«Sale GEO, entra LEO»: la historia de un ataque contra la Argentina espacial

El ARSAT-1 operando sobre la posición 71,8º Oeste desde 2014, que ocupará hasta 2029. Si el ARSAT-3 usa la plataforma 3K de los anteriores, se parecerá mucho salvo en las antenas.

Sobre esta nota de Enrique Carrier, la opinión de AgendAR va después, según usos y costumbres. Como spoiler: SÍ, PONELE.

Sale LEO, entra GEO:

Para quienes siguen el devenir de la industria satelital no quedan dudas de que la aparición y multiplicación de las constelaciones LEO está reconfigurando completamente al sector. Lo que en algún momento parecía simplemente una idea loca de Elon Musk terminó convirtiéndose en un punto de quiebre para la industria satelital.
 
Anunciada en 2015, el despliegue comercial de Starlink comenzó en mayo de 2019, con el lanzamiento de los primeros 60 satélites operativos. El servicio beta público de Starlink comenzó en octubre de 2020 en ciertas áreas de Estados Unidos y Canadá, y se ha ido expandiendo gradualmente a más regiones del mundo desde entonces a través del lanzamiento regular de satélites para ampliar la cobertura de la red.
 
No obstante, el quiebre en la percepción del potencial de las constelaciones LEO se produjo a partir de la utilización de Starlink en los inicios de la guerra entre Ucrania y Rusia, a principios del 2022, demostrando que sí funcionaba en distintos escenarios, con el plus de ser más difícil de sabotear. Desde entonces, los gobiernos de los principales países avanzan con proyectos propios de constelaciones satelitales LEO, consideradas como una pieza estratégica fundamental en sus sistemas de defensa.
 
Sobrevolando a una mucho menor altura que sus ancestros, los satélites GEO, los LEO tienen dos ventajas fundamentales: mayor velocidad (o ancho de banda) y menor tiempo de respuesta (o latencia). Se trata de características emergentes de las leyes de la física que los GEO no pueden empardar.
 
Esta situación ha puesto en jaque al negocio de transmisión de datos satelital para los operadores GEO, planteando un gran interrogante respecto del devenir de toda una industria que creció y se desarrolló alrededor de una tecnología satelital a la cual le llegó el relevo. Por lo pronto, todos los operadores de servicios satelitales están procurando ampliar su oferta con satélites LEO. La verdadera amenaza es para los operadores y propietarios de los satélites propiamente dichos, pero no para quienes comercializan servicios sobre éstos que están sumando la oferta LEO a sus carteras.
 
El avance de los LEO sobre el negocio de transmisión de datos se está dando a pasos acelerados. Por lo pronto, iniciando un proceso de migración hacia Starlink, a quien se le suma OneWeb (ya operativa aunque más limitada en capacidad) y, en principio el año próximo, Kuiper (de Amazon). Pero hay otras en el tablero. Lo concreto es que quienes están en el negocio estiman que en un plazo no mayor a 3 años, el grueso de la transmisión de datos satelital habrá migrado de GEO a LEO. Una velocidad arrolladora.
 
Otro servicio satelital impactado por los LEO es la conectividad móvil. Con los GEO se trata de conectar radiobases en lugares remotos. Pero con los LEO llegan los servicios D2D (Direct to Device) que utilizan los satélites como radiobases, asegurando por primera vez, una cobertura global en serio. También son la base para una conectividad IoT total.
 
Ante este escenario, la pregunta natural es: ¿qué será de la vida de los GEO? Así como en materia de transmisión de datos el timer ya está corriendo, algo más atrás viene el broadcasting y multicasting, tecnologías de difusión en un solo sentido, aptas para transmisiones de TV y de radio. No obstante, la duda está en qué pasará con la radiodifusión satelital ante el avance de los OTT que se verá favorecido por la banda ancha satelital LEO. Así las cosas, todo indica que los usos de los satélites GEO se circunscribirán a aplicaciones militares, de seguridad, recuperación de desastres, aunque esto será también transitorio. Quedan otros usos, como el de GPS o servicios meteorológicos. Lo concreto es que hoy no parece interesante construir un nuevo satélite GEO y considerando que tienen una vida útil limitada (de aproximadamente 15 años), quizás en un decenio los GEO sean el recuerdo de una primera generación satelital.
 
Esta revolución introducida por los satélites LEO necesariamente lleva a preguntarse cuál será el destino del Arsat SG-1 (aka Arsat 3), que aunque más moderno y capaz que los Arsat 1 y 2, nacerá viejo. En principio su desarrollo está avanzando (se estimaba su lanzamiento en el 2025) así también como la inversión necesaria, originalmente de US$ 250 millones (la mitad de los US$ 500 millones que invirtió el Estado británico para quedarse con el 45% de OneWeb).
 
El Arsat SG-1 estaba previsto originalmente para el 2019, aunque la política fue postergando los tiempos. Una decisión que, vista la evolución del sector, resultó ser peor que haberlo desactivado. El mismo estuvo incluido dentro del marco del Plan Satelital Geoestacionario Argentino 2015-2035 aprobado mediante la Ley 27.208. Pensar que seguiríamos hablando de satélites GEO en el 2035 demuestra que la planificación central de la tecnología es un acto más de voluntarismo político que de sensatez tecnológica y de negocio.

Enrique Carrier, consultor
especializado en Telecomunicaciones.

ENTRA CARRIER, SALE SARASA (Opinión de AgendAR)

No soy un fan del «argumentum ad hominem». Pero desde que empecé a trabajar como periodista científico en ARSAT SA, siempre tuve la sospecha de que don Enrique Carrier tenía la misión de liquidar esa empresa de mi propiedad. Y de la de otros 45 millones de argentos, incluido Ud., lector/a. Puedo incluso colegir que lo público y lo nacional a Carrier no lo copan.

Pero lo planificado, en realidad, no lo molesta.

Al menos, mientras venga planificado de arafue y por países y/o empresas de bolsillos abisales (en el caso de EEUU y Elon Musk, son la misma cosal). Sobre esto, vuelvo al final.

Carrier reduce a un «Boca vs. River» la elección de órbitas GEO y LEO. Pronostica que los satélites GEO están más muertos que los faraones y los LEO dominarán el panorama comunicacional. Y creo que Carrier no se equivoca.

Otra cosa es que diga la verdad, porque la dice a medias. La gente del palo (y Carrier lo es) sabe que hay límites físicos, geopolíticos y comerciales como para que LEO se coma a GEO. En la práctica, no puede, y de yapa, no quiere. Quien sabe y anda sobrado de chequera, tiene activos en las tres órbitas básicas, GEO, MEO (las de media altura) y LEO. Y no se baja de ninguna. Ni a palos.

Lo que Carrier también sabe es adónde apuntar, aquí. Su idea es bajar a la Argentina de la GEO. Con los satélites ARSAT-1 y 2 entre 2014 y 2015 Argentina se volvió el octavo país del mundo en tener satélites GEO, y de yapa de diseño y construcción propia. Pero ya jugaba desde 1996 en liga mucho más numerosa de los constructores de satélites LEO. Nuestra entrada al estrechísimo mundo GEO en 2014 pudo ser un «game changer» tecnológico e industrial para el país.

Pero la expansión de Argentina en esa zona orbital GEO se murió en 2016. Y no expiró de muerte natural, sino por entreguismo vocacional, declarado, incontaminado y puro del gobierno de Mauricio Macri, y del regreso de los «living dead» de Carlos Menem al mundo de las telecomunicaciones. Los dueños de la pelota espacial no nos quieren ver en LEO ni en GEO. Cucha, perro. El espacio es para países serios.

Hace décadas que no pone nada nuevo en órbita LEO. Si, Ud. me dirá que en 2018 lanzó a órbita polar heliosincrónica baja el SAOCOM 1A y en 2020 el SAOCOM 1B. Pero le recuerdo, oh lector, que esos satélites de observación terrestre con radar en banda L se diseñaron en los ’90.

Entonces eran revolucionarios. Envejecieron 20 años en tierra, sin juntar polvo pero casi sin avances de obra, en la sala limpia de integración satelital de INVAP en Bariloche. A la propietaria de la misión, la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE) no le estaban dando ni un mango. Cuando estos satélites de prevención de catástrofes se dispararon por fin, ya eran viejos, tanto así que tienen baterías de cadmio, no de litio. Digo más, en los planes originales iban a ser 4 SAOCOM, no 2. Hubo hacha.

Si el SAOCOM-1A rinde su vida de servicio planificada (5 años, lo habitual en LEO), en pocos meses tendremos que deorbitarlo y dejar que se queme ingresando a la atmósfera. El SAOCOM-1B se la bancará hasta 2025. Ojo, están MUY bien construidos, podrían durar más.

La misma runfla postmenemista que no nos quiere en órbita LEO tampoco nos quiere en GEO, donde resistiremos al menos hasta 2029 y 2030.

Carrier dice que en GEO ya no se hacen buenos negocios. Raro, porque ahí venimos cobrando entre U$ 40 y 50 millones/año con sólo 2 satélites. De tener al menos 5 según planes y leyes que a Carrier le molestan, probablemente estaríamos facturando U$ 150 o 200 millones/año. Para no ganar guita en GEO hay que ser un gil de lechería. Debemos serlo, como pueblo, porque dejamos que Macri incumpliera el Plan Satelital Geoestacionario Argentino 2015-2035 aprobado por ley 27.208. Y tampoco exigimos su cumplimiento posterior.

Todas las órbitas de la Tierra tienen uso dual. La constelación Starlink, aún si estuviera formada únicamente por satélites de telecomunicaciones, ES dual. Tanto depende Ucrania de ella en inteligencia y guiado de misiles y drones, que su dueño (Elon Musk o el Pentágono) le apagó el servicio. Lo hizo cuando el contraataque de 2022 de la Milicia Territorial estuvo a punto de llegar a la frontera rusa: pelear por el Donbás hasta la última gota de sangre ucraniana le cierra bien a los EEUU, pero no así meterse en la tierra de los ivanes y desatar una guerra global. Si es horroroso tener de enemigo a los EEUU, no quieras ver lo que es tenerlo de aliados.

No hay objetos en órbita que no sean duales. Los citados SAOCOM-1, midiendo la humedad del suelo y la profundidad de las napas freáticas, pueden pronosticar encharcamiento, inundaciones, o muerte de cosechas. También deslaves de laderas. Pero -y esto fue una sorpresa de usuario nuevo- las imágenes generadas por radar en banda L puede detectar las estelas de una flota de guerra. No hay cosa que uno pueda hacer en órbita alguna que no sea de utilidad civil y también militar. Eso nos hace competidores económicos y/o adversarios demasiado informados.

Para el caso, la gavilla ut supra citada menos aún nos querría ver en órbitas medias, o MEO, de posicionamiento global. Son muy aptas para guiado de misiles y drones.

Esa gentuza no nos quiere en el espacio, punto.

Pero hoy todo país es más o menos espacial, salvo estados fracasados u ocupados. Lo que Carrier et al. no quieren es que seamos un país con industria espacial propia, con su cadena de proveedores (y eventuales exportadores) de componentes y servicios satelitales. Nos prefieren de usuarios y clientes cautivos, pagando como duques y sin hacer preguntas. ¿Vio la relación que tiene Ud. con su «telco» o proveedora de telefonía celular, o de internet? El mismo trato de amo y esclavo.

En la CONAE nadie se atreve a retomar los dos SAOCOM que nos faltan para completar la misión original, de 4 y además «en vaquita» con los Cosmo-SkyMed de la Agenzia Spaziale Italiana. Habría que rediseñar toda la arquitectura, desde las baterías a las placas fotovoltaicas, y de éstas a las antenas, las plataformas y sus sistemas de mantenimiento de órbita y apuntamiento. Lector, a la CONAE ya no le dan plata ni para terminar la misión SABIAMAR, que es de control marino de productividad biológica marina y de costas, aunque resulta mucho más barata porque es óptica. Depende de cámaras, no de antenas espaciales del tamaño una cancha de squash.

Carrier señala correctamente la escasa potencia y ancho de banda de nuestros GEOS, que es remediable, y también su irremediable «latencia» que obstaculiza una conversación telefónica entre ansiosos o el uso de videojuegos de combate. Punto para don Enrique. Pero esos satélites todavía seguirán en el espacio hasta 2029/30, haciendo algo tan rutinario como vender TV y otras yerbas de «broadcasting», y ganando tanta plata que mantienen al resto de la empresa ARSAT.

Ésta a su vez mantiene (mediante subsidios MUY escandalosos) a todas las telcos y grandes corporaciones multimedia, los mayores usuarios de los 38.000 km. de la Red Federal de Fibra Óptica, o REFEFO. No pusieron un gomán en su construcción y menos aún en su mantenimiento, y comen ancho de banda como leones. Pero ARSAT les cobra tarifas como las que pagan las pequeñas cooperativas telefónicas de los pueblitos casi deshabitados de las provincias áridas. ¿Bastante perverso, no?

Si ARSAT cobrara tarifas lógicas a los grandes usuarios de la REFEFO, tendría plata suficiente como para encargar sus propias misiones satelitales, y hoy ya tendría en vuelo un SG-1, mucho más potente que los ARSAT 1 Y 2. Al Club Macrimenemista anidado en nuestras telecomunicaciones lo volvería bastante loco estar financiando satélites como el SG-1, fácilmente pagaderos cobrando tarifas justas a telcos y proveedoras de servicios de internet, por uso de la REFEFO. Líbrenos Dios de pecados capitales como tenerlos, exportarlos, o incluso veniales como exportar no satélites enteros sino componentes, y de paso asesorías de diseño, construcción y puesta en órbita. Ya los pone de la nuca que exportemos señal. ¡Y a EEUU y Canadá!

No les queda tanta vida útil, tampoco, a nuestros GEO. Están diseñados para durar 15 años, 3 veces más que los satélites LEO habituales. En 2029/30, cuando los ARSAT-1 y 2 agoten su combustible, estén medio quemados de electrónica por el «viento solar» y no logren mantener sus sistemas de «stationkeeping», deberemos sepultarlos 400 km. más hacia arriba en la «órbitas» del cinturón geoestacionario.

Si le hacemos caso a Carrier y no hay nuevas misiones GEO de nuestro país, para el nuevo megadueño del espacio circumterrestre, don Elon Musk, la minúscula Argentina deja totalmente de ser una preocupación, minúscula quizás. No es que le saquemos el sueño ni un minuto al Elon. Pero INVAP tampoco le sacaba el sueño en 1990 a General Atomics, AECL, SIEMENS, FRAMATOME, KAERI, ROSATOM y otros dueños de la pelota nuclear. Y eso les costó el mercado de los reactores nucleares multipropósito. Por ahora, es nuestro.

Mientras el proyecto SG-1 siga vivo, y su diseñadora-fabricante sigue viva, y sobre todo sigan vivas ARSAT SA, y dos 2 satélites, la señal y la plata viajan en dirección equivocada. Pagan EEUU y Canadá y cobra el estado argentino. Ups. Poca plata, pero es comerse a los caníbales. No les gusta.

Quién te dice, y con otro gobierno menos de mierda, esta empresa no termina resucitando, se sacude sus garrapatas y ñoquis implantados desde 2016, y metemos 5 o 6 satélites argentos más en las únicas 2 posiciones orbitales que nos quedan. Quién te dice. Una de ellas, la 82o Oeste, con aspirante a dueño que se babea de ganas de tenerla desde… ¿fines del siglo pasado? Tal cual. Sí, acertó, el Reino Unido.

Para matar en el huevo nuestro mayor proyecto espacial, que es GEO, bastó tener el Poder Ejecutivo y colonizar el a veces ministerio, otras secretaría de Telecomunicaciones, y luego la empresa ARSAT con el mix adecuado de rábulas, cipayos, mamertos y ñoquis. Esto ya se hizo de sobra, se deshizo (un poco) y se volvió a hacer.

¿Por qué sus muchos enemigos no cerraron ARSAT y chau? Les resulta imprescindible. El segundo mayor multimedio del hemisferio sur, el grupo Clarín, a través de empresas de vidriera y sus convenios de trastienda con la red Intercable paga el ancho de banda que una cooperativa telefónica puneña. No conviene matar a ARSAT. Pero tampoco dejarla vivir.

Ese equilibrio entre parásito y parasitado se alcanzó fácil. Hubo que eliminar a INVAP SE como diseñador y constructor de satélites de ARSAT, discontinuar la serie, y ya le estábamos comprando el ARSAT-3 a la Hughes Space and Communications. Poníamos 2/3 de la plata y nuestra propia tecnología, pero a nombre de una sociedad de fantasía en cuyo directorio Hughes tenía mayoría. Venía mal de aritmética el asunto. Se armó quilombo de medios y no bastó con la tarjeta Banelco para apagar el incendio en el Congreso. Eso, sin embargo, no resucitó los satélites GEO de ARSAT.

Pero como la Argentina es impredecible, podría salir de la galera un gobierno tecnológicamente muy nacionalista, más puma que conejo. Sí, es pura política-ficción. Hoy no resulta imaginable.

Pero tampoco era imaginable en 2001 Néstor Kirchner como presidente en 2003. Creo que ni para el propio Néstor Kirchner.

En caso de resucitamiento cardiopulmonar asistido por un presidente hoy impensable, ARSAT podría recaer en sus perversiones fundacionales y volver a sus satélites. No habrá paz ni garantías de ello mientras INVAP siga viva. No contenta con dominar el mercado mundial de reactores nucleares, para poca alegría de la OTAN la empresa barilochense ha sembrado la Argentina con sus radares civiles y militares, y de yapa los está exportando.

Hasta el Ejército Argentino, cuyo nacionalismo fierrero parecía muerto y enterrado tras el cierre y desguace (Menem lo hizo) de Fabricaciones Militares, apoyó esperanzadamente entre 2014 el proyecto SARA de INVAP (Sistema Argentino Robótico Aéreo). Visto lo que hacen y deshacen los drones de los múltiples actores en conflicto en Ucrania, el Ejército, que aprendió de estas maquinitas robóticas con INVAP, quisiera que la firma barilochense le desarrolle un sistema antidrón. Por si las moscas.

El SG-1 todavía no se construyó porque, en fin, ha tenido muchos enemigos, y debo darle mérito a don Enrique de figurar con nombre y apellido entre los visiblemente visibles y visuales. Soterrados, lector, los hubo y hay por tonelada.

En mi descripción (no en la de don Enrique), el SG-1 es un GEO muy moderno, dos generaciones enteras más adelantado que nuestros cautelosos ARSAT-1 y 2. Un SG-1 trae el combo de bajo peso, microcohetes iónicos de ascenso LEOP y «statiokeeping», alta potencia eléctrica en antenas, gran ancho de banda y emisión reconfigurable por software. En fin, un chiche.

Ergo, si el satélite SG-1 no es un nonato viejo y su único pecado es no existir, y además eso se remedia, don Enrique debe convencernos de que en realidad lo viejo, lo démodé, lo descartable, lo obsoleto, lo casi mersa, es la órbita misma para la que se lo diseñó, la GEO.

No parece el caso. De los aproximadamente 9900 satélites activos que envuelven la Tierra en distintas órbitas bajas (LEO), medias (MEO) y altas geoestacionarias (GEO), el 12% son GEO, el 3% MEO y el 84% LEO. Pero curiosamente se siguen pidiendo, diseñando y construyendo GEOs, la curva bajó de 18 por año a 11, y ahora rebotó de nuevo a 18.

Sin duda, en el sector telecomunicaciones de banda ancha el sector de mayor expansión es el LEO, traccionado por el crecimiento explosivo de la constelación Starlink, subsidiaria de la empresa espacial Space-X, propiedad de Elon Musk. Buena suya, don Enrique.

Pero el Éxodo Jujeño de GEO a LEO parecería no estar ocurriendo. Una causa posible es que Starlink, nacida durante la pandemia mientras el mundo estaba distraído, se ha vuelto (por asuntos incontestables de la física, don Enrique) la mayor causa de riesgo de impacto por basura espacial.

Ya no es «el que trajo el borracho a la fiesta, que se lo lleve». Van a ser 42.000 borrachos, sólo con Starlink, sin contar competidoras y rivales. Y los que tienen que bancárselos somos el resto de los países con activos propios o alquilados en esa zona, entre ellos nosotros, los argentos, con nuestros 2 SAOCOM.

En septiembre de 2019 la superconstelación Starlink de Elon Musk recién empezaba su despliegue, tras testear 2 prototipos en 2018. Pero tras la brusca inyección a LEO de un primer lote de 60 Starlinks a bordo de un Falcon 9, hubo un primer casi encontronazo. La ESA, Agencia Espacial de la Unión Europea, tuvo que obligar a su satélite Aeolus a hacer maniobras evasivas para que no se lo llevara puesto el Starlink número 44. Apa.

Eso mostró cómo seguiría el show.

En agosto de 2021, Starlink seguía en pleno despliegue.

¿Quién le iba a tocar silbato? Musk había pedido autorización de la USFCC (US Federal Communications Commission) para desplegar 12.000 satélites, y tenía otra presentación a espera de luz verde para 30.000 más. Me encanta eso de que una oficina de gobierno de los EEUU decida qué se hace con un bien común de todos los países, como la órbita baja. Y de yapa, que este destino lo fije una empresa aparentemente privada.

Volviendo a septiembre de 2019, Hugh Lewis, jefe del Austronautical Research Group de la Southampton University, Reino Unido, llamó a Starlink la mayor amenaza mundial de colisión de satélites en LEO: ya generaba el 50% de los «casi choques». Mejor aún, los cálculos indicaban que cuando esa constelación llegara a 12.000 Starlinks, estos iban a protagonizar el 90% de los eventos que podríamos llamar, en cauto lenguaje de ingeniería orbital, «zafó de puro pedo».

Corrijo: «Zafamos». Porque, como país espacial (y hoy todos lo son, activa o pasivamente) ya estamos metidos en el Síndrome de Kessler. Para los de otros palos del quéhacer humano, no es una enfermedad, sino la inutilización completa de la LEO, las órbitas bajas entre 150 y 2000 km. de altura, la zona industrial por excelencia del espacio terrestre.

Sobre el Síndrome de Kessler vuelvo después.

En septiembre de 2019, en plena pandemia, Musk inyectaba satélites en órbita baja a lo loco, y Lewis en su universidad británica detectaba 160 eventos por semana en que los Starlink, todavía no tan numerosos, pasaban a distancias de 600 metros de de satélites de terceros en órbita baja. En términos geopolíticos, Musk ya era un okupa del Pentágono en plena apropiación de un bien común, la LEO, ventajeando por varios cuerpos a dos empresas yanquis como One Web y Kuiper, y por varias vueltas de circuito a la UE, Rusia, China y la India. Que van por lo mismo y en la misma dirección.

Volvamos a las estadísticas de Lewis, que ya envejecieron 5 años: 160 casi choques semanales por 600 metros o menos entre objetos que convergen a decenas de veces la velocidad de una bala de FAL, es algo tecnológicamente insostenible. No puede ser que no suceda un desastre Corrijo: no puede suceder que no sucedan desastres, en plural.

Musk está bancado por, o dirigido por, o dirigiendo al Complejo Militar-Industrial yanqui, como lo llamó el general Dwight Eisenhower al dejar (vivo) la presidencia de los EEUU en 1961. No es el individuo sino esta banda la que amenaza los intereses en órbita baja de los 81 países que la usan. Hasta hace poco, sin matarse entre sí por su dominio.

La LEO hasta hace muy poco fue un patrimonio común de la humanidad.

Pero como decía mi abuelo, que era gallego y campesino: «Vaca de muchos se la comen los lobos».

TODO LO CUAL ME LLEVA AL EXTRAORDINARIO ELON MUSK

El lobo de la cuestión, Elon Musk es básicamente un okupa con patente de corso. Lo paga una difusa nube de CEOS, congresistas y generales del Pentágono, el US Defense Deparment, Lockheed Martin, General Dynamics, Boeing, Raytheon, Northrop Grumman y otros grandes contratistas aeroespaciales, y sumadas al corso, las GAFAM del Silicon Valley, cuna tecnológica de Musk. Y entreverado ahí, el intraducible mundo financiero, Black Rock, Templeton, esa gente.

Los modernosos y conspiranoicos a esta maffia la llaman «the Deep State». Pero de profundo no tiene nada, y de estado, sólo una parte. En realidad todos sus integrantes están bien a la vista. Su actividad también: inventar guerras y volverlas plata, no importa si (ver Corea, Vietnam, Siria, Irak, Libia, Afganistán) no se ganan jamás. El asunto no es ganarlas. Es sembrar julepe, obediencia, endeudamiento y cobrar.

Esta alegre muchachada tiene membrecía permanente en el poder real, y que a su país lo presidan Donald Trump o Kamala Harris les da un poco lo mismo. Viven en la duda libriando: prefieren al que les cobre menos impuestos (Trump). Pero también al que les genere más guerras (Harris, probablemente). Si me atengo al nombre Military Industrial Complex (MIC) que le puso a este corso el general y expresidente Dwight Eisenhower, es porque no era un conspiranoico y algo sabía de guerras y de su país.

Nuevamente, está todo a la vista. A los líderes del MIC no les hace falta vestirse con máscaras venecianas, vestirse con capas ni reunirse en palacios subterráneos. El más bocón del grupo, Musk, twittea sus opiniones día y noche. Hasta se compró Tweeter para hacerlo a sus anchas.

Tren de satélites Starlink recién lanzados pasando sobre Uruguay en 2021, foto de Mariana Rodríguez.

Su flota de ocupación es la constelación Starlink, que ha vuelto al mundo de 2017, con apenas 1700 satélites activos en LEO, un recuerdo de un pasado que recordaremos como idílico. Elon, ya se dijo, quiere primero 12.000 Starlinks, y luego 30.000 más, y cuando tenga 42.000 tal vez tome aliento para a ver cómo la sigue.

Ojo, vale repetirlo: la UE, Rusia, China, Corea y la India, así como jugadores subnacionales de los EEUU y del Reino Unido (Amazon y One Web) están tratando de construir sus propias superconstelaciones LEO. Sólo que a diferencia de Musk, no tienen en los bolsillos al Pentágono y sus contratos. Pero sobre todo, carecen muy especialmente de una compañía propia de puesta en órbita como Space X. Y resulta que SpaceX tiene el lanzador más confiable a órbita LEO de la historia espacial: el Falcon 9.

Ningún país enemigo o competidor logró llegar al Falcon 9. Ni Francia, con Arianéspace, estuvo cerca de lograr este éxito. El Falcon 9 es un ícono de este tiempo. Es LA máquina de puesta en órbita. Su primera etapa es reciclable, aterriza sola y lo hace «de dorapa».

Este lanzador carga por lo habitual 52 Starlinks hasta LEO de un saque. Su desarrollo tomó décadas de prototipos y demostradores que estallaban en plataforma, o en vuelo, o que no alcanzaban altura orbital, o que se hacían puré al intentar aterrizar en vertical. ¿Y de adonde sacaba la guita don Elon para financiar semejantes fuegos artificiales? Bueno, SpaceX es su empresa privada, ¿o no?

Pero desde los autos Tesla hasta la vieja Tweeter, hoy «X», son un recordatorio del punto en el cual empresas de Musk que pintaban buenas se fueron al cuerno: cuando su dueño empezó a manejarlas de taquito y con el inconsciente al aire. Si no se caen del todo es porque está el gobierno de los EEUU detrás, regándolas con un Niágara de contratos y otro de dispensas judiciales.

Las que más le importan al MIC hoy por hoy son SpaceX y Starlink. Ésas son las que tienen que producir resultados, incluso drenando de plata a Tesla y a X. Si el «autodrive» de Tesla es muy malo y mata imparcialmente a peatones, ciclistas y pasajeros, y si X ha sido a la comunicación social lo que el cianuro a la comida de bebés, nada de eso importa mientras paguen.

De todos modos, la plata en serio la ponen los contribuyentes.

Musk quiere 42.000 satélites suyos en órbita baja. Los aspirantes apuntan mucho más bajo: Kuiper, de Amazon, se contentaría con 3263, One Web ya tiene 588 y la rusa Sphera aspira a 162. Ninguna de las nombradas tiene ya posibilidad alguna de alcanzar a Starllink, que viaja a LEO en Falcon 9 como quien va haciendo dedo. Es como tirarse del pelo para salir volando. Desde que existe la industria espacial, jamás existió una integración vertical tan perfecta y monopólica como la de estas dos empresas.

Es más, aunque las mencionadas competidoras salgan a recoger las migajas que se le caen a Elon de entre los colmillos, perderán plata a lo pavote por costos de aseguramiento. Y justamente la misión de don Musk no es intercomunicar al mundo entero, y cobrarle. Eso es casi un blanco de oportunidad. La misión principal es embarrarle la cancha a la perrada que lo persigue, destruyendo la viabilidad económica de la actividad espacial en LEO por la multiplicación exponencial de la basura orbital.

Es algo más viejo para el gauchaje espacial que hacer pis contra el ombú, pero que en el lenguaje tecnocheto-milicoide de la OTAN se llama «Area Denial». Es un simple estrangulamiento económico del resto de los actores o usuarios espaciales mediante un apalancamiento de una escala que no la podés creer, aunque la tengas delante de la nariz. Dejás a casi todo el mundo afuera.

Con la LEO se quedarán sólo los que puedan tolerar que su satélites jamás lleguen a una provecta edad de 5 años, y en cambio se transformen en súbitos géyseres de chatarra espacial. Eso, tras ser embestidos a velocidades absurdas por una tuerca, o un pedazo de honeycomb de titanio inocente de toda inocencia, pero que en algún momento fueron parte de otro satélite.

Y los que se a la larga se queden en la LEO y con la LEO, lo harán pagando unos seguros y reaseguros de la ostia. Fuera de ALGUNOS miembros de la OTAN, China, Rusia y quizás la India y Japón, en la órbita LEO ya sonó la campana que inicia Titanes en el Ring: ¡Segundos afuera! Terceros en nuestro caso. Pero afuera.

Lo que quiere don Enrique es que si después de Menem, Macri y Milei todavía nos quedan veleidades espaciales, que las mudemos de la órbita GEO a este barrio bajo que es la LEO. Donde costará conservar la vida, porque se está volviendo bastante bravo.

Si One Web, con 588 satélites la segunda flota de LEOs existente, se vendió al RU por una bicoca, es porque el mercado ya lo sabe: en LEO Musk es DIOS. Casi como Maradona en Paternal. Pero además está vivo.

PERO EL MUNDO ESTÁ LLENO DE AGNÓSTICOS

El empiojamiento progresivo y geométrico de la LEO por chatarra espacial es un tema MUY viejo. Tratar de discutirlo es terraplanismo puro, de modo que lo mejor es no mentarlo.

Fue anticipado en 1978, cuando la órbita LEO todavía era un casi desierto, por dos físicos de la NASA en la más importante revista de geofísica del mundo. Digamos que esto es conocimiento común en la industria, e injustamente para el segundo físico firmante, hoy se llama «Síndrome de Kessler».

Donald Kessler y Burton Cour-Palais, físicos del Johnston Space Center de la NASA, en Junio de 1978 publicaron en el Journal of Astrophysical Research la constatación de que la basura orbital generada por la actividad espacial humana ya estaba haciendo efecto cascada, es decir generando impactos y más basura. Lo describieron adecuadamente como una reacción en cadena. El efecto inevitable si no se hacía algo al respecto sería la inutilización industrial de las órbitas más explotadas (la LEO ante todo).

La GEO, a 35.786 km. de altura, no están yéndose al diablo tan rápido. Y es que ahí las cosas tienen dueño, al menos transitorio, por llegada y explotación activa, porque el número de satélites que puede alojar esta banda orbital no es infinito ni mucho menos. Y por ello, estuvo regulado por la ITU (International Telecommunication Union), agencia de la ONU, casi desde que se la empezó a usar.

Los ingresos y egresos de la GEO se deciden y declaran ante una ITU que, como casi todas en la ONU, es una agencia politizada, tramposa y dominada por algunos pocos estados y empresas. Pero ha logrado generar cierto método en la locura y bastante más orden que caos, porque las posiciones valiosas para ocupar con satélites geoestacionarios son poquísimas. Las escasas que se liberan por muerte de un satélite, de no reocuparlas el dueño, a los dos años caen en manos de otro país solicitante.

Antes de decidir si el cinturón GEO va a ser un recuerdo, entrá en la ITU y medí la longitud de la cola de solicitantes.

La ITU siempre quiso que perderíamos las dos que nos dio cuando aquí las explotaba Nahuelsat, una empresa traída por Carlos Menem. Bajo su nombre folklórico, telúrico, nostálgico e indígena, Nahuelsat no dejaba de ser una multinacional francoalemana. Y bastante maldita. Nos cagó desde la palmera y de todos los modos imaginables, y no paró hasta fugarse debiéndonos un satélite entero que estuvimos años solicitándole, y dejándonos con otro que funcionó desde el vamos como el demonio y se negó siempre a reponer. Como el demonio, con perdón del demonio.

La aparente inepcia de Nahuelsat era pura mala leche. Lo que se quería era que Argentina perdiera ambas posiciones. Valen guita, si se las sabe explotar.

ARSAT, by the way, se fundó en 2006 para ocuparlas, y de yapa (y ésto fue audacia sumada de Kirchner y de INVAP) con fierros propios. Mientras no estuvieran listos, ambas posiciones se ocupaban con satélites alquilados, y fueron una larga lista entre 2006 y 2014.

ARSAT Se fundó muy especialmente asegurar la más valiosa de ambas posiciones. Es la 82o Oeste, con vista a las Tres Américas, el equivalente orbital de un departamento en Libertador con vista al Río de la Plata. Si no se fundaba ARSAT, en dos años caía en manos de Su Graciosa Majestad, entonces Isabel II. Su Graciosa venía pidiéndola con real insistencia.

Otra vez le cuento, lector, las cabronadas que hicimos para que Su Graciosa no la tuviera. No le hicieron gracia. Tampoco a su hijo Carlos, creo.

Volviendo al punto: lo importante es que la ITU es una mafia técnicamente inobjetable. No tolera que los satélites geoestacionarios, aunque sean de un mismo país o empresa, se agrupen demasiado en una misma posición. En primer lugar, para no interferirse entre sí con sus emisiones de radiofrecuencia, y en segundo lugar, para no chocar.

Si dos GEOs están a 60 km. uno de otro, los de la ITU ya empiezan a chillar por teléfono. Y con toda razón: dado que el «lebensraum» común en el cinturón geoestacionario es ínfimo, las colisiones en este inmenso y a la vez escueto cinturón son muy mal vistas. Lo último que queremos es emporcar el cinturón GEO de detritus letales para otros satélites.

Si Elon Musk quisiera hacer con la órbita GEO lo que ya está haciendo con la LEO, se le armaría un megombo político mundial de consideraciónes. A excepción de los EEUU, casi todo el Consejo de Seguridad de la ONU pediría su cabeza, y ni hablar de la Asamblea. Por supuesto, sería un «todos contra EEUU», porque don Elon no es exactamente una persona o su grupo de empresas, sino el corsario oficioso de todo un estado nación.

Pero la ITU existe, y gracias a la ella a 35.786 km. de altura sobre el Ecuador hay demasiados satélites, algunos a 60 km. unos de otros en las posiciones más «hot». La cuestión es que, blanco sobre negro, allí todavía hay más orden que caos. Los satélites que agotaron su combustible o se quedaron sin electricidad y empiezan a derivar a tumbos, se llaman «zombiesats» en la jerga.

Y son muy impopulares.

Las tres grandes zonas orbitales terrestres en explotación. Hay varias más, esto es una simplificación.

Para evitar que tu zombiesat haga daños, cuando se va quedando sin combustible o ya está demasiado quemado de electrónica, se desorbita prudentemente unos 400 kilómetros «para arriba», en una de las cuatro llamadas «órbitas cementerio». La GEO no carece totalmente de zombiesats ni de basura, pero es más tranquila que la LEO. Y porque es más limpia. Y es más limpia porque está administrada.

Como viene el mambo, hoy cualquier cosa es más limpia que las órbitas LEO. En términos legales, la zona LEO siempre funcionó un poco como la altamar, más allá de la milla 201 desde la costa: está más allá de toda administración de pesca de la superficie y de los derechos de minería sobre fondo por parte de los estados ribereños. Por ende, contaminar o sobrepescar en altamar es gratis.

La LEO se parece un poco, en eso del que quien la ocupa, la tiene, y quien la tiene, se la queda. Sólo que con la lentitud con que se la iba ocupando desde el Sputnik soviético de 1957 hasta que Kessler y Cour Palais anunciaron problemas, parecía matemáticamente estúpida la sola idea de que alguna vez pudiera saturarse de cosas.

Después de todo, haciendo cuentas, la LEO es un enorme casquete esférico de espacio vacío, con una superficie interna a 150 km. de la superficie terrestre y otra externa a 2000. Ergo, tiene un volumen de 27, 6 millones de kilómetros cúbicos, donde hasta hace no mucho casi todo contenido material eran gases enrarecidos y ionizados. Técnicamente, todo eso es alto vacío.

Bueno, ya no. Según la USAF, la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, sólo contando esquirlas mayores de 10 cm., allí flotan (es un decir) al menos 9000 toneladas de chatarra, y según su altura, viajando a un promedio de 10 km/segundo. Las pérdidas anuales por colisiones ya andan entre U$ 86 y 103 millones/año, pero ya antes de Starlink la cifra iba creciendo, y ahora ni te cuento. Eso se está volviendo una galería de tiro. Los datos son de Scientific American, mayo de 2024, y el artículo completo se accede aquí.

Según el tratado del Espacio Exterior de la ONU, de 1967, los daños por colisión son pagaderos por el estado que originó el cacho de chatarra involucrado. En términos forenses, eso hoy es más difícil que descubrir al autor de un cuesco en un colectivo lleno. Pero además, como reconoce con rara imparcialidad la USAF, ese tratado vuelve corresponsables de los aparentes desvaríos de Elon Musk a todos sus conciudadanos. Alguien está abriendo al paraguas.

En 1978 las agencias espaciales de casi todo el mundo se julepearon con la lectura del informe de Kessler y Cour-Palais. A partir de los ’80 se fueron volviendo de práctica obligatoria, pero a voluntad de cada país espacial, diversos sistemas automáticos de «deorbitación» en todo satélite de órbita baja que se queda sin comandos, sin combustible, discapacitado o a la deriva.

En LEO los satélites réquiem se deorbitan siempre hacia abajo. Se confía en que la atmósfera y la fricción del satélite contra la misma funcionará como un horno de plasma, capaz de transformar objetos de toneladas en bolas de gases ionizados. Y para añadir color, algún meteorito artificial que seguramente caerá en el mar, y preferentemente en el Océano Pacífico.

Los sistemas automatizados de deorbitación por diseño frenaron un poco el crecimiento de una bola de nieve que ya iba para alud. Pero de ningún modo pararon el alud.

En parte por los militares yanquis, rusos y chinos, y sigue la lista. Los militares normalmente no están bajo control de agencias espaciales civiles, siempre quieren probar sus chiches nuevos. Y ya que están, intimidar al enemigo y mostrar quién la tiene más larga.

UNA PEQUEÑA GALERÍA DEL CRIMEN EN ÓRBITA BAJA

Para eso, hay que tener ASATs, armas antisatélite. El 13 de Noviembre de 1985 un misil ASAT estadounidense de la USAF lanzado desde un caza F-15 hizo volar en pedazos el satélite científico Solwind P78-1, ya viejo e igualmente estadounidense a 555 km. de altura.

En caso de que algún enemigo se hubiera olvidado de su temor, el 21 de febrero de 2008 la US Navy destruyó a 247 kilómetros de altura otro satélite propio, esta vez de espionaje, el USA-193, que había sido lanzado aquel mismo año pero venía perdiendo 500 m. de altura diarios. ¡Duro con él! Tras el exitoso impacto, los radares detectaron 174 pedazos grandes, mucho de los cuales se incineraron en reingresos a la atmósfera relativamente rápidos. Pero otros fueron lanzados hacia arriba, y andá a saber adónde andan, nadie es perfecto. Ni siquiera en la US Navy.

Los marinos yanquis explicaron que habían hecho aquello por razones de salud pública, no por exhibir su luenga virilidad técnica: había que destruir el tanque de combustible del USA-193, que cargaba con 450 kg. de hidrazina, que es muy tóxica. Gracias, chicos, qué haríamos sin ustedes.

Los soviéticos registran al menos 21 lanzamientos de prueba de su sistema IS (Istrebitel Sputnikov, cazador de satélites), un ASAT desprolijo que no requería de impacto cinético: la destrucción del blanco satelital dependía de una espoleta de proximidad y una carga explosiva. Ésta liberaba un nubarrón de miles de balines de tungsteno. Así funciona casi toda munición antiaérea de la posguerra.

No se sabe si la URSS logró abatir 21 de sus satélites con sus 21 lanzamientos de IS públicamente admitidos. Pegarle a algo en el espacio no es coser y cantar, y a nadie le gusta contarle al mundo sus pifiadas. Pero alcanza con 21 cabezas de fragmentación, exitosas o no, para generar mucha, dura y duradera chatarra espacial. ¡Un aplauso para los tovarichii!

Cuando Juri Andropov sucedió a Leonid Brezhnev como premier, aunque don Juri era un duro venido de las tripas mismas de la KGB, desactivó ese programa ASAT por demasiado provocador…. con la consecuencia de que EEUU reactivó el suyo al toque.

Por ende, la Rusia moderna y postsoviética desarrolló un ASAT mejor, con el cual en Noviembre de 2021 destruyó su viejo satélite Kosmos 1408. Parte de la cascada de esquirlas le pegó a la ISS, la Estación Espacial Internacional, de la cual Rusia ya había sido echada. Ups, sorry, no harm meant, boys.

Aquella habrá sido una jornada excepcional, porque la ISS recibe rutinariamente 2 o 3 impactos diarios de basura espacial. Se defiende de la misma con blindajes tipo Whipple, placas finas de aluminio soldadas con varitas a unos 25 centímetros por fuera de las paredes de los módulos habitados. La ISS está literalmente entubada en estos blindajes livianos.

Es el mismo tipo de defensas que uno ve en los tanques en Ucrania: rejas y chapas interpuestas para que esas cosas malditas que vienen a velocidad hipersónica hacia tu tanque exploten afuera, dañando un poco las chapas blindadas, pero sin penetrarlas. En la ISS la basura más micro atraviesa los blindajes Whipple y se desintegra en conos de polvo y gas, que llegan a quemar o dañar un poco las paredes agujeros.

Pero una tuerca chiquita haría un desastre. A 300 km. de altura, la ISS está en el barrio más contaminado de chatarra de las órbitas LEO. Lo que circula y persiste a esa altura anda, promedio, a 28.000 km/hora. Ser astronauta de la ISS da prestigio y las chicas (e incluso los chicos) te miran, pero es como vivir en medio de una agarrada a tiros permanente, y también una explicación de por qué esa estación puede ser un excelente sitio para hacer queso gruyere, pero no para hacer ciencia.

Cómo el espacio orbital terrestre se fue llenando de chatarra, año tras año. La rampa de la curva azul marca el despliegue inicial de Starlink. Como quien dice, lo mejor está por suceder.

China no se iba a quedar atrás en esta fiesta. El 11 de Enero de 2007, le disparó un ASAT SC-19 de impacto, es decir sin explosivo a su satélite meteorológico polar Fengyun 1C y lo hizo puré. La India se enculó: no iba a tolerar ser el grandote bobo del barrio sin un misil ASAT, qué te parece. El 27 de Marzo de 2019 hizo crema otro satélite propio y descartable, ésta vez con un misil ASAT Shakhti, y a 300 km de altura.

La explicación del gobierno indio fue que necesitaba ganar capacidad de negociación si sobrevenían tratados internacionales de limitación de armas antisatelitales. Por ahora, no pinta ninguno. Pero la justificación del gobierno de Narendra Modi habría sido celebrada por Tucídides: soy malo porque puedo.

Estas son las misiones ASAT que esas 4 potencias y subpotencias espaciales admiiten haber protagonizado, mayormente porque tuvieron éxito. Hay que suponer muchas más poco exitosas, salvo en lo de generar basura. Porque Bro, el problema no es el choque de satélites contra satélites: el problema es que a 300 km., las esquirlas de choques anteriores circulan a velocidades de terror, lo que en términos de energía cinética vuelve casi irrelevante su masa. Y es que el impacto depende del cuadrado de la velocidad.

Una visión estimativa de la NASA del anillo de chatarra orbital creado por la destrucción deliberada del satélite chino Fengyun-1 con un arma ASAT.

En 1983, cuando nadie hablaba de basura espacial, la misión TSS 007 del Taxi Espacial Challenger logró aterrizar con una placa de sus parabrisas blindados parcialmente agujerada por chatarra suelta. La investigación mostró que había sido un fragmento de pintura de no más de 3 gramos de peso. Y la inyección de nueva basura a LEO, al menos con la tecnología actual de lanzamiento, es incontrolable. Toda vez que la segunda etapa de una misión desprende una tercera etapa, o éstas su carga de satélites, lo hacen sin maldad, pero por detonación de tuercas explosivas.

El costo de aseguramiento de un satélite LEO se va a ir tan para arriba que incluso los países aliados geopolíticamente con los EEUU empiezan a escupir veneno contra Starlink. Seguramente Ud., lector/a, lo haría con un intempestivo idiota que obstruye la salida de su garage con una enorme antena de telecomunicaciones.

A Ud. le importaría poco que se trate de un amigo y de que las telecomunicaciones sin latencia sean TAN importantes. Si ese cusifai insiste en no dejarlo salir de su garage, Ud. le haría un par de reflexiones acerca de su prosapia, e incluso le sugeriría un posible destino proctológico para su antena. Luego, si la policía no actúa, y en este caso parece distraída, tal vez se bajaría del auto para acomodarle el mate a piñas al ofensor. Musk obra, sin duda, bajo el paraguas de un enorme e informal organismo colectivo, el MIC, pero al mismo tiempo le está escupiendo el asado a demasiados actores chicos y medianos, que los países de la UE y del Sudeste Asiático extra-chino se bancan por disciplinamiento de la OTAN.

Pero la cosa pasa de castaño a oscuro, y en un mundo crecientemente multipolar, hay que ver si los aliados se la bancan.

Volviendo al artículo de don Enrique, que nos aconseja olvidarnos de nuestro satélite SG-1, viejo sin haber nacido, y por extensión, de no volver jamás a un sitio tan perimido como la órbita GEO. Antes de darle mi opinión, déjeme contarle este cuentito.

Si Macri y pestes subsiguientes no hubieran detenido nuestro programa GEO, probablemente tendríamos 4 o 5 GEOs en nuestras posiciones, la 71,8o Oeste y 82o Oeste. Estaríamos vendiendo mucho ancho de banda en las Tres Américas. ARSAT no se limitaría a pagar sus gastos: le estaría generando entradas al estado nacional.

Los ARSAT-1 y 2 los hicimos deliberadamente pesados, redundantes, conservadores y de baja potencia y poco ancho de banda para disminuir el riesgo. Son realmente dos camionetas F-100: se bancan todas. Porque en 2014 éramos un pajuerano que se sienta sin invitación a una mesa de póker para tan pocos jugadores, como la zona geoestacionaria, no puede permitirse tropezar y que se le caigan las tres fichas que logró comprarse.

Por eso mismo, los ARSAT-1 y 2, a fuerza de robustos, pagaron los precios de aseguramiento más bajos del mercado.

La idea era ir llegando al actual SG-1 en etapas sucesivas, con el mínimo de riesgo, y cobrando plata, con cada satélite pagando la construcción del siguiente. Macri cercenó a ARSAT de INVAP y ésta tuvo que reinventar cómo seguía el baile sola. Fiel a viejas tradiciones de supervivencia, INVAP se escapó hacia el futuro y diseñó el ARSAT-5.

Eso es el SG-1. Si la actual colección de dementes que dice gobernar el país desguaza a ARSAT, el único destino del SG-1 va a ser la exportación. Sería difícil, puesto que nadie compra un satélite nuevo, y menos de un fabricante emergente, si no ha sido testeado antes.

Eso es un SG-1. No es una Ford F-100, ni siquiera es una Toyota Hilux, ni tampoco una 4×4 es una Baidu «full electric» BJ-40 china. Es un fierro argentino diseñado y hecho en Bariloche, y sólo 8 países pueden construir algo siquiera parecido, pero por ahora, es un sátiro virgen.

De haber hecho el camino planificado según la ley satelital de 2015, hoy el país estaría facturando no U$ 50 millones de venta de señal, sino arañando los U$ 200 millones. Si ésta tecnología SG-1 es mala o buena sólo nos enteraremos si lo construimos, y para eso hace falta un gobierno libre de pilotos kamikaze, uno que gobierne para construir el país, no para destruir el estado.

Respecto de la afirmación de don Enrique de que la tecnología del SG-1 será vieja al nacer, si nace, ¿qué puedo decir? Mire, lector/a, en telemática todo cambia tan rápido que todos somos viejos a muy poco de nacer, casi terminada la adolescencia. Si la Argentina ha de seguir siendo un estado-nación o termina volviéndose un mero lugar o un estado fracasado, tal vez los consultores en telecomunicaciones que supimos conseguir del menemismo tengan razón.

Pero quizás es mejor nacer viejo que vendepatria.

Daniel E. Arias