China ya tiene un satélite geosincrónico de radar. Es el primero del mundo

La Flota del Pacífico de los EEUU, que responde al acrónimo USPACFLT, tendrá un ojo chino mirándola fijamente desde muy alto, el Land Exploration 4-1.

China incurrió en la originalidad de poner un satélite geoestacionario (pero móvil, algo nuevo). Es más, tiene un radar incomprensiblemente potente (otra novedad) para vigilar todos los accesos del Mar de la China desde Corea y Japón hasta Indonesia y el Estrecho de Malaca. Y lo puede hacer 24×7, sin importar si es de día o de noche o si llueve, truene o brille el sol.

Con el Landex 4-1 se abre una nueva etapa en el espionaje satelital: el uso de la órbita ecuatorial geoestacionaria, a una altura de 35.786 km., antes ocupada únicamente por unos 580 satélites de telecomunicaciones (como los argentinos ARSAT-1 y 2) y unos pocos meteorológicos, como los GOES estadounidenses, el Elektro ruso, los Meteosat de la Unión Europea, el Hiwari japones, los Fengyun chinos y el INSAT de la India.

Todos los geo meteorológicos tienen cámaras ópticas e infrarrojas de baja resolución, pero cobertura hemisférica: desde tan alto, la Tierra se ve del tamaño relativo de un plato de postre sostenido extendiendo el brazo. Salvo por polos Norte y Sur, que desde latitud ecuatorial estricta, es decir rabiosa cero, se vislumbran apenas de refilón, lo único que interrumpe la visión de la Tierra son las nubes, los grandes sistemas meteorológicos. En suma, lo que se quiere observar.

Pero el espionaje de la superficie terrestre y marina requiere de dos cosas: imagen de alta definición, y también de alta «tasa de revisita». La alta definición en este caso anda por los 20 metros el pixel, según los chinos, lo que significa que si no macanean pueden ver casi cualquier buque de guerra, y en los aeródromos militares, discernir, si no los aviones, al menos el estado de movimiento.

Tasa de revisita es el tiempo total de operación sobre la vertical de un punto, y puede ser tan chica como una pasada cada 7 u 8 días en un satélite de órbita baja, que circula sobre el punto de interés a 7 u 8 km. por segundo. Rotando varios satélites ópticos bajos (y todas sus cámaras) a babor o estribor de su dirección de avance, se logra disminuir ese número a 5 o 4 días, pero de tener información en tiempo real, olvídate cariño. Máxime cuando hay mucha cobertura de nubes, como parte del año en el Mar de la China.

Sin embargo, un geoestacionario está, por definición, detenido sobre la vertical de un punto del ecuador terrestre, siempre el mismo: no gira alrededor de la Tierra, sino con la Tierra, y a su misma velocidad angular. Y como una flota en operaciones puede desplazarse fácilmente 400 km. en un día, el Landex 4-1 ejecuta la genialidad de describir trayectorias hacia el Norte y el Sur con la forma de un número 8, cuya «cintura» es efectivamente estacionaria, porque coincide con una longitud única de la latitud cero, y cuyos «pétalos» se distancian de la línea ecuatorial en dos óvalos, para abarcar la mayor parte del Mar de la China.

China ha explicado, imperturbable y sin temor al escepticismo ajeno, que éste es un satélite de monitoreo topográfico, relevamiento de agua en el suelo y de prevención y monitoreo de catástrofes, un poco como los SAOCOM 1 y 2 de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE).

Puede serlo «de paso y cañazo», aunque ése no es en absoluto su objetivo principal. Ésas cosas se monitorean mejor desde órbita baja. Así lo hacen nuestros SACOM criollos, y máxime cuando tienen observación que no es óptica sino radárica.

Un radar a bordo, y máxime si emite en bandas de baja frecuencia, es un incordio de ingeniería. Observar en banda óptica, lo hace cualquier país espacial: la energía, después de todo, es la propia luz, la pone el sol, y lo que capta el satélite, como cualquier cámara o cualquier ojo, es luz reflejada.

Pero para iluminar la Tierra con un radar, la energía la tiene que poner activamente el satélite, con sus baterías a bordo, en forma de microondas, y debe ser mucha. Máxime si la distancia entre el radar y sus «blancos» es de más o menos 36.000 km o más, y el viaje de las ondas debe ser de ida y vuelta.

Ya es mucha la potencia que usan los radares de nuestros SAOCOM, cuyas antenas tienen el tamaño de canchas de squash, para iluminar y obtener ecos de radar desde 600 km. de altura. No quiera ver el lector el tamaño de la antena de este nuevo satélite chino tan alejado de la Tierra. Este programa del canal de Youtube Binkov’s Battlegrounds no la muestra.

Es inmensa, mucho mayor que la del cuerpo del satélite, y tanto que resulta casi inexplicable su plegado dentro de la bodega del cohete Larga Marcha que puso eso en órbita, y también su despliegue. El satélite, fuente y receptor de un haz de radar de una potencia demasiado conjetural, es un mero punto focal excéntrico de esa parábola, atado a la antena por un mástil largo y muy delgado.

Es claro que lo que quiere monitorear este satélite no es el contenido de agua en el suelo de una ladera, para predecir un derrumbe, o el de una llanura de cultivo, para estimar los rendimientos. Después de todo, ni las montañas ni los cultivos se escapan de sus sitios, pero sí los barcos y las aeronaves.

El propósito del Landex 4-1 es ver en qué andan las Task Forces de portaaviones de los EEUU, las flotas de mar de Japón, Corea, Taiwan, Malasia e Indonesia, así como registrar la actividad de las bases aéreas militares. Son fenómenos que sólo tienen utilidad militar cuando la observación es en tiempo real, o al menos muy reciente. No por otra cosa China incurrió en la dificultad de subir un radar a un satélite geoestacionario. Al que quizás habría que llamar «geoestacionario ma non troppo», o «geoestaciomóvil», porque a diferencia de nuestros ARSAT de telecomunicaciones, éste se mueve bastante.

Fuera del verso edulcorado de que se trata de un satélite civil, nada de lo informado por China respecto del Landex 4-1 es cierto o relevante. Ninguna potencia espacial informa sobre las capacidades de sus satélites de espionaje. Por ende, ignoramos en qué banda o bandas opera ese radar, pero claramente debe ser alguna de las tantas de frecuencia media capaces de perforar las nubes, tanto de ida como de vuelta.

Ignoramos también el tipo de propulsión. Pero dado el adelanto chino en ingeniería espacial, seguro que la propulsión no es química sino eléctrica. ¿Por qué? Los propelentes químicos que usaron nuestros ARSAT para subir sus sitios fijos en órbita geoestacionaria, y persistir en él pese a los tironeos impredecibles de la gravedad lunar y solar, constituyen casi 3/4 partes de la masa de esos satélites.

Los propelentes líquidos se consumen demasiado rápido, y cuando desaparecen, el satélite queda inutilizado y a la deriva. O, con un suspirito terminal de sus motores, se lo «sepulta» en una órbita más alta, llamada «órbita cementerio», o el aparato se transforma en un peligro de colisión para otros satélites «geo», y eso en una órbita ya sobrepoblada.

La propulsión eléctrica tiene como fuente la energía solar, inagotable y recogida en las placas fotovoltaicas y las baterías. Éstas no sólo proveen potencia al radar, que debe consumirla a espuertas, sino que usa su flujo eléctrico para ionizar (es decir, quitarle o añadir electrones) a un suministro de gas noble de alta masa, como el argón o el kriptón, acumulado en un tanque a bordo, y expeler esos átomos por repulsión magnética en un chorro casi insustancial de plasma, de muy baja densidad pero de gran empuje específico por su altísima velocidad.

El descripto es un sistema de acción y reacción bastante lento, pero usa cantidades mínimas de gas, el único recurso finito de estos sistemas, y dura barbaridades. Normalmente, un tanque de argón en un geo puede aguantar 15 años hasta vaciarse, pero este satélite chino es muy móvil y debe tener un consumo mucho más alto.

La anterior, por lo menos, es la descripción de los motores eléctricos que INVAP le está poniendo al futuro SG-1, el satélite número 3 de ARSAT, cuyo diseño y construcción la firma barilochense comparte con la aeroespacial estatal de Turquía, TAI, Turkish Aerospace Industries.

Por ende predecir que el nuevo satélite espía chino va a durar 15 años es una suposición sin bases reales, sólo un pronóstico casi racional, pero con el límite de una tecnología demasiado nueva y desconocida. No tiene mucho sentido que un satélite geo dure más de 15 años, porque la microelectrónica a semejante altura recibe un bombardeo terrible de rayos y partículas solares, y se va deteriorando.

En realidad, lo esperable es que dure menos, y que este Landex 4-1 deba ser reemplazado o acompañado por sistemas similares. Para alimentar el monstruo de radar que tiene a bordo, y además garantizar potencia eléctrica para sus desplazamientos orbitales en forma de 8, el satélite chino debe tener unas placas fotovoltaicas muy poderosas (perfecto silencio chino, al respecto), y éstas suelen ser el talón de Aquiles de los satélites geo.

¿Por qué?

Estos satélites están iluminados casi todo el año, por su tremenda altura. Están a tres Tierras de distancia de la Tierra. Por ende, casi no se eclipsan, es decir casi no reciben sombra terrestre. Un poco por lo mismo que al atardecer, la luz de sol se demora más tiempo en las cimas de las montañas, y más aún en las nubes altas, los satélites geo tienen iluminación más prolongada. Casi de año completo, porque están 4000 veces más arriba que las montañas y nubes más altas del mundo.

Sin embargo durante los equinoccios, es decir con el arranque del otoño o la primavera, los satélites geo quedan bastantes horas a la sombra de la Tierra, y la temperatura de sus placas fotovoltaicas baja brevemente de unos 150o Celsius a 100 o 200 bajo cero, según su tiempo de permanencia «en eclipse». Cuando salen del cono de sombra terrestre, todas las partes exteriores de los satélites geo se calientan de golpe.

En ese trance, que ocurre dos veces por año, puede suceder que el envainado de los cables de las placas fotovoltaicas se fisure por el salto de temperaturas, y se armen chispazos de arco entre conductores contiguos.

Este accidente eléctrico se llama «shock térmico», y es la causa más frecuente de pérdida de potencia, o de muerte total, de los satélites geo. Un satélite sin potencia queda a la deriva y, en esa zona tan densamente poblada del cinturón geoestacionario, orbita a tumbos y se vuelve peligroso para sus vecinos.

Se vuelve un «zombiesat», en la jerga.

Como dice el trío de analistas militares de Binkov’s, tres croatas anónimos pero generalmente bien informados, este satélite va a tener compañía, propia y ajena. Es impensable que China se conforme con uno solo. Así como es impensable que los EEUU no la imiten.

Es que como fuente de observación 24x7x365, un geoestaciomóvil, o geoestacionario «ma non troppo» y con un buen radar, parece tener mucha ventaja sobre las constelaciones de centenares de satélites ópticos en órbita baja de la red Starlink, de Elon Musk. Y aunque el chino geo es un satélite carísimo, está más a salvo de interferencias y contramedidas.

En la guerra de Ucrania, Starlink no se limita a transmitir información, sino que es la red de espionaje óptico más importante de la OTAN, y seguramente también del AUKUS, el pacto de defensa recíproca de EEUU, el Reino Unido y Australia. Es decir, Starlink, entre sus miles de satélites de telecomunicaciones, tiene unos cuantos ópticos, y seguramente no sólo observan el frente ucraniano sino también el Mar de la China.

Pero claramente, ésta nueva tecnología puede sacarle algunas ventajas a la del simpático don Elon. Ese mar ahora se ha vuelto tan transparente como una casa de de «Gran Hermano» (Perdón, George Orwell, por esa traducción bestial, no es mía).

«Big Brother is watching».

Los almirantes estadounidenses tienen un motivo más para la paranoia.

Daniel E. Arias