El radiotelescopio en San Juan: 10 años de imbecilidad de nuestra Cancillería

El proyecto de Radio Telescopio Chino Argentino (CART, por sus siglas en inglés), aparato de cuarenta metros de diámetro en la Estación Astronómica Carlos U. Cesco, en la localidad de Barreal (San Juan), lleva muchos años de desarrollo, no faltan idiotas que lo consideran un radar militar chino», y aunque la periodista científica Nora Bär y la Universidad Nacional de San Juan certifican el proyecto sigue vivo, desde 2015 y a lo largo de 3 gobiernos intenta parecer muerto. Y con todo éxito.

Con el entusiasmo del gobierno de Milei por lo chino y lo científico, doblemente muerto. Y sin embargo a la siempre imparcial Nora Bär le creo, y a la UNSJ le doy el beneficio de la duda. Ahora le cedo la palabra a Matías Alonso, también periodista científico de la Universidad Nacional de San Martín, UNSAM. Y después digo lo mío.

Ud. sacará sus propias conclusiones.

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Del CART se empezó a hablar alrededor del año 2004, y en 2012 la Universidad Nacional de San Juan (UNSJ) firmó un convenio con la Academia de Ciencias China. Tres años más tarde, se firmó otro acuerdo, que esta vez también incluyó al CONICET, a la provincia de San Juan y a observatorios astronómicos de China. Esta cooperación internacional posibilita que investigadores argentinos puedan beneficiarse del uso de un instrumento científico al que sería imposible acceder de otra manera.

En junio de este año debía renovarse el convenio pero el CONICET no da respuesta, por lo que algunas piezas para la construcción del radiotelescopio están varadas en la Aduana sin que puedan ser liberadas, aunque toda la documentación esté en orden.

Jorge Castro, decano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UNSJ, explicó: “Con la Academia de Ciencias de China tenemos un vinculo de más de 30 años en astronomía. Y en los últimos 10 años se hizo un nuevo convenio para la instalación de este radiotelescopio, con una antena de 40 metros de diámetro y una altura de 60 metros de alto. El acuerdo se venció en junio último y esperábamos renovarlo en las mismas condiciones pero, no diría que tuvimos un no, sino un silencio total que nos hace pensar que es una negativa de parte de la Nación para renovar el acuerdo”. Esta semana, el Consejo Superior de la UNSJ emitió un comunicado en el que expresó su preocupación por la detención de este proyecto dedicado a la investigación científica.

Del CART se empezó a hablar alrededor del año 2004, y en 2012 la Universidad Nacional de San Juan (UNSJ) firmó un convenio con la Academia de Ciencias China.

Según Castro, “cuando cayó el acuerdo lo primero que hicimos fue contactarnos con el CONICET pero políticamente fue desplazado por la Secretaría de Ciencia y Tecnología. Después no dijeron que habláramos con la Secretaría de Políticas Universitarias y luego otra vez con Ciencia y Tecnología, y ahí nos dijeron que la última palabra la tenía Cancillería, pero nunca nos dieron respuesta sobre qué funcionario estaría encargado del tema. Desde ese momento el silencio de Nación es absoluto”.

El radiotelescopio tendrá dos funciones principales. Por un lado, tiene la capacidad de observar satélites y eso mejorará las tecnologías de GPS y de los satélites de observación de la tierra. Por otro, también puede ver al espacio y detectar las ondas de radio emitidas por galaxias lejanas. Funciona de forma similar a un telescopio, pero en lugar de observar la luz emitida por los cuerpos celestes observa las ondas emitidas en otras frecuencias.

Una de las trabas que está intentando poner el Gobierno Nacional, más allá de su mutismo, es obligar a todas las instalaciones de observación astronómica a que pidan un permiso al Ministerio de Defensa. Esta semana sacó una resolución que solamente dice eso. “Pensamos que se hizo pensando en nosotros pero ya tenemos una autorización del Ministerio de Defensa emitida en 2016, por una conducción política similar a la actual. Quizás lo hicieron para buscarle una excusa a la suspensión del proyecto, pero técnicamente no es correcta”, expresó Castro.

Como las ondas emitidas por fuentes astronómicas llegan muy débiles a nuestro planeta es necesario que los radiotelescopios sean muy sensibles y por eso es que su antena es tan grande. También deben ubicarse lo más lejos posible de poblaciones para poder evitar las interferencias con ondas terrestres. Existen muchos de estos radiotelescopios en el Hemisferio Norte pero es mucho más difícil encontrarlos en el Hemisferio Sur. En parte, porque este último está cubierto por agua en mayor proporción y, por otro lado, porque el costo de estas instalaciones es muy difícil de afrontar por países del sur global como la Argentina. Por eso, los pocos que hay, se dan en colaboración con instituciones de países centrales.

El 3 de septiembre llegó un cargamento con piezas para el acople del instrumento principal pero, aunque toda la documentación está en regla, la Aduana no las libera para que sean llevadas a San Juan. “Si bien las universidades argentinas tienen la potestad de firmar acuerdos científicos con instituciones de igual naturaleza del mundo, entendemos que dada la envergadura de este proyecto, es aconsejable que también participe el organismo de ciencia de la Nación. Si no tenemos ese acuerdo nos va a seguir pasando esto de que retengan piezas en la Aduana sin ninguna justificación técnica. Como no son claros, como no dicen nada, no podemos buscar alternativas para intentar nuevas vías para seguir con esta instalación científica”, dijo Castro.

El radiotelescopio funciona de forma similar a un telescopio, pero en lugar de observar la luz emitida por los cuerpos celestes registra las ondas emitidas en otras frecuencias.

A fines de septiembre también se dio una situación particular en la zona prevista para la instalación, en la que un avión de la Fuerza Aérea estadounidense visitó el área. La aeronave, que es usada por la Embajada de ese país, aterrizó en un aeropuerto privado cercano pero solo estuvo ahí unos minutos. Según se informó, viajaban tres personas que bajaron del avión, caminaron unos minutos sin alejarse mucho de este y luego volvieron a despegar.

“Todo el personal del radiotelescopio es gente de la universidad, científicos, contratados y de planta. Pero no hay ninguna razón para que haya personal militar, ni argentino ni chino. Es un proyecto científico y la universidad argentina es muy celosa ante posibles interferencias que se puedan alejar del proyecto original. Las instalaciones están completamente abiertas a quien quiere ir a visitarlas. Se manda un mensaje y se le hacen todas las acciones protocolares que tenemos para los visitantes, se muestran los instrumentos, el avistaje del cielo, sacan fotografías. Toda persona que quiera venir a conocer puede hacerlo. Es público y toda la gente de acá lo sabe”,  dijo Castro

“Lo que están pidiendo es incomprensible. Todo hace pensar que quieren cancelar el proyecto y no dejarnos continuarlo. Solo el instrumento sale 15 millones de dólares, todo aportado por China, y no podríamos acceder a algo similar por nuestros medios. Que se haya empantanado de esta manera es increíble. Los chinos dicen que ellos pueden instalar un instrumento de estos en su país en 11 meses. Acá llevamos 11 años y cada vez se ve más lejos la finalización. Es un cientificidio deprimente”, concluyó Castro.

Matías Alonso

Comentario de AgendAR:

RADIOTELESCOPIO DEMASIADO CHINO PARA NUESTRA CANCILLERÍA

En 2006 el periodista científico Quique Garabetyán y quien firma dábamos clases de comunicación social en el Observatorio de Leoncito, San Juan. Trabajamos por convenio entre la Secretaría Nacional de Ciencia y Técnica y la FATPREN, la Federación de Trabajadores de Prensa. Es el mismo sitio donde desde hace 11 años una recua de imbéciles de distinto pelaje (pero parecido) viene trabando la puesta en marcha del mayor observatorio radioastronómico del hemisferio Sur, ya construido, porque les parece demasiado chino.

Con sus cinco telescopios, sus dormitorios más bien espartanos y su comedor para unas 60 personas, desde los años ´60 el CASLEO (Complejo Astronómico de Leoncito) fue una instalación «de servicios». Eso significa dedicada a formar graduados argentinos y visitantes de otros países en astronomía óptica.

Desde principios de siglo ya casi no pasan ni pernoctan astrónomos extranjeros: prefieren teledirigir los telescopios por internert, y recibir sus imágenes en sus propios países, según convenios de uso firmados entre sus universidades y la Universidad Nacional de San Juan. ¿Para qué se van a costear hasta esta cima cordillerana pelada en un desierto estricto y remoto, si pueden trabajar casi desde sus casas?

Toda la hotelería del CASLEO hoy funciona a un porcentaje bajo de su capacidad, porque todos los cinco telescopios son telecomandados como robots. Por supuesto, hay cola para anotarse. El CASLEO no será tan poderoso como los observatorios en Chile, pero son nuestros y están en territorio nuestro. Las Campanas y Cerro Tololo son territorio diplomático europeo y yanqui, tan intocables para los chilenos de a pie como embajadas.

La ubicación sanjuanina y remota del CASLEO, esta especie de monasterio Shaolín (pero con telescopios) fue elegida por la Universidad Nacional de San Juan y la SECyT. Está a 2552 metros sobre el nivel del mar, a 35 kilómetros de distancia horizontal y 900 metros de altura sobre Barreal, un pueblito gravemente pituco, habitado los fines de semana por la gente de paladar negro y bolsillos profundos de San Juan Capital.

Barreal no se ve desde el CASLEO ni viceversa. Es un mínimo punto verde, con río al pie, en una llanura desaforadamente amarilla.

Al fondo del horizonte, ya en el límite con Mendoza, te espían, adustos y blanquísimos, el cerro Mercedario y el Aconcagua, ambos de casi 7000 metros. A su alrededor acampan, en plan piquetero, muchos otros monstruos también blanquísimos, también temibles, y que arañan los 6000 metros, cada uno con algún nombre. Y algunos nunca escalados, por lo remotos.

AQUÍ ABAJO NO SOBRAN LUGARES

Por la irremediable ausencia de alumbrado público (Barreal no le hace mella a la oscuridad), Leoncito debe ser el lugar de noches más negras y más estrelladas de la Argentina. «La noche unánime», como dijo Borges, que dicen también fue astrónomo.

Sólo el Abra de Punta Corral, a 4000 metros de altura y en Jujuy, tiene noches más renegridas. A ojo pelado, en ambos sitios se ven estrellas que uno ni sabía que existían. De ésas que algún nombre tendrán, tal vez griego o sumerio, aunque más probablemente sean un código alfanumérico en algún catálogo. En el CASLEO es como si todas se te vinieran encima.

Entre enanas blancas y marrones, soles de tipo G como el nuestro, y titanes rojas y azules, sobran estrellas de todo tipo en el universo. Y mucha materia oscura que no emite ningún tipo de ondas conocidas y que jamás veremos, y que además parece concentrar casi toda la masa del universo. Hay lo que quieras ya catalogado, y lo que quieras por descubrir, describir y nombrar, pero lo que falta son sitios terrestres perfectos para ver esas cosas. Y especialmente, como dice Matías Alonso, en el hemisferio marino, es decir el sur.

Para repetir El Leoncito en el Abra habría que subir centenares de toneladas de materiales de construcción (y los de uso científico, pesados y frágiles) a lomo de humano o de mula desde Tilcara, 2 kilómetros verticales abajo y caracoleando por picada entre precipicios. Esas inversiones científicas no se hacían ni en tiempos del finado presidente Arturo Illia.

En suma, que si querés hacer astronomía óptica en Argentina, podés elegir entre el CASLEO o la nada.

El resto son los observatorios de Bosque Alegre, en Córdoba, el de La Plata, en la capital bonaerense, los porteños de la Asociación Argentina de Amigos de la Astronomía y los varios del Colegio Nacional de Buenos Aires, todos lindamente equipados en materia de fierros y cerebros.

El del CNBA tiene un espectacular telescopio reflector Schmidt-Cassegrain, con el que en 1930 todavía se podían hacer descubrimientos en planetología local. De yapa, hay otros reflectores y refractores donados, dos de ellos hechos artesanalmente por el naturalista Carlos Gondell, expresidente de Amigos de la Astronomía. Tipazo. Se lo extraña.

Pero son notas al pie: en términos comparativos, sea por humedad o por contaminación o por lluvias, fuera del CASLEO de San Juan, los demás observatorios ópticos del país fenecen bajo una atmósfera húmeda y contaminada, cuya transparencia anual es la del dulce de membrillo.

Ahora bien, ver el cosmos dentro del espectro electromagnético estrictamente óptico, incluidos el ultravioleta, el infrarrojo y la luz visible, es como mirar la enormidad del mar a través del ojo de una cerradura. Te perdés lo principal.

Desde tiempos de los sumerios el ojo humano y esas prótesis del mismo que llamamos telescopios fueron EL modo de hacer astronomía. Pero desde la posguerra, si no abarcás el resto, inmensamente mayor, de las frecuencias y longitudes de onda, estás tratando de describir la realidad a ciegas.

El CASLEO nunca fue un observatorio óptico principal por algunos inconvenientes inherentes al sitio. Reina una heliofanía brutal (en Racing, decimos que no hay una maldita nube), y por más que la humedad relativa ambiente mida entre el 10 y el 30%, está la cuestión del viento adiabático (el que escala por las laderas). Es tan bestia que a las 9 de la mañana, cuando el sol empieza a torturar el mundo, literalmente te arranca la ropa. A ese viento lo llaman «El Conchabao», porque aparece siempre de mañana.

Al anochecer, se calma un poco. Entonces vienen los vientos catabáticos fríos que bajan las laderas por gravedad, como diáfanos aludes, desde la cordillera del Tontal. Lo cual genera un poco turbulencia, conspira contra la astronomía óptica (laburo obviamente nocturno), y además llena de polvo los equipos. Lo cual en 2006 hacía putear como un carrero al director del CASLEO, el doctor en astronomía Ricardo Duffard.

Mi memoria anda floja, pero lo recuerdo rubio, alto, seco, serio y chupado de mejillas, la viva imagen del caudillo uruguayo José de Artigas cuando se le tapaba la bombilla.

En 2007 el tipo vivía en overol, dirigiendo esa desolación parte de la semana, con un plumero en una mano y un destornillador en la otra, más en plan portero que director, «but somebody has to do the heavy lifting». El destornillador es esencial. En el aire reseco de esas alturas del Leoncito, la carpintería de madera se seca, agrieta y momifica. Entonces las puertas y ventanas se desquician (también el director), y entra un chiflete que te congela.

Aquel invierno de 2006 recuerdo haberle preguntado en un aparte a don Duffard si, aprovechando que la economía, el CONICET y las universidades públicas habían resucitado, no se le podía dar un sablazo al Dr. Héctor Carrere. Héctor era Subsecretario de Gestión Tecnológica, un tipo lleno de iniciativa, y tal vez pudiera hurgar los bolsillos del Ministro de Ciencia, a la sazón Daniel Filmus, para que éste pusiera unos mangos en un observatorio radioastronómico.

De estos tenemos uno solo en el bosque del Parque Pereyra Iraola, camino a La Plata, y pertenece al Instituto Argentino de Radioastronomía (IAR) de la Facultad de Ciencias Exactas de la UNBA. Aunque el radiotelescopio del IAR tiene dos antenas, no capta muy buen las altas frecuencias que le llegan del espacio profundo. Y es que ambas antenas están en la parte más húmeda de la Pampa Húmeda y de yapa en una zona baja y neblinosa.

La ubicación perfecta para esas antenas parabólicas gigantes serían las alturas secas, como las alturas del Tontal, es decir, el CASLEO. Trabajan en la otra punta del espectro electromagnético, el de las ondas de 3 kilohertz (kHz) hasta unos 900 gigahertz (GHz), lo que se traduce en longitudes de onda que van desde cientos de kilómetros de longitud hasta menos de un milímetro. 

El cielo emite de todo, y todo el tiempo, y casi todo es invisible, incluso de noche.

Esas antenas se traen por piezas en un jeep o un jeepón y ensamblan «in situ», a soldadora. Sus ventajas sobre los telescopios: ven cosas y fenómenos lejanísimos y enormes imposibles de captar en el espectro lumínico. Además, no requieren esos cuidados de novia finolis que exige el trasladar, como laboriosas hormigas, unas lentes y unos espejos perfectos de varios metros de diámetro (y no te digo las toneladas), y todo a alturas de sherpa.

Los radiotelescopios no tienen nada fácilmente rompible fuera de la electrónica, que siempre es una perra. Y del software ni hablemos. Pero al menos no son cosas caras, se hacen y se arreglan en casa y rara vez requieren de mecanismos de relojería. Onda que en 2006 sí se podía manguearle un radiotelescopio «made in Argentina» a Daniel Filmus sin yanquis, sin plata ajena y sin matar las ciencias aplicadas.

«Hay planes de hacer algo por el estilo, Arias», me contestó Duffard, sin vacilaciones.

Ambos dimos por sentado el «habemus telescopium», dos perfectos giles. La Argentina acababa de salir de la morgue postmenemista y parecía atlética y sana, y no sólo del PBI sino especialmente de la cabeza.

Nunca te confíes en esas resucitaciones.

Nuestro país es un Lázaro que sale de la tumba tarde, y poco, y mal, y le gusta volver.

DEDO ACUSADOR

Y si querés buscar los que se encargan de poner a nuestro ispa de nuevo en su tumba, vas a encontrar unos cuantos en nuestra Cancillería, algunos NyC y de carrera, otros nombrados a dedo y el pedo y de paso. Encontrarte un patriota y un experto en esa mersa fina es difícil. Más o menos como recuperar aquel collar de diamantes de tu tatarabuela en la bosta de un feedlot.

El CART está joya, terminado, finished, perfectum est, chiche bombón, pipí cucú, al decir de Carlitos Monzón. Pero no se se pondrá en línea mientras los vándalos del macrimileísmo mantengan su poder virreinal, o patinen y se caigan de una vez y pierdan toda posibilidad de recuperarlo, sin que importe en qué helicóptero se fuguen ni bajo qué sello se disfracen para volver.

Nuestra Cancillería vive afligida siempre por su atemporal y pazguata biota idiota, intercurrida por algunos casos «hard core» de genuflexión pública y púbica ante el State Department. Hablo del explícito y carnal Guido di Tella, para los viejos que lo recuerden. Pero desde 2015 sobrevino la siguiente ringla de ministros de Relaciones Exteriores: Malcorra, Faurie, Solá, Cafiero, Mondino y el actual Werthein.

Susana Malcorra los resume a todos: no creo el CART le quitara el sueño. La ciencia no es lo suyo. Ni siquiera es argentina, como mandan las leyes argentinas a los cancilleres argentinos.

Optó por la ciudadanía española hace tiempo, ejerció de cancilleresa de Mauricio Macri desde diciembre de 2015, y en 2017, cuando le cayó la ficha de que pese a su ínclita genuflexión ante el State Department jamás sería Secretaria General de las Naciones Unidas, dejó el cargo para volver a España. Siga participando, Susana.

No hay dolo en tener doble ciudadanía, o incluso triple, como los de jamón, queso y tomate. Sí lo hay (y no poco) en mantenerla cuando se está en funciones de ministra de Relaciones Exteriores. Desde ese sitial no recuerdo que Malcorra haya firmado maldito el papel que ayudara a su país (bueno, me refiero a éste).

Su presidente, ya desde tiempos en que era apenas un candidato sin más esperanzas o mérito que haber sido dueño (bueno, presidente) del Club Boca Juniors, siempre fue más amigo de la astrología que de la astronomía. Echó pestes de la presunta «base militar china en Bajada del Agrio, Neuquén».

¿Muy militar, expresidente? De fierros no entendés mucho, pero si son chinos molestan a tu jauría de paladares negros, aunque no cumplen función bélica alguna.

Esa antena queda lejos de todo sitio poblado porque necesita de un silencio radioeléctrico perfecto. Sólo fungen de C3, o Comando, Comunicaciones y Control de la flota satelital china, y la de otros países que comparten misiones satelitales con China. Hay tres antenas de éstas en total en todo el mundo, pertenecen a la China Satellite Launch and Tracking Control General (CLTC), y la de Neuquén es la única en el hemisferio sur.

Para más datos, el sitio es de propiedad y uso de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales de la Argentina (CONAE), que de paso y cañazo aprende a controlar sondas espaciales en el Sistema Solar. La antena es por fuerza enorme: controló y controla todas estas misiones espaciales chinas «de espacio profundo», y necesita emitir y recibir señales desde la Luna y desde Marte.

Es como una tremenda bocina en radiofrecuencia, y también una gigantesca oreja. Supongo que eso lo entiende incluso un ingeniero, que los hay, con un profundo desamor con la tecnología y títulos comprados desde la secundaria.

Las misiones lunares son las Chang’e 3, 4 y 5. La última volvió a Tierra hace no mucho con muestras del suelo lunar. De modo que la Argentina se entera de cómo es el suelo lunar.

La misión marciana es compleja: se llama Tianwen 1 y consta de un módulo en órbita, otro de amartizaje y un tercero deambulador por superficie, tipo «rover». Todo eso requiere de mucho ancho de banda, potencia de emisión, y capacidad de captación de datos desde una distancia de 300.000 km. Entiendo que Macri se alarme de recibir información desde un planeta rojo, pero éste existe.

Van bondis escolares neuquinos a ver esa madre de todas las antenas, en excursión, y a pedido de colegios en general públicos. Los guías los pone la CONAE, porque el chino se habla poco en Neuquén.

El maldito secretismo chino, mirá bo´.

LA PARTE ÉTICA DE LAS AGENCIAS ESPACIALES

En su Centro Espacial Teófilo Tabanera, en Falda del Cañete, las antenas de la CONAE (Comisión Nacional de Actividades Espaciales) controlan desde 1996 todas los satélites y constelaciones satelitales de Argentina. También las de agencias espaciales de otros países, algunos tan corrosivamente comunistas como los Estados Unidos, Italia, Brasil, Francia, Dinamarca y Canadá. Créase o no, desde Córdoba hemos controlado y aún controlamos algunos de sus satélites.

Es laburo colaborativo, y forzado por lo caros que son los centros espaciales y lo redonda que es la Tierra. Cuando pasa algún satélite yanqui en órbita polar helisincrónica sobre Falda del Cañete, está fuera de alcance de las antenas terrestres de la NASA en territorio estadounidense.

Por ello les hacemos la gauchada de bajarle data de imágenes a su satélite huérfano, y subirle data de navegación. Uno puede ver cómo las dos antenas del precio se mueven siguiendo la trayectoria del satélite, generalmente a baja altura (hasta 1000 km). La info se la mandamos al dueño del satélite por internet de fibra óptica. Las instrucciones de navegación nos llegan desde la NASA por la misma vía.

La astronomía y su contrapartida, la observación de la Tierra desde el espacio, son colaborativas. Las agencias espaciales de Estados Unidos, Italia, Brasil, Francia, Dinamarca y Canadá, llamadas respectivamente NASA, ASI, AEB-INPE, CNES, DSRI y CSA tienen antenas dedicadas al C3, o Comando, Comunicaciones y Control de nuestra ínfima flota satelital en órbita baja, que los gobiernos de los últimos diez años no hay tratado siquiera de reponer. Hoy se ha reducido a los satélites SAOCOM-A y SAOCOM-B.

No obstante, ni Macri ni su ilustre caterva de plastas y de runflas finos en el Palacio San Martín, y tampoco Javier Milei ni su canciller al uso, Gerardo Werthein, echaron pestes jamás de la Denmark Space Research Agency, pese a que estos nórdicos descendientes de saqueadores de conventos han controlado nuestros satélites, así como nosotros los de ellos.

No son relaciones carnales, como las que predicaba don Guido, calzones en mano. Son puro toma y daca entre iguales. La ciencia básica internacional es cara para las espaldas de un único país, de modo que en general funciona así.

Es que la DSRA es una puta agencia científica con la que intercambiamos figuritas toda vez que podemos. No es una agencia de espionaje o una base militar de la Flyvevåbnet, la Real Fuerza Aérea Danesa. No tenga miedo, no van a desembarcar vikingos en paracaídas sobre su quinta de Los Abrojos, ingeniero.

Vuelvo al tema de la antena de radioastronomía de la Universidad Nacional de San Juan. Creo que no está ni vivo ni muerto.

Hace casi 10 años que podría haber estado en operaciones, pero no. No creo que la orden de congelar esta antena venga del CONICET, hoy regido por un clonador de chanchos sin ninguna en dirección de científicos, y cuyo cargo los mal pensados creen que se debió a haber clonado (o intentado clonar) a un perro que se llamó Conan. Tampoco creo que el CART haya muerto en la Secretaría de Ciencia y Técnica, SECyT, dirigida (?) por un licenciado en administración de empresas.

Me quedo con dos opciones: o bien la lista de cancilleres enlistada «ut supra», incluidos los dos nacionales y populares (?) del gobierno (?) de Alberto Fernández, sabe un comino de derecho espacial ni le importa. Esto es indiscutible, pero me inclino más por una segunda opción: todos ellos entendieron perfectamente los «white papers» que suelen llegar por mensajero en mano desde La Embajada. Sí, ésa.

Vos abrís el sobre blanco de papel excelente, pero sin membrete, y la cartita igualmente libre de membrete o firma, ladra con gentileza «hagan esto» y «no hagan lo otro», o viceversa. Y si uno ha sido educado para lamer trastes, o es adicto innato a ese deporte, se cuadra y obedece. Cancilleres de esos, tuvimos y tendremos bocha.

Mi hipótesis es que dichos ukases proclaman secretamente que está prohibido asociarse con la la Academia de Ciencias China para hacer nada, ni siquiera astronomía. No importa si la guita en fierros la pusieron mayormente los chinos, no importa si podemos compartir en igualdad los resultados científicos de los observatorios de ellos, todos en el hemisferio norte.

Esos ya están construidos y funcionan en red. El nuestro fue construido al cuete por China con guita china, porque la banda del Palacio San Martín recibió instrucciones específicas desde el edificio Harry Truman.

EL CART NO DEBE PONERSE EN LÍNEA.

Siempre dándonos ordenes. Esos malditos chinos imperialistas.

Daniel E. Arias

VIATSS UNSAM - Matías Alonso