La nueva armacinética de Vladimir Putin

El gobierno dictatorial de Siria acaba de caer en manos del HTS, una federación de milicias religiosas recicladas de Al Qaeda, y de un ejército que se dice sirio y es turco. Eso, tras 13 años de guerra civil que redujo a polvo las ciudades. Los dos grandes aliados de Assad, Rusia e Irán, lo dejaron caer: tienen otras prioridades de autodefensa, y son existenciales. Pero entre tanta novedad adversa a Rusia, a los medios se les sigue pasando por alto que el 22 de Noviembre, Rusia desequilibró la balanza de su guerra contra la OTAN con un arma vieja pero nueva, el misil balístico pero cargado no de cabezas nucleares, sino de impactores de energía cinética.

La OTAN tardará unos meses en tener algo semejante, y en ese tiempo Rusia podría seguir tomando tierras hasta llegar a la única frontera dura de las estepas: el río Dnieper. Si negocia un armisticio desde esa posición, puede fijar condiciones ventajosas.

Con la pérdida probable de Tartus y Hrimrim, sus dos bases aéreas y navales en la provincia de Latakia, Rusia se queda sin sucursales logísticas para el abastecimiento de sus milicias Wagner. Esta legión extranjera rusa está en guerra contra la Legión Extranjera de Francia en varios estados del África Subahariana y Central.

Si los Wagner se quedan sin munición, la pérdida de autoridad geopolítica rusa en África será considerable.

Hoy se quedó casi sin ases para la nueva mano de póker que se viene con el gobierno de Donald Trump: enfrenta estados, grupos subnacionales hostiles y golpes de estado pro OTAN a lo largo de una frontera que parte desde el Polo Norte y termina en Siria.

Pero esa franja de hostilidad tiene un hiato mayúsculo, donde por ahora está ganando terreno: Ucrania.

El único as que tiene Putin ya no está en la manga. Lo acaba de jugar, es el misll Oreshnik, y los medios occidentales siguen persuadidos de que es una carta menor. En eso, creo, están totalmente equivocados.

La novedad rusa es un poco tecnológica, y muy política. Pasa por el uso de un arma estratégica (los misiles de medio alcance) como si fuera solamente táctica: sin cabezas nucleares ni explosivos químicos, pero con decenas de subunidades de impacto hipersónicas y de gran energía cinética.

Fue el caso del misil empleado contra Pivdenmash, en Dnipró. Atacada el 22 de noviembre pasado, esa fábrica de 744 hectáreas está visiblemente en pie y con solo algunos agujeros minúsculos en el techo, según imágenes satelitales de acceso público. Lo que falta son imágenes de su interior.

No es imposible que sus instalaciones subterráneas y sus cimientos estén irremediablemente fracturados. El suelo mismo ya no les debe dar mucha estabilidad estructural. Las ondas sísmicas generadas en suelo blando por 36 arietes de tungsteno que pegan a Mach 11 equivale a 36 terremotos chiquitos en extensión, pero fortísimos en energía cinética. Suponiendo que cada impactor tuviera una masa de 100 kg., en términos más del mundo de las armas nucleares que de la física newtoniana, el total sumó unos 6,2 megatones de energía. Es casi la mitad de la energía termomecánica liberada por la bomba atómica de Hiroshima, sólo que en este caso no explotó nada y la energía la absorbieron los cimientos, estructura y terreno de Pivdenmash.

Simultáneamente, y quizás como distracción, la fábrica se ligó 6 misiles crucero transónicos KH-101 y y Kh-555 lanzados desde aviones lejanos, en el Mar Caspio y el óblast de Rostov. A esto se le añadió también un Kinzhal, que es hipersónico pero no balístico, y pega a Mach 10, 3430 metros por segundo, lo que supone bastante energía cinética. Todos estos tenían carga explosiva convencional. No deben haber mejorado nada la estructura aérea de la planta. Misteriosamente, no circulan fotos áereas ni satelitales. Pero si hubo daño edilicio profundo e irreparable, ese lo causaron los impactores cinéticos.

Éste no es un as definitorio: como desarrollo técnico, es fácilmente imitable por la OTAN. Pero les tomará un tiempo.

Cohetes balísticos con cabezas múltiples guiadas, con propulsión y dirección en toda su fase terminal, hay muchos. Esas cabezas con guiado activo programado se llaman MARVs. Son un invento de EEUU, y viejo. Las tienen los misiles balísticos del Reino Unido, Francia, China, la India, Israel, Corea del Norte y probablemente Pakistán e Irán.

Pero esos MARVs son todos termonucleares. Adaptarlos a liberar decenas de impactores cinéticos parece una estupidez, pero requiere de cálculos, testeos computacionales, físicos y mucha ciencia de materiales.

Es un poco lo que le pasó a Maggie Thatcher cuando, cerrando Mayo de 1982, ya venía perdiendo el 5to barco de la Task Force, y quiso surtirle un vengativo misil Trident a la Fábrica Militar de Aviones de Córdoba. Para ello, dispuso un submarino estratégico clase Vanguard. El problema era que a nadie se le había ocurrido transformar un misil Trident en un arma de energía cinética, o al menos de explosivos químicos convencionales.

El Trident de comienzos de los ochenta cargaba con tres MARVs termonucleares de 0,6 kilotones cada uno. El plan de Thatcher era que cayeran anillando la fábrica, llamada entonces Área de Materiales Córdoba, en uno de sus muchos cambios de nombre.

Era el modo seguro de aniquilar al ras cualquier estructura que estuviera en el centro geométrico de ese triángulo de explosiones aéreas, programado para suceder a 1800 metros de altura. Ese tipo de empleo de 3 bombas termonucleares contra un blanco único se llamaba «Daisy Cutting» en la jerga de la Royal Navy, es decir «cortar las margaritas». Era burdo, pero remediaba la imprecisión de apuntamiento inherente a la navegación por acelerómetros inerciales: en aquel lejano entonces no existía la red GPS, salvo como proyecto.

El problema de Maggie Thatcher era que esos 3 hongos atómicos habrían hecho desaparecer la mitad Oeste de la ciudad de Córdoba Capital. La condena internacional contra Londres habría sido instantánea y perdurable. La Argentina habría roto totalmente con su alianza fundacional con Europa Occidental y los EEUU. Y tenía suficiente know-how nuclear para transformar su programa nuclear pacífico en uno bélico.

El Almirantazgo y su propio gabinete tuvieron que atajar a la Primera Ministra. Lo notorio fue la incapacidad técnica de un país entonces muy avanzado como el Reino Unido para rediseñar, en los 70 escasos días que duró la Guerra de Malvinas, la carga de un misil ajeno. En el Trident, las cabezas nucleares son «made in England», pero las etapas de propulsión son estadounidenses. Si vas a andar enfierrado, es mejor ser el propietario de las balas y del bufoso.

El de Pivdenmash es un caso parecido y muy distinto. Un vehículo como el Oreshnik hoy se lo considera de alcance medio. En 1982 era el del Trident, catalogado entonces como intercontinental. Estamos hablando de 5500 km. de rango máximo. Los ICBM, con «I» de intercontinental de hoy, andan en los 12.000 a 14.000 km. de alcance. Rusia se estima que tiene unos 330, mitad en silos continentales, mitad en submarinos y aviones, y estos a su vez cargan con casi 1800 MARVs, y se creía que todos eran termonucleares.

Bueno, no era el caso. Rusia acaba de avisar que te puede mandar algunos miles de impactores cinéticos y dejarte el país a la miseria, y sin usar armas nucleares. Pueden graduar milimétricamente su respuesta antes de llegar al Armagedón.

El de Rusia es más bien un aviso geopolítico, y uno muy ambiguo. Parece el equivalente de usar una escopeta Itaka contra una barra brava numerosa y muy sacada. En este caso, la Itaka puede no tener munición Brenneke letal, sino con postas de goma subletales. El que se liga el corchazo sólo sabrá si fue plomo o goma cuando ya le pegó. El poder de disuasión de esa duda es enorme.

A su vez, esto es peligrosísimo: si sos un barrabrava, tenés un fierro y te apuntan con una Itaka, no hay tiempo para dudar.

La novedad geopolítica es que si atacás territorio ruso, Putin avisa que está dispuesto a lanzar vehículos balísticos que pueden o no ser termonucleares. Pero incluso si no lo son, pueden inutilizar todas las infraestructura civiles y militares extensas de un país europeo medianito. Eso depende sólo del número de misiles empleados y a la cantidad de MARVs y submuniciones de impacto.

Sin llegar a un ataque nuclear, en los pocos minutos de un vuelo desde el Mar Caspio a Polonia, o desde el exclave de Kaliningrad a Inglaterra y Escocia, se puede discapacitar gravemente todo el Reino Unido, incluidos los activos estadounidenses en el Reino Unido, y casi sin daños colaterales.

Cuando Putin asegura que un ataque «de decapitación» de todo un estado de la OTAN es imparable, miente estrepitosamente, porque dice una verdad a medias. Un ataque con MARVs y submuniciones de energía cinética es imparable HOY, con la red de radares terrestres, aéreos y baterías antimisil británicas, paupérrimas en cantidad, calidad y alcance.

La lista incluye a las segundas mejores baterías antimisilísticas estadounidenses en suelo inglés, las Patriot. Son apenas dos, y cada una sale U$ 1000 millones. Las THAAD son aún mejores (dicho por la prensa israelí), y tan precisas que carecen de cabeza explosiva: pegan en un misil por impacto, es decir son también armas de energía cinética. Pero no hay muchas baterías THAAD: EEUU sólo las tiene ostensiblemente en sus bases de Guam y Hawai, y las vende a aliados íntimos y muy forrados: Corea del Sur, Israel, Arabia Saudí, los Emiratos y Rumania.

Esto le da a Rusia algunos meses en que las subpotencias más agresivas de la OTAN (el Reino Unido y Polonia) tal vez deban refrenarse un poco como cobeligerantes, dejar de suministrar misiles crucero aire tierra Storm Shadow. También debería aquietarse un poco la base aérea polaca de Redzikowo como sitio de despegue de los aviones británicos Typhoon, que disparan los Storm Shadow sobre suelo ruso.

Deberían parar hasta conseguirse más y mejores defensas, so pena de ataques cinéticos rusos «de decapitación» en sus bases aéreas, sus puertos y su infraestructura. Las islas británicas, que por ubicación y separación del continente euroasiático, fue inconquistable e inquebrantable durante más de 1000 años. Pero ha venido haciendo demasiados recortes en defensa como para sostener su beligerancia ofensiva en todo el planeta. Ha concentrado geográficamente sus activos militares en las islas británicas de un modo incomprensible: todos los huevos en apenas cinco canastas.

Con un par de docenas de Oreshnik en los 3 puertos de la Royal Navy (Devonport, Portsmouth y Faslane), en las 2 únicas bases que operan los Typhoon de la RAF (Coningsby y Lossiemouth), y en los puertos civiles de Harwich, Felixstowe y Southampton, la otrora primera potencia mundial pierde en unos pocos minutos casi toda su aviación y su marina.

Pierde también su capacidad de gobierno. No ingresan más containers y combustibles líquidos a la parte más beligerante del Reino Unido, el Sur inglés y algo de Escocia. Ésta, junto con Irlanda y Gales son tres reinos conquistados y maltratados, perdieron plata a lo bestia con el Brexit y hoy son menos proclives que otrora a morir por el rey Charles III Windsor. Esas repúblicas tienen fuertes partidos separatistas. Si se desata el desabastecimiento alimentario este invierno boreal, y además faltan combustibles para calefacción, al Primer Ministro Keir Starmer se le van a complicar las ciudades como a Maggie Thatcher en 1982, antes de que la Argentina la rescatara.

En las islas británicas hay también 13 bases aéreas estadounidenses con armamento nuclear, pero -ya se dijo- sólo dos baterías antimisilísticas Patriot. Hay, por supuesto, una cadena costera de 7 grandes radares de alerta temprana de la RAF, tampoco muy defendidas. El Reino Unido nunca estuvo tan regalado.

La OTAN e Israel se anotaron muchos porotos el 8 de este mes en Siria, pero no hay modo objetivo de medir cuántos perdió el autodenominado Occidente el 22 del mes pasado en Pivdenmash. Por ahora, de eso no se habla, al menos en nuestros pagos.

Son muchas las cosas que deben estar pensando Starmer y Putin en este momento. También Andrej Duda, el belicoso presidente de Polonia. Tal vez está, en fin, dudando.

No es imposible, pero sería una tremenda estupidez que este invierno caiga algún Storm Shadow en Moscú.

Daniel E. Arias