En medio de la epidemia de dengue que atraviesa el país, la discusión técnica sobre la incorporación al calendario nacional de una vacuna está en pausa desde noviembre del año pasado. A mediados de este año, una comisión técnica que asesora a las autoridades sanitarias volverá a analizar su utilidad con mayor información tras las experiencias piloto en Misiones y Salta. El debate “importante”, como anticipó el ministro de Salud porteño, Fernán Quirós, se va a dar una vez superada la actual emergencia.
Este lunes, en conferencia de prensa en Casa Rosada, el vocero presidencial dijo que la vacunación por calendario contra el dengue “aún no está validada como estrategia para evitar la propagación de la enfermedad”. Manuel Adorni se refería, sin nombrarlo, al producto del laboratorio japonés Takeda que, en abril del año pasado, la Anmat aprobó para su comercialización local y se está comercializando desde noviembre.
El uso por prospecto de Qdenga, como es su nombre, está indicado a partir de los cuatro años, sin mencionar límite de edad. El productor advierte que “no existen datos sobre el uso en mayores de 60 y los datos son limitados en pacientes con afecciones médicas crónicas”, una de las dudas que deberá despejar la Comisión Nacional de Inmunizaciones (Conain) cuando vuelva a tratar a mediados de año. También está contraindicada en las embarazadas o durante la lactancia y en las personas que están inmunosuprimidas porque es una vacuna a virus vivos atenuados del dengue. De ahí la recomendación de consultar al médico de cabecera previamente.
Se aplican dos dosis, con tres meses de intervalo, y la Organización Panamericana de la Salud (OPS) recomendó, a partir de XI Reunión ad hoc de su Grupo Técnico Asesor (GTA) sobre Enfermedades Prevenibles por Vacunación, que “cualquier introducción de la vacuna en [un] país se considere una prueba piloto y vaya acompañada de un estudio sólido de fase 4 posterior a la comercialización”. En el país, los gobiernos de Salta y Misiones son los únicos que adquirieron dosis, según confirmó el laboratorio. Son dos entre las provincias del noreste y noroeste argentino que estaban concentrando la mayor cantidad de casos en esta epidemia hasta que los casos empezaron a crecer también en el centro del país, de acuerdo con las notificaciones nacionales.
“El Ministerio de Salud continúa coordinando acciones con las provincias para enfrentar el brote”, continuó Adorni, y mencionó que “la herramienta más importante” sigue siendo descacharrar.
Desde la cartera sanitaria a cargo de Mario Russo ampliaron que “tanto la OPS como la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomendaron a los estados miembros que consideren el uso de la vacuna para los niños de entre seis y 16 años que viven en entornos con alta carga de enfermedad por dengue y alta intensidad de transmisión. En nuestro país, la mayor carga de enfermedad es en la población adulta joven y no existen datos suficientes sobre la eficacia de la vacuna en este grupo poblacional”.
Áreas específicas del país
Infectólogos mencionan que se podría incorporar al calendario nacional de vacunación para áreas específicas del país, como sucede con la vacuna de la fiebre amarilla o la fiebre hemorrágica argentina. En el Ministerio de Salud aguardan reunir “información y evidencia científica en el desarrollo del brote [por la epidemia en curso]” para definir, por ejemplo, su seguridad, su efectividad y en qué edades daría mejor resultado su uso poblacional. “Estamos relevando la información en los departamentos más afectados, en diálogo permanente con las autoridades sanitarias provinciales y los organismos sanitarios internacionales”, sumaron.
En Salta, según explicaron desde esa provincia, están vacunando a la población de entre 25 y 39 años en los departamentos del norte con la primera dosis. Se había previsto vacunar a 150.000 personas con el esquema completo.
El debate “importante”, según había anticipado la semana pasada el ministro de Salud porteño, Fernán Quirós, se va a dar a mitad de año cuando se cumpla el plazo de seis meses sugerido por la Conain tras la presentación en noviembre pasado del Grupo de Trabajo en Vacuna contra el Dengue. Esa discusión, según continuó Quirós ante medios, será relevante para definir “una estrategia de vacunación para la próxima campaña” por la primavera-verano de 2024-2025.
“Ese va a ser el gran debate de este año sostuvo el funcionario. La vacuna que hoy está disponible en el mercado tiene un esquema de dos dosis que se aplican con un intervalo de 90 días, con un efecto biológico documentado a 30 días después de la segunda dosis. Por esto, la discusión de la vacuna en este momento no conduce porque para cuando esté el efecto en la población vacunada vamos a estar en invierno.”
De aquella reunión en noviembre pasado habían participado funcionarios de la cartera nacional durante la gestión de Carla Vizzotti y cinco especialistas convocados del Instituto Nacional de Enfermedades Virales Humanas, el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, la Sociedad Argentina de Infectología, el Instituto Nacional de Medicina Tropical y la Sociedad Latinoamericana de Medicina del Viajero.
“Se analizaron todas las vacunas autorizadas y en investigación. Los representantes del Instituto Butantan de Brasil [con un producto por presentar] y de los laboratorios Takeda y Sanofi-Pasteur [que comercializa la vacuna Dengvaxia, aprobada en 2017] presentaron una actualización de los estudios de fase III de las vacunas para dengue –se detalló en el informe oficial–. Luego de escuchar las presentaciones y realizar diversas consultas, el grupo de expertos y las autoridades sanitarias consideraron que, en base a los datos presentados, ninguna de las vacunas cumple una función de bloqueo frente a un brote de dengue, que es lo que ocurre en nuestro país.” (Fabiola Czubaj)
Comentario de AgendAR:
En medio de la peor epidemia regional, el Ministerio de Salud acuerda en no hacer nada, salvo estudiar los datos de vacunas, hasta que la emergencia pase. Lo cual es una mentira impiadosa: una infección con este mosquito doméstico como vector no es un asunto de estación. Onda que la emergencia no va a pasar, gente. El frío ya no joroba al mosquito vector del virus.
El Aedes aegyptii llegó aquí desde África Occidental en barco, cuando Santa María de los Buenos Aires era el principal puerto negrero del Virreinato, centro de venta de esclavos hacia las plantaciones y minas de Cuyo, el actual NOA argentino y el Alto Perú.
«Ab origine», el Aedes aegyptii solía ser tropical y subtropical, pero desde los años ’70 ese tipo de clima se ha venido corriendo a trancos hacia el sur por el recalentamiento global. Hace más de medio siglo, los huevos del Aedes, puestos sobre el pelo de agua de millones de charcos, macetas, jarrones, latitas y neumáticos descartados, mayormente no lograban pasar el entonces crudo invierno. En tiempos de Arturo Illia se lo logró desalojar aplicando órganoclorados hasta en los jarrones florales de los cementerios. En su regreso desde entonces, la especie se adaptó a la Pampa Húmeda y hay nacimientos 365×365, aunque siempre más con la fase cálida del año. Pero además la isla de edificación del AMBA está 5o Celsius más caliente en promedio que su entorno rural, y de yapa el mismísimo campo bonaerense está a temperaturas que hace 40 años eran más bien exclusivas de la provincia de Corrientes.
Mientras tanto, nos dice el Ministerio de Salud, que se dé la primera dosis quien pueda pagarla. Hay que tener los $ 56.794,32 que acaba de oblar al contado mi amigo Carlitos, sí, el ingeniero morocho, cuya prepaga (Médicus) no da descuento ni reembolso. La vacuna Takeda se garpa taca taca, como sugiere su nombre.
Otras prepagas sí hacen descuento del 40%, e ignoro que harán las obras sociales sindicales, ahora que saben oficialmente «que no hay plata». Y que al Aedes, como a los franceses y luego a los alemanes en Rusia, sólo los detendrá el General Invierno. Militar que aparentemente aquí en Baires está de retiro efectivo desde hace décadas. Pero el General Invierno, aun en versión actual, tan exámine y cortito, es la única esperanza que le da el estado nacional -también en retiro efectivo- a los que trabajan 14 o 15 horas diarias en changas o en negro, tomándose 4 o 6 colectivos, trenes o subtes diarios. No hay cobertura para esos congéneres que la pelean contra la indigencia, y que la pequebusía no ilustrada (y ahora pobre entre gallos y medianoche), cree ociosos y llama «planeros».
En el país actual, con más cuentapropistas que trabajadores registrados, para ponerse a cubierto del Flavivirus del dengue, se requieren dos dosis separadas 90 días entre sí, nada baratas. En actual cuadro de híper-estanflación, el precio e incluso la existencia de la segunda dosis es conjetural. Es que el laboratorio japonés Takeda, el desarrollador y fabricante de esta vacuna con un interesante 73% de efectividad, no tiene suficiente capacidad de producción para enfrentar la crisis que estalló sobre Brasil y la Argentina.
La verdad es que otros inmunizantes contra el dengue están en una situación parecida. El Instituto Butantán de Brasil, un faro de la biotecnología del Mercosur, tiene una vacuna aún mejor: 81% de efectividad confirmada por el National Institute of Health (NIH) de los EEUU. Y de yapa, una sola dosis, lo que simplifica muchísimo su suministro masivo.
El problema es que Merck, Sharpe y Dohme, el dueño de la propiedad intelectual de la vacuna, tiene un contrato durísimo con los brasucas: el Butantán puede fabricar y vender sólo dentro de Brasil. Del resto del mundo se ocupa Merck, capisce? Manos arriba, compatriotas, esto es un asalto. En suma, los primos no pueden tirarnos un salvavidas oficial y barato: les está prohibido.
Por ahora, la capacidad de fabricar los al menos tres salvavidas vacunales contra el dengue es limitada por compleja. En contraposición, dos de las cuatro cepas de este virus avanzan por Sudamérica, arreadas desde los trópicos hacia las zonas templadas y lluviosas por el recalentamiento global. Este año en Argentina tenemos casos en sitios insólitos por lo fríos, como Bahía Blanca. Y no son importados de Salta, de Misiones ni del AMBA. Son autóctonos. Los bahienses y el género Aedes han sido presentados oficialmente.
Pero esto pasa en todo el mundo. Por causas corporativas pero también infectológicas, sobran enfermos y faltan vacunas. En números crudos, en este mundo recalentado y superpoblado 400 millones de humanos al año se pegan un dengue, algunos de estreno, otras por enémisma vez, 100 millones hacen fiebres altas y dolorosas, y 40.000 casos hacen reacción inmunogénica cruzada por superposición de cepas DENGV-1, 2, 3 o 4, y se mueren de enfermedad hemorrágica masiva. Eso sucede sólo cuando se reinfectan con cepas distintas a la del dengue anterior y sucede en pocos casos, 1 de cada 10.000. Pero la ampliación del área geográfica del vector y del virus potencia el número de casos, y con él, el de casos hemorrágicos severos. Mal momento para que desaparezcan los estados nacionales y sus sistemas de salud.
Las multinacionales no quieren sobreequiparse para producir vacunas. Como les ha dado por hacerlas muy modernas, muy recombinantes, muy caras y muy guau, resultan efectivas a baja dosis. Y a veces, demasiado efectivas. Pero la ingeniería genética y el usar virus vivos como «carriers» de antígenos 1, 2, 3 y 4 las hace fundamentalmente patentables y difíciles de copiar tanto técnica como legalmente. Pueden atravesar sin problemas una fase 3 a doble ciego ante agencias regulatorias amigables, sin mostrar mayores efectos adversos en miles de casos medidos a doble ciego. Pero puede ser que estos casos aparezcan de pronto en «fármacovigilancia», o fase cuatro, cuando a fuerza de distribución masiva las agujas escondidas en el pajar estadístico aparecen con crudeza. Y en el caso del dengue las agujas son una parva en sí mismas.
Pasó en Filipinas entre 2015 y 2016, cuando una campaña vacunatoria masiva con la Dengvaxia de Pasteur Sanofi, 830.000 dosis fueron repartidas en las escuelas de las ciudades de Luzón, Calabarzón y el Gran Manila. El seguimiento estadístico no tardó en mostrar que la Dengvaxia de Pasteur Sanofi mataba más pibes que los que ponía a salvo. Era demasiado inmunogénica: causó dengue hemorrágico en muchos chicos infectológicamente «vírgenes», que no habían tenido la enfermedad. Luego de X tiempo de vacunados fueron inevitablemente picados por Aedes infectados, y algunos murieron perdiendo sangre en forma difusa y masiva en corazón, pulmones y cerebro. Es decir, la Dengvaxia dio la base para que una posterior infección real disparara el dengue hemorrágico, por reacción cruzada. Eso lo temían algunos y no lo esperaba realmente nadie.
En 2017, el gobierno filipino le puso fin al intento. La falta de números disponibles sugeriría que las partes acordaron no contar mucho los muertos. Peor aún, el combo de encubrimiento y acusaciones generó titulares y cobertura en horario central, y un considerable movimiento antivacunas en todo ese vasto país-archipiélago, con casi 111 millones de habitantes y la tercera economía asiática.
Y el efecto inmediato de los antivacunas fue una resurgencia feroz de casos de sarampión, una enfermedad que mata pibes a pasto, deja cantidad de discapacitados sensoriales y cognitivos, es hipercontagiosa, y tiene una vacuna taxativamente segura desde comienzos de los ’80. En 2010 la Organización Mundial para la Salud de las Naciones Unidas estimó que llevaba salvados a 17.000 millones de pibes.
El experimento de la Dengvaxia no fue gratis: el gobierno filipino pagó 5 mil millones de pesos locales a la empresa por fungir de fase 4 o de fármacovigilancia a beneficio de Europa Occidental, donde ya hay olas de calor y población autóctona inicial de Aedes. El valor en dólares pagado por el gobierno filipino, a cambio de hoy, andaría por los 89.000 millones. Las consecuencias legales del fracaso de la vacuna se dirimieron muy al estilo argentino: acusaciones cruzadas de corrupción entre gobierno y opositores, pero a la larga, sin víctimas judiciales puestas en cana. En 2018 la EMA (European Medicines Agency) licenció la Dengvaxia en la Unión Europea… pero únicamente para su uso en personas que ya habían tenido dengue. «Vírgenes, afuera». El caso de todas las vacunas existentes y de las picaduras es uno en el cual el orden de ambos factores altera el producto. El orden correcto es primero el mosquito infectado, luego la vacuna. Gracias, hermanos filipinos por demostrarlo. Sonrían, Europa los ama.
Como la circulación viral de dengue en Sudamérica cabalga sobre las cepas 1 y 2, lo que se necesita es una vacuna capaz de suministro universal, de fabricación barata, sin reactividad cruzada al menos entre esas dos subespecies que ya están aquí. De la 3 y la 4 ya habrá tiempo de ocuparse. Deben ser vacunas de licenciamiento rápido. La lógica, que en biología sirve sólo a veces, indicaría usar una receta anticuada, segura y eficaz, y testearla inicialmente sólo con quienes ya pasaron por un dengue silvestre. Luego, ir testeando otros grupos poblacionales de a poquito. Ésas cosas que hacen los estados nacionales que no cometen harakiri libertario, como el de Argentina.
La lógica económica y la biológica coinciden en que no habría que probar nada con virus vivos recombinantes. Deberíamos tener un inmunizante con fracciones moleculares activas de los antígenos de los virus DENGV 1 y 2 ante todo, y un «polenteador» tradicional del sistema inmune, como el hidróxido de aluminio. Nada high-tech, lo que se requiere es eficacia y seguridad, pero en mi poco experto punto de vista, sacrifico puntos de eficacia por puntos de seguridad, con la esperanza de ir llegando, despacito y por las piedras, a un producto de uso universal, incluso multicepa. Es el caso de dos vacunas pefectas, efectivas para toda la vida: la antisarampión y la antipapiloma.
Fabricar sencillo, licenciar rápido y vacunar masivo es clave. Es lo que hicieron Chile y Uruguay cuando la Pfizer les aceptó pedidos de vacuna anticovid y luego los dejó esperando las dosis en el aeropuerto un par de años. Para no fumar tanto en la espera, tuvieron que agarrar viaje con el único inmunizante anticovid ampliamente disponible en el mundo, la Sinovac china. Sobraba por inefectiva: un 51% a doble dosis. Pero suministrada masivamente, algo favorecido en Chile porque lo que dice Santiago se hace, y en Uruguay porque seguía más o menos intacto el sistema de salud pública, y también porque la población en 2020 no llegaba a 3,5 millones. Y eso cortó el ciclo de transmisión. El virus SARS COv2 fue dejando de circular. Masividad mata efectividad.
El problema específicamente argentino es que después de las trabas que sufrió a manos del gobierno anterior la vacuna anticovid de la UNSAM, (Universidad de San Martín), nadie querría arriesgar tiempo o plata en una nueva vacuna simple, a fracciones de antígeno, olvidate de virus recombinantes. Aunque ya hemos desarrollado una, la referida ARVAC Cecilia Grierson, y es 100% nacional, y de yapa resultó excelente. No tanto así la suerte de quienes la hicieron posible. Sigue en gateras, es decir fuera de carrera, desde hace años.
De modo que sin una vacuna argentina antidengue siquiera en proyecto, deberemos depender de Big Pharma, y de su proverbial generosidad hacia el Tercer Mundo, Sur Global o como quieran llamar los países platudos a sus esclavos deudores. Bondad que demostraron Pfizer, Moderna y AstraZéneca durante la pandemia de Covid. Nos encajaron vacunas entre cuatro y diez más veces más caras que las que no pudo distribuir nunca la UNSAM, y las entregaron cuando se les cantó.
La de la UNSAM habría costado U$ 4 la dosis. Y es que a La Cecilia la ANMAT sólo le permitió entrar en fase 2/3 cuando ya casi todo argento estaba vacunado con marcas importadas. Y no todas fueron iguales. Las que hicieron la diferencia y pusieron a salvo a médicos, enfermeros y ancianos, aunque tarde y tras un tendal de fallecimientos, fueron la Sputnik-V rusa y la Sinopharm, con un 96 y un 73% de efectividad. Resultaron muy seguras, aunque las llamó «ese veneno comunista» alguna diputada con frecuentes episodios de delirio místico-psiquiátrico. Rusia y China se deben haber enterado con alguna extrañeza de que siguen comunistas. Lo dice Dios.
Para más datos, durante los meses terribles de 2020 y 2021 en que llegaron a morir arriba de 700 argentinos por día, el laboratorio farmacológico argentino Pablo Cassará se estaba reequipando a fondo para fabricar masivamente este producto argentino, llamado ARVAC Cecilia Grierson, que por razones de cortedad, aquí llamamos «La Cecilia». Podría hacerlo entre gallos y medianoche, pero todavía no logra entrar en producción a gran escala porque ya no hay gran escala de demanda.
Cassará debe haber perdido una millonada en equipamiento de punta ocioso: «La Cecilia» todavía hoy carece de autorización para llegar a farmacias, para que la gente la compre siquiera en forma particular como dosis de refuerzo. Y es que no parece que el actual gobierno vaya a suministrar La Cecilia gratis para impedir rebrotes, aunque el covid no desapareció. Sólo se ha vuelto endémico y de transmisión lenta, y eso por la inmunidad de manada generada a pinchazo limpio entre 2021 y 2022.
Parte de los casi 130.000 argentinos muertos por el virus SARS CoV 2 se los debemos a eso: desde el comienzo de la crisis, y salvo por la corajuda decisión de la Dra. Carla Vizzotti de comprar la Sputnik-V y la Sinopharm, el Poder Ejecutivo no quiso ofender con un inmunizante Nac & Pop al trío AstraZéneca, Pfizer y Moderna. A ver si todavía no terminábamos exportando a la región, para sumar pecado capital al venial.
Y mientras tanto hoy, en las postrimerías del verano de 2024 y como para pretender que se hace algo respecto de los casi 60.000 casos de dengue reportados en tres meses, los clarines del MinSal tocan a descacharrar hasta que pase la emergencia. Que no va a pasar sola, porque el dengue criollo no piensa irse a ningún lado, y menos que menos con un invierno que pinta venir no muy frío ni muy largo, pero sí muy lluvioso. AgendAR no puede sino comunicar a los lectores su emoción patriótica. A descacharrar, a descacharrar, con música de Daniel Viglietti. Los viejos de mi generación saben tararearla.
Descacharrar queda mayormente en manos de la libre iniciativa de los 16 millones de vecinos que habitan los 3883 km2 de los 40 municipios del AMBA. Atentos al espíritu político de la época, deben desarrollar una pasión por el emprendedurismo gratarola, ahora que el trabajo pago está desapareciendo y empieza a sobrar el tiempo libre. Entre tanto, ducharse en repelentes y vestirse a cuerpo más cubierto que mujer afghana o buzo táctico, así sea durante esas olas de calor de 40o Celsius tan frecuentes en el AMBA estival. Aunque terminemos con más muertos por golpe de calor que por dengue hemorrágico.
¿Quién descacharrará? Buena pregunta. En los 30 años en que el dengue se ha venido acriollando y aporteñando, las 40 municipalidades del AMBA jamás han intentado un esfuerzo coordinado al respecto, salvo pegatinas en las paredes expresando buenos deseos distritales, y si había un mango, campañas televisivas igualmente angelicales e inocuas. En la práctica no se descacharra jamás porque el control de qué hace cada vecino con los charcos de su patio o los de sus sumideros domiciliarios excede la capacidad de vigilancia de la CIA.
Pero además el problema de los basurales a cielo abierto, de los neumáticos y latitas llenos de lluvia, así como el de las calles de tierra jaspeadas de charcos, se acelera con la ruina de las economías regionales y con el imparable goteo demográfico desde las provincias a los cinturones más externos y villeros de la zona metropolitana. El problema progresa mucho más rápido que la, en fin, «¿solución'».
La mucha riqueza distrital unida a la incoherencia tampoco ayuda: el exgobernador de la CABA, Horacio Rodríguez Larreta, en su afán de disminuir el tránsito automotor privado y volver a Buenos Aires una Nueva Barcelona transitable a pata y bici, barricó las calzadas esquineras de las zonas tilingas con enormes macetas muy «cool».
Traen votos, y otras cosas. Con un año «de Niño» como éste, acumulan lluvia. El Aedes aegyptii, cuyos huevos eclosionaban únicamente en agua limpia hace 30 años, pero hace rato se adaptaron al agua sucia, zumba de agradecido. El Aedes albopictus, un recién llegado, también transmisor de dengue, uno que pone sus huevos en tierra desnuda y éstos eclosionan cuando está mojada, añade su gratitud ante tan inesperado encacharramiento municipal.
«La transformación no para», como decía uno.
Un modo bastante racional de disminuir la población de mosquitos Aedes la tiene la Comisión Nacional de Energía Atómica en el Centro Atómico Ezeiza, y se llama «técnica del macho estéril». No es nada revolucionaria y funciona bien. Aquí sólo se aplicó para controlar la mosca mediterránea que contaminaba las plantaciones de frutales en los oasis de Mendoza. El problema de este bicho ahora está bien contenido, y esto ha logrado que la fruta mendocina sea exportable a la UE, paradójicamente el sitio del cual antes hemos importado la maldita mosca. Es para conservar la Patagonia libre de esta plaga que cuando ingresás a Río Negro por aire o por auto te decomisan la fruta que quieras ingresar desde el norte, así sean impenetrables cocos.
La técnica del macho estéril es bastante simple. Los machos de mosquito de cualquier especie se alimentan sólo de polen. No hay bicho más amigable, hippie y vegano que un mosquito macho, del género y especie que se te ocurra. Le falta cantar canciones de Arco Iris (los viejos me entienden). A fuerza de hippies, se les da por el amor libre con hembras de su propia especie, y las hembras nos pican y recontra pican: necesitan sangre de mamífero o de ave llena de globulinas y hemoglobina, para tener proteína y multiplicar hasta 100 veces sus puestas de huevos. Y las del género Aedes son especialistas en mamíferos humanos. Hay más Aedes que personas en tu casa, lector.
Ésta técnica es sencilla, pero el diablo -suele suceder- está en los detalles. Se irradia brevemente una ponchada de machos enjaulados, que atraviesa un túnel donde se los expone brevemente a lápices de cobalto 60, radioisótopo que se produce en la Central Nuclear de Embalse, y que emite rayos gamma. A condición de que los mosquitos Aedes aegyptii machos reciban la dosis justa y exacta, no se mueren ni se deterioran de salud general, pero en materia reproductiva, se vuelven más estériles que el agua hervida.
En las posteriores lides amorosas, una vez en libertad, los machos irradiados compiten en igualdad de condiciones, medidas por «sex appeal», con los mosquitos fértiles, salvajes y lujuriosos. Y el resultado es que las hembras que eligen los estériles ponen huevos infértiles e inviables, de los que no hace larva alguna. La tasa de reproducción de la especie en el área de aplicación baja sí o sí, y las especies del género Aedes no logran generar resistencia evolutiva a la situación. Probado y reprobado con la mosquita del Mediterráneo al aire libre, y con los Aedes en los laboratorios atómicos de Ezeiza.
Pero problema urbano argentino con el Aedes irradiado es la difícil instrumentación, como pasa con las fumigaciones inespecíficas en calles y plazas, o con el descacharramiento. Liberar en cualquier lado grandes nubarrones de millones de mosquitos machos Aedes infértiles sólo sirve para dar alimento balanceado a sus predadores, desde las libélulas a las arañas, y de los abejorros a las golondrinas. Los Aedes aegyptii, nuestro problema principal, son mosquitos intradomésticos. Las hembras viven en el harem de nuestras casas y derpas. Raramente salen de los lares en que eclosionaron cuando eran un simple huevo fértil en agua limpia o sucia. Hembras y machos fértiles suelen vivir pocas semanas, y morir a no más de 50 metros del sitio donde nacieron. Más caseros que gato de viuda, como decía Inodoro Pereyra.
Para que la solución nuclear sirva de algo, hay que convencer a 40 intendentes, dos gobernadores y probablemente a los poderes Ejecutivo y Legislativo de la Nación para que ellos a su vez convenzan a los desconfiados porteños y bonaerenses a abrirles la puerta a una brigada municipal que les viene a llenar la casa de mosquitos. Bajo promesa de que no son radioactivos, de que se trata únicamente machos, y de que tales machos son puro «flower power» y rock, de que no pican ni un poquito, pero de que van a estropearle la fertilidad a los huevos de esas hembras «pateras» que vuelan bajito. Sí, doña, ésas que se ceban con los dedos de los pies cuando uno, muerto de sueño, está en la cocina preparando el mate en patas. Y por supuesto, los vecinos deben estar convencidos por las redes sociales, la radio y la tele de que no les están abriendo la puerta a una gavilla de chorros creativos.
Aunque en términos de biología aplicada la solución nuclear probablemente funcionaría de maravillas, en términos de sociología y politología parece difícil. Salvo que se tenga la decisión política, pero aquí el estado nacional hoy se dedica más bien a amputarse los pies con motosierra, mal momento para ser Ministro de Salud. Y todo esto, desde la creación de mejores vacunas, el uso del mosquito macho estéril o el mismísimo descacharramiento, sólo lo puede solucionar el estado o, en su defecto, el estado. No le pidamos a Big Pharma algo tan ajeno a su ADN como liquidar epidemias. De yapa, muchos de nuestros libertarios se proclamaron antivacunas.
Los laboratorios multinacionales, luego de los problemas de Pasteur Sanofi en Filipinas, se han vuelto muy cautelosos con sus propias vacunas de dengue, todas tan futuristas, aunque hayan pasado por fase 3 y parezcan buenas, pero de pié de plomo: sólo aplicables en cohortes muy limitadas de la sociedad, garantía suficiente de que jamás lograrán generar inmunidad de rebaño.
La pregunta del millón, mientras aquí los casos se multiplican en rampa como nunca antes, es que el Ministerio de Salud sólo hablará de vacunas cuando la emergencia pase, pero no pasará. O cuando alguna multinacional como Merck se atreva a vender la Butantán con otro nombre y fuera de Brasil. País que no rebosa de dosis disponibles: tiene 6 millones de enfermos, y el estado federal sólo logra vacunar en 21 municipios, menos del 10% de los existentes en tierras brasucas, y sólo a personas con dengue previo curado. Están en el horno, los primos. Nosotros también.
Ésas son las cosas de las que no habla el artículo de La Nación, ese templo de la información, para no incordiar a nadie. Pero el dengue, sobre todo en los países pobres, y vamos a los bifes, sólo se para con vacunas, el resto de las medidas son las papas fritas. Las vacunas deben ser sencillas, baratas y universales, factibles de uso masivo y con potencial de generar inmunidad de rebaño.
No hay peligro de que Big Pharma le dé por esas recetas porque son más fáciles de copiar: el futuro son los vectores transgénicos, aunque los costos de fabricación y de cadena de frío logística sean infernales. Con vacunas más simples seguíríamos teniendo mosquitos Aedes durante siglos, pero menos transmisores, y con menos o ninguna circulación viral de dengue. Con vacunas simples, y no veo capitales privados que vayan en esa dirección, te canjeo puntos de efectividad por puntos de seguridad cuando quieras.
Ponele la firma, lector. Y aquí aprovecho y pongo la mía.
Daniel E. Arias