Parte del equipo de AgendAR no estaba convencida de publicar esto. Dijeron que se trataba de unos de esos «descubrimientos» acerca de la dieta aconsejable que se publican periódicamente. Y que dos años después, otro científico aconseja todo lo contrario. Y se fueron apurados porque tenían un asado.
El resto tomó la decisión de publicarlo. Es muy posible que no sea la palabra definitiva. En la ciencia no las hay. Pero al ser una nota en Science, dará peso a recomendaciones en ese sentido en los foros internacionales (donde ya se hacen). Y la carne es, además de un icono de la dieta argentina, una exportación importante. Vale la pena seguir el tema.
Investigadores ingleses del publicaron un artículo en Science en el que advierten sobre la posibilidad de intervenir en los comportamientos dietarios para promover un consumo sostenible. Y una mejor salud.
Así como los países imponen o estudian políticas para desalentar la ingesta de sal, alcohol o bebidas azucaradas, también deberían contemplar tomar medidas en procura de menguar el creciente consumo de carnes en el mundo. Al menos así lo aseguran investigadores de la Universidad de Oxford, Reino Unido, quienes sugieren que esa mediación pública sería necesaria para preservar la salud de las personas y del ambiente.
En un trabajo de revisión publicado en julio pasado en la revista “Science”, los especialistas argumentan que las agendas alimentarias de los gobiernos podrían eventualmente incluir un control en el suministro de carne, cuyo consumo global ronda los 120 gramos/diarios (de los cuales un tercio corresponde a cerdo y aves de corral, y un quinto a carne de vaca). La cantidad que se ingiere en el planeta aumentó más de seis veces desde la década del ’60, en comparación con el incremento del 250% de la población global en el mismo lapso.
Peter Scarborough, profesor en la Universidad de Oxford y uno de los autores de la investigación, advierte que es crucial que los gobiernos estén preparados para aceptar limitaciones ambientales en sus recomendaciones dietarias, y por lo tanto desmotivar la consumición de alimentos de origen animal. “Si bien no creo que las sugerencias de un gobierno afecten los comportamientos de la gente directamente, esto abriría la puerta a intervenciones a gran escala orientadas a la reducción del consumo de carne, como pueden ser las restricciones publicitarias”, sostuvo el doctor en salud pública.
De acuerdo con su análisis de la literatura, la producción y consumo de carnes se asocia con diversas enfermedades crónicas (como el cáncer colorrectal) y diversos efectos negativos sobre el calentamiento global y la biodiversidad.
Los investigadores sostienen que el mecanismo de toma de decisiones del consumidor puede ser influenciado con mediaciones que lo afecten tanto a nivel consciente como inconsciente. En el primer caso, medidas tales como etiquetar productos en base a criterios saludables o ambientales, o subir los impuestos de ciertos comestibles, pueden resultar efectivas. Por otro lado, la localización de los alimentos en el lugar de compra es un método que puede afectar inconscientemente la conducta del individuo. Posicionar los productos de origen animal detrás de las opciones vegetarianas, o disminuir el tamaño de las porciones de platos basados en carnes en los restaurantes, pueden ser modos prácticos de modificar hábitos sin la necesidad de que haya una elección consciente.
Para lograr el éxito de estas intervenciones, los investigadores sostienen que es importante comprender los comportamientos colectivos con relación a la compra y el consumo de carne. Asimismo, indican que es fundamental que la población esté dispuesta a cambiar sus rutinas alimentarias y abierta a dar lugar a un nuevo paradigma en el que la salud y el medio ambiente se vean menos damnificados. Al respecto, Scarborough señaló que lo más importante es que las personas perciban a las opciones bajas en carnes como alternativas no sólo económicas, sino también fáciles de preparar y sabrosas.
Consultado sobre cuán probable es generar un cambio cultural hacia un consumo de carne menor y más sustentable en el mediano o largo plazo, Scarborough respondió que efectivamente es factible. “Por ejemplo, en Inglaterra ha habido una modificación masiva en la compra de leche entera a descremada en el curso de unas pocas décadas”, explicó. Y agregó: “Hemos visto también un incremento en regímenes veganos este año y un posterior pico de noticias en los medios acerca de dietas bajas en carne. Todo esto colabora con la causa”.
Alterar comportamientos personales es en general una tarea ardua para muchos individuos. Generar un cambio global en la ingesta de alimentos es sin duda una empresa engorrosa. No obstante, los investigadores de Oxford plantean un escenario optimista para su causa: aseguran que la historia sugiere que, aunque las transformaciones en las prácticas alimentarias en respuesta a intervenciones gubernamentales son lentas, las normas sociales en efecto pueden modificarse.
“Mucha gente piensa que las dietas son fijas y que la gente nunca cambiaría sus hábitos. Sin embargo, observando las tendencias en el consumo de alimentos a largo plazo, vemos que esto no es así”, concluyó Scarborough.