Drones tipo FPV han alargado por dos años la guerra en Ucrania. Análisis de AgendAR

¿Qué necesitás si estás en un tanque, en jeep artillado o de a pie y te ataca un enjambre de drones FPV? Son esos cuadricópteros teledirigidos por un operador remoto y cargados con explosivos. Hace 25 años, sólo los usaban los cineastas con plata para tomas aéreas.

Hoy sos un soldado en las llanuras de Ucrania y no tenés adónde esconderse de los drones FPV. Por su origen cinematográfico, tienen lentes perfectas, con un zoom de mucha definición, más cantidad de procesamiento de imagen y transmisión a distancia. Un FPV observa, a veces otro retransmite, el operador a 40 o 50 km. de distancia «adquiere» tu imagen, apunta… Y entonces y navega hacia vos a entre 130 y 340 km/h, a veces zigzagueando.

Para rezar no hay tiempo, para escapar, tampoco. ¿Necesitás una defensa cinética? ¿Baratita? Puede ser una escopeta a repetición, como las que usa la policía, pero la verdad es que no te da chances de nada. Podés acertarle una perdigonada a un pato que se te escapa por lateral, si disparás delante de él, con ese tiro de intercepción (de deflexión, en la jerga) que se adquiere en años con la práctica de caza.

Pero un dron FPV es más veloz que un pato, se te viene de frente, hay que darle de lleno y además lo más lejos posible; trae una carga explosiva de 1 o 2 kilos de semtex o de C4. Si explota a 30 metros de vos, buen viaje.

Los drones de tipo kamikaze, teleguiados por radiofrecuencia o autoguiados por TV, de considerable masa y con ala fija, se usaron bastante desde mediados de la Segunda Guerra Mundial. Las bombas voladoras V-1 alemanas eran drones, pero no cambiaron el desarrollo de la guerra, tampoco el modo de hacerla o el resultado previsible.

Los FPV, sin embargo, acaban de cambiar todo. Según la tecnología y lógica bélicas anteriores a 2022, Ucrania ya debería estar derrotada, o al menos ocupada por Rusia desde el río Dnieper hacia el Este. Pero los drones pusieron patas para arriba el desarrollo de esta guerra, sus doctrinas tácticas y estratégicas, y el resultado.

Con o sin drones, la derrota de Ucrania pareció sellada desde el vamos. Pero desde que éste, el más viejo de los países eslavos se vio obligado a reinventar y robotizar la guerra, también desde el vamos, viene ganando sólo a fuerza de no perderla del todo. Y continúa.

Detrás de la enorme orquesta de drones desarrollados por Ucrania están sus universidades, sus colegios técnicos, centenares de talleres barriales, decenas de miles de nerds y hackers zaparrastrosos y… en fin, la OTAN, cómo negarlo. Los más disruptores han sido los FPV. Ahora ya no se telecomandan dentro de la línea directa de visión. Pueden estar lejos, y ocultos por árboles o por debajo de la línea del horizonte. Desde 2023, se pilotan mayormente con un casco de visión en primera persona (First Person View). Sí, como los de los gamers con plata.

Y estos pibes liquidan un tanque ruso T-90 de U$ 5 millones con un tetracóptero de U$ 500, y eso sin desayunar. Navegan con drones de cuatro o más hélices de eje vertical, que nacieron en la industria del cine. El precio del dron es 10.000 veces menor que el de su blanco, plataforma de vuelo y carga útil incluídas.

Ucrania hizo del dron FPV el arma de mayor letalidad para soldados y vehículos. Lo que Kiev tiene en innovación técnica y doctrinaria, Moscú lo viene compensando con producción en masa, a lo que acaba de sumar un cambio fenomenal en el proceso de adquisición.

A fuerza de innovación y sencillez, Ucrania obligó a Rusia a luchar con armas cada vez más simples y baratas. No como alemanes: como rusos.

Era hora.

Esa concepción de tiempos soviéticos se ve en el arma antiblindado más barata de la historia, el cóctel Molotov. Nació en la Guerra Civil Española. En su versión más actualizada, es una botella de vidrio llena de nafta mezclada con ácido nítrico y espesada con cola de carpíntero, para adherirse al blanco. Se tira, se rompe y se autoenciende al romperse, por estar envuelta dentro de una bolsa de nylon espolvoreada con perclorato de potasio. El perclorato y el sulfúrico hacen ignición instantánea al mezclarse.

La receta original española era más simple y urgente: una mecha de tela embebida de nafta como tapón, y la botella se tiraba pre-encendida.

Eso varió rápidamente. En 1939, cuando la Guerra de Invierno entre Finlandia y la URSS, el sistema de ignición consistía en un «fósforo de tormenta», del tamaño de un cirio de misa y a prueba de viento y agua. Se lo ataba bien a la botella y se lo encendía antes de lanzarla. El nombre Molotov parece haber sido una cargada de los finlandeses.

El canciller de Stalin, Svyatislav Molotov, el género de quía que hasta La Nación llamaría «polémico», explicó por la radio el bombardeo aeronáutico de Finlandia como entrega de canastas de ayuda alimentaria. Otra que «la cajita feliz» de Ronald McDonald.

Al toque, los finlandeses empezaron a llamar «canastas Molotov» a las bombas soviéticas. De ahí la joda pasó a las botellas incendiarias: eran «cócteles Molotov», y el Ejército Rojo, el elegante convidado. Ojo con los finlandeses cuando se ponen ingeniosos.

Toda fuerza inferior utilizó botellas parecidas contra fuerzas superiores, incluso el US Marine Corps en Fallujah, Siria. A falta de mejor cosa, esas botellas fueron el arma de los krasnoarmiich y los ryadovoy, los partisanos soviéticos que operaban tras la retaguardia de los invasores nazis cuando la Operación Barbarroja.

En aquel momento, esos guerrilleros atraparon totalmente la atención favorable de la prensa occidental y aliadófila. ¡Por fin rusos buenos! Era estadísticamente imposible que no existieran.

Usada por unos para rostizar a los otros y viceversa, ese arma tan económica y ecuménica sigue llamándose cóctel Molotov en todo el mundo. Bien podría haberse llamado cóctel Stepán Bandera. Las milicias nacionalistas organizadas por Bandera las usaron mucho contra barrios judíos y polacos de Lviv, antes, durante y después de la ocupación nazi de Ucrania. A esa carnicería se unieron con dos regimientos, el «Ruiseñor» y el «Roldán». En la historia, quedó cóctel Molotov, porque cuando sucedía esto, Bandera tenía muy mala prensa.

Pero vamos a lo técnico: el dron FPV mide más alto que cualquier botella en eficacia vs. costo.

El riesgo de atacar un tanque de 55 toneladas con una botella es disparatado, mientras que las chances de que el mal día lo vayan a tener los tripulantes es muy bajo. En cambio el operador del dron FPV puede estar muy lejos, encerrado en un búnker, y sus resultados son predecibles: hoy son la mayor causa de muerte de soldados en el frente, y también decenas de kilómetros a retaguardia.

La retaguardia enemiga es transparente, porque los FPV son casi invisibles para la vista y el radar, pero observan y atacan todo lo que se mueve o se esconde, y que no parece propio. Y así como la retaguardia se volvió transparente, también es intransitable: las posiciones adelantadas son imposibles de reabastecer con camiones, jeeps o motocicletas. Los caminos que llevan hasta ellas están jalonados de chatarra de centenares de móviles detonados por drones.

La única logística posible para los tres gatos locos en primera línea son los drones FPV, cuya capacidad de carga rara vez excede los 2 kilos. Un litro de agua pesa un kilo. Un peine de 30 balas 7,62 x 39 mm. pesa otro kilo. Lo único más insalubre que estar en la primera línea es tratar de llegar hasta ella.

La mayor parte de la soldadesca, por ende, muere en la retaguardia tratando de conectar con la presunta vanguardia y bajo un chaparrón de drones. Válido incluso para heridos evacuados hacia los hospitales de sangre en camilla. Va montada sobre cuatriciclos que van zigzagueando, velocísimos, entre cascajos quemados. Autopilotados, obviamente. Y es que ya no sobran choferes.

Y olvÍdate, cariño, de reunir a retaguardia una fuerza numerosa de choque de soldados y vehículos capaz de cargar gritando «Urraaa» a través de la tierra de nadie. Los cultos y versados dicen «línea de contacto», aunque no se ve un alma y el contacto brilla por su ausencia.

Pero que hay una línea, aunque invisible, la hay.

Éste vacío jalonado de ruinas y chatarras es el paisaje emergente de una guerra robotizada, en la que si te juntás con uno o dos de los tuyos, fuiste.

No por nada el frente sigue estático desde principios de 2024, al estilo del Frente Occidental entre 1915 y 1918. Pero a diferencia de aquella vez, el ganador de esta matanza por goteo probablemente lo sea por cuestiones demográficas. Sólo puede ser el país con más jóvenes, y tolerancia para perderlos.

No es Ucrania.

TODO ESTO YA SUCEDIÓ HACE AYER, PERO HOY ES PEOR.

En 1914, la ametralladora pesada Vickers alimentada por cinta, fabricada bajo licencia por todos los bandos en contienda, puso un precio imposible de sostener a las cargas de infantería.

Tras cuatro años de cargar sin esperanza contra ametralladoras enemigas, sólo porque atrás venían suboficiales y oficiales que te pegaban un tiro si no lo hacías, llegaron las rebeliones. Desde 2017 los soldados empezaron a retobarse en todos los frentes y en todos los ejércitos. Estos episodios culminaron casi todas en fusilamientos de soldados, particularmente en Francia.

La única insurrección de trincheras que triunfó fue la de los soldados rusos. Tras tres años de derrotas continuas y de no comer, les cayó la ficha de que tenían alguna posibilidad de volver a casa si mataban antes a sus oficiales zaristas que a sus presuntos enemigos, los primos austrohúngaros.

El asunto es que la Vickers, con sus 450 tiros por segundo y sus vastos arcos de fuego cruzado, fue la mayor causa técnica de 4 años de guerra de trincheras, estática, horrorosa y sin maniobras. El día empezaba con carga suicida al amanecer, dejar miles de muertos en esos 100 metros de infierno, tomar a veces la otra trinchera y no dejar vivo ni al loro, y perderla en el amanecer siguiente.

Por elevación, la Vickers fue también la causa de la Revolución Rusa, y de yapa de las tres olas de gripe H1N1 pandémica entre 1917 y 1921. Saltando de soldado en soldado, la gripe se agigantó en la mugre, el hacinamiento y la inmunodepresión de las trincheras, y mató a mucha más soldadesca que las cargas, a través de las alambradas.

Sumando muertes en todos los frentes y en la posguerra, aquella gripe mató a más civiles y militares que la suma de todas las escaramuzas, acometidas, retrocesos bajo fuego y batallas que duraban meses. Nadie contó los muertos en el mundo, pero se supone que en esos 4 años murió de gripe al menos el 5% de la población humana. Según los informes del Raj Británico en la India, unos 7 millones sólo en aquella colonia.

No fue el único cambio civilizacional causado por un desarrollo tecnológico. La Vickers literalmente transformó a la caballería, un arma con 5 milenios de tradición aristocrática, en una fuerza ceremonial, es decir, al pedo.

En 2020 el Ejército de Azerbaiyán demolió en tres semanas a las tres poderosas -y convencionales- fuerzas armadas de Armenia. Los azeríes usaron drones kamikaze Harop israelíes y Bayraktar de observación turcos, pero armados con misiles TOW. Desde la llegada de la Vickers, habían pasado 102 años sin que pintara una tecnología tan capaz de transformar la guerra como los robots.

Pero la revolución está en lo cuantitativo: aquellos robots aéreos mancionados, todos de ala fija y U$ 2,5 millones la unidad, hoy ya son obsoletos por tamaño y costo. Un cuadricóptero FPV sin pretensiones tiene menos autonomía, pero es indetectable, inatajable y cuesta 5000 veces menos.

Los «tories», esas eternas Casandras de la política británica, partidarios a todo trance del rearme de Su Graciosa Majestad, lloran porque el Royal Army tiene más caballos de desfile que tanques. Y es cierto.

Sólo que desde 2022 los tanques se han vuelto aún más inútiles y ceremoniales que los caballos.

UN POCO DE EQUINOTERAPIA

En su solitario plan de desburrar a nuestros militares y políticos, AgendAR acerca dos textos.

El segundo muestra el esfuerzo de FixView y ARG, viejos proveedores de INVAP y de la Fábrica Argentina de Aviones, para desarrollar láseres antidron. La tienen difícil.

Desde tiempos de Mauricio Macri, «dron» se ha vuelto mala palabra, salvo que sea israelí y muy, pero muy caro. Efectivamente, el Mauri canceló en 2016 todo el programa SARA, o Sistema Aéreo Robotico Argentino de INVAP, cuando ya apuntaba a un primer dron autónomo para el Ejército Argentino.

Ésta es la única fuerza armada argentina que mostró interés en adquirir drones propios. En parte por cierta tradición industrialista residual, pero también porque en la discordia de nuestras armas, el Ejército es la única sin activos en el cielo. Sí, ese sitio donde la Aviación y la Armada se rascan desde hace décadas, a caza de algún presidente o ministro ganosos de importar esa chatarra bélica occidental de descarte, su plato favorito. Ver el caso de los Viper F-16 daneses, añejos de 44 años, y hoy tan útiles como las boleadoras.

El comandante en jefe del Estado Mayor Conjunto, Brigadier General Xavier Isaac, nunca se atrevió a dar luz verde a esta compra hasta que pintaron Javier Milei y el ministro Luis Petri, gran alivio. Esto confirma todos mis prejuicios sobre las cúpulas aeronáuticas posteriores a 1955. Hago excepción de los 13 brigadieres dados de baja deshonrosa en 2005 con una causa armada por presunto tráfico de cocaína. Todos héroes de Malvinas condecorados por el Congreso, y encolumnados tras el Briga Gral Carlos Rohde.

Rohde sí que metió los dedos en el ventilador. No tenía maldita la intención de comprarle equipos a la OTAN, que consideraba una fuerza hostil. Fue el mayor promotor de la fabricación de radares argentinos por parte de INVAP, y tenía seguidores. Mire Ud. qué coincidencia.

Degollados en la cuna el desarrollo y la fabricación de drones argentinos, hoy INVAP está abocada a algún programa de defensa contra drones del que prefiere no hablar. Con el nivel de experticia y de honestidad vigentes en materia de defensa desde el 10 de Diciembre de 2023, ese elocuente silencio tiene motivos.

Spoiler alert: FixView y ARG pelean por su vida, en soledad, y a espera de tiempos menos podridos. Son las empresas que iban a desarrollar los sensores ópticos y sistemas de puntería no sólo de los drones SARA, sino del Pucará Fénix. Proyecto dado de baja por adivine qué Brigadier General. Sí, ése.

Dado que la conversión de energía eléctrica en energía radiante de los láser es muy ineficiente, con estos emisores de luz coherente color verde no derribás drones FPV ni tirándoselos encima. No es un problema de la tecnología argentina. El US Army y la US Navy quieren láseres para derribar los drones kamikaze que les regalan los Houthi en el Mar Rojo. Eso, para no quemar plata usando misiles inteligentísímos contra misiles de crucero, que clasifican como drones de ala fija bastante pavotes, pero baratos y numerosos.

Para no quemar plata, están quemando más plata, algo que al Pentágono y sus cinco grandes contrasitas de defensa se les da genial. Hasta ahora, a un dron atacantes, sea misil crucero o una mínima mosquita FPV, quizás les enceguecés las cámaras en un día claro y sin humedad, o le quemás los chips de navegación. Eso si tienen la cortesía de quedarse quietos para la foto.

Pero si ya te vieron y vienen por vos, date por muerto. Otros sistemas electrónicos de defensa, como la interferencia de los sistemas de comunicación o guiado de un FPV, muy probados o más bien reprobados en Ucrania, no sirven de nada si esa mosca voladora ya está apuntada hacia vos y en trayectoria final.

Ya sin ánimo de spoilear, mando un texto sobre drones FPV de Inna Varenytsia, ucraniana, corresponsal de guerra multimedia desde hace más de 10 años. Es una revista exhaustiva de la historia de este arma nueva, el FPV, y de sus perspectivas. Lo mejor que pude leer hasta el momento, y estoy en el tema desde… ¿el siglo pasado? Joder, era joven. Bueno, no mucho.

Varenytsia es fríamente imparcial, pese a creer -sin fanatismo- que el proceso descentralizado de desarrollo de drones FPV de Ucrania es cualitativamente superior al ruso, más centralizado y burocrático. En mi irrelevante opinión, eso fue cierto hasta 2024, cuando Rusia creó oficialmente el Centro Rubicón para tecnologías militares robóticas.

Rubicón transforma a irrelevantes videogamers en letales pilotos acrobáticos de FPVs. Los mejores son capaces de zigzaguear a 300 km. por hora a través de redes, puertas, ventanas y otros obstáculos, y colarse en el ánima de un «Howitzer» estadounidense de 155 mm, y Bang. Rubicón forma a «los pibes», y luego los reparte en las unidades de combate, en una redefinición aeronáutica del rol de francotirador.

Mezclando gamers, nerds e ingenieros industriales, Rubicón hace otra cosa más: genera nuevas tecnologías militares FPV de forma descentralizada, en general por ingeniería inversa de las últimas novedades ucranianas en la materia. Cuando Rubicón tiene algún «game changer», propio o ajeno, lo deriva directamente a los fabricantes estatales o privados, sin molestarse mucho en avisar a los carcamanes del Ministerio de Defensa.

Rubicón era el nombre del arroyito cercano a Roma, que ningún general romano victorioso podía atravesar a la cabeza de sus ejércitos sin ser considerado un golpista. Volviendo de una campaña exitosa, la conquista de las Galias, Julio César lo cruzó sin ascos y cambió la historia de su patria y de toda Europa. El nombre del Centro Rubicón informa al resto del mundo: «Ojo que aquí venimos».

La doctrina de adquisición militar rusa se está simplificando. Cuando copian a los ucranianos, lo que buscan no es tanto perfeccionar los drones sino hacerlos más fáciles y baratos de fabricar en masa. No importa tanto que los drones de los ivanes del este sean mucho mejores que los de los ivanes del oeste, sino que sean muchos más.

En Octubre de 1941 los alemanes estaban a las puertas de Moscú, el 23% de los integrantes del Ejército Rojo había nacido en Ucrania, y en su balcón sobre la Plaza Roja, el Padrecito Josip Stalin fumaba su pipa, pensativo, y miraba desfilar miles de tanques T-34. Fabricados a la que te criaste, no habian sido siquiera pintados y los manejaban, a la que te criaste, unas tripulaciones de adolescentes casi libres de entrenamiento.

Rodaban directo hacia el frente, en Krasnaya Polyana, a sólo 15 km.

Ahí el Tío Tolba, mirando rodar ese estrepitoso e interminable río de acero, tuvo una de sus frases: «Hay algo cualitativo en lo cuantitativo».

Lo dicho, no hay como los ucranianos para hacerle recordar a los rusos de qué modo pelean los rusos.

Daniel E. Arias

(Esto sigue. Los drones y las largas guerras de desgaste, como fue la carnicería en la Gran Guerra de 1914/18. Y, lo quemás nos interesa, cuáles sons las capacidades argentinas en este escenario)