La tormenta perfecta es la que no se vio venir.
El gobierno provincial –como informamos hace unos días– instaló un “radomo” en la Mari Menuco, plena meseta neuquina. Esa esfera de vinilo que pudieron ver en la foto, parecida a una pelota de fútbol gigante (6 metros de diámetro) protege un radar meteorológico de 1 tonelada de peso y 480 km. de alcance hecho por INVAP. Lectores, demos la bienvenida al Radar Meteorológico Argentino (RMA) Nro. 7.
El RMA neuquino permitirá a los meteorólogos hacer «nowcasting»: obtener en tiempo real datos precisos de lo que sucede o está por suceder: dónde, cuándo, cuánto y de qué modo. Eso permite generar alertas creíbles y útiles sobre fenómenos de formación muy rápida (tornados, vientos huracanados, granizadas, lluvias de más de 30 o 40 mm/hora). Esas «contingencias», su nombre técnico, en nuestro país todavía suelen ser de pronóstico muy impreciso en espacio y tiempo. Eso crea indiferencia o escepticismo en la población y en las autoridades municipales, lo que a su vez hace que las catástrofes las tomen siempre por sorpresa. Y parte del problema está en insuficiencias en la red de recolección de datos de superficie del Servicio Meteorológico Nacional (SMN).
Desde su fundación como Organización Meteorológica Argentina (OMA) en 1872, el actual SMN creció sinérgicamente con la caótica pero impactante expansión ferroviaria argentina entre 1867 y 1930, propulsada por empresas inglesas y francesas libres de toda planificación federal por parte del gobierno. Libres y todo, no dejaban de tener algunas obligaciones: cada jefe de estación debía medir medir precipitación, temperatura, dirección y velocidad del viento y presión atmosférica y pasar los datos telegráficamente a la sede de la OMA, tres veces por día, en general a las 06:00, a las 14:00 y a las 20:00 horas. Era la ley. Los sensores estaban encerrados en pintorescas cajitas de madera blanca estandarizadas, un diseño internacional de la Organización Meteorológica Internacional, hoy una oficina de Naciones Unidas.
Estatizados los ferrocarriles en 1948, la red total medía 47.056 km, aunque algunos ramales estaban ya inactivos desde la preguerra. Dado que los ferrocarriles ingleses y franceses eran verdaderos polirrubros, aquella suma de trazas contenía un inventario de aproximadamente 25.000 inmuebles, muchos de los cuales eran playones de maniobras, talleres de construcción o reparación, hoteles y edificios administrativos o simples baldíos, ¿pero se puede suponer que al menos una séptima parte fueran estaciones? Cuando la nacionalización, teníamos la 8va red ferroviaria mundial y la mayor del Hemisferio Sur. No he conocido a nadie que me diera el número exacto. Pero curioso pensar que debió haber alrededor de 3600 sitios recolectando data que todavía debía transmitirse en Morse e integrarse a mano en Buenos Aires en farragosas planillas, para luego procesarse con cálculo manual. Irónicamente, al SMN en sus inicios (1945) le sobraba buena data, pero no existían aún computadoras para volverla pronósticos fiables, y menos que menos, ante contingencias. Mucho pan, cero dientes.
En 1961, para favorecer la instalación de automotrices estadounidenses y europeas en el país y darle ventajas al camión sobre el vagón, se intentó aplicar un plan del Banco Mundial (BM) diseñado por varias consultoras y liderado por el general Thomas Larkin del Ejército de los EEUU. Sus ejecutores locales, el Ministro de Hacienda, ing. Álvaro Alsogaray y su adláter, el ing. Alberto Costantini, ordenaron plantearon cerrar en 24 horas el 32% de las vías férreas existentes. La reacción sindical (huelga indefinida) paró todo el país e hizo que el presidente Arturo Frondizi pusiera bajo ley marcial al personal de los trenes. Ya tumbado Frondizi por nuevas conspiraciones militares, el plan Larkin se mantuvo a todo trance, pero evitando provocaciones. Siguió bajo dirección del BIRF (Banco Interamericano Regional de Fomento) según pasaban los cuartelazos y las décadas, a veces con cierres a veces cautelosos y otras drásticos, pero siempre podando estaciones, ramales y líneas, lo que se pudiera.
En épocas cautelosas, se cercenaban las líneas y ramales «de fomento», con trocha de 1 metro o menos, pero con gobiernos bravos, se liquidaban vías troncales de trocha ancha. «La Revolución Argentina» encabezada por el general Juan Carlos Onganía eliminó 2979 km. de riel y 237 estaciones. «El Proceso», sucedido entre 1976 y 1983, heredó 41.463 km. de riel y en 1983 se retiró con alrededor de 1000 estaciones suprimidas sobre 5500 km. de ramales secundarios y 6300 de principales clausurados. Durante el gobierno del Dr. Raúl Alfonsín se perdieron otras 700 estaciones de tren (y con ellas, otras tantas meteorológicas), pero el tiro de gracia lo dio el gobierno del Dr. Carlos Menem, bajo cuyo mandato el país pasó de 37.000 km. de riel público remanente a 7000 concedidos a 5 operadores. 30.000 km. de líneas se cerraron, y en ellas alrededor de 1000 estaciones. Pero las estaciones meteorológicas que se quedaron (sin quererlas) las 5 empresas concesionarias no les generan ninguna obligación legal para con el SMN. Así en 1995 una red que tal vez en los ’40 llegó a 3600 puntos de recolección de data, tras 123 años de historia, perdió de golpe sus últimos 1400.
El general Thomas Larkin, muerto y enterrado, ganó su última batalla.
En 1995 el SMN, como «daño colateral», se quedó ciego. Hoy depende de imágenes satelitales compradas en general a satélites meteorológicos estadounidenses GOES o similares. Depende también de 142 estaciones automáticas conectadas a Internet 24×7 en todo el país. El SMN de hoy no tiene suficientes meteorólogos, aunque los existentes son buenos y muy fogueados. Posee una notable capacidad computacional, pero en lo territorial, anda a tientas. Le falta información terrestre de grandes espacios pero con «cuadrícula fina». Sin esa percepción de detalle, no puede nada ante las contingencias. Son fenómenos desastrosos de formación rápida y altamente locales. Y fogoneados por el cambio climático, desde los ’70 resultan más frecuentes y peores.
El 4 de abril de 2012 a las 06:30 horas el SMN emitió un aviso de alerta meteorológico por probables vientos fuertes para la región de la Pampa Húmeda, incluyendo norte de Buenos Aires. A las 11:30 subrayó que estaban dadas las condiciones para el desarrollo de tormentas que podrían alcanzar intensidad fuerte o inclusive severa.
Qué modo de quedarse cortos. La Pampa Húmeda mide 600.000 km2, el «norte de Buenos Aires» no tiene siquiera límites precisos, y la tormenta pronosticada no tenía hora de llegada ni trayectoria calculable. Y de tornados, nada.
El monstruo se desató alrededor de las 20.00 horas. Dejó 27 muertos, 839 heridos, 79.760 árboles tumbados que aplastaron (los números a partir de ahora pierden exactitud por imposibilidad de acordar números públicos y privados) unas 500 viviendas y unos 400 autos. Miles de casas renunciaron a sus techos, decenas de edificios se cayeron y mataron gente, amén de decenas más tan derrengados que hubo que derrumbarlos después. Nadie quiso contar las miles de personas que debieron pasar otoño y parte del invierno sin luz y sin agua, atrincherados en sus casas para evitar saqueos, especialmente en los partidos más pobres del conurbano Oeste.
Pero el número fuerte de aquella noche fueron los 4 tornados independientes, dos F1 y dos F2 en la escala Fujita-Pearson, desconocida hasta entonces en la Reina del Plata. En su deriva en trayectorias paralelas con forma de arco, desde Luján hasta La Plata, atravesaron el conurbano como 4 motosierras. Las larguísimas huellas de su paso al día siguiente medían 70 km. de largo y de 1 a 2 kilómetros de ancho cada una. Los F2, dijo después el SMN, tenían vientos rotatorios de hasta 256 kilómetros por hora. Ahí no quedó nada en pie.
De la Fórmula Uno a la inundación
La información «sobre el terreno» es indispensable en un país de 2,8 millones de km2, el 8vo del mundo en superficie, y cuya geografía misma trabaja en contra de la modelización matemática predictiva. La Argentina continental es como una hoja de cuchilla cuya base Norte, muy ancha, se afirma en el Trópico de Capricornio y cuya punta Sur araña el Círculo Polar. Son muchas las regiones climáticas atravesadas de Norte a Sur a lo largo de casi 4500 km.
De Oeste a Este, la hoja de cuchillo se va angostando, interpuesta como una península entre tres de las mayores «fábricas de clima» del planeta: los océanos Pacífico, Atlántico y la Antártida. Esos tres titanes viven en cinchada permanente por dominar el clima criollo. En esta contienda media la Cordillera de los Andes como un árbitro loco, complicando los resultados y haciendo fracasar modelos predictivos que en países geográficamente menos complejos permiten pronósticos extendidos a 7 días, y con tasas de acierto que no bajan del 60% a término.
Aquí esos modelos no sirven de nada, y el problema grave es que con un mapa en el que caben 5,5 Españas y con una morfología y climatología infernalmente más compleja, 144 puntos de recolección de datos locales -lo que se tiene hoy- no sustituyen la data generada por miles de estaciones de tren. Y no importa que los sistemas automáticos trabajen 24×7 en lugar de 3 veces por día, y que la información baje por Internet y no por telégrafo. No alcanzan.
¿Un ejemplo de libro? El SMN en Santiago del Estero hoy tiene 2 estaciones automáticas. Antes de la privatización y cierre definitivo de los ferrocarriles, las líneas Mitre y Belgrano sumaban 29 estaciones sobrevivientes en esa provincia. Y en los años ’70 eran muchas más.
La inundación de Santa Fe capital, en 2003, se debió en parte a que ya no llegaban datos de tierra desde la alta cuenca del exiguo Río Salado del Norte, cuyo caudal sabe andar por los 140m3/segundo. La cuenca superior que alimenta este Salado norteño abarca el Noreste santafecino, amén de todo Santiago del Estero, parte de Tucumán, algo de Catamarca, un poco de La Rioja y otro poco de Salta. Eso suma más o menos el área de Inglaterra (247.000 km2), pero fuera de algunas capitales, la población de la cuenca es mayormente rural, exigua, a la baja, dispersa e incomunicada.
Entre febrero y abril de 2003, esa área de tamaño tan inglés estuvo bajo cumulonimbos de tormenta y no generaba información. El gobernador santafecino Carlos “Lole” Reutemann no hizo caso de las advertencias del Instituto Nacional del Agua (INA). Éste vaticinaba catástrofe y aconsejaba dinamitar el viaducto Santa Fe-Rosario, pero los científicos aquí no estaban de moda, y además no tenían números e imágenes que justificaran algo tan drástico como la voladura. El SMN no podía opinar al respecto, por ciego. Tampoco sabemos si Lole lo hubiera escuchado, por sordo.
El talud de ese viaducto cruza el valle de inundación del Salado y mide 1000 m., pero el vano para que escurra el Salado bajo la calzada se diseñó en base a las estadísticas climáticas de las 6 primeras décadas del siglo XX. No sirven. El clima, desde los ’70, cambió. Reutemann lo ignoraba.
A fines de abril de 2003 la masa de agua acumulada en Santiago se puso a bajar de golpe. El río multiplicó 21 veces su caudal en 48 horas y el terraplén le sirvió de involuntario dique a una avenida de 3000m3/segundo, algo sin registro histórico previo. La cola del intempestivo lago formado al Oeste de la ciudad creció y creció hacia el Norte. El 29 de abril, prorrumpió en Santa Fe City a través del Terraplén Yrigoyen, a la altura del Club de Golf. Fue un “first timer” internacional: un fenómeno normalmente lento (la creciente de un río de llanura) golpeó como un fenómeno instantáneo (el “flash flood” de un río de montaña). Eso es lo que admitió “Lole”. Lo del INA y la dinamita se le olvidó.
La riada hundió el casco céntrico bajo 5 metros de agua en 1 hora, sin dar tiempo a escapar, asunto que costó entre 23 y 161 vidas humanas, según quién y cómo mida: hay ahogados oficiales, y 5 veces más muertos por leptospirosis en los meses pasados en carpas de refugiados, amén de quienes «piantaron de un bobazo» o de un ACV en sus 40 o 50 años, muy fuera de programa, meses después de haber perdido casa y/o trabajo. El propio Lole, dicho en su defensa, a fuerza de pasar días rescatando gente subida a las azoteas en su chinchorro, se pescó una leptospirosis que por poco no se lo lleva.
El argentino tipo cree que la meteorología hoy se resuelve a satélite. No es así, y menos que menos, la nuestra. En 2003 la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE) tenía uno particularmente poderoso (el SAC-C), pero en banda óptica, e intercambiaba datos con una decena de aparatos de observación terrestre aún más potentes de la NASA, la ESA y otras agencias espaciales. Sin embargo, eran todos sistemas ópticos. Y Santiago del Estero, la provincia donde se estaba juntando más agua, toda con salida única y obligada por el Salado, seguía oculta bajo las nubes. El INA sabía del problema. No tenía cómo probarlo y/o medirlo.
Los 2 satélites SAOCOM terminados a tiempo habrían hecho diferencia. La CONAE les puso una rareza enorme, radar en banda L, que ve a través de las nubes y detecta y mide el agua sobre e incluso debajo de la tierra. Están pensados justamente para casos así, pero en 2003 los SAOCOM estaban atrasados, en parte por la bovina incomprensión de las élites argentinas ante el tema. Todavía sonaban las palabras del ministro de Hacienda, doctor Domingo Cavallo, cuando dijo que los científicos argentinos no servían ni para lavar los platos. Su pensamiento sigue tan vivo como el del general Larkin. Si sirve como dato, el primer SAOCOM tal vez deje la sala limpia de INVAP y salga a órbita en agosto de 2018.
No importa si alguna vez tenemos 2 o 10 SAOCOM, sin monitoreo en tiempo real del estado de la atmósfera sobre la Argentina, estamos fritos. Y como los ferrocarriles no vamos a verlos nunca más (salvo los que le convengan a China para sacar soja o minerales, al estilo del Belgrano Norte), desde 2011 se pensó en hacer el SINARAME, el Sistema Nacional de Radares Meteorológicos. Si proyectamos experiencias ajenas como la canadiense o la australiana, con 20 de esos aparatos repartidos por todo el país, apoyado cada uno por 5 estaciones automáticas con «disdrómetro» a distancia, y todo coordinado por un Centro Operativo o COP en el SMN, podríamos empezar a hacer «nowcasting» de nuestra turbulenta meteorología. Eso está en marcha.
Tal es el origen del RMA-7 de Neuquén.
El RMA de INVAP nació debido a las piedras
Volviendo a lo de los pronósticos vagos, la brutal pedrea del 26 de julio de 2006 a las 15:30 sobre el Norte de CABA y el conurbano hasta Tigre se anticipó escuetamente a las 11:30 como «probabilidad de caída de granizo y la presencia de fuertes ráfagas de viento». ¿Cómo iba a saber el SMN que la granizada sería un ametrallamiento con piedras de hasta 8 cm. de diámetro y 700 gramos de peso? Un objeto así impacta a unos 172 km/hora. Se entiende que los 3 primeros minutos de pedrea se destruyeran decenas de miles de autos y techos, sin contar los lesionados graves, pero el hecho duró 25 minutos. De milagro no hubo muertos. Esa pedrea, sin embargo, impuso cambios culturales. Hasta las aseguradoras incluyen ahora claúsulas contra el granizo en sus contratos.
Los pronósticos vagos o su «antídoto institucional» (generar demasiados alertas) sólo exacerban el escepticismo social y disminuyen la capacidad de respuesta de las municipalidades e instituciones. Y el efecto sorpresa que entonces tienen las contingencias potencia su capacidad de desastre masivo.
En 2011 nació una respuesta tecnológica. El entonces poderoso Ministerio de Planeamiento fundó el consorcio hoy llamado SINARAME, o Sistema Nacional de Radares Meteorológicos. Rápidamente 8 radares importados, de distintas marcas, modelos y países de origen, dispersos por el país y hasta entonces no interconectados, se unieron por Internet y se vincularon a un COP, o Centro Operativo del SMN, que debió calibrarlos hasta que adquirieran «una percepción común». Simultáneamente, se decidieron los lineamientos técnicos de un equipo argentino en banda C, el entonces futuro RMA, y se otorgó el diseño y fabricación a INVAP, ya con mucha trayectoria en radarística. El prototipo, o RMA-0, se testéo exitosamente en el aeropuerto de Bariloche en 2013. Luego se procedió a expandir el sistema muy rápidamente al resto del país.
El equipo en Neuquén hoy está operativo y «en línea». Pero para poder dar información fiable necesitará de la instalación de al menos 5 pequeñas estaciones meteorológicas automatizadas en varios puntos de la provincia, preferiblemente dotadas de «disdrómetros». Éstas son indispensables para calibrar el sistema: certifican que lo que «ve» el radar a centenares de km. de distancia, ya se trate de lluvia, granizo, tormentas de polvo, columnas de ceniza volcánica o mangas de langostas, corresponda con la realidad en especie y cantidad.
El RMA se fabricó en una primera pre-serie de 11 unidades, de las cuales 4 todavía están en un galpón barilochense y sin instalar. Las unidades ya desplegadas detectan fenómenos potencialmente peligrosos «en vigilancia» en su máximo alcance (480 km.). Pero en alcances intermedios (240 km.) logran discernir lluvia de granizo, e incluso medir el tamaño de las gotas o de las piedras, y precisar la velocidad y dirección del viento que las transporta. Comparable en prestaciones con los radares meteorológicos «top» de europeos, estadounidenses o rusos, el RMA tiene tres ventajas: se paga en pesos, la calibración y el mantenimiento son locales, y no hay modo en que se quede sin repuestos.
El RMA instalado la semana pasada en Mari Menuco, en la estepa neuquina, es el Nro. 7 del SINARAME, que según planes de 2013 debería constar ya de 20 unidades y más de 100 estaciones meteorológicas automatizadas. Es más, las áreas de cobertura de los radares tendrían que solaparse entre sí, para posibilitar el seguimiento de un fenómeno mientras se desplaza por la geografía nacional.
Pero el despliegue se ha ido frenando. Hasta 2015 se habían instalado 5 RMAs, integrados con sus 8 equivalentes importados preexistentes. Desde entonces, sólo entraron el línea el RMA número 6 (Mar del Plata), que pasó 2017 montado y sin funcionar por desacuerdos entre Nación, Provincia y el municipio sobre quién debía pagar la electricidad y la conexión a Internet, es decir 350 metros de fibra óptica (sic). Que el Nro. 7 se instale recién en abril de 2018 y sin disdrómetros tampoco indica mayor apuro, o siquiera entendimiento de la situación por parte del gobierno nacional. A esta altura de las cosas deberíamos tener «el país resuelto» y estar exportando RMAs.
Los ferrocarriles fueron la mejor fuente de información de detalle del SMN, pero eso se perdió. Una red de 20 RMAs y al menos 100 estaciones automáticas anillándolos podrían ser un nuevo comienzo. Cuando el SINARAME esté plenamente funcional, el SMN, que ya cumple 147 años y nació ligado a la red ferroviaria, estará no sólo en capacidad sino obligado a generar alertas más libres de vaguedades, que digan -dentro de la incertidumbre inherente a las ciencias de la atmósfera- qué va a pasar, cuándo, en qué cantidad y de qué modo. Porque nuevamente, tormenta perfecta es la que te agarra desprevenido.
Alguien que fogonee este asunto, por favor. Las empresas agropecuarias, las industriales y las municipalidades, agradecidas.
Daniel Arias