Investigadores de la Universidad Nacional del Comahue (UNCo) y el CONICET, en Neuquén, trabajan en el desarrollo de un método para evitar la podredumbre de frutas orgánicas a partir de levaduras autóctonas. La idea es brindar una alternativa al uso de agroquímicos, que tienen efectos negativos en el ambiente y la salud, y proporcionar un método de conservación más eficaz a los productores regionales.
“El proyecto surgió hace 15 años, a partir de la necesidad de productores orgánicos, sobre todo de pera y manzana, de contar con un método más eficaz para evitar la podredumbre de las frutas sin tener que recurrir a fungicidas químicos. Algunas estrategias que usan tienen que ver con la limpieza de las instalaciones, el uso de inhibidores de la maduración y el control de las variables de la atmósfera donde se conservan. Aún así llegan a tener pérdidas del 5 o 10% de su cosecha”, dice la doctora en Ciencias Biológicas Marcela Sangorrín, investigadora del Instituto de Investigación y Desarrollo en Ingeniería de Procesos, Biotecnología y Energías Alternativas (PROBIEN–CONICET/UNCo) y directora del proyecto.
La necesidad de los productores de un método de control de enfermedades amigable con el ambiente está vinculada con las exigencias de países que compran la producción argentina, como Estados Unidos y la Unión Europea, que restringen o rechazan el ingreso de productos que contienen restos de agroquímicos. “En nuestro país todavía no está muy extendida la producción orgánica pero en el exterior es muy valorada. Ojalá en algún momento podamos reconvertir toda la producción argentina en orgánica, ya que sería beneficioso para la salud y el ambiente”, señala Sangorrín.
El control biológico (la acción benéfica de microorganismos o depredadores para el control de plagas) es una de las alternativas más prometedoras para el reemplazo de agroquímicos y existen numerosos agentes de control biológico en estudio pero, hasta el momento, pocos han logrado convertirse en productos comerciales. Los investigadores relevaron cinco productos de este tipo que se utilizan pos-cosecha en frutas y solo dos de ellos emplean levaduras, pero en nuestro país todavía no se han registrado un formulado comercial de similares características.
Además de ser un método sustentable, otra ventaja del desarrollo de los investigadores es que la levadura utilizada es aislada de las propias frutas que se quiere conservar. También tuvieron en cuenta el aspecto económico, es decir, que fuera un producto rentable de producir y factible de adquirir para los pequeños productores. En ese sentido, el sustrato utilizado para cultivar las levaduras (que son hongos microscópicos) proviene de residuos agroindustriales como la melaza (obtenida de la caña de azúcar), bagazos de frutas y suero lácteo.
Para lograr una formulación eficaz, el equipo realizó ensayos con 300 cepas distintas obtenidas de frutas conservadas en frio. A partir de los resultados, se quedaron con las levaduras de dos especies, Pichia membranifaciens y Vishniacozyma victoriae. Esas levaduras se multiplican dentro de biorreactores y la biomasa resultante se aplica sobre la fruta a través de un rociado durante el proceso de empaque. Una vez que termina el proceso de empaque y embalaje, puede ser almacenada en cámara fría durante varios meses.
“La aplicación es sencilla y no encarece al productor porque la idea es que, cuando la fruta pasa por los rodillos que hay en la línea de empaque, se puede rociar fácilmente la preparación sobre ella. Después, como la fruta se va secando en el proceso, la levadura queda adherida a la cáscara de la fruta”, explica la investigadora. Mientras la fruta permanece en la cámara de almacenamiento, las levaduras continúan multiplicándose, formando un biofilm que recubre los poros por donde podrían entrar los patógenos.
Luego de los ensayos de laboratorio, los investigadores hicieron pruebas a una escala mayor, aplicando el producto en dos variedades de pera y una de manzana, en distintas empresas. Ahí vieron que el método reducía la podredumbre en las frutas, con una capacidad de protección de hasta 180 días, con distintos porcentajes de eficiencia según el patógeno del que se tratara. “Para algunas enfermedades logramos un 100% de reducción y para otras un 60% o 70%. Ya con que haya una reducción del 50% de la podredumbre eso representa una ganancia significativa para los productores”, indica Sangorrín.
El desarrollo obtuvo un premio en la categoría Alimentos del Concurso Nacional de Innovaciones/INNOVAR, organizado por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva. Además, en el mismo certamen recibió una medalla otorgada por el INTA. “El premio nos vino bien porque nos da visibilidad en esta etapa en la que estamos en búsqueda de empresas que quieran invertir para poder producir el método en gran cantidad. Hay muchos productores regionales interesados en comprar el producto pero que no tienen los recursos o estructura que se necesitan para montar una planta productora de microorganismos a gran escala”, cuenta la científica.
El desarrollo está patentado y a la espera de poder pasar a una escala industrial. Hasta el momento, los investigadores probaron la formulación en un biorreactor de 17 litros, que equivale a producir levaduras para unos 400 kilos de fruta, y también hicieron un escalado de cien litros en la planta piloto del PROIMI, perteneciente al CONICET, en Tucumán.
La transferencia de los desarrollos realizados en universidades e institutos de investigación hacia una empresa o industria que pueda producirlos a gran escala es una brecha que a muchos investigadores de diversas disciplinas les cuesta saltar. Por eso, Sangorrín remarca la necesidad de que desde el Estado, además de financiar los proyectos de investigación, se ponga el foco en reforzar la parte de vinculación tecnológica.
“Queremos que esto que llevó tantos años e inversión del Estado argentino pueda llegar a transferirse y se convierta en un producto que esté disponible para quien lo necesite. Me parece importante que se pueda hacer un seguimiento de los proyectos financiados y que nos ayuden a hacer la triangulación con empresas, para que los desarrollos no queden en el laboratorio y puedan rendir sus frutos, llegando de forma concreta a la sociedad”, dice la investigadora.
Nadia Luna