alicientes a investigación y desarrollo.

¿Estado umbral, o estado imbécil, nomás?

LA PRIMERA PARTE DE LA SAGA TERMINA AQUÍ. LA SEGUNDA SE ESTÁ ESCRIBIENDO.

Daniel E. Arias