El camino de un científico que fundó la Empresa de Base Tecnológica que exporta enzimas al mundo

El científico del CONICET Hugo Menzella.

Apenas se convirtió en científico del CONICET, Hugo Menzella adoptó como máxima la vieja idea de Becket: “prueba otra vez, fracasa de nuevo, fracasa mejor”. Guiado por ese lema, doce años atrás creó Keclon, la Empresas de Base Tecnológica del CONICET que hoy exporta tecnología de enzimas a Europa, Brasil y en breve lo hará a Estados Unidos. “Pareciera que los científicos tenemos prohibido fracasar –dice por videollamada desde el Instituto de Procesos Biotecnológicos y Químicos (IPROBYQ) que dirige, en Rosario-. Y aunque tendemos a ocultarlo, el fracaso es innato para el progreso y no debiera ser vergonzante, sino un gran aliado porque te da experiencia y conocimiento. Sin fracaso no hay nada nuevo porque te quedás en la zona de confort, que de confortable no tiene nada. No me refiero hacer start-ups, sino a la ciencia. Hacer ciencia es caminar a oscuras en terreno desconocido. La única forma de no tropezar es quedarse quieto y no avanzar”.

Menzella participó en el desarrollo de la primera enzima capaz de utilizarse en la industria alimenticia de Sudamérica. Corría la década del 90 y hablar de enzimas industriales era futurista: solo la producían dos empresas –una danesa y otra holandesa- en todo el mundo. Él tenía poco más de veinte años, era bioquímico y solo había leído sobre el tema en la Revista Muy Interesante. Por sus conocimientos en el universo de la Química sabía que en la naturaleza el queso se fabricaba a partir de una enzima -una proteína invisible al ojo humano- presente en el estómago de los terneros de menos dos meses de edad y que, aplicada a la leche, la coagulaba. Hizo su tesis doctoral sobre aquella enzima del estómago de los terneros logrando producirla a gran escala a través de una bacteria. “Era como viajar con un lavarropas a la Luna –dice-. Usando como fabrica a la bacteria de Escherichia coli con un gen de vaca se produjo esa enzima en grandes cantidades sin matar más terneros”.

Guiado por una curiosidad infinita por el mundo de las enzimas emigró junto a su familia hacia Estados Unidos. Radicado en California, se le abrió un nuevo mundo: el de las enzimas sintéticas. “Tuve la suerte de trabajar en una de las primeras empresa de biología sintética del mundo, antes que se acuñara el término ´biología sintética´. Ahí aprendí a diseñar enzimas que no existen en la naturaleza, a escribir las instrucciones en un gen en el idioma adecuado para cada especie de bacterias, para luego insertar esas instrucciones modificando genéticamente a las bacterias. Aprendí un montón de cosas que después me ayudaron a fundar Keclon”. La primera enzima sintética que diseñó tuvo como destino mejorar una droga anticancerígena. Estaba feliz y también añoraba volver a Argentina: por eso la bautizó Renomé, en honor a una canción de la banda de rock argentina Los Twist. “Estaba haciendo cosas de vanguardia, pero extrañaba mucho. Viví casi siete años y volví en 2010, para trabajar a la misma facultad donde había estudiado, enseñar lo que había aprendido y trabajar en CONICET”.

Fue entonces cuando se propuso llegar a aplicar lo que había aprendido en el exterior para solucionar problemas de la industria nacional. “Cuando haces tecnología tu trabajo más importante es salir a buscar problemas. Porque el mayor de los problemas es justamente no tener un problema para solucionar usando la tecnología que domina, como lo sería para un bombero que no existieran los incendios. Yo sabía hacer de EEUU drogas oncológicas sofisticadas, que acá no se hacían, entonces usé ese conocimiento para volver a lo que yo había hecho en la tesis, que eran enzimas para la industria”. Así fue como se abrió paso como líder del desarrollo de la tecnología de las enzimas para problemas de la industria de los biocombustibles: un sector que estaba en pleno ascenso. Lo lograron en apenas unos meses, pero pronto la legislación cambió y los biocombustibles comenzaron a pagar retenciones, lo que redundó en que dejaran de ser tan competitivos. Entonces, la tecnología desarrollada por Keclon para favorecer esa industria perdió la enorme demanda que tenía. “Fue una lección dura. Ahí descubrí que los problemas que resuelvas como científico tienen que ser genuinos y no un problema que dependa de la firma de un funcionario”, dice Menzella. “Fue fracasar para empezar de vuelta. Como lo habíamos hecho rápido y nos habían sobrado fondos, buscamos otro problema y encontramos el tema de la refinación del aceite. Se lo ofrecimos a Molinos Agro, una empresa a la que hasta el día de hoy es no solo cliente, sino que invirtió y es accionista de Keclon”.

Hoy, Keclon es un ejemplo de transferencia científica: diseña enzimas para aplicar en productos de diferentes industrias -la alimenticia, la aceitera, la de biocombustibles, la cosmética, la biomédica- y exporta sus enzimas al mundo. “Lo que hicimos nosotros se puede hacer en todos los institutos –asegura el científico-, solo es necesario meterse en problemas. Esto no significa que no haya investigadores que sigan haciendo ciencia básica y descubran cosas, sin ellos no existiríamos. Pero también estamos los que diseñamos productos y nos ubicamos en la frontera entre el conocimiento y el beneficio de la sociedad. Tradicionalmente, para los científicos juntarse con la empresa era una especie de pecado. Hay que animarse a romper los reglamentos para hacer lo correcto, para que evolucione y haya progreso. En resumen, a meterse en problemas y disfrutar de eso”.

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