La dolarización que ya vino

El editor de este portal público hace unos días en su blog personal unas reflexiones sobre la dolarización, tan anunciada. Están escritas en un estilo informal, pero estimamos las conclusiones son válidas:

Es evidente que Milei ha incorporado un lugar común de los consultores en comunicación: un dirigente político debe asumir que está siempre en campaña. La semana pasada, además de prometer blanqueo («tabula rasa») a todos los que le juren lealtad, y castigo eterno a los «traidores», volvió a mencionar una de las consignas con la que enamoró a muchos votantes, la «dolarización».

Como es un tema importante, y está planteado por enamorados y odiadores en vena ideológica y confusa, quiero acercar algunos hechos en este post. Que tratará de ser breve.

Hoy existen en el mundo varios países que han renunciado a tener moneda propia y adoptaron el dólar. Todos ellos son pequeños, pobres … y unitarios (esto tiene mucho que ver, sí).

También, hay otro grupo de países, entre medianamente y muy prósperos -varios son potencias industriales-, algunos federales, que renunciaron a la moneda propia. Adoptaron el euro, y un Banco Central Europeo. Previamente, claro, habían construido un Mercado Común, con una legislación y aranceles muy extensos y estrictos.

Pero el presidente argentino actual, sabemos, adhiere a la Escuela Austríaca de economía, que mira a esas instituciones como atentados contra la pureza ideológica de los «mercados» y la libre iniciativa de los empresarios. Para peor, el peluquín es devoto de su secta más delirante, que abomina de los bancos centrales, y promete cerrar el nuestro.

Al punto central: otro economista, Martín Lousteau, le contestó a Milei, afirmando que está preocupado porque la dolarización es «irreversible».

Yo sostengo que no. La dolarización es otras dos cosas que empiezan con i: «idiota» e «imposible entre nosotros en su forma total».

Y una de las razones porqué es imposible en forma total, es que en Argentina hubo y hay una dolarización parcial, creciendo desde hace largas décadas.

Cuando Perón hizo la famosa pregunta «¿Alguno de ustedes ha visto un dólar?», en 1948, pocos argentinos habían visto un dólar. En ese tiempo, sólo una pequeña minoría viajaba al exterior. Hoy, nadie ahorra en pesos (salvo los que especulan con tasas, por lapsos brevísimos). Y la moneda elegida por la inmensa mayoría para ahorrar -depositado en el exterior, en cajas de seguridad, en cuentas bancarias o en «canutos») es el dólar, porque es fungible: se acepta en todos lados.

En la práctica, Argentina tiene dos monedas: el peso, para los sueldos y los gastos corrientes, y otra, el dólar «cara grande» para ahorrar y para los gastos importantes, como compra de inmuebles. Ya ven, existe esa «libre competencia de monedas», que prometían Milei y la Bullrich.

Por supuesto, a todo el mundo hoy le gustaría cobrar sus sueldos en dólares -como hacen, por ahora «en negro», los programadores y otros que trabajan para el exterior. Pero si el Estado nacional pudiera pagar sus gastos, sueldos, jubilaciones, compras, en dólares… significaría que sus ingresos estarían en equilibrio con gastos.

Porque el Estado argentino no puede emitir dólares, y nadie se los va a prestar para cubrir gastos. Ni siquiera al Toto Caputo. En realidad, menos que menos al Toto Caputo.

Y si Javier trata de aumentar los impuestos para equilibrar los gastos… los «argentinos de bien», esos que lo aplaudieron hace poco en la primera clase de un vuelo de línea… dejarán de aplaudirlo.

Si hay algo que los argentinos de bien odian, es pagar impuestos. Si trata de cobrarlos -ya le pasó recién con las retenciones a los productos del agro que figuraban en el capítulo fiscal de la difunta «Ley Ómnibus»- será un populista cualquiera.

Por supuesto, los estados provinciales resistirán cualquier intento del gobierno central de equilibrar el presupuesto nacional a costa de ellos. En última instancia, emitirán «bonos», cuasimonedas. Que aceptarán quienes no tengan otro remedio: sus empleados, los proveedores y pymes pequeñas,… Bah, lo mismo que tendrá que hacer el Estado nacional, si intenta la fantasía de «dolarizar» sin recursos genuinos.

Este problema es estructural a la economía argentina, por lo menos desde 1975. Y nuestra dirigencia política ha fracasado en resolverlo. Por eso los votantes terminaron eligiendo a alguien de quien muchos dudaban si no estaba loco. Los aparentes cuerdos no lo resolvían.

Hay señales que en la dirigencia joven se va tomando conciencia. En su campaña en las PASO, uno de ellos -Juan Grabois, nac&pop y bergogliano si los hay- habló de «realización». De equiparar el peso, no con el dólar, sino con el Real brasileño, razonablemente estable.

Una idea interesante, pero no es la solución. La Patria Grande está muy bien, pero es difícil que Lula acepte que un argentino emita Reales.

Ya que cité una frase de Perón -hay tantas- rescato al final una de sus consignas básicas: «Cada argentino debe producir al menos lo que consume». Pero ha caído en el olvido. Como también el hecho evidente -salvo para los «austríacos» más delirantes- que el Estado puede y debe ser un auxiliar eficaz de la producción. De «derecha» a «izquierda», comparten la convicción que el Estado es Papá Noel. La diferencia es a qué niños o niñes debe traerle más regalos.

Abel B. Fernández