La respuesta es que sí, algunas no son gratis. Aguante que le explico.
El show de luces verdes, azules y púrpuras en los cielos de la Patagonia fue acertadamente pronosticado la semana pasada por la NOAA, la agencia federal de los EEUU para asuntos climáticos de los oceános y la atmósfera. Los científicos yanquis predijeron que sería enorme y se quedaron un poco cortos: las auroras en las altas latitudes del Hemisferio Norte son habituales a partir de los 50 grados, y en el Polo Norte Geográfico (90 grados) son número fijo en toda noche despejada.
Pero en el Sur son raras, máxime en latitudes tan bajas como Puerto Madryn (42 grados sur). En la ocasión, hasta los vecinos de Pinamar (37 grados sur) reclaman haber visto ese aleteante luz en el cielo nocturno. Pero ¿también en Santiago del Estero, con latitud casi 28 grados? ¿No será mucho?
La respuesta es que sí, FUE mucho. Más allá de los testimonios, que son colectivos, y de las evidencias fotográficas, esto fue cierto. Las auroras suceden a unos 100 km. de altura, en la termósfera (ionósfera, en mi barrio). Un emisor de luz tan alto como una aurora se ve desde lejísimos y por sobre la curvatura terrestre, si es de noche, los cielos están despejados y no pintó la luna. Por eso, así como los de Ushuaia las vieron directamente sobre sus cabezas, los santiagueños la miraron con igual asombro de primerizos, pero pegada al horizonte.
Lo que causa las auroras son las tormentas solares, o geomagnéticas, o eyecciones coronales, y hay más nombres. Suceden siempre pero recrudecen en intensidad, frecuencia y duración cada 11 años, en un ciclo llamado de máximas y mínimas solares. Para la Tierra, las auroras son «business as usual» en ambos polos. Para los que vivimos en el hemisferio sur, tan marítimo, tan poco continental, con apenas el 10% de la población mundial, y en el cual las tierras habitadas terminan en el Cabo de Hornos, NO.
No faltan auroras, aquí. Falta público. Si querés ver auroras australes con cierta frecuencia, andate a la base Marambio en un año de máxima solar, y esperá las noches despejadas, que tampoco son tantas. Llevate un saquito.
Este ciclo de auroras se vio excepcionalmente bien incluso en Santiago porque soplaba desde el oeste y suroeste, había frío y poca nubosidad, una lunita finísima y poco luminosa, muy menguante. Y lo principal, sucedió la mayor tormenta solar de los últimos 20 años, y agarró a la Tierra de lleno.
Ojo que se pueden venir más.
Una tormenta solar es una eyección de la atmósfera del sol que se abre paso a través del «viento solar» habitual, pero los materiales son los mismos, con densidad y velocidades distintas. Es como un alud moviéndose dentro de una inundación. El sol siempre está derramando parte de su masa atmosférica hacia la periferia de su sistema solar. Las estrellas son así, viven para su público.
¿Cómo visualizarlo? Estás en una ventolera de ésas de la Patagonia, y tu vecino de pronto te sopla una descarga de aire con un barrehojas. Es más de lo mismo, pero mucho más. No, la metáfora es insuficiente. Vamos a otra más clásica, que acabo de inventar. Estás caminando alrededor de una calesita giratoria, donde hay un loco vendado y armado y tirando balines al tuntún con un rifle de aire comprimido. Eso te deja vivir. Pero cada 11 años el loco caza una escopeta Itaka y entra a tirar perdigonadas de plomo, también a la marchanta. Si te da, y a la larga es imposible que no suceda, algo te va a pasar.
Los números sirven más que las metáforas. Una tormenta solar debe atravesar 150 millones de kilómetros para cruzar la órbita terrestre, en algún punto de su traslación de 360 grados. Pero para crear el show lumínico que se vio desde Ushuaia a Santiago, la tormenta tiene que ser muy fuerte y dar de lleno, dos cosas infrecuentes a la vez.
Ahora bien, eso cava un «túnel» transitorio dentro del viento solar, por donde puede pasar una segunda tormenta mucho más rápida e intensa, sin viento solar que la frene. Si llega, va a tardar horas, no días. Mañana, cuando Ud. lea este artículo, sabremos si hubo segundas partes, que nunca fueron buenas. Así lo dijo el Quijote, en la segunda parte de su novela.
Como en Argentina vale todo para ganarse los garbanzos, ya hay empresas de turismo vendiendo paquetes para visitar Ushuaia y ver auroras australes, como si fueran un fenómeno habitual y predecible. Trampa para giles. Es como que te ofrezcan un recital de los Beatles.
Y giles pacientes. Ésta fue la mayor tormenta solar de los últimos 20 años.
¿Puede haberlas más intensas? Claro que sí. Y el show puede ser aún más espectacular. Éste fue caro, uno mejor puede salir muy salado.
¿Cuánto de salado?
El 1ro de Septiembre de 1859, dos Ricardos ingleses, Richard Carrington y Richard Hodgson, hicieron el primer registro histórico de una tormenta geomagnética. Con sus telescopios de astrónomos aficionados y cada uno por su cuenta, ambos vieron manchas negras derivando sobre el ecuador solar, y dieron parte de ello a la revista mensual de la Royal Astronomical Society Hodges. Pero al día siguiente, 2 de Septiembre, el físico escocés Balfour Stewart, profesional de Kew Observatory, midió unos saltos impresionantes en la intensidad del campo magnético terrestre. Pero no sólo el magnetómetro se volvió loco, sino también la brújula, que mide dirección en lugar de intensidad. Todas las brújulas del mundo, para confusión de todos los pilotos y capitanes de mar.
Simultáneamente, hubo auroras ni boreales como siempre, ni australes como el pasado finde, sino planetarias, en todos lados. Se veían hasta en lugares tropicales, como La Habana, Cuba, o en Bogotá, Colombia. Eran tan luminosas que la gente podía leer el diario de noche y en las calles, entonces bastante oscuras porque si había alumbrado, era a querosene o gas. Los mineros de oro acampados en las Rocosas se despertaron a medianoche creyendo que era de día, y prepararon el desayuno mientras se preguntaban por qué el cielo estaba loco. Sí, supongo que huevos con tocino y café quemado, pero chirle como jugo de paraguas. Está en el ADN nacional. ¿Más preguntas?
Simultáneamente, las únicas redes eléctricas del mundo, las líneas telegráficas, empezaban a hacer cosas disparatadas. Los circuitos se habían cargado de electricidad inducida de un modo tan bizarro que entre Boston y Baltimore los telegrafistas constataron que podían comunicarse entre sí con las baterías desconectadas, e incluso mejor que conectándolas. La señal era más fuerte. La línea se electrificaba sola.
A fuerza de leídos en lo suyo, en ese diálogo insólito entre dos operadores que sabían de inducción casi lo mismo que los ingenieros eléctricos o de telecomunicaciones de hoy, ambos dieron por obvio que el asunto estaba conectado con las tremendas auroras que invadían los cielos de sus ciudades. La historia la publicó después el difunto Boston Evening Traveler.
Otros telegrafistas tuvieron menos suerte. Los pulsadores les dieron tremendos patadones eléctricos. Los cables e incluso los postes echaban chispazos. En más de un caso, las líneas se quemaron y los aparatos pulsadores se incendiaron, y con ellos algunas oficinas.
En Noviembre, meses más tarde, en conferencia ante la Royal Society, Carrington presentó sus dibujos ante la concurrencia, ligó con elegancia las manchas solares con los eventos del 1 y 2 del pasado Septiembre, y acertó con la explicación.
La deriva y desaparición de las manchas, mostró, había precedido en 17 horas y media a las auroras espectaculares, a las oscilaciones de intensidad y dirección del campo magnético terrestre, y a la disrupción de la red telegráfica mundial. Causas y efectos, y efectos de los efectos. El tipo unió la línea de puntos y dejó en claro que todos estos eran fenómenos oriundos del sol, y secundarios a la desaparición de las manchas. Dejó a todos con la boca abierta.
Por eso aquellos hechos de 1859 quedaron en la historia como «Evento Carrington», y no Hodgson o Stewart. Esa carambola a tres bandas de un amateur resultó cierta. Para ubicarse, ninguna persona de aquellos tiempos victorianos tenía noción de la existencia del viento de electrones, protones y partículas alfa subatómicas cargadas que sopla desde el sol, y de los desprendimientos de la atmósfera solar, o corona, que arremeten a través del mismo como aludes.
Pero el viento solar existe, y tanto así que los cometas siempre desprenden su cola a sotavento del sol, es decir apuntada en la dirección contraria a la del sol. La cola no persigue al cometa, como cree la gilada.
Los eventos Carrington no son ni siquiera raros. Lo raro es que le peguen justo a la Tierra en su traslación anual alrededor del sol, como una perdigonada casual pero de lleno, y hagan tremendos -pero transitorios- agujeros en el campo magnético que protege su atmósfera.
Ese escudo de fuerza tiene de suyo dos grandes embudos permanentes, los Polos Magnéticos, por donde el campo entra y sale del planeta, anillándolo como un salvavidas. Los Polos Magnéticos son bastante migrantes, y coinciden sólo más o menos con los Polos Geográficos de nuestro planeta.
Por esos embudos invisibles entra constantemente viento solar, pero en las eyecciones coronales mayúsculas, se precipitan en alud millones de toneladas de atmósfera solar ionizada, y forcejean contra el campo magnético planetario y agrandan los embudos hasta que ambos se unen brevemente en el trópico. El planeta queda geomagnéticamente desnudo unos días. Y se ven auroras en sitios donde resultan más infrecuentes que los pingüinos en el Sahara.
Casi todo el mundo cree cree que las auroras son solo boreales, cosa de esquimales y de canadienses, rusos, suecos y lapones indiferentes al frío, y que en el sur esos shows no suceden. Pero eso también es erróneo. Claro que suceden, pero con poco público. Andá a Marambio en un año de máxima solar y me contás. Perdón por repetirlo.
En siglos recientes, el Polo Magnético Sur fue migrando hasta quedar casi en la costa antártica opuesta a Sudamérica, lejos incluso de la Península Antártica donde está Marambio. Lo que hace doblemente raro que las auroras del finde pasado se hayan visto hasta en Santiago del Estero, a un tercio de planeta de distancia. Y sin embargo, lo que sucedió recién no es siquiera comparable con el evento Carrington, que los planetólogos consideran «de la Gran Siete» en su escala.
Un Carrington legítimo dura poco y añado «por suerte» porque Marte se quedó casi sin atmósfera cuando tras perder casi todo su campo magnético. Eso sucedió hace unos 3000 millones de años, probablemente por el enfriamiento del núcleo planetario de hierro. Para que genere campo, el hierro debe estar en estado líquido y circulando en forma de corrientes y torbellinos. Muy cambiantes, por eso a lo largo del tiempo los Polos Magnéticos hacen «excursiones» (es el término científico), y de tanto en tanto desaparecen un tiempo… y cuando reaparecen, se han invertido: el Polo Magnético Sur se ha vuelto Norte y viceversa. Tu brujula, lector, entonces va a apuntar hacia el Sur.
Mientras dura un evento de estos, quien esté viajando en avión en un vuelo transpolar a 14 o 15.000 metros de altura, va a estar bastante expuesto a partículas solares cargadas. Son ionizantes. La dosis va a depender de la duración del vuelo y la intensidad del evento. Y el piloto puede llegar a quedarse sin compás, GPS o comunicaciones.
Las evidencias geológicas indican que desde el Renacimiento hasta fines del Siglo XX, el Polo Magnético Sur se mandó una zigzagueante excursión a la otra banda de la Antárida, y hoy está a 2900 km. del Polo Sur Geográfico, fuera del continente antártico, en el mar, e incluso fuera del Círculo Polar (ver ilustración). El show sideral en la base polar más cercana al errabundo Polo Magnético Sur, la McMurdo de los EEUU, debe haber sido mejor que el de Ushuaia.
Más tarde o más temprano, lo que le pasó a Marte le sucederá también a la Tierra. Su núcleo de hierro se enfriará, solidificará y el campo magnético que protege hoy la atmósfera y los océanos se disipará. Lo cual no es bueno. El viento solar, y en particular sus tormentas, le quitan su atmósfera a los planetas chicos como quien arranca ropas a un «homeless».
El sistema solar no es justo, es libertario.
Pero cuando eso suceda la humanidad probablemente se haya extinguido por otras causas naturales, o por lo geniales que somos para la guerra y la contaminación. Eso es materia de ciencia ficción. Lo que es materia de ciencia a secas es que las evidencias isotópicas de eyecciones coronales en muestras de hielo fósil del último milenio muestran eventos hasta 20 veces más intensos que el Carrington. Y que el 23 de Julio de 2012, uno de estos escopetazos cósmicos de electrones, protones y iones de helio de intensidad Carrington le pifió por 9 días al paso de la Tierra en su traslación alrededor del sol.
Zafamos por un pelito.
¿Qué habría pasado si nos daba de lleno, como en 1859? Las redes telegráficas alámbricas son casi una reliquia del pasado, pero las eléctricas de alta, media y baja tensión, y sus transformadores de subida y bajada de tensión, son lo que hace funcionar la civilización actual.
Casi todo eso se quemaría debido a los picos irrefrenables de corriente inducida. De los satélites de observación y telecomunicaciones, olvídate cariño. De las redes de posicionamiento como el GPS, Galileo o Glonass, también. De las bombas eléctricas que abastecen de agua las ciudades, andá llamando al service porque se van a quemar. Y si el service no llega, es porque al chabón se le quemó la electrónica del motor. Y el celular ya no le funciona.
Nada que no haya pasado, e incluso a escala mucho menor. Según el registro isotópico fósil, en los años 774 y de nuevo en 893 hubo dos eventos diez veces mayores que el Carrington. Eso no parece haber llamado la atención en los sitios del mundo donde se escribía, China, la India y Europa. ¿Estaría nublado? Y obviamente, nadie se quedó sin red eléctrica, porque no había.
En un mundo definitivamente eléctrico e interconectado es otro cantar.
En la máxima solar de 1989, una eyección coronal chiquita, casi «de amigos», dejó sin electricidad a la provincia canadiense de Ontario. Es la que tiene casi todas las centrales nucleares de ese país, todas CANDU, las mejores del mundo, y goza de una seguridad eléctrica casi perfecta. Bueno, en 1989 se apagó todo. En la máxima de 2003, otra eyección dejó knock-out el norte de Suecia y Finlandia.
Sólo la Secretaría de Energía de Argentina logró algo parecido en el Cono Sur, aquel Día del Padre de 2019, pero de modos menos publicables. El sol se declara inocente.
Los transformadores de media y de baja se producen en masa y hay algo de stock de reposición en el mercado mundial. Un «trafo» de bajada para tu casa te lo comprás en Easy. Pero los «de alta», que tienen el tamaño de acoplados de camión, no. Estos grandotes elevan la corriente generada por las centrales eléctricas a 750 o 1000 kilovoltios, para transmitirla a distancia. Si se queman, no hay stock de reposición: se tarda meses en fabricarlos. Y eso en plantas que no pueden funcionar sin electricidad. Un jaque mate perfecto.
Con un Carrington 2.0 volveríamos por un tiempo al mundo fines del del siglo XIX, pero ese mundo permitía vivir a 1800 millones de humanos, y bastante poco y bastante mal. Sin embargo, hoy somos alrededor de 8000 millones, y mayormente, urbanos y electrodependientes en todo. ¿Qué impacto tendría eso?
Los cálculos son nuevamente materia de ciencia ficción. Pero como los bancos no funcionan sin seguros y reaseguros, y a ningún gran capitalista lo van a agarrar sin perro, alguien se tomó la molesta. La agencia mundial de referencia en la materia, el Lloyd’s, unió fuerzas con una agencia científica federal estadounidense, la no tan conocida AER (Atmospheric and Environmental Research). Juntaron una base de datos forenses del evento Carrington, e hicieron correr sus modelos matemáticos.
Como en toda cosa altamente conjetural, salieron costos bastante variables. Para los EEUU les dio, entre U$ 600 mil millones y 2.600 billones de pérdidas, actualizables a 774 y 3.335 billones en dólares de 2023. Billones como millón de millones y no como lo entienden los gringos, siempre con problemas con todo lo decimal. Es mucha tarasca.
Personalmente, creo que los del Lloyd’s se quedaron deliberadamente cortos. Es imposible medir daños eventuales a todos los activos eléctricos del mundo. Y menos aún sus consecuencias. Sin electricidad ni comunicaciones, los estados nacionales, provinciales y municipales desaparecerían en un desbole social general. Pretender medir seriamente eso en dólares es una estupidez de actuarios. Ni con la guita de Elon Musk conseguirías agua, por no decir comida, por no decir nafta, por no decir atención médica, por no decir seguridad, por no decir un rifle y municiones. Cada cual por la suya. Anarcocapitalismo mundial agudo. Por tiempo indeterminado.
Se ha hecho bastante «cine catástrofe», en general malo, sobre qué podría pasar cuando a la Tierra le vuelva a pegar otro meteoro como el que impactó en Chicxulub, en el actual Golfo de México, a finales del período cretáceo. Eso fue hace unos 65 millones de años. Se sabe, esa piedrita no mucho mayor que el Aconcagua causó una extinción masiva de la biosfera: barrió con casi todos los ecosistemas de entonces. Chau, dinosaurios.
De las 18 extinciones masivas de vida que figuran en el registro geológico fósil, aquella de los dinosaurios no fue siquiera la peor.
Pero el sol que nos da la vida, en este estadio tan electrodependiente de nuestra civilización, es también el loco de la calesita, que nos la puede quitar en cualquier año de máxima solar, y con un simple cartuchazo de partículas cargadas.
Es pura lotería. Nadie puede pagar un seguro sobre la civilización.
Daniel E. Arias