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Cosas en las que vale la pena imitar a Chile
Por todo lo que antecede por nuestra historia con el virus hemorrágico Junín (o tal vez, pese a ello), el virólogo chileno Oliberto Sánchez nos considera un referente regional. Su plan «A» consiste en que hagamos en conjunto los estudios de fase 1, 2 y 3 de la vacuna en humanos, hasta llegar -si es buena- a su licenciamiento por las autoridades regulatorias de ambos países. Es un camino largo y caro.
El “plan B” que nos propuso a continuación Sánchez, es más «de bomberos»: el uso terapéutico de sueros de sobrevivientes en las emergencias. No es de lo más prolijo en términos inmunológicos y de sanidad, pero en la Argentina, desde la irrupción del virus Junín en 1958, viene salvando miles de vidas. Con la vacuna Candid #1 que el Instituto Maiztegui empezó a producir a partir de 2006, se logró acorralar geográficamente al Junín en la Pampa Maicera porteña, dentro de en un cerco biológico formado por 250.000 personas en riesgo vacunadas.
En 2018, sin embargo, vemos que el Malbrán y el Maiztegui han estado paralizados por 3 años consecutivos de reducciones presupuestarias e insumos de laboratorio dolarizados en el área Salud. De modo que con esta emergencia del hanta de cepa Andes Sur no se pudo echar mano siquiera del viejo truco (brutal pero efectivo) del uso de plasma de sobrevivientes.
El hanta Andes Sur no tiene parentesco taxonómico con el Junín, y no se comporta igual. El Junín tiene una incubación de al menos 2 semanas. En cambio, con el hanta andinopatagónico, el pasaje de pródromo (enfermedad latente) a desenlace es veloz. En pocos días, el enfermo se cura –y más gracias a su propia inmunidad que a la ribavirina-, o se muere por edema pulmonar o cardiopulmonar.
Aquí el respirador mecánico salvó vidas, pero los chilenos han probado algo más sofisticado cuando los pulmones están demasiado “encharcados”: un equipo cardiopulmonar totalmente diferente, más parecido a una máquina de diálisis renal. Se hace circular extracorporalmente por bombeo la sangre del paciente, y ésta se libra de dióxido de carbono y se recarga de oxígeno circulando a través de membranas de teflón microperforadas, para luego reinyectarse en la circulación del paciente. No es barato ni libre de riesgos.
Desde 1998 los argentinos y chilenos fuimos advertidos por la doctora Paula Padula, del Malbrán, que el hantavirus cepa Andes Sur es el único, entre centenares de otros hanta del mundo, que logra transmitirse no sólo de ratones a personas, sino entre personas. Y lo hace mediante el mismo mecanismo: el estornudo, tan efectivo y tan banal, y que tanto le funciona a las gripes pandémicas A. Lo dicho, tenemos una bomba de tiempo con potencial pandémico que hace tic-tac desde principios de los ’90.
Hasta hoy, el virus ha tenido la cortesía de propagarse mayormente desde ratones colilargos a humanos dentro de la ecorregión andinopatagónica, y con la interfase ciudad-bosque como zona de contagio primario. Pero estamos jugando en tiempo de descuento.
Este año, pese a la atención excelente que constaté en persona en la muy bien organizada guardia del Hospital Provincial de El Bolsón, hubo familiares y profesionales que se contagiaron en la Unidad de Terapia Intensiva. Hace 21 años que se publicó el informe de Padula pero no fue muy distribuido, y en este nuevo brote parecía olvidado. ¿Estamos esperando que el problema de este hanta Andes Sur nos lo solucione el Ejército de los EEUU, como sucedió con el Junín, o de que se vaya solo?
Si es así, estamos en problemas. Eso de desaparecer del radar es justamente lo que el hanta patagónico hace mejor, y durante años enteros: se borra. Aunque se ha dicho más de una vez que los brotes recurren en concordancia con el “boom” de malezas secundario a las lluvias extraordinarias en años de Niño. Pero esto sigue sin investigarse a fondo.
El primer brote argentino registrado ocurrió en El Bolsón en 1996, el trabajo de Padula se publicó 2 años más tarde, y desde entonces el hanta Andes Sur, en sucesivos y breves brotes, mató a 120 personas. En Chile la interfase ciudad-bosque es mucho mayor por lo exiguo del territorio. Tal vez por ello el primer caso chileno es anterior al nuestro, y el seguimiento, más atento: ellos hablan de casuística anual mientras aquí corremos tras la pelota. Pero ellos tienen otros recursos, y son de sentido común.
Primero y principal, están atacando con controles biológicos a las poblaciones de ratones colilargos (Oligoryomis longicaudatus), en el reservorio favorito (no sabemos si único) del hanta Andes Sur. Desde 2002, la Corporación Forestal Chilena (CORFO), clavando cajas de buen tamaño en los árboles, le facilita la nidificación a dos aves predadoras patagónicas del colilargo: las lechuzas de campanario, que los transandinos llaman “de cara blanca”. La misma solución habitacional vale para los lechuzones de campo, “búho cornudo” en la patria de O’Higgins, “lechuzón de campo” en la de San Martín, y Asio flammeus para los científicos.
La movida produce, en promedio, que cada casal reproductivo de lechuzas de campanario tenga hasta 30 pichones viables/año, los que sobreviven la crianza y se dispersan como juveniles.
Dada la voracidad de estos estrigiformes, cada nido artificial en un árbol transforma a 5000 colilargos/año en alimento balanceado para lechuzas. Incluso cuando está libre de demandas familiares, una de campanario (Tyto alba por su nombre científico) transforma cada noche a 5 ratones en canapés empaquetados en fino pelo de roedor. Miralo al Tyto…
Si la estrategia está dando resultados es conjetural. No hay evidencias de que lechuzas y lechuzones le peguen más al ratón colilargo que a otras especies de roedores presuntamente libres de hantavirus, pero, dicho en favor de los chilenos, apuntar a TODOS los ratones con un control biológico es apuntar bien. ¿Quién puede jurar sobre la Biblia que el virus Andes Sur va a ser buenito y quedarse en el Oligoryzomis longicaudatus, en lugar de mutar y colonizar a otros ratones?
Por lo pronto Chile tiene una casuística que no progresa mucho desde los ’90, aunque sus ciudades andinas invadieron el bosque SIEMPRE. Las nuestras sólo lo hicieron a partir de la expansión de los ejidos municipales sobre tierras fiscales, fenómeno posterior a la reforma constitucional de 1996. Esto podría explicar que ellos detectaran el hanta antes que nosotros.
Frente a nuestra catatonia ante el Andes Sur, el accionar chileno parece casi hiperactivo. ¿No podríamos anillar los crecientes perímetros de las ciudades patagónicas con cajitas en los árboles, no mucho mayores que los 70 cm. de alto que mide un lechuzón, donde aniden felices nuestros propios estrígidos patagónicos? Tenemos varios candidatos compartidos para darle la biaba al colilargo, según la célebre guía de Tito Narosky. Un arma aquí mínima pero tal vez por ello muy abundante es la lechucita de las vizcacheras (Athene cunicularia).
Tanto chilenos como argentinos estamos pagando el crimen, idiotez o ambas de haber barrido con los zorros grises y colorados, suponiendo que con lo primero protegíamos a las ovejas, y con lo segundo enriquecíamos a los peleteros. Lo primero no era cierto.
La movida contra el zorro gris (Lycalopex griseus) no nos llenó de ovejas, pero sí de ratones de muchas especies distintas, y eso trae consecuencias. Si hoy nos faltan zorros y sobran ratones, ¿podemos “resembrar” la interfase ciudad-bosque de lechuzas y búhos? No hace falta que se ocupe el Secretario de Salud de la Nación, dedicado hoy más a aplicar ajustes que a garantizar que este brote no pase a mayores.
Hasta que pinte un nuevo gobierno, nuestros investigadores quedaron “knock-out”. Tan pobres están los laboratorios nacionales de salud que en plena emergencia, el más experimentado de ambos en virología del hanta (el Maiztegui, de Pergamino) fue eliminado de la ecuación con el argumento de que “alcanza con el Malbrán”. En realidad, la Secretaría de Salud debería estar empleando AMBOS institutos contra el hanta Andes Sur, y fundar un tercero tan calificado y equipado como el Maiztegui, ubicado en el frente mismo de batalla, en una ciudad como El Bolsón, y dotar a su hospital de mayores recursos humanos y técnicos.
Y mientras tanto esto no sucede, porque no hay modo de que suceda con esta administración, a sembrar lechuzas, amig@s, a llenar los árboles de cajitas como hace CORFO en Chile. Son baratas, quizás sirva y esta iniciativa la puede encabezar cualquiera, desde los intendentes a los periodistas radiales de los valles lacustres de Rio Negro, Chubut. Lo pueden hacer los escolares. Lo pueden hacer los boy-scouts.
Luego, tal vez, volvamos a tener, malo o bueno, un gobierno nacional. Y ante el peligro de un hanta epidémico o pandémico, alguna respuesta concreta tendremos que darle a la propuesta de los chilenos.
Daniel E. Arias