A pesar del actual «veranito financiero»-un precio del dólar que se mantiene quieto o baja desde hace semanas, acciones que suben, riesgo país que baja- aquellos que están convencidos de la necesidad de llevar a la economía argentina a «abrirse al mundo», están desilusionados por completo con la administración Macri.
A no engañarse: estos sectores no tienen -ni han tenido, desde el colapso de la UCEDÉ- representación política explícita. Pero son muy influyentes en la formación de opinión, especialmente en los niveles de dirigencia, y cuentan con un apoyo social minoritario pero no insignificante. Y su desilusión es concreta: piensan y dicen que Macri no ha reformado (recortado) la legislación laboral, no hizo la reforma previsional, no… Miran a Chile, a lo que Bolsonaro promete, y piensan que los malos resultados de la gestión Macri: recesión, baja del PBI, endeudamiento, no se deben a lo que hizo sino a lo que no hizo.
Entre los economistas más mediáticos vinculados a este pensamiento, ha empezado a circular la idea de la dolarización. Y algunos de sus oponentes políticos la ven como una amenaza real. Queremos publicar en AgendAR parte de esta columna de Walter Graziano, un economista también mediático, que muestra las dificultades prácticas que hacen irreal esa idea. Pero, como dijimos al principio, son muchos los que -desde distintos espacios en la dirigencia argentina- piensan en los esquemas que reemplazarían al confuso y fallido «modelo Macri». No hay que creer que existe una sola receta.
«… Antes de adentrarnos en un análisis de factibilidad de la dolarización para Argentina, es necesario remarcar, para aquellos nostálgicos de la convertibilidad que se aplicó aquí en la década del noventa, que la dolarización es algo muy diferente a la misma. No es lo mismo tener una moneda nacional con tipo de cambio fijo e inamovible, que además debe cumplir una regla monetaria de igualar la base monetaria a la cantidad de reservas, que directamente utilizar el signo monetario de otro país. Ya lo veremos, yendo punto por punto:
a) La dolarización es inconstitucional, y por lo tanto, ilegal. En efecto, el artículo 75 inciso 6 de nuestra Constitución establece que debe existir un banco federal con la potestad de emitir moneda. O sea, se establece una moneda nacional, un banco central, y un único emisor de moneda nacional.
b) Dolarizar no es una medida cualquiera así nomás que pueda tomarse un día porque uno se levantó con las ideas cambiadas. Para dolarizar se requiere que todos los pesos depositados en los bancos y en circulación en la gente sean canjeados por los dólares de las reservas del BCRA. Y deben ser reservas de libre disponibilidad, de otra manera ese canje sería imposible. Por lo tanto, de los 66.000 millones de las reservas del BCRA habría que restar los encajes de los argendólares, que son cerca de u$s 17.000 millones y los u$s 19.000 millones del swap de monedas con China que no son de libre disponibilidad. Quedarían u$s 30.000 millones de los cuales habría que restar también otros activos que no constituyen reservas de libre disponibilidad, y muy probablemente también el dinero del FMI que fue otorgado para pagar la deuda y no para dolarizar. Pero supongamos que por arte de magia pueden utilizarse esos u$s 30.000 millones. Pues bien, la cantidad de depósitos en pesos y de circulante en el público supera con creces los u$s 100.000 millones, por lo que sería necesaria una devaluación de más del 300% para poder dolarizar. Se necesita un dólar de cerca de $150 por dólar.
Vale insistir en que la cifra necesaria de reservas para dolarizar es muy superior a la que se necesita en una convertibilidad, dado que en la dolarización no es suficiente canjear la base monetaria por las reservas porque si los depositantes desean retirar sus depósitos los bancos deben poder entregarle a los depositantes el 100% de sus activos en dólares, por lo que hay que convertir a divisas el 100% de los depósitos y circulante en el público.
c) Si la probabilidad de un default desde 2020 en adelante luce nada baja hoy en día, ni qué hablar entonces de la que habría en la dolarización: el BCRA se habría quedado sin reservas, y el Tesoro solo contaría con la recaudación para pagar no solo el gasto operativo, sino los intereses y hasta el propio capital de la deuda si los mercados deciden no renovarla. Por lo tanto el dislate de dolarizar es desde el punto de vista fiscal múltiple: se cae en el riesgo de defaultear además de la deuda, las jubilaciones y salarios del sector público si la recaudación es insuficiente por una eventual recesión o cualquier otro factor y los mercados no financian el faltante.
Los problemas no concluyen allí: no se podría tener una deuda flotante como la que hoy hay de Letes porque se corre el riesgo de caer en situaciones inmanejables y el default sería un fantasma omnipresente. El riesgo-país sería estratosférico en una dolarización argentina.
d) Las cuentas externas del país, se trate de la balanza comercial o se trate de la cuenta capital expondrían al sector financiero a vivir momentos de iliquidez, en caso de haber déficit de balanza comercial o fuga de capitales al exterior. No habría posibilidad de financiamiento transitorio de ninguna autoridad monetaria. En tal caso los dólares saldrían del sistema financiero al exterior dejando a muchos bancos en situación muy comprometida. Los bancos serían los primeros en caer en la auténtica picadora de carne que sería una dolarización en nuestro país.
e) Desde el punto de vista del nivel de actividad, la economía argentina quedaría librada a las tasas de interés que la Reserva Federal de los Estados Unidos, subiendo o bajando, quisiera imponer a aquella economía por motivos totalmente ajenos a la economía argentina. Si el dólar subiera o bajara de manera fuerte en el mundo la economía argentina quedaría expuesta a sufrir bruscas recesiones o expansiones sin poder morigerarlas con las tasas de interés ni tampoco con instrumentos que aumenten o disminuyan la liquidez.
f) Desde el punto de vista de la rentabilidad del sector bancario, la dolarización implicaría la necesidad de muy altos encajes, dado que habría que impedir a toda costa que una corrida contra un banco lo deje sin efectivo de dólares para atender el retiro de depósitos. Una caída de un solo banco se convertiría rápidamente en una corrida sistémica dado que el público sabría perfectamente que no hay ninguna asistencia posible del BCRA a ningún banco. Pero sería un dilema propio de Hamlet, dado que con altos encajes en dólares en Argentina, el negocio bancario tendería a mudarse al exterior.
g) La deuda de Argentina con el FMI se convertiría en eterna. Nunca podríamos pagar al Fondo y dar las gracias porque habría que juntar un superávit de u$s 57.000 millones más intereses para cancelar el crédito o en su defecto encontrar otro financiamiento el cual sería imposible de obtener si se tiene en cuenta que muy probablemente nadie estaría dispuesto a prestarle dinero fresco a un país que no cuenta con política fiscal ni política monetaria y posee alta probabilidad de default.
Y hay muchos, muchos problemas más que por cuestiones de brevedad no podemos nombrar aquí. En síntesis, los pocos pero ruidosos libertarios, tras la frustación que les produce no poder eliminar el Banco Central ni ir a una múltiple emisión privada de monedas están cerca de organizar un piquete para dolarizar. Es probable que nuevamente se frustren. No sería raro que, con la excentricidad y extremismo que los caracteriza a estos economistas, la próxima idea retrógada de esta corriente anarco-capitalista virulentamente antinflacionaria, que está conduciendo al liberalismo argentino a una peligrosa esterilidad sea, nada más y nada menos, que instaurar el trueque».